Historico | 28 marzo, 2011

Somos la mitad de la Tierra

28 Mar

Imagen de previsualización de YouTubeEn la mani del 8 de marzo lo pasamos teta con unas raperas anarkofeministas (o algo). Me encantan estas tías que no tienen problemas en coger el micro y ponerse a berrear sin complejos, y que en medio de berreo y berreo meten alguna frase lúcida. En este caso, el estribillo dice cosas como «Somos la mitad de la Tierra» o «Gurea da munduaren erdia» (la mitad del mundo es nuestra). Creo que esos deberían ser los lemas para el próximo 8 de marzo.

Cada vez estoy más convencida de que hay que explicar las cosas desde el principio. Los medios de comunicación hablan de violencia de género sin entender por qué se llama así. Sin entender por qué un asesinato de un hombre a una mujer que es o ha sido su pareja es diferente a otros asesinatos. Sin citar palabras como «machismo» o «desigualdad». Hablan en cambio de «lacra», como si fuera una desgracia que no sabemos por qué nos ha tocado. Hoy he ido al ciclo de cine de Mugarik Gabe y en uno de los documentales decían que se nos vende que hemos alcanzado la igualdad y que los asesinatos de mujeres son sólo un asuntillo pendiente de resolver. Son sólo un grupo de hombres psicópatas que les da por matar a sus mujeres. Pues sí, es un enfoque mucho más tranquilizador que entender esos asesinatos como un resultado del sexismo que seguimos teniendo metido hasta el tuétano.

Día a día encontramos mil pruebas de que no se nos reconoce como lo que somos: la mitad de la humanidad. Una noticia de hoy mismo en El País dice: «Unos 100 manifestantes, incluidas algunas esposas e hijos…» En fin, no me quiero extender dando ejemplos de androcentrismo porque quiero pensar que al menos todas y todos tendréis claro que el hombre sigue siendo el sujeto de referencia (por más que se empeñen algunos en negarlo, no es fortuito que la RAE siga aceptando «hombre» como sinónimo de «ser humano»).  Pero me gustaría que nos diéramos cuenta (todos y todas) a diario, que nos sorprendamos cada vez que asistamos a un congreso sobre redes sociales, veamos un programa de divulgación científica o uno de humor, abramos las páginas de Economía o de Deportes del periódico, nos conectemos a Twitter…  Y el paisaje sea abrumadora e invariablemente masculino.

Las mujeres apenas aparecemos en los listados de bloggers más influyentes. No hay equivalentes a Escolar o Mimesacojea. A pesar de que somos más de la mitad en las redes sociales. Como dice María Ptqk al hilo de la patética campaña publicitaria de Euskaltel, las que vivimos en Internet estamos hasta el coño de ser invisibles.Y eso que se supone que Internet es la panacea para democratizar la comunicación.  Hemos accedido a todos los espacios públicos y se nos sigue sin ver.

Hace poco impartimos un taller en La Rioja sobre la presión estética en los medios de comunicación. Asistieron más de 20 mujeres y (para nuestra sorpresa) unos 6 hombres. Participaron en los debates menos de la mitad de las mujeres, y todos los hombres menos uno. Las tres primeras intervenciones fueron de hombres. Impecables todas, he de decir. Super enrollados. Pero el caso es que volvieron a acaparar el espacio. Y cuando salió el tema, algunas decían que la culpa es de ellas por no atreverse a hablar. O por no saber hablar. Hasta para hablar de feminismo lo hacen mejor ellos. Los hombres progres nos animan a que nos empoderemos. Qué majos. Pero nos iría mejor si entendieran que resulta difícil conquistar la mitad del tiempo o del espacio que nos corresponde si ellos siguen desbordando su mitad sin ni siquiera darse cuenta.

Estaría bien que en vez de dar discursos en público, dedicaran unos minutos en silencio a empatizar, a imaginar cómo es la vida cuando todo te recuerda que no eres una ciudadana igual en derechos. Que imaginen cómo es sentir miedo a diario al caminar sola. Que imaginen cómo es que haciendo tu trabajo, charlando con amigos o paseando por la calle te recuerden que eres diferente, que eres mujer, que eres un culo y unas tetas. Que imaginen cómo es no saber qué es un orgasmo.

Diana J. Torres dice en su libro Pornoterrorismo (que compré con algún prejuicio y me está gustando mucho): «A menudo me pregunto si sabrán nuestras abuelas lo que es un orgasmo y eso me llena de rabia. No creo que haya habido ni un solo hombre adulto en toda la puta historia que se haya muerto sin tener, al menos, una corrida». No es sólo cosa de nuestras abuelas:  hace no mucho escribió una lectora al e-mail de Pikara contando que no sabe si lo que siente al tener sexo son o no orgasmos. Y vemos las corridas de Diana y nos parecen un fenómeno sobrenatural, cuando lo realmente extraordinario es que la inmensa mayoría de mujeres no sepamos que podemos eyacular.

En todo caso, me gusta de Diana que critica como cómoda la actitud antisistema de culpar de todo al Estado o al patriarcado. Habla del sexo pero sirve para todas las formas de opresión: «Solo dándonos cuenta de que el problema quizás está mucho más cerca de lo que pensamos podremos cambiar algo. Si tomamos conciencia de que aquello contra lo que luchamos bien podría estar alojado, cual parásito, dentro de nuestros cuerpos, se consiguen más cosas o por lo menos se consigue luchar desde territorio liberado. (…) Lo primero es vivir en un lugar que nos pertenezca».

Claro que tenemos muchas injusticias globales que denunciar. Claro que tenemos que lograr que los hombres se sientan incómodos con sus privilegios y que no lo expresen agarrando la pancarta, no, sino siendo corresponsables en casa, empáticos en la cama, callándose un poquito en las asambleas o en las cenas de Navidad. Pero estoy de acuerdo con Diana: no busquemos excusas fuera. Somos la mitad de la Tierra. Lo primero es que nosotras mismas nos lo creamos.