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Buscando a Kony

Esta campaña es real, no se trata de publicidad comercial. KONY 2012 es el nombre de una vídeo campaña impulsada por Invisible Children con el objetivo de hacer famoso -visible- al que se han atrevido a catalogar como el peor criminal de guerra de nuestros días: Joseph Kony. Se le hace responsable del secuestro de miles de niños ugandeses a los que separa por sexos, colocando en las manos de los varones un arma con la que entrar en combate mientras las niñas son obligadas a formar parte del mayor ejército de prostitutas infantiles del mundo.

Hasta la fecha nadie ha conseguido poner rostro a Kony. Jason Russell, impulsor de la iniciativa y director de la cinta, quiere acabar con ese anonimato y para ello pide la colaboración de todo el mundo hiperconectado. Reclama la ayuda de los cientos de millones de internautas que en todo el mundo publican contenido en sus perfiles sociales, para que difundan esta campaña que ayude a poner cerco al genocida más buscado del momento.

En tres días el vídeo ha sido visualizado más de 55 millones de veces. No tienes excusa. Resérvate 30 minutos de tu tiempo para verlo y compartirlo. Vale la pena por un par de clics…

Imagen de previsualización de YouTube

Mi amigo Jaume

Hoy no voy a hablar de comunicación. Bueno, quizá sí pero me referiré en todo momento a su rama de toda la vida: la tradicional, sin intermediarios personales o tecnológicos de por medio. El caso es que he hecho un nuevo amigo y tengo ganas de contarlo. Para ser más exactos es él el que ha llevado la iniciativa en todo momento. Se llama Jaume, tiene 6 años y es autista. La cosa fue así. Hace unas semanas cuando me dirigía a trabajar, en una de las muchas paradas que me incitan a despegar la vista de la lectura protocolaria de turno, subió al autobús un personaje muy especial. Al principio no pasé de echarle un vistazo general justo cuando su figura quedó a la altura de mi perspectiva, mientras se dirigía hacia mi posición en la última fila de asientos. Una vez se sentó a mi lado, todo cambió. Enseguida noté una presencia potente, de energía absorbente que lo bloqueaba todo. Giré el cuello ligeramente a la derecha y allí estaba pegado a mi, mirándome a los ojos con una sonrisa transparente. Cómo iba yo a saber que estaba entregándole la combinación de su caja fuerte a un extraño. La suya fue una conquista por la fuerza, irrevocable y sin concesiones. No tuve más remedio que ofrecerle mis muñecas y someterme a su encantamiento. Mientras todo eso sucedía, a escasos metros se encontraba un héroe anónimo, su padre. Apenas observándolo unos instantes percibías el formidable vínculo que le unía a su hijo, capaz de sortear puertas acorazadas y pasadizos sin lumbre para la mayoría. Una conexión preferente que no siempre soporta la misma densidad de tráfico de subida que de bajada, y en esos casos sólo papá tiene acceso al circuito para restablecer el sistema.

El primer día que coincidimos desconocía que Jaume padecía autismo aunque no en el grado más severo. En aquella presentación su segunda incursión consistió en apostar su cabeza en mi brazo y, tras varios segundos absorto, recuperar esa mirada para acompañarla de otra mueca sonriente inapelable. Ahí me dí cuenta de que era un niño especial, sorprendentemente normal. Era desconcertante comprobar como habiendo coincidido apenas unos minutos en el mismo espacio, alguien tan menudo como misteriosamente interminable podía dejar al descubierto lo mejor de mí sin siquiera pretenderlo.

La segunda vez que coincidimos fue la semana pasada. Todo el proceso discurrió de forma parecida. Yo repetía asiento en la última fila y él se abalanzó hacia allí mientras su padre le señalaba un sin fin de ubicaciones posibles, que Jaume se encargó de descartar a la carrera. Se situó nuevamente a mi lado y sonrió. En ese preciso momento me di cuenta de que ya no era dueño de mi voluntad. Cerré el libro y pausé el reproductor. Mientras su padre le insistía en que no molestara a los demás pasajeros, percibí aquella advertencia como un mero formalismo incapaz de derivar en consecuencia alguna posterior. Jaume repitió el procedimiento del primer encuentro: tras las miradas, unas leves caricias sobre el antebrazo con la emoción de aquel niño insomne en la víspera del 6 de enero. Recreó la misma escena con el joven que se sentaba al otro lado, al que saludó agitando su mano para romper el hielo y alegrarle la tarde. Su tercera víctima fue una chica que, como no, también cayó en sus fauces. Fue entonces cuando el padre reveló que Jaume era un niño diferente, robusto por dentro como un refugio antiaéreo a prueba de cataclismos silenciosos pero vulnerable a las filtraciones. Jaume lo había pasado mal. En realidad desconectó su sistema durante unos años y desde entonces sentía una predilección irrefrenable por obsequiar a los que le rodeaban con dosis extra de electrones, como si tratase de recuperar el tiempo perdido cediéndole a los demás instantes inolvidables. Así recordé todas aquellas lecciones teóricas sobre comunicación no verbal, el lenguaje de gestos, el poder de persuasión de la mirada o el efecto narcotizante de la serenidad. Jamás imaginé que un niño de seis años pudiera llegar a concentrar todas esas virtudes de forma tan aguda, cuando a esa edad ni tan solo somos capaces de imaginar el significado de la mayoría de ellas.

Con el paso de las horas me vino a la cabeza una reflexión muy elocuente que reproducía en su blog Pere Rosales, sobre las relaciones personales y la manera de comunicarnos: ‘He aprendido que la gente olvida lo que dijiste, incluso olvida lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo les hiciste sentir’ [Maya Angelou]. Gracias Jaume.

Mi abuelo Pep Romero (II)

En la entrada anterior sobre mi abuelo Pep quedó pendiente, entre otras cosas, una recopilación de fotos y documentos que ilustran parte de esos momentos de su vida. Con ellos os dejo:

 

Mi abuelo, el primero por la izquierda, en un acto en Na Burguesa con el alcalde de Palma de la época.

 

Artículo del Última Hora sobre la apertura de la sala de fiestas El Caimán.
Mis abuelos bailando en la pista de la sala de fiestas Saint-Tropez de la que mi abuelo Pep era el gerente.

Mis abuelos (en primer plano) en la terraza del Saint-Tropez.

 

Documento oficial con el logo de la sala de fiestas Saint-Tropez.

Mi abuelo Pep Romero (I)

A veces la realidad te juega malas pasadas. Me sucedió algunos kilómetros de carretera atrás. Le vi caminando entre calles. Con sus gruesas gafas de sol y sus andares inconfundibles. Los de mi padre. Los míos. Sin duda era él. Quise que lo fuera. Mi abuelo Pep, en Pep Romero d’El Terrenocomo le conocían en sus tiempos mozos. También como en Pep Bisco por sus problemas de visión de juventud. Nunca le molestó, porque «cuando algo es verdad, es verdad», decía con media sonrisa y golpeándose las manos como quien da un golpe seco para introducir el tapón de corcho de una botella de vino. José Romero Rodríguez era su nombre completo. Los dos apellidos de la madre. Su padre biológico, de linaje Balaguer, se borró del mapa al saber que había hecho diana con sus cromosomas justo cuando, de repente, recordó que ya era padre de familia en otro portal. Una evidencia más de que siempre ha habido hijos de puta, y no es fruto de la vanguardia. Mi bisabuela, madre soltera en la década de los 20, tuvo que apretar las nalgas y secarse las lágrimas. Comer era lo importante. Se marcharon a Argelia mordiéndose las uñas, y allí mi abuelo Pep soñó por primera vez algunas de las pesadillas que se le repitieron el resto de sus días. Como aquella en la que paseaba de la mano de su madre cuando un soldado despechado asaltó a su mujer en plena calle y la degolló ante la mirada inalterable de los viandantes. Lo que más le jodía, me decía, era que «nadie hizo nada, nin«.      
Precisamente ese ímpetu que reclamaba para los demás le jugó algunas malas pasadas. Mi abuelo Pep era un tipo duro. De los de antes. Fuerte como un yunque. Con dos cojones como equipaje de mano. Y con él a todos lados. Con ese macuto se hizo a sí mismo a base de esquivar a golpes las zancadillas de la vida. Algunas con vistas a un precipicio sin billete de vuelta. Sin tiempo para la infancia, se convirtió en adulto de guardia. No había nadie más. De ahí que no encontrara referencias que aplicar en su paternidad. Trató de suplirlas con el corazón, de tamaño descomunal y sensible como la pluma al viento. Sin reservarse el derecho de admisión. A los quince años ya se había alistado para ir al frente con los nacionales. El lavado de cerebro fue coser y cantar. Pep reconocía que «a esa edad, con más hambre que el perro de un ciego, era lo que había». Con los años fue asumiendo sus ideales sin tapujos. No sólo sucedía que los suyos habían ganado, sino que había que darle un sentido coherente a su vida. No podía estar sustentada toda en un error, debía repetirse a solas ante el espejo. No había nada que perdonar. Él fue el único responsable de sus actos y a nadie más debía rendir cuentas. En todo caso a su conciencia. Pero habría que haber estado ahí para salirse de la fila y no romper esfínteres.

Cuando pasé a la altura de su figurada presencia seguía obnubilado. Le recordaba con aquella precisa pose; un Lucky entre los dedos de su mano a medio alzar, como cuando conducía su celeste Renault 8 TS. La ventanilla bajada y el codo a medio camino. Cómo sonaba aquel coche… Cuando organizaba una jornada de pesca su escrupulosa rutina  me  narcotizaba. Bajábamos al garaje y me decía: «ara espera’t un poc«. Abría la puerta del conductor, encendía el motor, descargaba su pie en el acelerador repetidas veces y salía del coche. Yo aguardaba fuera, ansioso. Abría el capó y el motor relucía como las vajillas de palacio. «A que podríem berenar aquí damunt?«, me soltaba todo orgulloso de su joya rodante. Nos montábamos y la bestia empezaba a rugir. Lo llevaba siempre al trote ligero. Era una atracción para peatones y conductores. Pep lo sabía y disfrutaba como un niño pequeño la noche de Reyes. Quizá porque nunca pudo jugar a tiempo, cuando era el tiempo de jugar. Llegábamos al Club Naútico Calanova y aparcaba en su plaza de toda la vida con una maniobra impecable, meticulosa. No entendía como la gente no hacía lo mismo y respetaba cada uno su espacio. Un día un pescador le pidió precio por el R8 en mi presencia. «No está en venta», dijo Pep orgulloso de su máquina. Le concedía un valor personificado a sus modestas pertenencias. No se las podía abandonar cuando dejaban de funcionar. Se habían ganado su respeto por los servicios prestados y eso no se podía olvidar a las primeras de cambio. Se merecían un esfuerzo para tratar de devolverles su utilidad por tantos instantes de fidelidad…

Me temo que habrá segunda parte.

La infancia marca nuestra felicidad futura

Leo una interesante entrevista al ciéntifico Eduard Punset en la que, entre otras muchas cosas, habla de la importancia de la comunicación entre los padres -o tutores- y los bebés en los primeros años de vida y la transmisión fluida de sentimientos. Punset asegura que lo que ocurre en la infancia «es determinante» para el futuro desarrollo personal y social de la persona, y señala las dos herramientas con las que todos debemos contar al cumplir 6 años:  

«[…] Una, con la autoestima suficiente para poder lidiar con el entorno, con el vecino… No se debe dejar llorar mucho tiempo seguido a los niños, ya que así se sienten queridos, que son fuertes…; otra, con las ganas de seguir profundizando en el conocimiento de los demás, consecuencia de lo bien que les han tratado. Estas dos cosas son fundamentales; o las tienes a los seis años o no las tendrás nunca»… [+ en XLSemanal]

En ese sentido, según el científico catalán, todos los estudios demuestran que lo que nos ocurra en nuestros primeros años de vida dejará su huella para el resto de nuestra existencia. Para guiar a los padres en la educación emocional y cognitiva de nuestros hijos, Punset nos facilita algunas pistas:

Cinco consejos para hacer de un bebé un adulto capaz y feliz
«Los bebés son una unidad de I+D. Su cerebro establece conexiones a una velocidad que jamás volverá a alcanzar. ¡Duplica su tamaño! Lo que aprendan en esa etapa marcará su vida adulta.
1. EL BEBÉ ES DEPENDIENTE. NO LE DEJE LLORAR
Hay quien defiende que es bueno dejar llorar al niño un rato o hasta que se canse. Esto es `opinable´, pero lo que es seguro es que los bebés no pueden gestionar un estrés excesivo. No pueden deshacerse de su propio cortisol. Los adultos hemos descubierto maneras de gestionar el estrés: llamar a un amigo o tomar una copa o un té. ¡Pero los bebés, no! Y a ellos les resultan estresantes cosas muy pequeñas ¡porque les va en ello la supervivencia!
2. LA AUTOESTIMA ES VITAL. DÍGALE QUE LO QUIERE
A los seis años debes tener dos cosas fundamentales o no las tendrás ya: la primera, la autoestima suficiente para lidiar con el vecino; y la segunda, la consecuencia de lo bien que te han tratado: que te den ganas de seguir profundizando en el conocimiento de los demás. Para conseguirlas, es fundamental que te quieran y que te lo hayan hecho saber.
3. UN BEBÉ NO NECESITA VIDA SOCIAL
Hay madres que dejan a su hijo en una guardería porque creen que el bebé necesita socializar. ¡En absoluto! Lo que precisan es atención y cuidados de alguien que los conozca bien. Hay que replantearse cómo cuidamos a los bebés, ¡y con esto no quiero decir que la mujer se quede en casa! Pero es imprescindible crear sistemas para ayudar a los padres.
4. PREMIAR ES MEJOR QUE CASTIGAR
Los niños reaccionan mejor ante las recompensas. ¡Atención, papás y abuelos: es mejor ignorar las maldades de los bebés y recompensarlos cuando hacen las cosas bien! Distinto es cuando se trata de adolescentes. Con ellos es más eficaz el castigo. ¿Por qué? No lo sabemos todavía, pero quizá tenga que ver con que requiere mayor inteligencia cambiar de proceder cuando te equivocas que repetir aciertos cuando te premian por ello.
5. EDUCACIÓN EMOCIONAL
La disminución de la violencia y el altruismo están vinculados al aprendizaje emocional. Y para ello es clave enseñar al niño a gestionar sus emociones. Hacerlo, aumenta en más de un diez por ciento el rendimiento de los alumnos. Demostrado. El siguiente paso es desaprender, renunciar a los prejuicios que nos impiden avanzar. A los niños, en lugar de preguntarles cuando salen del colegio «¿qué has aprendido hoy?», deberíamos preguntarles «¿qué has desaprendido hoy?».
Cita postuaria: «Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro». (Graham Greene, 1904-1991)

Los primeros 6 años de vida

Para los que sois o seréis padres os dejo este comentario del gran Eduard Punset sobre la importancia de los 6 primeros años de nuestras vidas. Muy interesante.

Para los que tengáis más tiempo os recomiendo que veáis la última emisión de Redes.

Cita postuaria: «Es imposible educar niños al por mayor; la escuela no puede ser el sustitutivo de la educación individual». Alexis Carrel (1873-1944)

"El ascensor" de PocoMás Magazine

Ha llegado la primavera y el mes de abril, he vuelto a las andadas. La gente de PocoMás Magazine, en el marco de su obra social, han decidido reiterar su confianza en un servidor (dudoso término éste) y me han encargado la página mensual que tanto os reconforta, especialmente cuando envolvéis en ella vuestro sándwich de mortadela con el que alimentáis vuestro desgana laboral. Es hora de que me deje de historias y os reproduzca el contenido en cuestión titulado:

El ascensor

Todo sucedió en un día cualquiera del pasado mes de marzo. Lugar: el ascensor de un conocido centro comercial; hora: la del té (17.00h). Aprieto el botón de llamada mientras permanezco en solitario a la espera de su llegada. Siempre procuro dejar una distancia prudencial con respecto a la puerta, no tanto por si tiene que bajarse alguien que también, sino por si algún descerebrado macho o hembra carente de civismo decide de motu proprio que es y será siempre el primero allá donde vaya. Y a los demás que nos vayan dando, a poder ser por varias cavidades y en cantidades industriales. Pero esta vez tuve suerte. Ningún gilipollas había aprovechado mi generosidad para adelantarme de forma sorpresiva (he sustituido “sorprendente” porque parece ser que utilizar este adverbio está penado). Sin embargo, justo cuando me las prometía muy felices y hacer el trayecto en solitario, me vi rodeado por una familia casi al completo. Sólo faltaba la madre -pensó mi intelecto más ortodoxo-, o el otro padre –apuntó mi trocito de hombre moderno- o la madre de alquiler –se atrevió a sugerir mi hemisferio más científico y reducido-, y ahí lo dejé para no exprimir en exceso a mis neuronas. Faltaban muchas horas para ponerme en stand by y no debía sobresaturar el sistema…

Recompongamos el escenario. Por un lado tenemos una figura masculina de unos cuarenta abriles que a la altura de sus manos se encuentra rodeado por tres niñas encantadoras, ataviadas con la indumentaria escolar oficial. En estos casos siempre peco de moderado y un “vestidas como Dios manda” no estaría de más. A golpe de rabillo del ojo, analicé a ese ejemplo de familia española de clase media alta. Sus ropajes y los modales de las herederas ponían de manifiesto que cuando alguien se preocupa por la educación de los suyos, pueden pasar varias cosas y entre ellas está que se consigan tales propósitos. Otra diferente es que el progenitor descuide la suya y se convierta en un imbécil estándar, rompiendo el manido refrán “de tal palo tal astilla” para buenaventura de su descendencia. Pues bien, este último era el caso del pájaro en cuestión.

El marqués de La Prepotence se posó en el montacargas y a mi saludo de “hola” ni se inmutó lo más mínimo. La mayor de su estirpe, una princesita encantadora, hizo ademán de separar los labios pero viró repentinamente la cabeza en un gesto brusco frenando en seco cualquier señal de civismo expreso, para no ser reprendida por papá tordo. A todo esto volví a repetir “hola” –como espécimen humano procuro tropezar con la misma piedra todo lo necesario- esperando romper la barrera del miedo de la joven heredera. Al tiempo que no obtuve respuesta redimí de toda responsabilidad al trío de damas. Por el contrario toda mi ira –un cuarto de kilo a lo sumo- recayó en el basto de la baraja. Es sorprendente que un tipo que aparenta haber sido compañero de pupitre de Los Albertos, hecho hombre según los principios del gurú del marketing familiar Don Escrivá de Balaguer (autor de campañas como “Un coito, un hijo” o “Donde pongo el ojo, hay negocio”, entre otras) y haber pasado por las más crueles novatadas del colegio mayor del tipo “ducha de Moët & Chandon”, “todo un día vestido con vaqueros Lee” o “ser fotografiado repostando sin la ayuda del gasolinero”, no sepa desenvolverse socialmente en un ascensor. Invadido por mi espíritu redentor materno, pude ver la luz… la de la tercera planta para ser más exactos. Cuando se abrieron las puertas, el virrey dio la orden a las meninas para que iniciaran la marcha. Las tres miraron de reojo, y pude intuir su demostración de que a pesar del padre que las parió (para que luego digan que no soy un activista en por la igualdad de género) habían aprendido lo correcto en la guardería, que no era otra cosa que saludar cuando se entra o sale de un sitio. Y así lo hicieron, pero en silencio y con un golpe de ojos a lo Margaret Astor para no dejar evidencias. Entiendo el trauma que puede suponer para un niño que le priven de su partida a la Nintendo DS por saltarse las reglas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Jamás consentiría que un infante antepusiera el corresponderme cortésmente a cambio de prescindir de su dedicación amistosa con su videoconsola de confianza. Segundos después se cerraron las puertas. Para olvidar el desplante decidí adoptar medidas ejemplares. Subí hasta la sección “Imagen y Sonido” y dejé que mi tarjeta de cliente le contara las penas a la caja registradora. Fue todo un acto de generosidad por su parte del que siempre le estaré agradecido.

Para prevenir el aburrimiento espontáneo aquí os dejo una canción de fácil digestión para compensar vuestra solidaridad.

Emilio Calatayud con Buenafuente

Os recomiendo encarecidamente el último post de Cosas Que Pasan en el que podréis disfrutar de la entrevista que el juez de menores de Granada Emilio Calatayud concedió a Andreu Buenafuente días atrás. Calatayud es famosos por sus sentencias peculiares y perfectamente razonadas. Disfrutadlo.

Cita postuaria: «Donde hay poca justicia es un peligro tener razón».(Francisco de Quevedo y Villegas, 1580-1645)

Nunca hay edad para ser niño… o sí

-¡Hola!
-Hola.
-¿Qué haces?
-Aquí. ¿Y tú?
Quieo vel.lo!
-Sííí. ¡Quieo vel.lo!
-¿Y la escoleta?
-Sííí. ¡Pam pam colete!
-¿Qué has comit?
-Pastelitos y…
-Jesusito y Tomasín son tus amigos, ¿eh?
-Sííí.
-Eres un cachondo…
-Sííí. Eres un cachondo…
-(Risas)
-Voy vestido de cachuli.
¿Cómo? (carcajadas)
-Los pantalones por aquí…
El otro interlocutor tiene que dejar el teléfono superado por una risa nerviosa.
Fin de la «conversación» entre un «adulto» de 31 años y su sobrino de 3.

Al observar las pruebas más que evidentes de que el peso de la conversación estaba en manos del individuo escandalosamente más joven, los asesores de la parte contraria (kioskero, vecino del ático con solárium y demás gente de fiar) le aconsejaron que no revelara su identidad bajo ningún concepto.

Y, por supuesto, yo siempre hago caso a mis asesores.

Cita postuaria: «En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.» (Pablo Neruda)