Historico | agosto, 2011

Acosados

30 Ago

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En La Habana solíamos ir por las noches a tomar una cerveza en el Malecón (uno de los mayores placeres que he experimentado). Para ello, pasábamos por una gasolinera convertida en punto de encuentro gay, en la que se apelotonaban a beber y ligar un porrón de jóvenes, en un ambiente un tanto sórdido. Nos fundíamos con la muchedumbre para comprar cervezas en la tiendita y nuestro amigo cubano, Álex (el mulato apuesto del que os hablé, que aquí definiríamos como metrosexual) se ponía rígido como un palo. Yo ni me enteraba, pero al parecer tenía que aguantar un buen número de comentarios.

Uno de los días le sacamos el tema y nos dijo: «Yo no tengo nada contra los gays pero [ya sabéis, el pero al que siempre sigue un prejuicio] que me dejen tranquilo, que no me hablen ni me toquen». Le contesté que se imaginase ese tipo de acoso todos los días del año, todos los años de su juventud, y sabría cómo nos sentimos nosotras. En Cuba los piropos, los comentarios burdos, los besitos, el marcaje, las miradas lascivas, eran constantes, e intentábamos que no nos amargasen el viaje. Cuando poníamos mala cara o contestábamos, el tío en cuestión nos venía a decir que tendríamos que estar agradecidas de recibir halagos. Lo que nos faltaba era aguantar las quejas de un chico que se enfrenta durante dos minutos al día a algo ligeramente similar. Creo que le hizo pensar.

En mi anterior blog os narré una escena de la serie The L Word en la que una de las protagonistas emplazaba a un colega impresentable que había violado su intimidad a que se escribiera «Fóllame» en el pecho, saliera así a la calle con una sonrisa en la boca y diera las gracias a quien le dijera algo. «Y entonces, jodido cobarde estúpido, sabrás lo que es ser una mujer». Si lo puse entonces es porque no tengo que irme a Cuba, en mi barrio también aguanto comentarios a diario, y lo definí como violencia de baja intensidad (sobre todo cuando te obliga a cambiar de ruta o cuando sientes miedo porque caminas sola de noche y un tío te sigue diciéndote cosas; algo que me pasa a menudo). Hoy encuentro en Facebook el vídeo que os pongo arriba, en el que se recrea la situación de un chico que recibe comentarios lascivos de todas las chicas con las que se cruza. Ojalá estas iniciativas para generar empatía sirvan de algo, aunque me temo que el vídeo no llegará precisamente a los que acostumbran a lanzar besitos por la calle.

Por seguir con la buena racha de comentarios: ¿vosotras qué hacéis ante esas situaciones? ¿Ignoráis los comentarios, os ponéis bordes, recurrís al humor…? ¿Y vosotros os habéis visto en alguna situación que os haya permitido empatizar con las mujeres que sufren acoso en la calle?

Superwoman, ¿porque quiero?

28 Ago

La periodista Luz Sánchez-Mellado publica hoy una columna en El País titulada Feminista radical. En ella se declara de alguna manera hija de la lucha por la emancipación femenina (hace guiños a las feministas con referencias a «Ni putas ni sumisas» y a temas clave de la agenda feminista como el techo de cristal y la discriminación salarial), pero concluye que si no puede más con su ajetreada vida de periodista de éxito, madre y mujer fabulosa, es por la presión que ella misma se mete:

Por mis congéneres oprimidas mato, que diría otra clásica. Pero seamos serias: aquí y ahora, según en qué medio y estatus, otra cosa no, pero lo que es presión nos la metemos nosotras. Y te lo digo yo, que hay noches en que desmaquillarme se me hace un mundo.

Que me perdonen las ortodoxas, pero estoy hasta los ovarios de ir con la pancarta de nosotras parimos, nosotras decidimos por la vida. Me tiño porque quiero, me ciño porque puedo y llevo tacones porque me da la gana. Mis sacrificios y mis juanetes me cuesta ir medio mona. Para gustarme a mí misma, sí, pero también a los tíos, por qué no admitirlo. Bastante tienen algunos con encontrar su sitio, qué culpa tienen ellos de los milenios de patriarcado judeocristiano.

Y termina diciendo que cuando no puede más se pega un atracón de galletas o se va de compras a Zara, «porque lo que me gasto en trapos me lo ahorro en loqueros». Termina así:

Soy paritaria e igualitaria como la que más. Igual no pasaría un examen de limpieza de sangre feminista. Pero qué voy a hacer. Nadie es perfecta.

Me parece curioso que una persona que conoce el feminismo e incluso se declara feminista no sea capaz de entender o de explicar que ese es el gran triunfo del machismo en Occidente: hacernos creer que la opresión la ejercemos nosotras mismas. Nos sentimos mucho más liberadas que las árabes: nos da mucho gustito pensar que no tenemos un marido que nos obligue a llevar velo (idea simplista, ya que hay árabes que llevan velo porque quieren, árabes que no llevan velo, occidentales con maridos que no les dejan llevar falda, occidentales con jefes que les obligan a llevar falda…) Pero como bien explica Fátema Mernissi en El harén de Occidente (libro que he citado en mis blogs ocho mil veces), el patriarcado, que es universal, controla a las mujeres árabes a través del espacio (velo en el espacio público para que no lo sientan como su lugar en el mundo) y a las occidentales a través del tiempo: la tiranía de la eterna juventud, de la talla 38. Y dice Mernissi que la primera forma de opresión puede ser más cruda, pero la segunda es más eficaz por su sutileza, porque nos hace creer que somos nosotras las que decidimos ponernos a dieta.

Esta claro que la presión nos la metemos nosotras. Y sí, también lo dice una experta en presionarse, en pretender ser la mejor en el trabajo, la mejor para la pareja, la mejor ante el espejo. El patriarcado (perdonad que use un concepto que puede sonar tan poco tangible, pero es que es así) triunfa cuando nos creemos que nos presionamos tanto porque nos va la marcha. Hay mujeres que te dicen que no son feministas porque no sienten esa opresión. Mujeres que han sabido romper con los roles sexistas, que no sienten la necesidad de cumplir con el modelo de feminidad hegemónica, que viven su sexualidad en libertad. Me alegro un montón por ellas y siento envidia sana. Tal vez yo sea feminista porque no he sido capaz de romper moldes por mí misma: porque no me raparía el pelo ni loca, porque me da miedo viajar sola, porque no enseño las piernas con pelos, porque nunca iría a una primera cita sin pintarme los ojos…

Creo que entre flagelarme por mis ramalazos de chica cosmopolitan e ir por la vida de víctima del patriarcado, hay un término medio. Para mí ese término medio está en entender que existen unos mecanismos de opresión de las mujeres, pero que tenemos capacidad para enfrentarlos y construir nuestro propio modelo. Vaya, que no me diga Sánchez-Mellado que la percepción que tenemos sobre nuestros cuerpos (esa que nos lleva a vernos más bajas y gordas de lo que estamos, a pensar que necesitamos tacones y sujetadores con relleno para ser estilizadas pero con curvas) no tiene nada que ver con el mandato patriarcal de que las mujeres tenemos que estar siempre deseables para los hombres. Hay muchos intereses económicos en juego para que esa situación no cambie: recordemos el poder que ostentan las industrias cosméticas, dietéticas, farmacéuticas y de moda.

Otra cosa es que el proceso de liberarnos de esas presiones no tenga por qué pasar por la ruptura total con el modelo de feminidad hegemónica. Se trata de ser un poco más libres, pero también más felices. Llega el sábado y me gusta ponerme guapa: pintarme los ojos, enfundarme el sujetador push-up para lucir escote y los tacones para presumir de piernas. Para gustarme yo y para gustar al resto, claro. La cuestión es identificar que todo eso no es innato a mi condición de mujer, y tener claro que no lo necesito para aceptarme a mí misma.

Lo malo no es que nos guste el escote con push-up. Lo malo es estar acomplejadas cuando no lo llevamos. Lo malo no es llevar tacones de vez en cuando. Lo malo es destrozarnos los pies y la espalda porque sin ellos nos vemos bajitas y rechonchas. Lo malo no es maquillarnos para destacar nuestros rasgos. Lo malo es no salir de casa sin pintarnos porque nos vemos feas.

La teoría queer aporta el concepto de performatividad de los géneros. Es decir, la feminidad y la masculinidad hegemónica son performances, son puro teatro, son disfraces que aprendemos a ponernos desde pequeños, hasta el punto de pensar que no se trata de un disfraz, sino de nuestra propia piel. Lo importante, desde mi punto de vista, es ver mi ritual de ponerme guapa los sábados una performance que yo elijo hacer. Una vez que me acepto como soy, yo decido cuándo y cómo me apetece performar la feminidad. Como digo, para mí las reglas son no depender de esos accesorios «feminizantes» y usarlos porque disfruto con ellos. Si no me gustase andar con tacones, no los llevaría. Si me gustase ir de compras, lo haría sin necesitar justificarme con que me sirve para ahorrarme el loquero (yo es que me lo paso bien con mi loquera).

Claro que no todo es tan fácil. Uno de los caballos de batalla para mí es la depilación. No me gusta depilarme, me parece una inversión de tiempo y dinero indignante, pero lo cierto es que en estos momentos no me veo yendo por la vida con minifalda y pelambreras. En algunos momentos de mi vida he optado por intentar reconciliarme con mis pelos. En este momento no me apetece esa batalla, prefiero hacerlos desaparecer de la forma más rápida y cómoda posible, y disfrutar del veranito sin preocuparme por ello. Ahí estoy de acuerdo con ella: hay cosas que no tenemos energía para cambiar ahora mismo; lo asumimos aunque no pasen el feministómetro, y aceptamos no ser perfectas, ni a ojos del patriarcado ni del feminismo ortodoxo.

Estaba hablando de este post con mi amiga Tina y ha aportado una idea que para mí da en el clavo: todas esas cosas asociadas a ser una mujer fabulosa, una superwoman, las hacemos para sacar nota las que podemos permitírnoslo. Otras están a sobrevivir. El problema está que las mujeres necesitamos hacer mucho más para sacar el aprobado raspado. Si hablamos del cuerpo, cubrirse las canas, quitarse los pelos y combatir la celulitis son los mínimos que se le pide a toda mujer. Otro ejemplo que ha puesto es el de la conciliación: los padres que ejercen como tales sacan nota, hay que darles la palmadita en la espalda si deciden reducir jornada; en cambio, se da por hecho que la mujer tiene que hacer malabares para no descuidar sus obligaciones familiares. No se la premia por hacerlo, y se la juzga como mala madre y mala mujer si no lo hace.

En definitiva, seguimos estando bien jodidas y lo que faltaba es culparnos por ello, pensar que si seguimos así es porque no somos capaces de hacer las cosas de otra manera. Por eso soy feminista, porque me parece injusto pedir a las mujeres que sean libres por su cuenta, que sean capaces de escapar a todas esas presiones. Si hemos avanzado, si hemos llegado a «aquí y ahora» es por las mujeres que decidieron unirse contra la dominación masculina. De no verlo así, caemos en la misoginia que tan a fondo nos  han metido: en pensar que la que se gasta el sueldo en cremas anticelulíticas y antiarrugas es porque es tonta. En pensar que Sánchez-Mellado se queja de vicio cuando se declara agotada por tener que ser la mujer-madre-profesional perfecta.

 

Mujer: ¡atrévete!

22 Ago

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No merece la pena, mujer, tu pasividad
No merece la pena, mujer, debes de actuar
No merece la pena, mujer, tu pasividad
No merece la pena, mujer, ármate

Es una letra de Ska-P que saca lo peor de mí. Anda, ¿debo actuar? ¡No se me había ocurrido! ¡Gracias por la idea!

Otra:

Mujer golpeada, no sirve de nada  que sigas callada, mujer marcada, mujer maltratada, no te sometas, son tus hijos que te llaman

Esa es de La Mona Jiménez, con la colaboración de Manu Chao. Y luego está Patxi Andión, que cuenta que si él fuera mujer pasaría de los tíos chulos, de sujetadores y de pastillas. O sea, que lo haría super bien, mejor de lo que lo hago yo, después de años de militancia feminista.

Las he descubierto a raíz de pedir a la gente recomendaciones de canciones contra la violencia machista, para la lista de música Beldur Barik! que hemos empezado a crear. Ha sido fácil pensar en canciones compuestas por mujeres que llaman a romper el miedo y empoderarnos. Por ejemplo, Nanai de la Mala Rodríguez («Mírame a los ojos si me quieres matar, nananai, yo no te voy a dejar») o Por tí daría, de Hanna («Por tí daría la vida y ahora me di cuenta que no») y, la que más me gusta, Bellas, de Canteca de Macao («Quien bien te quiere te hará sufrir, ay yo no pienso de esa manera. Quien bien me quiere, me quiere libre y yo no sufro si soy libre a tu vera», os he dejado el vídeo arriba). Hablan en primera persona, sienten la violencia machista como algo que les afecta, pero que saben enfrentar. Predican con su propio ejemplo.

En cambio, las canciones que cantan los hombres se caracterizan por dirigirse a las mujeres y animarlas a que le echen valor y denuncien. Incluida la de Huecco (que se suena bastante últimamente y en cuyo videoclip ha participado todo el famoseo progre), aunque empatiza un poco más y trata de entender cómo se sienten las mujeres maltratadas, repite el mismo mensaje: «rompe tu jaula ya». Todos ellos transmiten paternalismo, condescendencia y superioridad: saben lo que las mujeres deberían hacer, y les cabrea que no lo hagan, se atreven a criticar su pasividad. No he encontrado canciones que se dirijan a los agresores, ni mucho menos en los que el cantante asuma sus micromachismos (por el contrario, Melendi pide al cielo que sepa comprender los ataques de celos que le entran). Además, muestran una visión estereotipada de la violencia machista, hablando de violencia física y ligándola al consumo de alcohol.

En 2010 Beldur Barik incluyó un concurso de expresiones artísticas contra la violencia machista, abierto a la participación de chicas y chicos. Por lo que me han contado sus impulsoras, las obras presentadas por chicos se caracterizaban por eso mismo, por dirigirse a la víctima y animarla. Ninguna de las obras interpelaba a los agresores ni apelaba a la responsabilidad de los hombres frente a la violencia machista.

Todo esto me ha recordado también a la actitud de muchos hombres de los movimientos sociales, estos que te dicen: «empodérate, compañera». Nos animan a que hablemos en público pero ni se les pasa por la cabeza que para que nosotras cojamos el megáfono conviene que ellos lo suelten de vez en cuando.   Apoyan nuestro proceso de empoderamiento (bueno, menos cuando se sienten amenazados por él), pero ni se les pasa por la cabeza iniciar su proceso de desempoderamiento, de renuncia de sus privilegios por ser hombres.

No me malinterpretéis: me parece genial que a los hombres les preocupe la situación de las mujeres y que traten de apoyarnos. Pero esa es la parte fácil, la parte que no les lleva a revisarse, a cuestionar sus propias actitudes. La parte difícil es entender que la violencia machista no es eso de los hombres que pegan a sus mujeres, eso que nada tiene que ver con ellos. Las agresiones físicas son la punta del iceberg. Así lo explica Ander Izagirre en su artículo En los zapatos del asesino, escrito después de asistir a una conferencia del gran Miguel Lorente:

Pero el machismo no son sólo los estallidos. El machismo es un paisaje: un terreno amplio y común de desigualdades, en el que el poder y la autoridad de los ámbitos públicos sigue en manos abrumadoramente mayoritarias de hombres, y en el que muchas relaciones de pareja están marcadas por el dominio habitual del hombre sobre la mujer; ese es el paisaje en el que arraiga la violencia, más sutil o más brutal, física o psicológica, en el que encuentra justificaciones, un cierto amparo o una indiferencia que le deja hacer. Ese es el terreno abonado del que brotan, de repente, los estallidos.

Ojalá entendiéramos que ese terreno lo abonamos entre todos y todas. En ese artículo, Izagirre recordaba un dato muy preocupante que dio Lorente:

Y diría que el asunto de la indiferencia atañe especialmente a los hombres. Es significativo lo que ocurre con el 016, el teléfono confidencial para maltratadas: cuando la persona que llama para pedir ayuda no es la víctima, sino alguien de su entorno, en el 80% de los casos son amigas, madres, hijas, hermanas… Sólo una llamada de cada cinco la hacen hombres. O sea, que en general estamos a por uvas.

Mi compañera de Kazetarion Berdinsarea, Maite Asensio, da algunas ideas en este análisis publicado en Berria sobre lo que pueden hacer los hombres. Traduzco algunos fragmentos para quienes no sepáis euskera:

Para hacer frente a la violencia sexista, el empoderamiento de las mujeres resulta imprescindible (…). Pero a veces eso no es suficiente, y además también sería injusto: ¿dónde está la responsabilidad de los hombres? (…) Frente al machismo, la mayoría de hombres se consideran neutrales, ¿pero cuántos han han alzado la voz para decirle al de al lado que su comentario sexista sobre  la falda de la compañera de trabajo es completamente inapropiado? ¿Cuántos dicen pese a ello que no pueden hacer nada contra la violencia sexista? La prevención hay que hacerla antes de que la violencia llegue a su nivel más intenso. Cuando el amigo de la cuadrilla ignora los gestos de alejamiento de la mujer con la que intenta ligar y la agarra de la cintura una y otra vez. (…) Desde la confianza que da la amistad, desde tu posición de referente para él, dile: «Te estás pasando, la chica ha dicho que no y tú lo tienes que respetar».

Me gustaría que los hombres que lean esto repasen situaciones en las que han tolerado comentarios, actitudes y hasta agresiones machistas. Que repasen situaciones en las que ellos mismos han incurrido en micromachismos, en esos comportamientos sutiles que minan la autonomía y la autoestima de las mujeres perpetuando las desigualdades. Me gustaría que esas fueran las preocupaciones de los artistas comprometidos que dedican canciones contra la violencia machista. Qué pueden hacer ellos ante el machismo de los hombres que les rodean, y qué pueden hacer ellos contra su propio machismo. Me gustaría que esa toma de conciencia se reflejase en sus letras cada vez que hablen sobre el amor y las relaciones, y no sólo en el gran gesto de dedicar una canción a la violencia machista.
*
Una de las ganadoras de Beldur Barik 2010 fue Olaia Aretxabaleta. Su canción «Ez zaitut entzungo» se convirtió en un éxito. Ahí os la dejo. Decía cosas como «Eta nahi zaitut nire alboan ze zure besoak ematen didate niri bero, baina ez naiz inoiz sentitu preso» (Te quiero a mi lado porque tus brazos me dan calor, pero nunca me he sentido presa) A las chicas también nos toca revisar nuestras actitudes, claro, ver lo enganchadas que estamos al ideal del amor romántico, a los malotes, al «sin ti no soy nada»… Si tienes entre 12 y 26 años y tienes actitud Beldur Barik, estate atenta o atento a la web, porque a primeros de septiembre se lanzará el concurso Beldur Barik 2011.
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Yo no soy escéptica

15 Ago

Desde que volví de Cuba, me gusta pensar que soy hija de Changó y de Ochún. Me gusta ver cómo mis amigos derraman sobre el suelo el primer trago de ron (hay que dar de beber a los santos),  me gustan los vasos de agua que tienen en casa para honrar a sus muertos, y las pulseras y collares con los que se sienten protegidos. Y no es que la rumba y el ron me hayan nublado el sentido (que también). Es parte de la evolución que estoy teniendo respecto a la religión, la espiritualidad y el misticismo desde que de adolescente me declaraba cien por cien atea.

El año pasado disfruté de una estancia maravillosa en una casa de reposo en la que estaban impartiendo un taller de kundalini yoga (yo participé de forma muy satélite). Se trata de una disciplina de yoga que da más importancia a la parte espiritual y energética (sea lo que sea eso) que a hacer posturas imposibles. Por las noches cantábamos mantras: se supone que cada canción genera una vibración en nuestro cuerpo que propicia sentir una emoción positiva (puede ser paz, serenidad, alegría, etc.). Os podéis creer lo de la vibración (yo lo sentí así) o podéis pensar que simplemente cantar en grupo mola y sienta bien, tanto me da.

A lo que voy es que las diferentes religiones del mundo tienen muchas cosas en común: rituales para celebrar la vida y la muerte, rezos y cantos, los rosarios, la costumbre de dar gracias por los alimentos… Creo que las personas necesitamos tener ritos. Me parece un error prescindir de ellos. Las religiones han hecho mucho daño, han promovido una moral rancia y masoquista, han servido para defender los intereses de los poderosos y oprimir a los que pensaban diferente… Estar luchando contra la hegemonía de la iglesia católica me parece un logro importantísimo de las últimas décadas. Pero creo que hay que sustituir todos esos ritos que hemos mamado. Me parece un error que borremos todo lo que nos ha llegado a través de la religión sin crear nada nuevo, que dejemos de celebrar los nacimientos y el amor y de llorar en grupo la muerte, que dejemos de dar gracias por los alimentos, que dejemos de dedicar ratos a la oración y la meditación. (más…)

Censura

4 Ago

Foto de Sergio Parra censurada por el Festival de Mérida

 

Confieso que este post no es más que un pretexto para colgar la foto que ha decidido retirar la dirección del Festival de Mérida y que me tiene embelesada. Se trata de una de las obras de Sergio Parra que componen la exposición Camerinos, que muestra a actores y actrices preparándose para salir a escena. Se ve que la dirección recibió unos 200 e-mails de personas molestas con la imagen de Asier Etxeandia desnudo y cubriéndose el pene con la imagen de un cristo. (más…)