El título de esta entrada no puede ser más literal. Ayer, en mi primera noche en París, acabé yendo a una fiesta bajo tierra, nada más y nada menos que en las famosas
catacumbas; de origen romano, convertidas en cementerio común y utilizadas por la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial. Si quería conocer otro París, lejos de la Torre Eiffel, objetivo más que cumplido.
Llego al hostal y conozco a mis compis de cuarto: estudiantes de Erasmus trajeándose para ir a una fiesta chic. Por si me uno a su plan, me pongo un vestido corto mono y me maquillo. Finalmente, un trabajador del hostal me cuenta que están organizando una fiesta en las catacumbas, y me decanto por su propuesta. Su única advertencia es que no lleve tacones, porque el acceso «es complicado». El acceso resulta ser una alcantarilla, en la acera junto a una parada de metro.
Nos vamos metiendo dentro de uno en uno y tenemos que bajar seis tramos de escaleras de barras de metal. No sé si las visualizáis: no hablo de peldaños, sino de las instaladas en la pared que se usan para descender a las minas, como éstas. Manos y pies resbalan por la humedad. Por supuesto que no hay luz, y la linterna que lleva uno de los organizadores se apaga inoportúnamente cuando estás en medio de la pared. Que pasé miedo es decir poco. Cuando hemos bajado todo lo que hay que bajar, toca ir recorriendo unos túneles laberínticos (o sea, las catacumbas); uno de ellos está inundado, por lo que hay que ir avanzando con las piernas muy abiertas, pisando ambos rodapiés de las paredes.
Después de cerca de media hora de recorrido, llegamos a la sala que han habilitado con focos, graffitis, una mesa de disc jockey, una pantalla en la que proyectan vídeos extraños y decoración de Halloween. Todo eso lo han ido bajando con cuerdas los días anteriores. Mucha gente,de lo más variopinta. Un calor infernal. No hay música porque se ha ido la luz (han pinchado la electricidad de algún lado). La gente se ha traido bebidas. Yo no. No bebería alcohol ni loca sabiendo que luego tengo que subir por esas escaleras, pero necesito agua. Vuelve la luz y empezamos a bailar con ganas a ritmo de hip-hop, pero nos falta oxígeno. Literalmente: no puedo encenderme un cigarro porque el mechero no responde por la falta de oxígeno. Total, no creo que aguantásemos ni media hora antes de decidir salir de ahí cuanto antes. Ese «cuanto antes» fue, claro está, otra media hora de angustiante travesía indianajonsiana. Espero que entendáis que no me pusiera a sacar fotos.
Qué duda cabe de que fue un flipe. La fiesta más rara en la que he estado nunca. El París underground de verdad. Vale que se pueda interpretar la propuesta como una frivolidad teniendo en cuenta que hay gente, incluso niñas y niños, que tienen que hacer recorridos así de peligrosos para sobrevivir, pero no deja de ser toda una experiencia conocer de esa manera una parte de la historia francesa. Así que, si tenéis ocasión, no sigáis los sabios consejos de las guías (que definen estas incursiones como ilegales y peligrosas; con razón) y animaros a descender a los sótanos de la ciudad de la luz. Eso sí, no os pongáis vestido.
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