Historico | 20 marzo, 2011

Dar la talla

20 Mar

Una servidora recorriendo el desfiladero del río Purón

Practicar un deporte en grupo, cantar en público, escribir ficción, tocar percusión… Son algunas de las cosas que no hago y con las que probablemente disfrutaría. ¿Por qué no las hago entonces? Porque me cuesta mucho permitirme hacer cosas para las que creo que no valgo. Este post está inspirado en éste otro de Diario de un escéptico confuso, cuyo autor lista algunos de sus miedos. Al pensar en los míos me he dado cuenta de que uno de los peores es el miedo a no dar la talla. Creo que es algo muy arraigado en nuestra sociedad y que nos hace perder un montón de vías de disfrute.

Un pariente me espetó cuando tenía diez años y andaba ensayando feliz alguna coreografía, que no me tomase tan en serio lo del ballet porque al fin y al cabo soy una patosa. No lo dijo con mala intención, pero me dolió un montón, fue un jarro de agua fría de la leche. Sin embargo, le hice caso, y desde entonces veo que tiendo mucho a hacer sólo aquello que sé que voy a hacer bien. Y me tengo que recordar esa historia para no hacerle lo mismo a mi hermano de 7 años, que está ilusionadísimo con el fútbol. Cuando siento tentaciones de desanirmarle, me justifico pensando que lo que me da rabia es que no elige libremente, sino por la presión machista. Que seguro que le iría mejor si le diera por el baloncesto, por ejemplo. O si se concentrase en desarrollar sus aptitudes musicales. Pero la cuestión es que disfruta con el fútbol, como yo disfrutaba con el ballet. ¿Acaso no es eso lo importante?

Creo que tenemos la creatividad mutiladísima por esa mentalidad de que si algo no nos da dinero, fama o posibilidades de ligar, es una pérdida de tiempo. A esto se suma el miedo a hacer el ridículo y a que nos juzguen. O lo que es lo mismo: el miedo a hacer el ridículo ante nosotros mismos, que somos los jueces más implacables. Tengo amigos a los que les ha dado por pintar lienzos, por escribir canciones o dedicar mucho tiempo a la fotografía, sin plantearse (o al menos no dejar que eso les frene) si son buenos o no. Me da mucha envidia. Podría ponerme a hablar del obstáculo añadido de las mujeres, a quienes no nos enseñan a jugar, pero no quiero buscar excusas para perpetuar el bloqueo creativo. En cambio, os voy a contar algunas decisiones de las que estoy orgullosa:

Ir al monte. Como me creí eso de que soy patosa, miedica y vaga, apenas he disfrutado de la naturaleza hasta que me he dejado contagiar por alguien con quien últimamente subo pequeñas montañas y hago excursiones camperas. Este fin de semana me lo he pasado pipa trepando (torpemente, ¿y qué?) de roca en roca, y hasta he rozado el misticismo contemplando cómo se abre paso la primavera en enclaves sobrecogedores como el de la foto (Valderejo, entre Álava y Burgos).  Estoy encantada con mi nueva faceta Dora la Exploradora.

Seguir bailando funky. El curso pasado iba a funky y a danza del vientre, pero este año no tenía tiempo para ambos. Danza del vientre se me da de maravilla. En cambio, soy consciente de que me falta fuerza, estilo, flexibilidad y casi de todo para destacar en funky. Decidí seguir con funky: me desfogo más, me lo paso pipa bailando desde Lady Gaga a Michael Jackson o Aretha Franklin, y salgo de las clases llena de energía y con el cerebro descansadísimo.

Poner en marcha Pikara. Llevaba dos o tres meses gestando la revista cuando me entró una especie de pánico escénico terrible. Si medios digitales cuyos impulsores tenían muchos más recursos, prestigio, experiencia y talento no conseguían satisfacerme, ¿cómo iba yo a poder crear algo satisfactorio? Me parecía que estaba destinada a fracasar, a que el resultado fuera decepcionante hasta para (o sobre todo para) mí misma. Pues tiré para adelante, tal vez porque más vergüenza me daba abandonar el proyecto cuando un porrón de gente se había subido al barco, trasmitiéndome la confianza que me faltaba. Y ya sabéis que estoy encantada y que Pikara va marcha viento en popa.

Creo que deberíamos rescatar ese espíritu de la niñez, el que nos llevaba a intentaba hacer piruetas o chilenas sin importarnos un bledo si teníamos madera de bailarina o de futbolista. Aparcar prejuicios y complejos, y aprender a hacer lo que nos dé la gana, lo que nos hace sonreir, lo que nos permite desconectar por un rato del trabajo, de la angustia, del racismo, de Libia o de los riesgos de la energía nuclear. Y ya que este post tiene un irremediable tufo a manual de autoayuda, diré que mi receta para superar los miedos es rodearme de gente gente creativa, emprendedora, loca, payasa, intrépida, soñadora. Gente que no se refugia en la seguridad de lo conocido, que se atreve a probar cosas nuevas, a viajar, dibujar, trepar, hacer el payaso, berrear. Soñar, vaya.

PD: Con este post he superado otro miedo: el miedo a resultar cursi. Así que me voy contenta a la cama.