Historico | 16 octubre, 2010

Viajero o migrante

16 Oct

Dijo el viajero Josu Iztueta en una mesa redonda en Bilbao, moderada por nuestro amigo Ander Izagirre: «Nosotros somos viajeros caprichosos, que salimos de una situación cómoda para volver. La mayoría de los viajeros de este mundo, los que hacen viajes más largos y duros, lo hacen en contra de su voluntad, porque han salido de una catástrofe natural, una guerra, etc.» Esa reflexión ha suscitado varios comentarios en el blog de Ander y me ha dejado tan pensativa que aquí me tenéis, escribiendo compulsivamente.

 

Iztueta hace en efecto un comentario sensible y comprometido, que homenajea de alguna manera esas miles y miles de personas que caen tan fácilmente en el olvido: las exiliadas, refugiadas, migrantes que dejan atrás situaciones de pobreza, violencia o persecución. En España, cuyo gobierno deniega sistemáticamente la práctica totalidad de solicitudes de asilo, se homogeneiza a las personas migrantes prejuzgándolas como migrantes económicas. Dado que las utilizamos como mano de obra, dado que las políticas migratorias se endurecen o no en base a las necesidades de nuestro mercado de trabajo, las reducimos a la única faceta que nos interesa de ellas: la de trabajadora. 

Es cierto que debido a las desigualdades económicas entre los países del Norte y del Sur, la principal causa para migrar es la pobreza y la percepción de falta de oportunidades. Pero eso no nos puede llevar a obviar la diversidad de las personas, y que existen miles de motivos por los que migran. Sus historias son heterogéneas, pero la Ley de Extranjería les impone un futuro similar.

Cojamos las vidas de tres mujeres latinoamericanas reales, a las que entrevisté para diferentes reportajes. Una tenía un buen puesto en un banco; migró para huir de su marido, que la maltrataba. La segunda era microbióloga, pero dejó su carrera atrás porque se enamoró de un vasco y decidió venirse con él. La tercera trabajaba en organismos internacionales, pero abandonó su país tras recibir amenazas de muerte y ser víctima de agresiones por su condición de lesbiana. Una vez llegadas al País Vasco, las tres han visto cómo sus derechos eran limitados por la Ley de Extranjería y cómo, a pesar de sus diferentes grados de formación, experiencia profesional e inquietudes, terminaban desempeñando los mismos trabajos no cualificados ni regulados: trabajo doméstico, cuidado de personas y empleos eventuales precarios.

En todo caso, lo que me interesa del comentario de Iztueta es que reconozca a las personas migrantes y refugiadas el estatus de viajeras. El viajero es una figura (aunque puede que incomprendida en una sociedad en la que se valora más la estabilidad, el progreso económico, etc.) prestigiada, envidiada, mitificada. Se considera al viajero como un soñador, buscavidas, aventurero ávido de aprender y crecer con cada nuevo paisaje o persona que encuentre en su camino. Sin embargo, la imagen más difundida de la inmigración (esa patera a rebosar de hombres desesperados y deshidratados) provoca en el mejor de los casos pena; rara vez suscita la admiración y el respeto de quien se deshidrata y desespera en el intento de alcanzar una cumbre o dar la vuelta al mundo.

Hace no mucho, mi amigo senegalés Falou (ese no es su nombre, pero no quiero pasarme de indiscreta) me dijo que estaba muy equivocada si pensaba que él envidiaba mi vida y me consideraba más afortunada que él. En algún momento me mordí la lengua al quejarme ante él de mis preocupaciones laborales, pensando que le parecería un agravio comparativo cuando yo tengo un trabajo estupendo y él va buscando empleos clandestinos ocasionales porque está sin papeles. Me dijo que no me envidiaba ni mucho menos; le horrorizan los trabajos de oficina. El quiere trabajar en la mar. Se lo impide una orden de expulsión que le pusieron cuando le pillaron vendiendo en el top-manta por la que tardará como el doble de lo habitual (que ya es mucho; mínimo tres años) en obtener un permiso de trabajo.

Pensando en Falou, pongo el foco en su situación irregular, en el tiempo que lleva separado de su familia, en sus estrecheces económicas. No pongo el foco en que habla cuatro lenguas (que yo sepa; puede que más), que ha recorrido varios países, que ha conocido por el camino un montón de gente que le ha aportado mucho. ¿Quién nos dice que Falou no soñó despierto cuando miraba los atlas en el colegio? ¿Acaso no le recorrió el cuerpo esa sensación de libertad cuando inició su travesía hacia Europa? Me atrevo a aventurar que, de haber nacido en Europa, Falou habría sido viajero. Más aún, me atrevo a aventurar que, de haber nacido en África, Josu hubiera sido migrante. Tienen en común el inconformismo: el uno no se resignó a quedarse en su pueblo; el otro no se resignó a una vida de hipoteca y contrato indefinido.

Sabemos que no migran las personas más pobres, sino las que tienen los recursos materiales, emocionales y sociales que exige migrar. Sería bueno que percibiéramos en quienes migran esa fuerza y magnetismo que nos transmiten nuestros viajeros.

La foto corresponde a la recomendable película Querida Bamako, que muestra el largo viaje de Moussa, desde Burkina Faso a Bilbao.