Las paradojas del turismo

22 Jun

 

Una servidora esperando a la guagua en Regla. ¿A que parezco cubana? Foto de Beatriz Uriarte Alonso

 

«¿Es tu primera vez en Cuba?» «Sí». «¿Y en América Latina?». «No, estuve de pequeña en Perú, y el año pasado en Colombia. El año que viene espero hacer un viaje a Chile y Argentina». Fue decir eso y morderme la lengua. Turista = Poder adquisitivo y libertad de circulación. O sea, las dos cosas que añora buena parte de la gente. La gran paradoja de Cuba (a mi humilde modo de ver) es que depende del turismo, pero que el contacto con el turismo es una de las grandes amenazas para el sistema, porque hace recordar todo el rato lo que no se tiene y se desea.

Por ejemplo, sorprende la obsesión por viajar. Al fin y al cabo, viajar por placer es un lujo que se puede permitir una ínfima minoría de la población mundial. ¿Estará la población de Bolivia, Sri Lanka o Etiopía tan emperrada con la idea de ver mundo? Lo dudo. Creo que se debe a estar todo el rato conociendo a viajeros que te recuerdan que tú no puedes hacer lo mismo.

¿No pueden? ¿Está prohibido salir de Cuba? No exactamente. La cuestión es que no se permite salir porque sí. Hay que obtener un permiso de salida del Gobierno en el que se justifica a qué se va. Entre otras cosas, tiene que haber alguien que te avale de alguna forma en el país de destino. Hay gente que nos ha dicho que es difícil de conseguir y caro.  Otra gente asegura en cambio que el Gobierno no niega ese permiso a casi nadie, y que quienes lo ponen más difícil son los gobiernos de los países de destino, debido a sus políticas de control migratorio. Imagino que hay parte de las dos cosas.

En todo caso, la noticia de que el Gobierno va a permitir salir del país a hacer turismo sin pedir ese documento ha sido acogida por buena parte de la ciudadanía como una broma pesada. «En los diez años que llevo trabajando aquí no he podido ahorrar ni para hacer un viaje dentro de la isla», se quejaba irritada la trabajadora de una agencia de viajes cuando un italiano le sacó el tema. Una vez más, el problema es fundamentalmente económico.

Hay que mimar a los turistas, porque Cuba vive de ellos, pero se fomenta cierto tipo de turismo que no propicia precisamente estar en contacto con el pueblo. Sentíamos que el sitio reservado para nosotras era el hotel con la pulserita de «todo incluido» o el paladar pijo de turno en el que los únicos cubanos son los que tocan «El cuarto de Tula».

Intentábamos hacer vida cubana (bueno, de hecho intentábamos hacer nuestra vida; si aquí somos austeras, cómo no serlo allá también) y a menudo encontrábamos hostilidad. Nuestro papel es el de consumir, dejar todo el dinero posible. Nos cayó alguna bronca por preferir coger la guagua que un taxi, por ejemplo. «Ojalá os roben», nos llegaron a decir finamente. «No nos pueden robar porque no tenemos nada», contestamos, y nos mataron con la mirada. Es complicado explicar que coger un taxi es un lujo que no nos podemos permitir a diario ni en nuestra ciudad ni en La Habana, donde cualquier trayecto cuesta en torno a 4 dólares. Es complicado explicar que ya hemos invertido nuestros ahorros de un año en el avión y que por tanto vamos a gastar lo mínimo, cuando un cubano tiene que ahorrar décadas para reunir dinero para un pasaje.

Hay playas en las que directamente no dejan entrar a cubanos, como la paradisíaca Cayo Levisa (por eso no fuimos). Pero en la mayoría de lugares el filtro es el dinero: ¿cómo va a haber cubanos en restaurantes donde no se cena por menos de 10 dólares o en discotecas en las que la entrada cuesta 5 dólares? Y luego están los agravios comparativos de una sociedad volcada en el turismo: en Viñales nos contaron que la farmacia para cubanos (en pesos) lleva años reformándose, mientras que en apenas unos meses se ha montado una para turistas (en CUC).  Por cierto, Viñales es un pueblito con un entorno natural espectacular. Pero un pueblito sin alma (bueno, o con el alma muy escondida) porque como el 90% de las casas son o de alquiler o paladares para turistas.

Pero lo que más nos tocaba la moral es que nos dijeran que esa segregación de facto es por nuestro bien. Los momentos más amargos del viaje se debieron al control policial. Al chico de nuestra familia habanera (un veinteañero mulato muy apuesto) le hicieron identificarse dos días que salió con nosotras: un día por la calle y el otro en la playa. A su madre la tuvieron un buen rato retenida el primer día que nos acompañó a ver la ciudad. Otro día una patrulla nos estuvo siguiendo por toda una avenida. Cuando pedíamos explicaciones, la policía nos decía que lo hacen por nosotras, para evitar que nos asedien y nos roben. Eso sí: nosotras les teníamos que pedir explicaciones, porque en principio ni nos miraban.

Nos sentíamos tratadas como estúpidas.  Como unas pobres guiris, ingenuas, carne de estafa. Y nos sentíamos muy culpables, porque es una mierda que invitemos a nuestro amigo cubano a la playa o a salir de fiesta porque nos apetece compartir ese rato con él, que él además nos facilite bastante la vida en una ciudad que no conocemos, y que a cambio se lleve el susto de ser identificado y la humillación de ser acusado de jinetero. Y pese a ello, no dejaban de salir con nosotras. Y con la cabeza bien alta. Se trata de un control racista, porque si fuéramos con blancos pensarían que son turistas, familia, colegas profesionales o algo así. Pero si eres mulato, eres jinetero. Si eres mulata y vas con mujeres, lo haces para sacarles el dinero. Así las cosas, normal que mucha gente termine mirando sólo tu bolsillo: ya de meterse en líos, mejor sacar algo a cambio.

Me resulta curioso el contraste con Colombia. La sensación ahí era de que la gente estaba tan mentalizada de la necesidad de desarrollar el turismo como motor económico, que se empeñaban en dar una imagen esplendorosa del país. En cambio, en Cuba la autoimagen anda por los suelos, y no lo esconden. Nos hacía gracia la fijación por protegernos de robos. Un turista se pasó como dos horas en una terraza con una llamativa cámara Nikkon encima de la mesa. Admito que deseé que se la robasen, por gilipollas. Nadie nos creía cuando les decíamos que en Madrid hubiera volado. Cuando contábamos lo de los controles, poca gente se indignaba; entendían que hay que proteger a los turistas, que La Habana es peligrosa. Como si viniéramos de un paraíso libre de delincuencia.

La solución es alejarse de las zonas turísticas. Donde más normales nos sentimos fue en Regla, un barrio de La Habana al que se accede en una lanchita, que es relativamente humilde y en el que nos dedicamos sin más a tomar jugo de tamarindo por dos pesos y charlar con la gente. Y en Viñales, porque encontramos buenos amigos que hicieron un derroche de hospitalidad: tres días cenando en familia, uniéndonos a sus reuniones y actos sociales, llevándonos de caminata al valle, regalándonos libros, consultas médicas y bisutería artesanal (ya os hablé antes del médico artesano). O sea, que nos descubrieron al menos dos cosas: 1- Que Viñales sí que tiene alma y es muy hermosa. 2- Que esa fama de país jinetero es muy injusta.

En todo caso, sería soberbio hablar de las paradojas ajenas sin analizar las propias. Lo bueno de viajar a países más empobrecidos que el nuestro es que te provoca una serie de interesantes contradicciones. Que te hagan sentir todo el rato una privilegiada, te ayuda a recordar que lo eres. Que te traten como una rica cuando en realidad eres una pobre mileurista, te obliga a recordar que ser mileurista no es ser pobre. La pobreza es otra cosa, algo que ni yo ni la mayoría de los indignados hemos vivido. Seguro que quienes sois de izquierdas y habéis viajado os habéis planteado mil veces ese dilema: viajar hace que seamos como somos, ayuda a generar empatía, conciencia social y demás; pero al mismo tiempo no deja de ser un lujo, y nuestra presencia, por muy de hippies que vayamos, es a menudo una ostentación insultante.

Sobre la foto: como pone en el pie, estoy esperando a la guagua. Una lleva ropa sencilla, intenta ir con actitud sencilla, huir del rollo guiri, renunciar todo lo posible a la cámara y a la mochila, y no se da cuenta de que lleva la palabra «yuma» tatuada en cada centímetro de su piel. Dejando a un lado mi fenotipo, motivos por los que no puedo pasar por cubana:

– Pelo corto, moderno, teñido raro

– Típico colgante que se compra una yuma en Cuba (bueno, los típicos son de semillas; también los compré)

– Piercing negro en el centro del labio inferior (las pocas cubanas que los llevan se los ponen dorados y a un lado de la boca, normalmente sobre el labio superior)

– Botella de agua

Y seguro que hay mil detalles más de los que ni me he enterado.

Llega un momento en el que toca admitir que, por mucho que vayamos de viajeras alternativas, somos unas turistas, unas privilegiadas. Si nos ofende que nos traten como tales, igual es porque es un espejo en el que preferimos no mirarnos.

 

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12 Respuestas para “Las paradojas del turismo”

  1. Ineritze 23 junio, 2011 en 6:46 #

    Oso ona, lo comparto.

  2. Ander 23 junio, 2011 en 7:30 #

    Las contradicciones de viajar a un país con un nivel de vida muy inferior al nuestro me parecen irresolubles. No veo manera de acertar.

    Me ha gustado mucho cómo vas exponiendo esos choques y esos revueltos de tripas. Y me ha gustado mucho cómo viajasteis.

  3. asturiano 26 agosto, 2011 en 23:53 #

    Me ha parecido muy interesante por su potencia cuestionadora este análisis que haces de lo que significa el fenómeno del turismo para el pueblo cubano. La verdad es que parece que una buena parte de esa sociedad está viviendo auténticas contradicciones en su vida cotidiana.

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  1. Ander Izagirre - 23 junio, 2011

    Turismo en Cuba: contradicciones, revoltijos d tripas y asombros d una guiri q no puede dejar d serlo (@marikazetari) http://bit.ly/j4gg8j

  2. June Fernández - 23 junio, 2011

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  3. Alberto Moyano - 23 junio, 2011

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  4. koldo castañeda - 23 junio, 2011

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  5. Leandro Pérez Miguel - 23 junio, 2011

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  6. Xabier Euzkitze - 23 junio, 2011

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  7. Jone Dorronsoro - 23 junio, 2011

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  8. Manex Lete - 23 junio, 2011

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  9. ¿Y mañana? | Mari Kazetari - 9 agosto, 2011

    […] y dictaduras. Hablan de lo hartas que están de la doble moneda, de lo mucho que les gustaría viajar, de lo lamentable que es ver que la gente que progresa económicamente se deje llevar por el […]