Hoy es mi cumpleaños, y por primera vez en mi vida adulta, lo paso sin pareja. Me voy a la cama sola, y cuando mañana me despierten (espero) las primeras llamadas de seres queridos, no habrá nadie abrazado a mí con quien comentar la ilusión que me ha hecho esa llamada. No hay cena romántica, ni la curiosidad por saber con qué regalo me sorprenderá mi pareja.
Hoy (bueno, ayer) tenía como una cierta sensación de extrañeza, como que hay algo diferente este año. Y me he dado cuenta de que es eso, que estoy sola. Y no me he puesto triste ni nada. Me apetece empezar este cumpleaños sola, celebrándolo en silencio, tal vez con una copa de vino ahora, con un desayuno rico por la mañana, mientras escucho el recopilatorio de Pink Martini que me he autoregalado.
Estar soltera por primera vez en nueve años está siendo muy satisfactorio. El modelo de amor romántico (que ha regido mis relaciones casi todo el rato) absorbe mucho tiempo y energía, y en mi caso el drama ha estado más presente de lo debido. Me encanta sentirme el centro de mi vida, hacer tantos planes con mis amigas y amigos, disfrutar de la soledad, ligar sin sentimiento de culpa, sentirme libre para hacer viajes largos… Y sobre todo, la paz que da vivir libre de escenitas de celos, de esperar ansiosa una llamada de teléfono, libre de lloreras… Sinceramente, creo que no podría estar trabajando tanto y gestando tantos nuevos proyectos si siguiera en una de esas relaciones tormentosas.
En este proceso, hemos publicado en Pikara Magazine un artículo de mi querida Itziar Ziga que me ha inspirado y reafirmado mucho. Dice así: «Si las mujeres pudieran contemplar con mayor serenidad la posibilidad de una vida sin pareja, sin sentirse por ello solas o fracasadas, o con una pareja mujer, sin sentirse por ello abyectas y rechazadas, no aguantarían tanto la violencia de los machos». Habla del amor como «ese maldito pegamento mágico»: «En una sociedad que nos programa a mujeres y a hombres para no entendernos a la vez que nos obliga a emparejarnos, algo místico tenía que inventarse para que sigamos perseverando en esta fórmula absurda que tanto nos vulnerabiliza».
Ziga critica que se nos venda el amor romántico como única forma de intensidad genuina. Anima también a combatir el estigma «puta», que no afecta sólo a las trabajadoras del sexo sino a todas las mujeres, «porque mientras sigamos reproduciendo esa división social entre chicas buenas y malas, todas estaremos en peligro». Es algo que siempre he tenido muy claro. Yo he vivido siempre esa tensión entre sentirme más chica mala que buena, pero a la vez preocuparme demasiado por ser juzgada por ello. Este año de soltería también estoy en proceso de superar ese miedo al juicio social. Qué tres grandes claves: vivir con serenidad el estar sola, salirnos de la heteronorma, y ser (si se me permite una expresión que me encanta) más putas que las gallinas, sin complejos, centradas en nuestros deseos. Y en esas andamos.
Claro que yo que he sido tan parejista, no puedo evitar seguir con un runrún de fondo, añorando de vez en cuando ese sentirse enamorada, esa complicidad que hay en la pareja. A ratos intento quitarme esa idea de la cabeza, pero en Pikara Magazine publicamos también otro artículo sobre el amor no menos interesante que el de Ziga: «Zer ez dugun nahi maitasunaz», de Kattalin Miner. Miner dice que las feministas no tenemos que renunciar al amor, y se declara locamente enamorada de una mujer. Dice verdades (políticamente incorrectas en ciertos ambientes alternativos) como que no es lo mismo follar con alguien a quien amas que con cualquier otra persona.
La cuestión, por tanto, no sería dejar de amar, sino pensar cómo queremos amar, aprender o inventar formas más sanas y libres de amar, pero siendo honestas con nosotras mismas (Miner cita que hemos probado fórmulas que no nos han funcionado, como la del poliamor; creo que intentar ser más progres que nadie obviando cómo nos sentimos no es buena idea).
El otro día hablaba de esto con mi padre (sí, tengo la suerte de tener un padre con el que puedo debatir sobre estas cosas) y me dijo que él cree que es bueno tener parejas (no necesariamente una para toda la vida) porque son un espacio fundamental de crecimiento personal (corriente que para mi padre representa lo que para mí el feminismo). Estoy muy de acuerdo y me pareció una reflexión muy interesante. Creo que quienes apuestan por no tener pareja como forma de insumisión al amor romántico, se pierden muchas oportunidades para crecer y aprender. (Hay que decir que encuentran otras, como construir otro tipo de relaciones interesantes, vivir otras formas de intensidad).
Antes he hablado de lo malo de mis dos primeras relaciones de pareja (la tercera y última ha sido otro mundo). Podría hablar de lo bueno. Pero sobre todo (más allá de buenos o malos recuerdos) me quedo con eso, con todo lo que he aprendido. Con ver la evolución de unas parejas a otras, de lo que me ha aportado de cada una, y sentirme hoy más preparada para embarcarme eventualmente en una relación sin perder el norte, manteniendo el centro en mí.
Miner da por su parte otras dos claves que me grabo a fuego: a la hora de amar, el cuidado es fundamental (buscar relaciones en las que nos cuiden y cuidemos, relaciones de calidad), y que mientras vamos aprendiendo a construir un modelo diferente, al menos se trata de saber lo que no queremos. Saber decir no, esto no es para mí, no aguantar. Y esto enlaza mucho con lo que decía Ziga: cuando contemplamos con serenidad la idea de no tener pareja, cuando vemos más opciones que buscar hombres con los que emparejarnos, cuando no somos víctimas de ese mito de la media naranja que nos hace preguntarnos «¿Y si le dejo y resulta que era el amor de mi vida?», es más fácil romper con una relación cuando nos está haciendo daño.
Así que cumplo 27 añitos contenta por haberme pasado 9 aprendiendo con mis parejas, y más contenta aún por seguir en esta etapa de soledad elegida, amando a mi gente, viviendo con intensidad, diversificando fuentes de afecto, disfrutando, creciendo, y sabiendo que, si vuelvo a enamorarme, tendré más recursos para no traicionarme a mí misma y seguir siendo la naranja entera que soy ahora.
Y dicho esto, hala, me voy a comer un trozo de tarta, a vuestra salud.
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