Historico por Tag: roles

Héroes

6 Sep

A riesgo de ir de listilla, al leer las últimas noticias sobre Jesús Neira no puedo evitar pensar: «Ya lo decía yo…» Recapitulemos: Neira es ese ciudadano que intentó defender a una mujer que estaba siendo maltratada por su compañero sentimental en plena calle, y éste le pegó tal paliza que le dejó en coma. Ahí empezó la moda del héroe como figura protagonista en el tratamiento informativo a la violencia machista.

 

Neira tuvo tanto tirón mediático (ayudado por el espectáculo bochornoso de la agredida, Violeta Santander, en Salsa Rosa, defendiendo a su novio) que el Gobierno de Esperanza Aguirre no dudó en ponerle al mando de un nuevo Observatorio Regional contra la Violencia de Género. No por estar formado en ese campo, ni por su militancia a favor de la igualdad entre mujeres y hombres, sino por ser un héroe nacional. Y de aquellos polvos, vienen estos lodos: Neira pillado conduciendo de forma temeraria ebrio.

 

La propia ministra de Igualdad, Bibiana Aído, se pasó de efusiva, diciendo cosas como que «Neira no sólo defendió a una mujer maltratada; defendió nuestra dignidad como sociedad», «es un ejemplo de que algo está cambiando en la sociedad española», o «es mucho mas que un símbolo de ciudadanía del que nos sentimos orgullosos». Pero el condecorado héroe salió rana. No tardó en frecuentar las tertulias de Intereconomía, donde hizo gala de su conservadurismo, sexismo y mala educación, mofándose, por ejemplo, de las hijas de Zapatero aludiendo a su físico. Ahora ha pasado de las palabras a los actos, exhibiendo dos de los problemas de género de los hombres: la conducción temeraria y el abuso del alcohol. 

En su día, en mi viejo blog, di la razón a Elvira Lindo, quien advirtió que cuando algo que debiera de ser considerado un gesto de responsabilidad cívica se eleva a la categoría de heroicidad, se propicia que muchos miren hacia otro lado, por preferir consevar su integridad física que ser coronados como héroes. Yo subrayé además que la figura de héroe no ayuda a luchar contra la violencia sexista, ya que es un símbolo clave de la masculinidad hegemónica. Al de poco, se conoció que otro de estos héroes que intervino en una agresión machista, tenía antecedentes precisamente por malos tratos.

Repito por tanto que para avanzar hacia unas relaciones de pareja igualitarias y libres de violencia es imprescindible deconstruir el modelo de masculinidad hegemónica que ilustra la figura del héroe. No es precisamente la valentía el valor que hace falta visibilizar y premiar en los hombres. El compromiso contra la violencia de género no se demuestra con esos grandes gestos de pacificador, sino en el día a día: no tolerando discriminaciones por razón de sexo en nuestro entorno, apoyando a las mujeres que sepamos que son víctimas de malos tratos, llamando a la policía si presenciamos una agresión… Y, sobre todo, empezando por revisar las actitudes de dominación que mantenemos en nuestras propias relaciones.

A ver si entendemos de una vez que las agresiones físicas y los asesinatos son la punta del iceberg. No necesitamos héroes por un día, sino hombres humildes, sensibles, que se permiten sentir miedo en un momento de conflicto y reaccionan pidiendo ayuda. Hombres que nos apoyen en todo momento. O en casi todo momento, vaya, porque la pretensión de infabilidad también es un rasgo de la masculinidad hegemónica. No necesitamos que nos salven, sino que nos respeten.

Dignidad

2 Ago

Encuentro en el blog de Alberto Arce dos fotos con ciertos elementos comunes: ambas son retratos de mujeres que viven en un país en conflicto. Sin embargo, muestran dos formas opuestas de acercarse a la realidad de las mujeres en contextos de ocupación militar. La primera ha dado la vuelta al mundo y viene a cerrar un círculo. La mujer recluída en un burka fue una de las imágenes que sirvió para justificar la invasión estadounidense en Afganistán. Nueve años después, se muestra a una mujer sin nariz, torturada por los hombres de su familia, para ilustrar cómo sería dicho país si las tropas yanquis se fueran. Una lógica enrevesada, porque para Arce, para mí y para cualquier persona con sentido común, esa mujer sin nariz no habla de un hipotético futuro, sino de la actualidad: es decir, nueve años de ocupación estadounidense no han sido suficientes para combatir la violencia machista extrema que muestra la foto. No lo han sido nueve ni lo serán noventa. En cambio, se sigue utilizando la victimización de las mujeres para domesticar a la opinion pública.

 

Esta tendencia es el pan de cada día. En España es la derecha católica la que emprende la cruzada contra el hiyab y el inexistente burka, erigiéndose en defensora a ultranza de la dignidad femenina. El PSOE en el Gobierno se jacta de luchar contra las mafias que explotan a las mujeres inmigrantes para fines sexuales. Lo hace, entre otros sistemas, endureciendo el control migratorio; control sin el que buena parte de las mujeres no hubieran necesitado recurrir a una red para migrar y por el que otras tantas terminan con orden de expulsión. No son los únicos ejemplos. En todos los casos, las mujeres son reducidas a seres indefensos a los que hay que salvar. Ni hablar de reconocer sus derechos. Si se salvan por ellas mismas se acabó el rédito electoral. Es mejor que sigan siendo «las otras», esas a las que podemos ningunear, demonizar o victimizar según convenga.

 

Frente a esa foto grotesca de una mujer sin nariz como símbolo de la brutalidad de Oriente, que sólo Occidente puede combatir (en concreto, sus ejércitos; conocidos a lo largo de la historia por su buen trato hacia las mujeres) Arce mostraba en otro post la que os traigo aquí: El árbol de la dignidad de Dani Lagarto. Alucina: es mujer, palestina, anciana, lleva velo. O sea, el colmo de la indefensión. En cambio, no transmite vulnerabilidad sino fortaleza. ¿Cómo es posible? ¿Si el hiyab y el islamismo en general pisotean la dignidad femenina, cómo puede esa mujer emanar tanta fuerza?

 

Cito a Arce: «(La foto) habla de la tierra, la resistencia y la visión de género. Aquí Palestina se convierte en “matria”. Sin duda alguna. Seguro. Las mujeres crean, cultivan, recolectan. Esos brazos levantados al aire no soportan el cadáver de ningún niño, la muerte siempre la pone el hombre. La mujer no crea sino pimientos. Da vida. Comida. Futuro. Esperanza necesaria para el ghetto. (…) Quienes siguen pensando en los cohetes y los tiros no tienen media bofetada ante esta abuela y sus pimientos».

 

Performando: de cucarachas y globos de agua

5 Jun

¿Que tienen en común una cucaracha y un globo de agua? Que ambos, si hay público, me hacen sacar mi lado barbie malibú. Me explico:

 

Una noción fundamental de la teoría queer es la performatividad de género. Es decir, dado que los géneros (e incluso los sexos, se atreve a afirmar dicha teoría) son construcciones sociales, se basan en una serie de códigos de conducta diferenciados que no son naturales e innatos, sino que se van aprendiendo y reproduciendo como quien se mete en el papel de un personaje de una obra de teatro. 

Así pues, la técnica drag king busca precisamente que las mujeres reflexionen sobre el sexismo experimentando con la performatividad de la masculinidad hegemónica: poniéndose barba y paquete, sentándose con las piernas abiertas, interactuando en plan machote, etc. De esa forma entiendes que ser mujer u hombre es una suerte de disfraz que te puedes poner y quitar cuando quieras. Se trata de parodiar, explorar, cuestionar y así poder deconstruir los rígidos y opresivos roles de género.

Claro está que las feministas, o al menos yo, no estamos en absoluto libres de performar la feminidad hegemónica, pero al menos la podemos detectar y reirnos de ello. Ahí van dos ejemplos recientes en mí:

1- En una semana han aparecido tres cucarachas en mi puesto de trabajo. Las dos primeras veces había hombres delante, así que me puse a gritar como una loca (uno de los dos hombres reaccionó igual, todo hay que decirlo) y delegué en ellos el plantar cara al asqueroso bichejo. La tercera vez estaba sola. No grité (sentí el mismo asco, eso sí) y la asesiné de forma muy eficiente.

2- Un buen día aparqué la bici junto a un bloque de pisos. Cuando fui a cogerla otra vez, alguien me empezó a bombardear con globos de agua. Cada vez que me acercaba a la bici, me caía cerca un enorme globo. Los tiraban de diferentes ventanas para despistarme, y por supuesto que no se veía ni un pelo al responsable. Mi reacción: ponerme a gritar -de una forma, eso sí, más masculina, con insultos sexistas como «hijo de puta», «me cago en tu puta madre» incluidos-, hasta llamar la atención de dos hombres que vinieron a salvarme. Os juro que hasta se me pasó por la cabeza pedir a uno de ellos que me soltase él la bici para no volver a exponerme al bombardeo. No hizo falta porque justo entonces apareció una patrulla de policía y les conté, no sin vergüenza, mi problema. Muy viriles, me dijeron: «Vete ahora tranquila, que ya verás como ya no se atreven a tirar nada». Y así resolví el problema.

En fin, tengo mil ejemplo más: mi desinterés por aprender bricolaje o mecánica, mi tendencia a mostrarme más frágil físicamente de lo que soy (delgada pero con una complexión robusta muy desaprovechada), algún ramalazo excesivo de coquetería poco igualitaria cuando hablo con hombres… Y en el otro lado, hoy me he partido de risa con un chico que se ha eslomado ayudándome a llevar una pesadísima caja por negarse a que la llevásemos entre los dos.

Cuento estas cosas no para flagelarnos sino para animarnos a detectar (mejor si es con humor) estas actitudes impuestas como primer paso para desobedecer las que limitan nuestra libertad, autosuficiencia o incluso salud. De lo contrario, seguiremos dedicándonos más a interpretar el papel que nos ha reservado esta sociedad sexista que a vivir de acuerdo con lo que realmente somos y queremos ser.

Y como el de histéricas es uno de esos papeles, os dejo con una canción chulísima (gracias, Maite) dedicada a Freud, al que debemos la estúpida idea (y pese a ello vigente en casi todas las mujeres) de que un orgasmo logrado por estimulación directa del clítoris es menos puro y deseable que uno mediado por un pene: