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Reputas

14 Abr

El Ayuntamiento de Bilbao ha empezado a tramitar una ordenanza del espacio público que prevé sanciones contra comportamientos tan súmamente incívicos como tocar el violín, vender cedés o tomar una cerveza en la calle. Pero el artículo más polémico es el 16, relativo a la sexualidad, claramente dirigido a hostigar a las prostitutas de calle. SOS Racismo ha sido uno de los colectivos que ha denunciado esto, así que me he pasado toda la semana de entrevistas.
Una de las periodistas me planteó una pregunta que me pilló por sorpresa y me hizo pensar: «¿Si se eliminara la prostitución de calle acaso no se extinguiría también el debate sobre la prostitución?» Es evidente que sólo se debate sobre prostitución cuando a una comunidad vecinal le molesta convivir con dicha actividad en su barrio. Pero no había caído en que, si no hubiera vecinos y vecinas molestos, ya no habría debate. Ojos que no ven… En todo caso, como demuestra el caso de Barcelona, no hay ordenanza que pueda impedir que aquellas que no encuentran otra forma mejor de ganarse el pan que ofrecer sexo en la calle sigan haciéndolo. Lo harán, eso sí, en condiciones más lamentables si cabe. 

Lo divertido de la ordenanza es su pretendida neutralidad. Hace como que no se dirige a nadie en concreto. Se supone que no castiga a las prostitutas sino a toda persona que mantenga relaciones sexuales, las ofrezca o demande en la vía pública. Muy aséptico, sí. Claro que me pregunto cómo se va a decidir quién está practicando, ofreciendo o demandando sexo. ¿Ha de preocuparse la pareja de adolescentes que se da el lote impúdicamente en el banco del parque? Yo diría que no. Si la pareja es homosexual y el poli homófobo, tal vez cante otro gallo. En cambio, el simple hecho de que una mujer con pinta de puta callejera (o sea, negra y con minifalda o escote) esté de pie en cierta calle se interpretará como una acción de ofrecer sexo. Si yo misma (blanquita y abrigada) me pongo junto a ella, pensarán que estoy esperando al autobús. Es decir, estoy convencida de que el criterio estará condicionado al 99% por los estereotipos y prejuicios raciales y sexistas, y que la directriz será hostigar a las putas hasta que dejen de ensuciar con su presencia nuestra cosmopolita urbe.

En todo caso, por si alguien tiene alguna duda de que esta ordenanza no está hecha pensando en las prostitutas, atención a la gran inquietud del alcalde Azkuna: las prostitutas «molestan a los vecinos incluso desde el punto de vista sanitario», ya que son «mujeres que las mafias nos mandan de fuera cada tres o cuatro meses, ilegales y sin ningún tipo de regulación sanitaria». Vaya, que putas, ilegales y guarras, tres en uno. Ni una palabra dedicada a los puteros que, por ejemplo, imponen prescindir del uso del condón. Esos no plantean problemas sanitarios, que los bilbaínos son muy pulcros. Son ellas las que importan enfermedades exóticas.

Y por si quien duda sobre la intención de esa ordenanza es precisamente una prostituta, el Ayuntamiento ha empleado un curioso sistema de mensajes subliminales. Atención al verbo (gracias, Patxi) por el que empiezan los dos puntos que componen el citado artículo:

  1. Se reputan prácticas sexuales incívicas (…) todas aquellas prácticas o actos en las que el sexo esté explicitado (…)
  2. Se reputan actos de ofrecimiento y de demanda de servicios sexuales los que tengan por objeto concertar servicios sexuales retribuidos

Más claro, agua.

La imagen es de Anouk Chauvet para Hetaira y la he encontrado en el blog Abierta de piernas.

Invadidas

8 Abr

 

Estoy enganchada a una serie llamada The L Word, que relata las vidas de una pandilla de mujeres lesbianas de Los Ángeles. Ayer vi esta escena y me parece que expresa de una forma muy plástica cómo la libertad de las mujeres sigue estando limitada. 

Jenny, una de las protagonistas, descubre de una forma dolorosa que Mark, su nuevo compañero de piso, aprendiz de cineasta, ha instalado cámaras ocultas incluso en los dormitorios, con ánimo de hacer una especie de Gran Hermano lésbico. Le recibe en su habitación desnuda. Se ha pintado en su pecho la frase: «¿Es esto lo que quieres?» Le explica que se siente violada, que está harta de que los hombres se sientan con derecho de invadir a las mujeres. Que Mark ha abierto la caja de pandora haciéndole recordar todos los momentos en los que se ha sentido violada. ¿Os suena? En la escena que os muestro, Mark pide perdón, le dice que ha cambiado y que la experiencia le ha hecho evolucionar y comprender lo difícil que es ser mujer. Se desnuda como para mostrarse él también expuesto. «¿Es esto lo que quieres?», repite. Y dice Jenny:

No. Lo que quiero es que escribas «Fóllame» en tu pecho y salgas así a la calle. A quien quiera follarte, dile: «Claro, claro, seguro, no hay problema». Y cuando lo haga, sonríe y dile: «¡gracias, muchísimas gracias!» Asegúrate de tener una sonrisa en la boca. Y entonces, jodido cobarde estúpido, sabrás lo que es ser una mujer.

Me he sentido muy identificada porque cada día recorro una calle para ir a trabajar en la que hay un montón de hombres apostados contra las paredes. No hay día en el que tres o cuatro no me digan algo. Desde un «hola» gutural, a un «qué guapa» lascivo, groserías o ruiditos que hacen que piense que me toman por una vaca. Y esperan una sonrisa de agradecimiento porque se han fijado en mí y me han piropeado. Me da asco. Me siento asqueada. Me siento como un maniquí de escaparate, expuesta hasta que un tío rompe el cristal, me coge, se restriega contra mí y me baña con sus nauseabundas babas. Sí, me siento hasta pegajosa. Buajjjjj.

«¿Por qué no vas por otra calle?», me pregunta casi todo el mundo cuando saco el tema. Porque me niego a cambiar mi recorrido habitual. No me voy a dejar ganar la partida. Eso sí, da asco pero al menos no siento miedo como cuando voy de noche por otra calle más solitaria, plagada de puntos negros, y un hombre osa hablarme. Me da igual si sabe u obvia que yo, conocedora del riesgo real de sufrir una agresión sexual al que estoy expuesta por el hecho de ser mujer, siento miedo. Eso es violencia de género de baja intensidad. Llamémosle por su nombre.

Por todo ello, me hierve la sangre cuando leo o escucho a hombres que cuestionan que se hagan mapas de la ciudad prohibida y propuestas de urbanismo con perspectiva de género, arguyendo que hay que abordar el urbanismo pensando en todas las personas, porque ellos también pueden ser víctimas de un atraco. (Tengo un artículo en mente pero ¡no lo encuentro por ningún lado!) En todo caso, creo que esas opiniones no son más que una rabieta airada y estúpida ante la evidencia de que el feminismo ha logrado institucionalizar la defensa de los derechos de las mujeres y que ello no sólo no ha excluido de nada a los hombres, sino que las políticas de igualdad (empezando porque iluminen una calle en la que han ocurrido violaciones) también les beneficia a ellos.