Historico | abril, 2011

Sacrílegas

28 Abr

He de confesar algo: no me gustó que unas manifestantes feministas irrumpieran en la capilla de la Universidad Complutense y que algunas lo hicieran en tetas. Es por ello que no difundí demasiado las convocatorias de protesta contra sus detenciones. Por supuesto que me parecieron injustas, pero no me sentía en sintonía con la acción en sí. Es lo que hay. Soy una blanda.

Mejor dicho, soy muy arbitraria en estos asuntos de la fe y la libertad de expresión porque, por ejemplo, me encantó leer en Pornoterrorismo la acción que hicieron en el Vaticano, de soltar en plena misa una grabadora en la que habían grabado escandalosos orgasmos. Y me lo paso pipa cantando en las manifestaciones cosas como «Vamos a quemar la conferencia episcopal por machista y patriarcal» (ponedle la música de «Oh when the saints go marching in») y coreando burradas del tipo «Os han engañado; la virgen ha follado». Pero, por algún motivo, en el caso de la capilla de Somosaguas me pudo la idea de que faltar al respeto a la gente creyente que estaba en ese momento en la misa (en caso de que hubiera alguien) no es la manera adecuada de protestar contra una institución, como es la Iglesia Católica, que por supuesto que  merece todas las protestas del mundo.

Sin embargo, he cambiado de idea. Me preocupa que hasta yo, agnóstica y feminista, me andé con tanto cuidado de ofender a la comunidad católica. ¿Acaso no ofenden ciertos católicos cuando tratan a las mujeres que abortan como asesinas o a las personas homosexuales (y, por extensión, a quienes deseamos o amamos a personas de nuestro sexo habitualmente o en algún momento de nuestras vidas) como enfermas y depravadas? ¿Acaso se les detiene por ello?

No mucho después de las detenciones de Somosaguas, me entero de que el sindicato ultraderechista Manos Limpias ha denunciado al colectivo feminista guipuzcoano Plazandreok por usar carteles y lemas como el que ilustra este post. La denuncia es de traca: dicen que Plazandreok es un lobby feminista (ya nos gustaría ser un «lobby») que «coquetea» con la izquierda abertzale. Y el pasado jueves se prohibió finalmente la procesión atea. Con todo ello, me he replanteado seriamente mis remilgos hacia los sacrilegios.

Como bien dice Enrique Meneses en su blog, nos encontramos ante un desequilibrio claro: «Se ha supuesto que los católicos se pueden abalanzar contra los ateos pero que la gente de izquierdas nunca atacaría una manifestación dirigida por Rouco Varela con los miembros de la ultra-derecha y sus amigos del PP, Federico Trillo y Jaime Mayor Oreja». Para Arcadi Espada (no puedo con él, pero esta vez no puedo dejar de reconocer su acertado post), la decisión de prohibir la marcha «vuelve a probar el estatus de privilegio que las ideas religiosas tienen en la sociedad española». Copio un párrafo entero:

La prohibición de Madrid se fundamenta en un peligroso supuesto: que la procesión atea no es disenso sino ofensa. Como las ideas no pueden ofenderse unas a otras, ha de concluirse que la religión, para los que han prohibido el acto, es algo más que una idea. Exactamente, una forma de orden público, cuya alteración resultaría perseguible de (santo) oficio. Algo que resulta intolerable. Si la religión quiere ocupar, como tantas veces reclama, un lugar en el espacio público y quiere defender allí sus ideas debe hacerlo en pie de igualdad. Cuando una idea cualquiera, sean Dios, la Patria, el Partido o el Equipo, no se limita a exhibirse en el espacio de discusión pública, sino que pretende diseñar sus límites, a la sociedad democrática no le queda otro remedio que exigir su expulsión de ese espacio. La democracia puede acoger a los que quieren destruirla; pero naturalmente debe asegurarse de que no puedan cumplir sus propósitos.

Amén.

En fin, me parece una obviedad recordad que aquí a nadie (o a poca gente) le da por dedicarse a ofender a quienes profesan el cristianismo o alguna otra religión que promueve el heterosexismo. Se trata de criticar a una institución que sigue haciendo mucho daño, que sigue teniendo una influencia inadmisible en nuestra sociedad, que obstaculiza sistemáticamente la consecución de derechos fundamentales como los sexuales y reproductivos. La expresión de nuestras ideas resultará ofensiva para algunas personas. Pero las ideas que promueve la Iglesia Católica no sólo pueden ofendernos a quienes no comulgamos con ellas, sino que promueven la conculcación de derechos. Por no hablar de la impunidad con la que los mismos medios que apoyan a la Iglesia Católica dan voz a gente como Sostres (y no es el único, ni mucho menos) que hacen apología de la violencia machista.

Por cierto, en Pikara Magazine hemos colgado un vídeo realizado por el Centro de Medios, en el que varias activistas explican la acción de Somosaguas.

*

Aprovecho para contar que voy a apoyar a Plazandreok con la comunicación durante la campaña electoral. Las podéis seguir en Facebook y Twitter. El blog lo pondremos en marcha en seguida. Podeis leer aquí la revista sobre laicismo que tanto ofendió a Manos Limpias.

 

 

Aitzol Aramaio

25 Abr

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Me entero tarde por Twitter de que el sábado murió el director de cine Aitzol Aramaio. Le entrevisté dos veces, con lo cuál no puedo presumir de que fuera mi amigo, ni mucho menos. Y la verdad es que aún no he visto ‘Un poco de chocolate’, su primer y último largometraje (el vídeo de arriba es el trailer). No por falta de ganas, pero son de esas cosas que una va postergando. Ayer, haciendo zapping, vi que la echaban en ETB1. No se me pasó por la cabeza que dicha elección pudiera deberse a la muerte de su director.

Unai Elorriaga -autor de ‘Un tranvía en SP’, la novela en la que se basa ‘Un poco de chocolate’- empieza así su obituario para El País: «Intuyo que es prácticamente imposible que nadie que haya conocido a Aitzol Aramaio, aunque sea solamente durante unos segundos, se olvide de él jamás. Tal era la fuerza humana de este peculiar director de cine». Leer eso me ha animado a dedicar un post a Aitzol. Vaya, soy de esas que le conocieron no unos minutos, pero sí unas pocas horas, y sin embargo no fue un entrevistado más. Lo dicho: apenas le conocía, pero me he quedado consternada, y cuando algo me consterna, me hace bien escribirlo aquí.

La primera entrevista se la hice para El País. Era un «De paseo con…». Ya sabéis, típica entrevista ligerita de domingo: cogía a alguien de la cultura vasca y me iba de paseo con él a donde eligiera. Charlábamos sobre su vida y obra, recorríamos lugares especiales para él y recomendaba sitios  en los que comer, dormir, salir… Aitzol, cómo no, eligió su Ondarroa natal. Y con él me enamoré de ella. Aluciné con la frescura de la gente. Imagino que las reacciones que suscita pasear con una de las estrellas del pueblo no son muy representativas, pero vaya, me pareció una gozada asistir a tanto afecto, buen humor, afán por lucir para el periódico la mejor cara del pueblo. Como cuento en la entrevista, nos enseñaban rodaballos gigantes, nos abrazaban (a mí también), nos invitaban a pintxos… Lo dicho, una gozada. Y Aitzol otro tanto: pura vitalidad, fuerza (como dice Elorriaga), sencillez y honestidad.

La segunda entrevista (institucional, y por tanto no va firmada) se debía a un trabajo menos conocido que ‘Un poco de chocolate’: el documental ‘Aitak’, que realizó para la Iniciativa Gizonduz, de Emakunde. El documental fue importante para mí porque lo gestó el que entonces era mi compañero (y por el que conocí a Aitzol), y por tanto viví de cerca el proceso de realizarlo. Se trata de un collage de testimonios de padres diversos: famosos y anónimos, separados, homoparentales, un abuelo… Hablan de sus ilusiones, de sus miedos, de su relación con sus propios padres… Un trabajo que también fue muy especial para Aitzol, ya que cuando lo realizó estaba esperando a su bebé. «Me he dado cuenta de que ser padre no es tan difícil, y que voy a recibir mucho más de lo que tendré que dar. No tengo miedo; será maravilloso», decía. Después siguió colaborando con Gizonduz impartiendo charlas para aumentar la implicación de los hombres en la paternidad.

Os dejo con un resumen de ‘Aitak’:

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Un abrazo a todas las personas que le han conocido y querido.

 

A Rihanna le va el bondage

19 Abr

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El otro día me quedé de piedra al ver el vídeo SM de Rihanna. Como su nombre indica, sale representando diversas prácticas de SMDB (sadomasoquismo, dominación y bondage), con lo que vemos escenas más propias de un festival de posporno que de la MTV. Mientras veía a Rihanna transitando entre la dómina y la pin-up atada, volví a dar vueltas a una pregunta recurrente: ¿que las divas del pop representen prácticas no normativas es algo a celebrar o es una forma de que el sistema las digiera y pierdan por tanto su carácter subversivo? ¿Que Lady Gaga se magree con una butch en su videoclip (minuto 1’50» en el vídeo de abajo) aporta a la visibilidad lésbica?

Como con Sexo en Nueva, yo soy optimista. No podemos pedir a nuestras jóvenes que se aficionen a las riot girls. Pues si hay que elegir entre lo comercial, prefiero que canten «no me vuelvas a llamar, que voy a estar bailando» a que babéen por Carlos Baute y su «quien te quiere y te cuida». Y lo cierto es que Lady Gaga y Beyoncé envenenando a un maromo y después fugándose juntas parece sacado de un libro de Virginie Despentés. Vale, son puro marketing, provocación vacía y frívola… Pero menos da una piedra, ¿no? En fin, no tengo claro si es percibido como algo meramente estético: ¿unas adolescentes que se morrean emulando a su ídolo, serán menos lesbófobas? ¿Estarán vacunadas de discriminar a la marimacho de clase, por ejemplo?

Lady Gaga y Rihanna son recientes como para sacar conclusiones, pero ¿qué hay de Madonna? ¿Podemos concluir que ha hecho una aportación interesante a la defensa de la libertad y la diversidad sexual? Pregunto.

Actualización:

He tuiteado un ejemplo que me parece bueno: «Las Spice Girls eran cutres pero algo de empoderamiento había. Llegaron Backstreetboys y nos limitábamos a babear. Digo».

Segunda actualización:

Me pasan un interesante post sobre el tema en el blog Puñaito de Alfileres. La autora hace preguntas muy pertinentes: «¿Por qué otras cantantes y grupos de lesbianas no tienen el mismo tiempo en antena, en la tele o en la radio? ¿por qué sólo se visibiliza a un tipo de mujer eternamente adolescente y juguetona cuyo lesbianismo es transitorio y, por tanto, permisible? ¿por qué sólo montan numeritos lésbicos cantantes que están casadas o ennoviadas como lo están todas las que he citado?»

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¡Que viva Pikara!

14 Abr

Katlego Mashiloane and Nosipho Lavuta II, 2007. Zanele Muholi ©

 

Post autombombo lacrimógeno:

La profesora Ainara Larrondo ha presentado hoy en la Universidad del País Vasco una ponencia sobre Pikara Magazine, la revista que parió y que dirige una humilde servidora, desde una digna precariedad económica, que contrasta con un superávit de apoyo por parte de un montón de gente que ha creído en este proyecto. En fin, que yo alucino en colores. No sé, no me hago a la idea de que nuestra locurilla esté ilusionando tanto, que ya sea hasta objeto de estudio.

Grandes de la comunicación con visión de género como la catalana Montserrat Minobis, la peruana Zuliana Lainez o la dominicana Mirta Rodríguez Calderón nos han transmitido su apoyo incondicional y su entusiasmo, diciéndonos que estamos haciendo algo muy bueno, nuevo, diferente, fresco. Y el otro día una compañera de la universidad me contó lo que más me ha emocionado desde que empezamos: que una compañera de su trabajo participa en una asociación de mujeres de Markina que se reúne todas las semanas para ¡comentar artículos de Pikara! En fin, impagable todo esto, así como ver contentas a las de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia (mi organización de referencia), recibir e-mails sentidos de lectoras… Se borran de un plumazo los nervios, las inseguridades, el cansancio, la autoexigencia excesiva…

Como dijo Lucía Martínez Odriozola, otra de las madres de Pikara, este es el medio que queríamos leer y en el que queríamos escribir. Hoy ha dicho en esas jornadas (lo podéis ver en el vídeo) que este es un proyecto idealista, que nos hemos dicho: «¿Qué periodismo queremos hacer?» Y nos hemos puesto a hacerlo. Lo alucinante es comprobar que era mucha la gente que también quería leer un medio así y participar en él; que este es un sueño compartido. Esto es fundamental, porque a menudo entran dudas, flaquean las fuerzas, y en esos momentos que te dediquen una ponencia insufla energías para varios meses.

En fin, me entran serias tentaciones de hacer la tediosa lista de agradecimientos, pero os la ahorro, y me limito a agradecer de todo corazón a mis compañeras de viaje, a las colaboradoras que se embarcaron a ciegas, a nuestras amigas incondicionales, a quienes nos han dado voz en sus medios, a toda la gente que escribe comentarios en la propia web, en Facebook y la que nos retuitea… Aiiiinnnnsss, qué emoción.

Digo que esto es impagable, pero no me lo toméis al pie de la letra. Llevamos más de medio año trabajando a destajo sin presupuesto. Nadie ha visto un duro. Eso es una fortaleza, porque es la leche reunir a un equipo de unas 20 personas que se comprometen por militancia. Pero no podemos seguir así toda la vida, sin dinero ni para ir a cubrir unas jornadas a Segovia, por ejemplo. Así que aprovecho este post emocionado para pediros una limosnita. Ahí va el número de cuenta de la asociación EME Komunikazioa, constituida para dar forma jurídica al proyecto:

Caja Laboral 3035 0122 86 122.0.02681.4    ¡Gracias!

Lo dicho, que estoy feliz. He montado una revista y mola. Ahora sólo me falta sacar tiempo para escribir en ella. Pero en fin, así es la vida. Espero no meterme en líos por reproducir la foto, pero es que es de la última entrevista que hemos publicado, a la fotógrafa y activista lesbiana sudafricana Zanele Muholi. Y me parece que transmite bien la energía pikara.

Dicho todo esto, aquí tenéis los vídeos de la ponencia de hoy:

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En defensa de Sexo en Nueva York

13 Abr

Imagen de previsualización de YouTubeEmpecé a ver Sexo en Nueva York con 16 años. Lo echaban muy tarde, sobre la una de la madrugada, en Antena 3, y yo me lo ponía bajito bajito para no despertar a mi madre y que me preguntara qué estaba viendo a esas horas. Desde entonces, la he visto entera como tres o cuatro veces. La última vez, hace unos tres años. Hace poco le dije a una amiga feminista que si la viera hoy, seguro que me llevaría las manos a la cabeza. Hoy me la he encontrado en Divinity (ese canal para «chicas» de la TDT) y al ver dos capítulos me he sentido como si hubiera traicionado a mi mejor amiga.

Con Sexo en Nueva York aprendí estas cosas:

– Las maravillas del dildo vibrador Rabbit y el peligro de volverse adicta a él (aunque tardé como cuatro años en comprarme mi primer juguete erótico). Vídeo de arriba.

– Que tenemos que conocer y querer a nuestra vagina, para que no se deprima, como le pasó a la de Charlotte. Mi madre era más o menos progre, pero no de las que te dan el espejito cuando cumples los 12 años. Así que eché el primer vistazo siguiendo el ejemplo de Charlotte. Vídeo de abajo.

– Qué son los drag king y por qué son sexys, más si el drag en cuestión es normalmente la chica más femenina del mundo.  Años después conocí a Medeak, a M en Conflicto y demás gente que se dedica a performar las construcciones de género. Creo que este junio nacerá por fin mi drag.

– Que a la mayoría de los hombres les gusta que les penetremos, pero que eso es algo que no hay que verbalizar bajo ningún concepto. Pena no haber encontrado esta escena en Youtube, porque es de mis preferidas. Un ligue anima a Miranda a aficionarse a decir guarradas en la cama. Ella le coge el gusto y le suelta: «Pero lo que más te gusta es un buen dedo en el culo». Él la deja. Las amigas le dicen: «Nena, a todos les encanta, pero eso es algo que nunca hay que decir».

La serie, a finales de los años noventa, rompía con un montón de tabúes: las protagonistas hablan sin tapujos de cunnilingus, depilación púbica, lluvia dorada, beso negro, tienen aventuras lésbicas… Fueron probablemente el primer referente de mujeres que priorizan su propio placer al mandato de satisfacer a los hombres; nada que ver con lo que aprendíamos en la Super Pop.

Pero la contribución más importantes de Sexo en Nueva York a mi vida fue convertirse en un gran pretexto para hablar mucho de sexo con mis amigas. Empezábamos a comentar alguna escena con timidez, y terminábamos compartiendo nuestras dudas, preocupaciones, complejos, fantasías…  Sólo por eso, creo que habría que recertárselo a toda adolescente. Vale, el elitismo, el glamour, la cultura del lujo y del derroche en la que se recrea, y cierto objetivo final de encontrar al príncipe azul, casarse y comer perdices, no molan. Pero siempre he sido más partidaria de rescatar lo aprovechable que ofrecen las series atractivas que vetarlas. Y lo mismo con iconos del pop como Madonna o Lady Gaga.

¿Y vosotras? ¿Habéis tenido algún referente como Sexo en Nueva York? ¿Qué serie, película, revista o libro os animó a explorar vuestra sexualidad y hablar de ella?

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El placer de poseer certezas

10 Abr

Estoy leyendo ‘Cómo me convertí en un estúpido’ una delirante novela de Martin Page cuyo protagonista, Antoine, se siente tan atormentado por su inteligencia que se propone convertirse en un imbécil feliz. Está harto de racionalizar y analizar todo, de no sentirse integrado en la sociedad porque en vez de fundirse en ella se dedica a diseccionarla. En fin, me identifico bastante con esa «enfermedad de meditar demasiado», con sus deseos de aprender a detener el cerebro de vez en cuando, con sentir que el empeño por comprender la vida impide saborearla del todo. En el manifiesto que escribe explicando su proyecto para que trascienda por si muere en el intento, dice algo que me ha parecido brillante (intentad obviar el uso del masculino como genérico):

«Los hombres simplifican el mundo mediante el lenguaje y el pensamiento, de ese modo poseen certezas; y poseer certezas es el placer más poderoso de este mundo, mucho más poderoso que el dinero, el sexo y el poder juntos. La renuncia a una auténtica inteligencia es el precio que se paga por poseer certezas, y supone siempre un gasto invisible en el banco de nuestra conciencia. Para eso, prefiero a quienes no se cubren con el manto de la razón y afirman que su creencia es ficticia. Por ejemplo, un creyente que acepte que su fe no es más que una creencia y no una primacía sobre la verdad de las cosas reales»

Pues sí, resulta muy cómodo enrocarse en certezas simplistas como que los inmigrantes se llevan todas las ayudas. Si alguien se atreve a escuchar y entender que eso es un disparate, se enterará de un montón de cosas que prefiere no saber; por ejemplo, de lo injustas que son las leyes migratorias y el sufrimiento que provocan.  Y entonces lo verá a su alrededor y ya no podrá mirar a otro lado. Creo que eso explica el enfado de mucha gente, empezando por la directora del área de igualdad del Ayuntamiento de Bilbao, cuando demostramos que en los bares de Bilbao se discrimina. Mola más pensar que vivimos en un mundo feliz, libre de intolerancia y de injusticias.

Pero ojo: tener conciencia social no nos libra de caer en certezas-trampa. En actitudes dogmáticas y sectarias que nos impiden escuchar a quien no piensa igual, entenderle y respetarle. Las que nos llevan a aplicar dobles raseros, justificar, relativizar u obviar atropellos, cuando los cometen «nuestra gente», en nombre de ideales que compartimos. No me gusta la gente que se siente en posesión de la verdad absoluta (aunque yo también crea en esa verdad); por ejemplo, me irrita la actitud atea-escéptica a ultranza que lleva a ridiculizar a quienes creen en algo más que en la ciencia.

Me preocupa que en la burbujita de los movimientos sociales en la mayor parte de debates nos limitemos a reafirmarnos en nuestras certezas, que evitemos el contacto con personas que nos cuestionan, que nos hacen hilar más fino, matizar ideas panfletarias. Conozco a personas progresistas que tienen buenas amistades en el entorno del Opus Dei. Admiro que se hayan atrevido a comprobar que incluso en los ambientes más hostiles podemos encontrar a gente que merece la pena.  Aunque imagino que estas personas abiertas a quienes piensan diferente serán de las que también anhelen de vez en cuando, como el bueno de Antoine, regresar al cómodo refugio de las grandes certezas.

Hay moros y moros

7 Abr

Tuitea @anderiza: «Asociac. d Buenos Donostiarras pide q pongan cartelitos a saharauis (q molan) pa distinguirlos d otros moros q no molan http://bit.ly/dRtaJD» Me encanta este tema.

Algo no encaja: se dice que la sociedad vasca es decididamente pro-saharaui. Euskadi destaca por su solidaridad hacia este pueblo; está muy bien visto traerse a un niño en verano, donar comida a las caravanas de alimentos, etc. Pero al mismo tiempo, la magrebí es la comunidad más discriminada por la ciudadanía vasca. Los moros, como comentábamos en la anterior entrada, son lo peor: vienen a robar, especialmente esos chavales que inhalan pegamento; además consiguen ayudas sociales cuantiosas por el morro, pese a que llevan Ipods y visten de Dolce&Gabanna; oprimen a sus mujeres y violan a las nuestras.Y además tenemos que pagar con nuestro dinero que monten una mezquita y llenen nuestro barrio de escoria.

La paradoja es clara: un anti-moro super enrollado con el Sáhara tomará a un saharaui por un moro cualquiera y le discriminará. Esto lo pensé por primera vez cuando un saharaui veinteañero que había venido a visitar a su familia de acogida vino a SOS Racismo a denunciar que una conocida discoteca le había denegado la entrada por ser moro. En fin, me divierten las situaciones absurdas que genera el racismo. Y apoyo la propuesta de Ander, fundamental para evitar a los vascos y vascas de bien el mal trago de confundir a un hospitalario y luchador saharaui con un indeseable MENA marroquí o argelino. Los pobrecicos no tienen la culpa de ser morenos, es el insolente sol del desierto. Pero seguro que pronto se descubre que tienen RH negativo.

¡Cuidado, que te van a robar!

5 Abr

En el bar en el que desayunaba cuando trabajaba en SOS Racismo era recurrente que alguna señora mayor me abroncase por colgar el bolso en la silla. «¡Ten cuidado, que te van a robar!», me decían malhumoradas, reprendiéndome por mi inconsciencia. Yo les contestaba: «Prefiero correr el riesgo y vivir feliz». Me lanzaban una mirada censora, pero me dejaban en paz. Es un barrio en el que ha crecido la alarma social ante los robos. Y digo alarma, porque la policía municipal descarta un aumento real en la zona. Lo cual contrasta, por cierto, con la «guerra al navajero» que declara nuestro señor alcalde cada dos por tres ante las cámaras. Hay robos, claro, y las ancianas son probablemente las que más los sufren. La cuestión es que esa percepción exagerada de inseguridad tiene que ver con que se ha puesto el foco en que algunos de los delincuentes son de cierta nacionalidad.Ya sabéis, esos que vienen a quitarnos el trabajo, a robar y a violar a nuestras mujeres.

Podríamos seguir hablando de racismo. Habréis visto la cobertura lamentable que está dando el periódico más leído de Bizkaia a la reacción vecinal ante la construcción de una mezquita, vaticinando de entrada que habrá conflictos, y estableciendo un vínculo entre presencia de inmigrantes y conflictividad social. No me apetece enlazarlo, pero es bien fácil encontrarlo. La cuestión es que parte de las y los vecinos creen que si la comunidad musulmana empieza a frecuentar el barrio, será el inicio de la decadencia, la marginación y la inseguridad. Se han concentrado bajo el lema «¡Que nadie nos cambie!». Sin comentarios.

Una amiga me contaba hace unos días que le ha tocado un piso de protección oficial en un barrio con una importante presencia de personas gitanas. Lo ha aceptado y está contenta, pero sus amistades no le están dejando disfrutar del traslado: están venga a advertirle de que no confíe en los gitanos, que son peligrosos, que ni se le ocurra darles información sobre su vida. Nunca me cansaré de recomendar el brillante post de Escéptico, en el que habla de la percepción selectiva: si nuestros vecinos gitanos son ejemplares, no nos llevara a cambiar nuestros prejuicios hacia el pueblo gitano (dudaremos de que sean realmente gitanos); si son marginales, sucios y hacen ruido, los reafirmarán.

Me he centrado mucho en la cuestión del racismo y la xenofobia, pero he empezado a escribir este post motivada por algo mucho más trivial. Ayer estaba esperando en un paso de peatones a que el semáforo se pusiera en verde cuando un chico me propuso participar en una sesión formativa de peluquería. Me ofreció pagarme 80 euros por dejarme cortar el pelo delante de unas cuantas peluqueras. Decía que no habían encontrado modelos dispuestas a cortarse la melena. De todas formas, me urgía pasar por la peluquería así que, pese a que la propuesta se me hacía rara, no dudé. Él se extrañó de lo fácil que fue convencerme. Alguna persona me ha dicho que seguro que hay truco. Por ejemplo, que luego me hagan pagar por las fotos que me hagan.

Hoy ha sido la sesión: la peluquera, que ha resultado ser muy prestigiosa y creativa, me ha cortado el pelo (antes me lo han teñido) ante la atenta mirada de 12 alumnas, que no perdían detalle de los pasos que iba dando. Me ha dejado muy bien. En la peluquería, me hubiera gastado más de 60 euros por algo así. Y además me han pagado lo acordado, sin problemas. No me han intentado vender nada, y me lo he pasado muy bien jugando a ser modelo por un día: «posa para las cámaras, date la vuelta, desfila hasta el final, déjame tocarte el pelo…» Así que estoy contenta con mi carácter confiado.

También hay gente que se extraña de que viva tranquila y contenta en un barrio considerado conflictivo. (Sorpresa, queridos racistas bilbaínos: no vivo en el Campo Volantín  ni en Neguri, no, sino en San Francisco).  Y que diga que no cuando alguien me ofrece acompañarme a casa porque ¿cómo voy a ir sola de noche? A veces paso miedo, claro. No más del que pasaba en otros barrios con mejor fama en los que he vivido.  Nos han metido el terror sexual hasta la médula. Pero me niego a dejarme llevar por él. Tengo derecho a ir sola a mi casa a la hora que me parezca.

En definitiva, algunos me consideran una inconsciente por estas cosas. Yo creo que vivo tranquila, feliz, y que no sufro más robos, agresiones o estafas que la gente que vive obsesionada con esto de la inseguridad ciudadana. Confiar, estar abierta a conocer a gente que te cambie, a coleccionar experiencias, enfrentarse a los miedos en vez de recrearse en ellos, son actitudes que a mí me sientan bien. Y que hoy me han reportado un bonito y lucrativo corte de pelo.

Autoestima vs. Ego

4 Abr

En los talleres Feminismo 2.0. que imparto, hablo de la brecha digital de género, y de que, como he comentado de pasada en algún otro post, aunque las mujeres somos ligera mayoría entre las personas que usan las redes sociales, somos menos visibles. Apenas aparecemos en los listados de bloggers más influyentes, y ya comentamos que resulta muy difícil pensar a bote pronto un equivalente femenino de gente como Escolar, por ejemplo. Pregunté por Twitter y me dieron referencias una lista de unas 20 tuiteras populares. Haberlas haylas, pero por algún motivo, cuesta más verlas.

Una de las hipótesis que suelo lanzar para explicar las desigualdades en la Red (para conocer otras, leed a gente como Gusi Bertomeu) es que los hombres ven las oportunidades que ofrece para mejorar su proyección profesonal o personal, y las aprovechan, como es natural. Las mujeres (permitidme generalizar así por no estar todo el rato usando coletillas como «salvo excepciones» o «en la mayoría de los casos») sienten más reparos, se preocupan por el qué dirán, buscan pasar más desapercibidas… Incluso encuentro estrategias recurrentes como utilizar siempre seudónimo o poner un nombre al blog que suene a blog colectivo, pese a que la única autora sea una mujer. Creo sinceramente (si no estáis de acuerdo, decidlo, que de eso se trata) que a las mujeres les da mucho más pudor crear un blog con su nombre, con su foto, planteado como una carta de presentación. Yo me considero poco pudorosa, y aún así no hay día que no me plantee quitar de aquí mi foto y volver a las fotos de espaldas, por ejemplo. Y en mis cursos me da un corte de la leche citar mi blog o decirles que me busquen en Twitter.

En los anteriores post hemos estado de acuerdo en que también nos cuesta más hacer humor y hablar de sexo, dos ingredientes muy efectivos a la hora de cosechar lectores y seguidores en las redes. Los talleres que imparto se enmarcan en programas municipales de empoderamiento para mujeres, así que el planteamiento es entender que las redes sociales pueden ser buenas aliadas para aumentar nuestra participación social y trabajar la confianza en nosotras mismas, entre otras cosas. Se trata por tanto de detectar e intentar trabajar sobre aquellas inseguridades que nos frenan a la hora de ser más activas y visibles en internet. Pero se me plantea una duda: ¿los blogueros exitosos están seguros de sí mismos o tienen un ego como un piano?

¿Dónde está la frontera entre el aprovechamiento sano de internet para expresarnos y la vanidad? ¿Somos las y los autores de blogs personales (quiero decir, que nos dedicamos a opinar y a filosofar, incluyendo batallitas personales, no a compartir enlaces fríamente) ególatras incurables? Al fin y al cabo, no sé a vosotros, pero a mí me da subidón ver que la gente me sigue y me comenta, sentir que hay mucha gente a la que le interesa lo que cuento, que lo retuitea, que pincha en «me gusta»…

Me irritan estos tuiteros populares que se convierten en personajes, que lanzan tuits en los que son el centro, que anuncian a todo bombo sus logros profesionales, que escriben entradas airadas quejándose sobre que los grandes medios les boicotean, o que piden que «meneemos» sus posts. Pero claro, es probable que yo también caiga en algunas de esas cosas. No sé, nos exponemos y nos gusta casi todo el rato. Espero que las psicólogas que se pasan por aquí (y quien tenga una opinión al respecto) me aclaren lo siguiente: ¿cuál es la relación entre autoestima y ego?

Siempre he pensado que el ego desmedido es una forma de disfrazar inseguridades, que denota que la persona tiene una autoestima tipo montaña rusa y que por eso busca recibir todo el rato refuerzos positivos. Tiendo a pensar que quien parece estar enamorado de sí mismo, en realidad se quiere poco. Pero, por otro lado, podemos plantearlo justo al revés y ver como algo positivo que alguien tenga la seguridad en sí mismo como para exponerse hablando en primera persona de lo que le preocupa en un blog, y que intente atraer al máximo de lectores porque cree que lo que cuenta tiene interés.

En definitiva: ¿Cómo distinguir a alguien seguro de sí mismo de un ególatra? ¿He de poner como ejemplo ante mis alumnas a estos blogueros y tuiteros chachiguays, y desear que afloren mujeres así de populares? Por supuesto que hay un porrón de mujeres ególatras, también en internet. ¿Son un ejemplo a seguir o están imitando modelos masculinos que convendría desterrar? En fin, lo dicho, esta vez el post va de preguntas y no de respuestas.

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Buscando información sobre el tema, he encontrado un vídeo de entrevistas a blogueros (todos hombres) sobre su ego en internet, y un post sobre el ego en Twitter. Nos pueden dar claves para debatir.

Morbosas

2 Abr

En el debate anterior, en un comentario se equiparaba el tabú que supone que las chicas hagan el payaso con el que supone que hablen de sexo sin complejos. Y me ha animado a escribir un post-desahogo que me estaba reprimiendo. En resumen, que estoy hasta el coño de que cuando hablo de sexo los hombres me transmitan lascivia. Se lo crean o no, no lo hago para ponerles cachondos.

Me gusta hablar de sexo y cada vez más. Entre otras cosas porque me he sentido super cuestionada y observada por ello desde siempre. Tendría apenas 18 años y una vida sexual prácticamente inexistente cuando me dio por decir en cuadrilla que tenía unas ganas locas de echar un polvo. Resulta que esa frase (super inocente por mi parte) fue la comidilla de los chicos durante una buena temporada. Poco después me eché un novio muy majete pero con serios problemas con la sexualidad en general y, en concreto, con la mía. Llegó a conseguir que yo dejase de usar la palabra «follar» porque le violentaba. En fin, es curioso que siendo como era bastante mojigata, y estando como estaba ya entonces bastante reprimida, se me hiciera sentir una puta.

Lo bueno es que eso me ha llevado a trabajar mucho sobre la sexualidad, y que sea uno de los ejes que más me motivan en mi lucha como feminista. Creo que las jóvenes (no todas), por mucho espejismo de la igualdad que nos vendan, lo tenemos peor que nunca. Antes las reglas estaban claras: el sexo es pecado. Ahora, existen presiones en dos direcciones opuestas que llevan a una esquizofrenia de la leche: lo mismo te tachan de frígida que de puta. El problema es que seguimos muy condicionadas por el mandato de vivir para gustar a los hombres. Yo de adolescente andaba desconcertadísima. Un día un tío se mostraba decepcionado por no ser la bomba sexual que él esperaba, y al mes siguiente otro tío me reprendía por mostrarme sexual. Lo mismo en pareja: yo intentaba explicar que esto de pedirnos que seamos monjas fuera de casa y putas en la cama, como que no es muy viable. Y que en mi caso, la reacción era olvidarme de mi sexualidad, y así se acabaron los conflictos.

La sexualidad es un terreno especialmente sensible. Las mujeres (no todas, afortunadamente) estamos demasiado acostumbradas a forzarnos a hacer cosas que no queremos hacer, y a negarnos nuestros propios deseos. Los hombres también tienen lo suyo, claro. No lo niego, y de hecho me interesan cuestiones como las consecuencias que tiene la homofobia en su vida sexual, o la presión que tienen de parecer siempre disponibles para el sexo porque si no, se cuestionará su virilidad. La sexóloga de Pikara, Mónica Quesada, prepara un artículo sobre esto: detrás de muchos casos de disfunción eréctil se esconde simple y llanamente la incapacidad de reconocer que no hay ganas.

Lo que ocurre es que el control de la sexualidad de las mujeres sigue estando más que vigente, y que en una relación de pareja, suele ser uno de los síntomas más habituales de dominación. Las mujeres víctimas de violencia machista no suelen identificar como tal el hecho de mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad. Vale, ese puede parecernos un caso extremo, pero que levante la mano la que no haya tenido sexo con su pareja por sentir el deber de satisfacerla, o por miedo a que si no lo hace se vaya con otra. O la que no haya sido objeto de algún tipo de humillación ligada a la sexualidad.

En fin, por todo esto reivindico y ejerzo mi derecho a hablar de sexo. Y lo hago sobre todo pensando en las mujeres, aunque encantada también de mantener diálogos sinceros y enriquecedores con hombres. Pero las reacciones de algunos me tocan mucho la moral. He observado varias veces en Facebook que cuando escribo algo sobre sexo, hombres que conozco poco o nada pinchan en «me gusta» o me dejan algún comentario, e incluso me mandan algún mensaje privado que no viene a cuento de nada. En uno de mis círculos de amistades, he sacado temas que me parecen interesantes, como la juguetería erótica, o he contado batallitas de cuando fui al congreso Feminismopornopunk. El resultado es que para algunos soy «la que habla de sexo». Ven la noticia de no sé qué profesora yanqui que hace demostraciones de orgasmos en la universidad y se acuerdan de mí.

Si alguien se da por aludido por estos ejemplos, que no se sienta atacado. Sé que no hay mala fe, ni ánimo censor, y me río encantada cuando gente que me consta que me aprecia caricaturiza mis venadas de divulgadora sexual. Pero por acumulación, cansa. Porque además se suma a lo que ocurre en otros espacios: por ejemplo, a las reacciones babosas cuando una sale de casa con minifalda, como si lo hiciera para alegrar la vista a los machirulos.

Y, sobre todo, me cabreo al constatar que, mientras las mujeres que hablan de sexo en público tienen un séquito de babosos,  los hombres en cuyos blogs «follar» es una de las palabras más recurrentes (tengo uno en mente, pero si lo cito parecerá ya que cobro comisión por hacerle publicidad) no despiertan ese tipo de reacciones. En ellos se percibe como normal que hablen de sexo, y se aprecia la finalidad con la que lo hacen: satírica, por ejemplo. O incluso se premia que sean unos cachondos mentales. En el caso de las mujeres, se percibe invariablemente desde el morbo.

Y ojo, a mí el morbo me parece genial, así como la seducción. Me gusta poner y me gusta que me pongan, también a través de los blogs. El problema es que el sexismo enturbia todo e impide que se juegue con el morbo y la seducción en condiciones de igualdad. No es casual que el insulto más empleado contra las mujeres (también por las propias mujeres) sea «puta» (o «zorra»,  «pendón», «guarra», «golfa»; contamos con una cantidad infinita de sinónimos), y para los hombres «maricón». A menudo me he planteado no hablar de sexo e incluso me he llegado a juzgar (apenas unos segundos) por hacerlo, dudando sobre si lo hago en realidad por vanidad, si me gusta esa imagen de morbosa que me devuelven algunos hombres cuando me leen. Pero la inseguridad me dura poco, y le sigue la reafirmación: hoy estoy más motivada que nunca no sólo con hacer el payaso en público, sino también con hablar de placer en público.

Como un acto más de rebeldía, os dejo el vídeo de la entrevista de Buenafuente a Erika Lust, directora porno muy pero que muy recomendable. Aprovecho también para recomendar dos libros buenísimos para que las mujeres conectemos con nuestra sexualidad: Los placeres de Lola (Raquel Traba) y Tu sexo es aún más tuyo (Silvia de Béjar) ¡A disfrutar(nos!) Imagen de previsualización de YouTube