Lo que iba a ser un encuentro deseado, se convierte en una agresión sexual. Esa situación es más frecuente que el estereotipo de violación por parte de un desconocido en la calle, pero para las mujeres es más difícil de identificar como un delito contra su libertad sexual. La culpa, la vergüenza de exponer su sexualidad y el miedo a que no las crean hace que pocas denuncien e incluso lo cuenten.
Como ya he dicho alguna vez, por diferentes motivos personales, si hay un tema de la agenda feminista que me remueve, es el de la libertad sexual. En nuestra sociedad (lo dejo así por no entrar en el berenjenal de las comparaciones) las mujeres no sólo seguimos estando expuestas al riesgo de que nos violen por la calle, sino que vivimos una pila de situaciones que lastran nuestra sexualidad.
Si eres de esas personas que piensan que soy una paranoica, una histérica o una feminazi por hacer esa afirmación, pregunta a la mujer que tengas más a mano (si eres mujer, pregúntatelo a ti misma también) a ver si le ha pasado alguna o varias de las siguientes cosas. Las cuatro primeras son aplicables a cualquier mujer, las siguientes a mujeres que hayan tenido relaciones sexuales y de pareja con hombres:
– Un desconocido le tocó el culo, las tetas o el coño por la calle, en un bar o en el metro
– Un desconocido le enseñó la polla e incluso se masturbó delante de ella
– Un pariente o alguien cercano a la familia la tocó o se le insinuó de forma lasciva siendo menor de edad
– Un jefe, compañero de trabajo o de piso la acosó sexualmente
– Un tío la llamó calientapollas por no querer tener sexo después de haber estado tonteando
– Un amante la presionó para realizar prácticas sexuales que le desagradaban o no le apetecían, o la tachó de estrecha por no acceder a ellas, o incluso se las impuso (por ejemplo, eyacular en su boca o en su cara sabiendo que a ella le desagrada)
– Un novio la juzgó por sus experiencias sexuales pasadas
– Ha follado cientos de veces sin ganas, por miedo a que el novio de turno la dejase por otra más dispuesta al sexo, a veces incluso cuando implicaba que la penetración le doliera por falta de lubricación
– Descarta el sexo anal porque alguna vez que accedió a practicarlo, el compañero de cama la penetró bruscamente ignorando su dolor
– Ha vivido cientos de polvos sin orgasmos porque el compañero o amante ignoraba su clítoris y ella no se atrevía a pedirle que lo acariase ni a tocarse ella misma, por miedo a ser juzgada
– Ha tomado la píldora del día después, ha abortado o ha tenido un bebé no deseado como consecuencia de polvos en los que él no quiso ponerse el condón (ya sea que se negó o que la convenció con el típico «venga, sólo un rato, luego me lo pongo»). Es más, su pareja eyaculó dentro de ella de forma premeditada (sí, varias chicas me han contado que les ha pasado esto en relaciones en crisis, ya tuviera el tipo como objetivo dejarla embarazada para estar siempre vinculado a ella, ‘joderla’, someterla…)
Que a la mayoría de las mujeres nos hayan ocurrido varias de las situaciones anteriores desde muy jóvenes es el contexto que explica lo que cuento en el reportaje: que más allá de las violaciones en la calle por parte de desconocidos (que tanto nos enseñan a temer), las experiencias de sexo no consentido, la incapacidad para defender nuestro placer e identificar abusos, y la determinación de muchos hombres (no todos, pero si a todas nos han pasado estas cosas, no son pocos) a no aceptar los límites que marcamos, están a la orden del día. Así empieza el reportaje:
La ‘primera vez’ de Blanca fue una violación, pero le costó años reconocerla como tal. Tenía 17 años y ligó con un compañero de clase en una fiesta de fin de curso. El chico le gustaba, y se sentía preparada para tener sexo con él. Pero en un momento dado su actitud le desagradó, y le pidió que parara. Él, lejos de atender sus ‘no’, la empotró contra la pared, le tapó la boca y la forzó. Ella respiró hondo e intentó relajarse para no sufrir lesiones. Se lo contó a sus amigas sin darle mayor importancia: que había tomado dos cervezas y se dejó hacer. Después de nueve años y dos relaciones de pareja marcadas por las humillaciones y los abusos, fortalecida por la terapia y el contacto con el feminismo, Blanca se reconoció como una mujer violada y lloró por primera vez.
Lo que no cuento es que Blanca es una de mis mejores amigas. Yo soy una de las amigas a las que contó que había follado por primera vez, y yo soy una de las amigas con las que verbalizó diez años después que había afrontado la dolorosa certeza de que lo que vivió fue una violación. Y también soy una de las amigas a las que le pesa no haber sabido apoyarla más cuando se embarcó en relaciones abusivas, aunque la otra cara de la moneda es que creo que sí influí en que se acercase al feminismo, que le ha ayudado a entender lo que le pasó como parte de un entramado de violencias que todas las mujeres vivimos por el hecho de ser mujeres en una sociedad patriarcal en la que estas violencias son sistemáticamente obviadas, ninguneadas, relativizadas o incluso justificadas.
En el reportaje, la psicóloga Norma Vázquez, responsable de una investigación sobre agresiones sexuales en la que entrevistó a unas 70 chicas, afirma que la actitud masculina tan extendida y normalizada de insistir y presionar para tener sexo, hace que las mujeres acepten esa conducta “como algo consustancial a salir de fiesta”. Que las mujeres se suelen sentir culpables o al menos responsables de lo que los ocurrió, y que no denuncian entre otras cosas por el miedo a exponer su sexualidad ante desconocidos, en una sociedad que sigue juzgando a las mujeres que salen de fiesta con ganas de sexo.
El jurado ha destacado lo siguiente: “Es significativa la frescura periodística del trabajo galardonado con un tema que no es común que sea tratado por los llamados medios generalistas. Era uno de los pocos trabajos que tocaba un tema totalmente tabú en nuestra sociedad, del que la mujer no se atreve a hablar, por dolor o por vergüenza”.
Cuando alguien rompe el silencio, muchas otras se animan a terminar con el suyo. Entre los comentarios que ha recibido hoy el reportaje en Pikara, una chica contaba la violencia sexual (disfrazada de sadomasoquismo consentido) que sufrió con su pareja, que la violó tiempo después de haber terminado la relación. Me parece muy importante facilitar espacios para que las mujeres dejen de llevar estas historias en secreto. No sé si los medios digitales son el mejor espacio, porque siempre hay mucho trol cabrón y mucho machista a secas que las cuestionan, pero bueno, quiero pensar que es terapéutico escribir sobre ello.
En Pikara también se ha dado un debate de lo más interesante sobre cómo reaccionar ante una agresión sexual. Esto tiene que ver con un matiz importante: mi enfoque no es en absoluto victimizador. No me quiero recrear en lo pobrecitas que somos y lo jodidas que estamos por vivir agresiones. Como explica Maitena Monroy en una entrevista que le hice para Beldur Barik, el problema es que a las mujeres nos educan en el terror de ser violadas, pero al mismo tiempo no se explicitan los riesgos ni se nos dan recursos para afrontar esa posibilidad. Por eso, yo creo que lo primero es romper el silencio, lo segundo compartir estrategias de autodefensa para no bloquearnos ante una agresión, y lo tercero recuperar la agencia sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. Me voy a poner en tono panfletero, pero si algo le jode al patriarcado (o a los machistas, si esto del ente abstracto no os convence) es que no dejemos que estas experiencias nos afecten de por vida y que disfrutemos del sexo libres y empoderadas. Tampoco lo cuento en el reportaje, pero Blanca lo ha logrado. Claro que no es fácil. Ser feministas no nos ha librado de encontrarnos con dificultades para defender nuestro placer en la cama sin miedo a juicios, como comentaba antes. Pero ser feministas sí que nos proporciona cierta consciencia y ciertas herramientas para entender cómo nos sentimos respecto a la sexualidad y poder vivirla de otra manera.
Hoy, cuando he difundido la noticia, las compañeras de Pandora Mirabilia, una cooperativa de género y comunicación, me han contado que han usado este reportaje en unos talleres sobre prevención de violencia sexual con adolescentes. «Es muy clarificador y muy útil para trabajar las distintas violencias que vivimos, da claves para detectarlas y para no sentirnos culpables por sufrirlas», me dicen. Ese es uno de los comentarios que más ilusión me han hecho de todos los que he recibido. Sentir que el reportaje tiene vida propia, que no es sólo un texto para leer, sino también para debatir e incluso trabajar con él a favor de la libertad sexual.
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Como la otra vez, es una alegría que el reportaje se publicase en Pikara (también en eldiario.es, a quien agradezco mucho que aceptase cuando propuse el tema y que me han transmitido mucho cariño hoy), y doble alegría porque entre los finalistas también se encuentra el compañero Jairo Marcos, con un reportaje sobre la plataforma de mujeres feministas Kuña Pyrenda, que se presentó a las pasadas elecciones en Paraguay. También es finalista Zigor Aldama (con el reportaje ‘Demuestra que no eres bruja, publicado en El País), quien también publica de forma esporádica en Pikara. El año pasado también quedó finalista nuestra compañera Emi Arias. Estos reconocimientos nos sirven como un argumento más para defender nuestro proyecto, para demostrar que no sólo ofrecemos periodismo con perspectiva de género, sino buen periodismo, sin más adjetivos. Como decía el otro día, ponernos las gafas lilas no nos nubla el criterio, sino que nos permite entender y explicar mejor la realidad, y contar historias que los medios generalistas a menudo no cuentan.
Alguna gente ha dicho en las redes que la labor de Pikara es impagable. Bueno, pues lo cierto es que hay que pagarla. Necesitamos dinero para poder seguir comprando reportajes de premio, y para que las coordinadoras de la revista (Andrea Momoitio y yo) podamos empezar a cobrar algo, porque hasta ahora no lo hemos hecho. Por tanto, os animo a que, si creéis en el proyecto y/o disfrutáis con reportajes como los citados, nos apoyéis.
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El tercer motivo por el que este premio me sienta genial tiene que ver con la reafirmación sobre decisiones que he ido tomando. La historia se repite. El primer premio lo gané con el primer reportaje que escribí después de tomar la decisión de dejar un trabajo estable para dedicarme a Pikara y al periodismo. Este segundo reportaje coincidió con que volví a dejar un trabajo bien pagado porque quería disponer de más tiempo y energía para escribir y para mimar mi revista. A mucha gente de mi entorno le costó mucho entender que rechazase empleos en plena crisis y yo también a veces me cuestionaba si no estaba arriesgando demasiado y si no tenía pajaritos en la cabeza. Así que me da mucho gustito recibir estos espaldarazos para seguir haciendo lo que me pide el cuerpo.
Muchas gracias a todas las personas que, de una u otra forma, me habéis apoyado para que siga avanzando por este camino.
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