Tango queer
2 Mar
No sé si lo de que en Euskadi no se folla es o no un tópico. Pero sí sé que no se baila. Se va de poteos interminables, se hacen litros, se juegan quinitos, se va a conciertos de rock o ska a jugar a empujarse, se termina en algún garito en el que se pegan unos botes, y se aprovechan las canciones que exigen bailar de forma más evolucionada para ir a por otra copa. Eso en el caso de la inmensa mayoría de los hombres que salen de marcha de la forma digamos estándar (dejemos a un lado a los bacaladeros, chumberos o como se diga ahora que sí que se pasan la noche bailando house o lo que sea).
Las mujeres, que en los contextos más tradicionales o bien salimos en nuestros propios grupitos o estamos ligadas a la cuadrilla masculina (que es el núcleo; nosotras accedemos a él como «novias de» y casi nunca seremos «uno más») tendemos a bailar algo más. ¿Cuál es el problema? Que si nos ponemos a bailar salsa o merengue juntas, en seguida nos aburrimos, porque ninguna sabe llevar. Nos agarramos y hacemos el paso básico todo el rato, dando vueltas. Como mucho, el típico giro normal y corriente que lo mismo te sirve para salsa que para vals. Un rollo.
Y cuando un chico se interesa por bailar, tenemos el mismo problema: ni sabemos llevarle, ni sabemos enseñarle a llevar. Así que, a no ser que se apunte a clases de baile, lo tiene complicado. Así como yo, que no he dado una clase de bailes de salón en mi vida, hago un papel digno cuando me saca a bailar un hombre que sabe lo que hace (o sea, he aprendido a dejarme llevar bien para ser vasca), un chico no podrá aprender en las discotecas lo básico para sacar a bailar a una chica que controla del tema. Y ahora que digo «sacar a bailar», nos encontramos con otro obstáculo: es una convención social muy arraigada aún que un hombre puede sacar a bailar a una desconocida (a riesgo de que le mande a paseo, claro), pero no viceversa.
Hace unas semanas fui con un amigo a un local de salsa en el que primero hay un profesor que enseña a bailar a vasquitos y vasquitas y, después, se convierte en pub normal frecuentado por gente latina que baila de miedo. Con el profe aprendimos un par de coreografías de giros imposibles (a mi modo de ver muy encorsetadas). Después, seguimos practicándolas juntos. Pero de vez en cuando aparecían chicos que me invitaban a bailar y que me explicaban cosas y tenían un montón de paciencia conmigo. En cambio a él ninguna chica le sacó a bailar. Y, claro, impensable que él se pusiera a sacar a bailar a nadie (en este caso, por el corte de ser principiante).
¿Será que las mujeres latinas no tienen vocación didáctica, que por una cuestión de sexismo no les parece adecuado sacar a bailar a un hombre, o que simplemente saben que no bailaran a gusto porque ellas no saben llevar y ellos están aprendiendo? No sé. Imagino que un poco de las dos segundas. Pero vaya, el resultado es el mismo.
Y todo esto viene a cuento de que en Pikara Magazine hemos publicado un artículo sobre tango queer y una entrevista a Mariana Docampo, su impulsora en argentina. Se trata de una corriente que rompe con todas estas cosas: lo injusto de que una mujer no sepa llevar; que dos mujeres o dos hombres no puedan bailar juntos; que la mujer siempre tenga que asumir un rol pasivo, etc. Y con el añadido de desafiar los prejuicios homófobos. Asociamos el tango a la seducción, exige mucha intimidad, entrelazar las piernas… No me digáis que no os choca ver a esos chicos del vídeo bailando pegaditos. El tango queer plantea que todo el mundo pueda bailar con todo el mundo, sin importar el género, y que puedan intercambiarse los papeles. Para eso, todas las personas tienen que aprender a llevar y a dejarse llevar.
Se trata de que todas las personas tengamos toda la información para luego usarla como queramos. Yo probablemente seguiría prefiriendo ser «la chica». Para mí (que tiendo a ser excesivamente controladora y algo mandona) es toda una terapia aprender a dejarme llevar, y me encanta abandonarme y que me den vueltas y vueltas. Pero si se popularizase la salsa queer (es que tango no sé bailar) yo no tendría que depender de que haya hombres que sepan bailar. Y si los hay y voy con un amigo, me quedaría con la tranquilidad de que habría una chica o incluso un chico que le sacarían a bailar a él también. O si no, en el siguiente baile ya le sacaría yo.
Mil posibilidades de disfrute más que bajo los esquemas sexistas.
Pequeño inciso. La primera vez que vi bailar tango en directo, a una pareja a escasos metros de mí, pensé que en ese baile había más sexo que en mis primeros polvos.
Escéptico: es que seguramente lo había.
El twittero y bloguero loveof74 diseñó una camiseta con la leyenda. «Yo no bailo». Ni que decir tiene que de inmediato le encargué una. Color burdeos. Preciosa.
Vaya dos patas para un banco. Me han encantado vuestros comentarios. Besos a los dos