Por qué me resisto a hablar sobre el velo
15 May
Me resisto a hablar sobre el velo para no alimentar esta fiebre estúpida e injusta. Desde hace cosa de un mes, todos los días se publica al menos un texto ligado al velo en la mayoría de periódicos. Todo el mundo tiene algo que decir sobre el hecho de que un porcentaje mínimo de las mujeres que residen en España decidan (con mayor o menor margen de libertad; con mayor o menor grado de presión) cubrirse la cabeza con el hiyab. Algunas lo hacen por obediencia a Alá, otras por reafirmar su identidad en una Europa cada vez más islamófoba, otras por tradición acrítica, otras por estética, otras por obediencia a su familia o a su marido, otras por llevar la contraria…
Probablemente haya un motivo por cada mujer. Pero eso no interesa mucho en la prensa. En la prensa las mujeres se dividen entre las que se lo ponen voluntariamente y las que lo hacen obligadas. A las primeras les explicamos que están equivocadas y que están siendo cómplices del machismo. Les exigimos que se integren. De las segundas nos compadecemos y llamamos a salvarlas del infierno misógino del Islam. Luego se aprueba una Ley de Extranjería injusta e inhumana, y la gente no protesta, porque la cara que ponen a la inmigración es esa que muestran los medios: un musulmán potencialmente terrorista que somete a sus mujeres y puede que llegue a violar a las nuestras. Y para colmo cobra la renta básica, esa que pagamos los contribuyentes.
Este tema me daría para escribir muchas páginas así que me voy a limitar a recordar que es tremendamente útil dirigir la mirada de la opinión pública a los otros y las otras. A la propia opinión pública le complace analizar la miseria ajena para olvidarse de la propia. Rescato las palabras de Fatema Mernissi explicando que si en Oriente se controla a las mujeres a través del espacio (velándolas en público), en Occidente se nos controla a través del tiempo: imponiéndonos el ideal de belleza de la eterna juventud. No conviene comparar directamente pero sí entender que el hiyab no es más que una manifestación más de la desigualdad universal ente mujeres y hombres. Mientras nos obsesionamos con un síntoma, nos olvidamos de la enfermedad.
No me convence del todo recurrir a lo de que las monjas usan velo y nadie les dice nada. No es válido porque no se está comparando a iguales. Dice Mernissi que el harén de las mujeres occidentales es la talla 38. Efectivamente, me parece más útil comparar el revuelo que levanta el que una mujer se cubra la cabeza con la normalidad con la que percibimos el uso del cuerpo femenino como reclamo social, afectivo, comercial, etc. Y no el cuerpo femenino real, sino el adelgazado a base de la dieta de la alcachofa, liposuccionado en unas zonas, recauchutado en otras, y embutido en una talla imposible. Es insultante ver al Gran Wymoning en traje con la copresentadora rubia con un minivestido y taconazos. A la gente progre que se lamenta por las árabes no les inquieta que una chica de 15 años sienta que exhibir su cuerpo es clave para ser reconocida. Daros una vuelta por los bares de adolescentes y nunca veréis tanto minishort junto. ¿Lo eligen o les obliga la sociedad? Pues las cosas no son blancas o negras.
Por eso, más que el argumento de las monjas, me convenció un articulista de Berria, cuando lanzó la cuestión de que en muchos colegios concertados se impone un uniforme que para los chicos es de pantalón (pudiendo ser largo) y para las chicas una falda por encima de la rodilla y calcetines que dejan al descubierto sus muslos púberes llueva o nieve. A esas chicas sí que se les impone una prenda de forma discriminatoria. Y nadie alza la voz contra ello. (Bueno, en el cole de mi primo realizaron una acción de protesta vistiendo los chicos falda y las chicas pantalones).
Eso es lo que quiero decir sobre el velo.
Comentarios recientes