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Euros por palabras

La Huella Digital recoge un artículo, como mínimo, de intensa digestión con la firma de nada menos que Arturo Pérez-Reverte en XLSemanal. Trata de la situación actual del periodismo patrio o apátrida, según se mire, y su vinculación con los tentáculos empresariales. Pasen y lean. Y opinen, por supuesto.

Eché los dientes profesionales al principio de los setenta, dando tumbos entre lugares revueltos y un periódico de los de antes; cuando no existían gabinetes de comunicación, correo electrónico ni ruedas de prensa sin preguntas. En aquel periódico, los reporteros buscaban noticias como lobos hambrientos, y se rompían los cuernos por firmar en primera página. Se llamaba Pueblo, era el más leído de España, y en él se daba la mayor concentración imaginable de golfos, burlangas, caimanes y buscavidas por metro cuadrado. Era una pintoresca peña de tipos resabiados, sin escrúpulos, capaces de matar a su madre o prostituir a su hermana por una exclusiva, sin que les temblara el pulso. Y que a pesar de eso –o tal vez por eso– eran los mejores periodistas del mundo.
Nunca aprendí tanto, ni me reí tanto, como en aquel garito de la calle Huertas de Madrid, que incluía todos los bares en quinientos metros a la redonda. Algo que no olvidé nunca es que los periodistas –los buenos reporteros, sobre todo– corren juntos la carrera, ayudándose entre sí, y sólo se fastidian unos a otros en el esprint. Ahí, a la hora de hacerse con la noticia y enviarla antes que nadie, la norma era –supongo que todavía lo es– no darle cuartel ni a tu padre. Eso no excluía el buen rollo, ni echar una mano a los colegas. Los directores y propietarios de radios y periódicos tenían sus ajustes de cuentas entre ellos, pero a la infantería esa murga empresarial se la traía bastante floja. Hasta con los del ultrafacha diario El Alcázar nos llevábamos bien, y cuando estábamos aburridos en la redacción y telefoneábamos diciendo «¿El Alcázar? Somos los rojos. Si no os rendís, fusilamos a vuestro hijo», reconocían nuestra voz y se limitaban a llamarnos hijos de la gran puta.

Eran otros tiempos. Y nosotros, a tono con ellos, éramos cazadores de noticias de primera página, conscientes de que la vida nos había llevado a Pueblo como podía habernos llevado a La Vanguardia, Ya, Arriba, Diario 16 o –ignoro si había uno– el Eco de Calahorra. Sabíamos incluso que un día u otro, por azares de la vida, podíamos ir a parar a cualquiera de ellos. Cada cual tenía sus ideas particulares, por supuesto; pero estamos hablando de periodismo. De pan de cada día y de reglas básicas. Éstas incluían aportar hechos y no opiniones, no respetar en el fondo nada ni a nadie, y ser sobornables sólo con información exclusiva, mujeres guapas –o el equivalente para reporteras intrépidas– y gloriosas firmas en primera. En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu alma. Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y apasionante. Como habría dicho Graham Greene, Dios y la militancia política sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la sección de Nacional. A ellos dejábamos, con mucho gusto, la parte sublime del negocio.
El resto éramos mercenarios eficaces y peligrosos. Con tales antecedentes, comprenderán que ahora, a veces, largue la pota. Es tan perversa la política actual que la frontera entre información y opinión, alterada en las últimas décadas por un compadreo poco escrupuloso con los partidos y la gentuza que en ellos medra, se ha ido al carajo. Contagiados del putiferio nacional, algunos periodistas de infantería se curran hoy el estatus sin remilgos. Tal como está el patio, según el medio que les da de comer, se ven obligados a tomar partido, de buen grado o por fuerza, alineándose con la opción política o empresarial oportuna. Antes podían manipularte un titular o un texto; pero al menos lo defendías como gato panza arriba, ciscándote en los muertos del redactor jefe, que además era amigo tuyo. Un buen periodista podía pasar sin despeinarse de Arriba a Informaciones, o al revés. Lo redimía el higiénico cinismo profesional. Ahora, el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas como si la independencia personal fuera incompatible con el oficio. Secundar a la empresa hasta en sus guerras y disparates. Así, redactores culturales que antes sólo hablaban de libros o teatro escriben también columnas de opinión donde atacan a este partido o defienden a aquél; y hasta el becario que trajina noticias locales debe meter guiños en contra o a favor, demostrando además que se lo cree de verdad, si quiere seguir empleado. El otro día me quedé patedefuá cuando, en el programa del tiempo de una televisión privada, su presentador –meteorólogo o algo así– introdujo un chiste político a favor de la empresa donde curra. También resulta educativo comprobar que dos o tres columnistas de un prestigioso diario afecto al actual Gobierno, hasta ayer mismo dispuestos a tragárselo todo, han bajado unánimes, como un solo hombre y una sola mujer, el incienso a un punto más tibio, adoptando cautas distancias desde que la página editorial de su periódico empezó a incluir críticas hacia el presidente Zapatero. Obligaciones de empresa aparte, los hay también que nunca pierden ningún tren, porque corren delante de la locomotora.

Cita postuaria: «La corrupción del alma es más vergonzosa que la del cuerpo«.(José María Vargas Vila, 1840-1933)

¿Y si cambiáramos el color de los ‘bin laden’?

No os lo vais a creer pero acabo de asistir a una clase magistral de investigación financiera. El único alumno, un servidor. El docente, mi barbero. Sí, oíste bien: barbero; el de toda la vida. La verdad que es un lujo volver a disfrutar en exclusiva de las lecciones de todo un analista anónimo de nuestra política y economía. Me dice que está convencido de poder encontrar de una tacada todo ese dinero excedente que circula tangencialmente a los circuitos habituales -conocido como B– que nadie dice tener, mientras asegura que sí conoce a alguien que lo tiene. Como dijo en su día Jesús de Nazaret: «Qué tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha«, aunque me temo que en otro contexto, todo sea dicho.

Retomando el tema. Mi barbero tiene la llave para atrapar a mangantes, corruptos y demás especies comunes de nuestra selva de asfalto: «cambiar el color de los bin laden, mañana mismo» asegura. Cuando vio mi cara de asombro, matizó enseguida: «Alguien lo ha dicho en la radio y pienso que sería lo suyo. Pues no correría el personal para alquilar amigos que le hicieran el cambio a comisión, claro está», añadió. Mientras escribía estas líneas navegué por la red buscando alguna pista. Parece ser que se trata de una propuesta que ha hecho pública Cayo Lara, el coordinador general de Izquierda Unida. Se marca una fecha límite para canjear en los bancos esos billetes de 500 euros que nadie dice haber visto pero que todos sabemos que existen, y después de ahí si te he visto no me acuerdo. El carril bici no bastaría para acoger las kilométricas colas que se formarían…

Aprovechando la referencia religiosa aquí os dejo una pieza celestial.

Cita postuaria: «Cuánto más aprieten las cuerdas más se descontrolará la carga cuando aquellas revienten» (H.Romero, si nadie reclama antes los derechos de autor)

"Marcas blancas ahora que manda un negro" en PocoMás Magazine

A continuación os cuelgo mi último artículo en PocoMás Magazine que aparece en el ejemplar de diciembre de la revista mallorquina. Sin ánimo de ofender al personal más sensible, he titulado mi columna «Marcas blancas ahora que manda un negro», dejando claro cristalino desde ya que se trata simple y llanamente de un juego colorista. Punto y pelota. Para el resto de conclusiones que algún purista embriagado de moral pueda decudir, me reservo un «no ha lugar» pemitiéndome esta licencia que contempla mi jurisprudencia familiar.

No se escriba más. Leed, juzgad y sentenciad. Este monotribunal, para algunos simiotribunal (sé de alguien que me reclamará este ©) acatará la sentencia del jurado popular.

Marcas blancas ahora que manda un negro

Cómo cambia todo y a qué velocidad (esta frase no es mía, se la copié a Bibiana Fernández). Años ha, ni el más sobresaliente de los master del universo summa cum laude por la Universidad de Harvard, hubiera dado un duro por las llamadas marcas blancas, low cost o, pa’ ti y pa’ mi que somos más austeros, “marcas pa’ los con poca guita”. Pues ahora resulta que los productos más económicos son los más in y cuentan con una acogida sensacional, traspasando la frontera de las capas sociales más humildes. ¡Tócate un pie -pido prudencia-, Mariano! (frase hecha sin ánimo de ofender al PP). Hasta hace un par de años si te hubieras paseado por Jaume III con un blazer (o americana, ¿a que soy divino?) de serie B te hubieran deportado a Guantánamo en piragua, remando desde El Portitxol y sin escalas. Y te estarás preguntando, ¿a dónde quiero ir a parar?. Pues ni idea, a mi me han dicho que tengo que “currarme” unas líneas y en eso estamos. Dicho esto, y tras tomarme mi medicación diaria, me encuentro en la situación de poder afirmar que las tornas han cambiado y ahora todo lo que sea low cost, o sea, barato a rabiar, es lo más mejor y aquel que no lo aproveche “castigadito cara a la pared”, como dice mi sobrino político cuando tras un “¡Mira aquello!” le birlo unas McCain (está claro cuál hubiera sido el lema de haber salido presidente: “Una patata de país”).

Ha llegado el tiempo en el que gastarse tres euros en una camiseta o t-shirt, veintiuno en unos jeans -¡quién me ha llamado fantasma!- y 12.99 en unas zapatillas es de lo más fashion que te puedas echar a la cara. Por supuesto, siempre a la zaga de una sensacional crema antidescolgamiento de jeta, con saliva de chihuahua y encimas de hígado de colomí jove, que ante todo revitaliza tu tarjeta de crédito cuando al pasarla por caja, le entra el mismo tembleque que a la Obregón en el casting para el papel de espada en la Guerra de las Galaxias. A estas alturas de la película, y plagiando parte del comentario que días atrás me hizo una simpática operadora (disculpo al 2% de las miles que marcan tu número cada mes porque no disfrutan haciéndolo) os debo advertir que “por sentido común no me viene nada”. Quizás, y esto es un suponer exento de malicia –frase que suele preceder a toda buena rajada que se precie-, si hubiéramos recurrido un poquito antes a los productos a bajo precio en vez de centrar nuestras aspiraciones en un bolso de Uy Valeunmonton o un pantalón de Bramani, tal vez se hubiera logrado reprimir aquella codicia suicida, que llevó a unos pocos hijos de bidé a crear esa gran mentira financiera, que el resto de infelices nos hemos tenido que tragar como menú diario, sin derecho a vino ni gaseosa.

Siempre he sentido cierto interés por aquellos que en ocasiones han procurado desmarcarse del grupo, pero sin exagerar. No me acabo de ver liquidando a compañeros de oficina como método antiestrés o haciendo gárgaras al saborear una caña en la barra del bar. Una cosa es salirse de la fila de vez en cuando, y otra muy distinta dar el cante jondo sin acompañamiento. Saltándose a la torera este principio, el pueblo ha desafiado al sistema y mientras a ritmo de soul hemos puesto un Obama en nuestras vidas, una blanca luz ha ido iluminando nuestros hogares entonando versos de esperanza musicados bajo la batuta de Hacendado, Lidle o Carrefour. Cuando las riendas del planeta recaen en un afroamericano –un negro, abuela; ¿Ves como no me olvido de ti?- nosotros los españolitos y españolitas, catalanes y catalanas, vascos y vascas, compostelanos y compostelanas, leperos y leperas, manacorins y de Biniali… nos tiramos al consumo –suena mal, ¿verdad?- de las marcas blancas. Si se cosca es nostro Barack, n’hi haurà per tot. Hasta aquí puedo leer que si no el tito Amancio se me altera y me sube el precio de ese jersey tan logrado, que me hace un tipito estupendo. ¡Zara: espérame y no me cierres tus puertas que sabes que soy tuyo!.

La música comprometida no tiene precio…

A veces la buena música viene acompañada de una letra insuperable. Pasen, escuchen y vean… Suena el Dear Mr. President de Pink.

Cita postuaria: «La música que no describa algo no es más que ruido» (Parménides de Elea)

Un mundo perfecto, en Poco Más Magazine

Ya está en circulación el número de noviembre de Poco Más Magazine donde podréis encontrar mi nueva aportación al optimismo desenfrenado con el que encarar nuestros días. No os lo toméis al pie de la letra sin consultar antes a vuestro farmacéutico. Puede presentar contraindicaciones severas si no se tienen las tragaderas bien dilatadas, o si se padece de estreñimiento mental agudo. Ahí lo dejo.

Un mundo perfecto

Quién diga que este mundo nuestro no es perfectamente cojonudo, no está en su sano juicio. Tenemos de todo y mucho donde elegir, y gracias a la globalización todo está a nuestro alcance, empezando por la crisis (ups, se me escapó sin querer señorías). Grosso modo y atendiendo únicamente a la distribución al por mayor, disfrutamos de fantásticas guerras dirigidas por cobardes que provocan el éxodo de los valientes. Existen multitud de lugares donde el dinero es el que manda, y otros tantos sitios a donde es mandado por sus emigrantes lejanos. Convivimos con gente que lucha fervientemente por la igualdad, y gente que discrimina ferozmente a sus iguales. Padecemos a presidentes de gobierno impresentables y a trabajadores impecables sin presente. Existen individuos con hambre de éxito y lugares dónde alimentarse es un éxito. Conocemos a muchos que aprenden del pasado y a otros tantos que pasan de la historia y prenden con llamas su futuro…

Tras este magnífico panorama podemos empezar, si os apetece –y si no también, que para eso soy yo el que escribe- por el juego que nos proporcionan aquellos que descubren su pasión por el dinero con retraso. En este punto no podemos olvidarnos de los nuevos ricos. Además de devolverte la fe en la democracia (todo el mundo debe tener una oportunidad y lo que le sigue…) también aumentan la demanda de nuevas formas de ganarse la vida dignamente, entre ellas la de asesor de imagen. Y cuando digo imagen, estoy diciendo única y exactamente eso: imagen. En esos casos, pretender modificar la conducta lo dejamos en manos de Jane Goodall y sus progresos con los simios. No tiene precio poder hacer entender a un potentado de nuevo cuño que lucir una camiseta ajustada celeste con americana de vestir sólo estuvo al alcance de Sonny Crockett en “Miami Vice”, y de eso hace ya unas bien merecidas décadas. Como la imbecilidad también se democratiza, tal vez podamos plantearnos la creación de una ONG que se interese por estas personas. Haría falta una importante inversión para iniciar terapias que ayudasen a comprender a estos millonarios, que combinar adecuadamente las prendas de vestir no es lo mismo que acumular marcas una sobre otra, y en cambio sí tiene que ver con saber relacionar con cierto sentido colores y tejidos –Paco Clavel dixit-.

A pesar de ello, insisto, este planeta me pone, y mucho. Una de las cosas que más me estimula es comprobar el resultado obtenido por aquellos que han aplicado a sus vidas aquel principio que propone que “con trabajo y dedicación, todo es posible”. En la política disfrutamos de los mejores ejemplos. No son pocos los que mortifican sin desfallecer a nuestro entrañable George Bush, sin haber reparado en una cuestión fundamental: su esfuerzo y tesón. Echando mano de ambos se propuso llegar a ser el gobernante más incompetente y nefasto que ha tenido jamás una primera potencia mundial, y a fuerza de insistir en su empeño, cosa que es innegable, lo ha logrado con creces. Me temo que lo suyo ha sido un simple problema de antipatía. No es posible que un dirigente capaz de concluir por si mismo que “si no se tiene éxito se corre el riesgo de fracasar”, obtenga tan escaso reconocimiento. No han sido justos con él ni sus padres, a quienes desde aquí responsabilizo de haber llenado de pájaros la cabeza del pobre George. No fueron conscientes de que se trataba de un espacio con aforo limitado.

Y es que este globo nuestro, lejos de pincharse, se infla cada día un poquito más. Es como un “tío vivo”: además de girar, entretiene. Y eso que ha cambiado mucho en los últimos años. Antes, para perpetrar un robo era preceptivo el uso de la violencia. Eso no es vida. Los tiempos han cambiado y ahora todo tiene un toque de glamour que quita el “sentío”. Como dijo mi compañero de columna, los asaltadores han cambiado las armas por las corbatas y el olor a pólvora por una sutil fragancia de Prada. Como dije antes, la voluntad todo lo puede. Los altos ejecutivos –atendiendo al tamaño de sus comisiones- de la banca se han esforzado sin reservas para arruinarnos a todos y van camino de llevarse el gato al agua. Se colocaron a un lado de la serpiente de dominó, soplando cada vez con más intensidad hasta que tumbaron la primera ficha. Y tras la primera, cayeron y caerán las demás. Mientras nos soplaban los ahorros, sus bolsillos iban hinchándose generosamente. Todo ello desde la buena fe y la mejor de las intenciones. No quiero ni imaginarme lo difícil que tiene que resultar a estos individuos seleccionar bien sus inversiones con tanto impaciente suelto y ese ruido de fondo que no deja de cuestionar su decencia. Los mileuristas no cargan con ese problema y nadie ha salido a recordarlo, así que al César lo que es del César. Y si de emperadores hablamos, no podemos olvidarnos de los poderes institucionales. Se ha atacado injustamente a las comisiones de los mercados de valores que deben dedicarse, como su nombre indica y así ha sido, a gestionar, promover y recolocar las comisiones obtenidas religiosamente y sin pecado concebido, por lo menos por su parte. A fin de cuentas, todo el mundo ha puesto de su parte en todo este repertorio, con ligeros matices. Unos han utilizado su boca para lamer, otros han puesto la mano para llenarla y todos los demás (cada día somos más) la última parada de nuestro aparato digestivo.

A pesar de todo, presiento que aún nos quedan muchas sorpresas por disfrutar. “No estam ni a la meitat”, diría mi padre al respecto. Recuperando el espíritu de esta columna podemos asegurar sin temor a equivocarnos, que este mundo es un chollo para el entretenimiento. Si en algún otro momento, Bush no lo quiera, nos viéramos obligados a enfrentarnos a otra crisis de talla XXL, puedo aventurar que tendríamos los santos bemoles de convertir a sus responsables, en actores estelares de un reality show sobre el crack financiero que batiría récords de audiencia, retribuyendo con sueldos millonarios a los causantes de la debacle, siempre eso sí, proporcionalmente al peso de su papel en la serie. Lo que viene a decir que como a los humanos nos va mucho el masoquismo y ante todo somos unos cachondos, cuanto más chorizo fuera el tipo más “euracos” se agenciaría por la patilla. En estos casos conviene terminar mostrando nuestra satisfacción, y qué mejor manera para ilustrarlo que citando una célebre frase televisiva: “Me encanta que los planes salgan bien”. Fue una lástima que nuestro querido Aníbal y su “equipo” no hubieran podido cambiar sus heridos por fiambres.

Cita postuaria: «A todo el mundo le cae bien un buen perdedor, en especial cuando está en el equipo contrario». (Milton Segal)

Leopoldo Abadía se supera en Buenafuente

Seguro que a esta alturas ya habréis oído hablar, y mucho, de Leopoldo Abadía y su explicación de «andar por casa» de la crisis. Pues bien, a continuación podéis ver una parte de la entrevista que concedió al programa de Buenafuente hace unas semanas, en la que volvió a demostrar que es un hábil comunicador, eso sí, de perfil «campechano» para privilegio de los que sólo conocemos Harvard como abreviatura de «Jarbasete», provincia de Castilla-La Mancha.

Dadle al play y disfrutad un ratito. Para rematar la faena, os recomiendo visionar después el video del post Con «humor» todo entra mejor«, que no tiene desperdicio.

Cita postuaria: «Los bancos son un poco como las pastillas de caldo: nos cuecen y se enriquecen.» (Andreu Buenafuente)

Con "humor" todo entra mejor

Este video que os adjunto, del que me he vuelto a acordar gracias al blog «Cosas que Pasan», es uno de esos ejemplos evidentes en que queda de manifisto que aportar una dosis de humor a las situaciones cotidianas, ayuda a digerir mejor el día a día. Seguro que muchos de vosotros ya habréis tenido la oportunidad de visionarlo vía email, blogs o el pasado viernes en Cuatro, como parte de un reportaje sobre la puñetera crisis. Al margen de su contenido didáctico, que lo tiene y mucho, merece la pena por saber tratar con tanta habilidad un tema tan espinoso y coñazo a partes iguales.

Cita postuaria: «En tiempos de crisis la imaginación es más efectiva que el intelecto». (Albert Einstein)

Leopoldo Abadía, o alguien que explica la criris a analfabetos financieros como yo

Hace unos días me recomendaron que le echara un vistazo a este blog, http://leopoldoabadia.blogspot.com/. En él, su autor Leopoldo Abadía explicaba paso a paso la crisis económica, su orígen y sus posibles consecuencias. Lo cierto que es que empiezo a estar «hartito» de la puñetera crisis, pero como la información y, por ende, la educación son poder, no nos vendrá nada mal saber algo más sobre un tema que va para largo. El tal Leopoldo, profesor de economía jubilado, decidió en su día que podía explicar las claves de la crisis a la mayoría de ineptos en finanzas como el bajo firmante, y así lo hizo.

Si pincháis en el siguiente link http://leopoldoabadia.blogspot.com/2008/04/crisis-financiera-2007-2008.html os encontraréis con toda la información ordenanda cronológicamente, con todo lujo de detalle. Cada uno que saque sus propias conclusiones.
Yo ya tengo la mía: «Estamos rodeados».

H, para servirles.

"Adopta a un ‘yuppie’", artículo recomendado

A continuación os facilito el enlace en el que se puede encontar el artículo que Matías Vallés publica hoy en el Diario de Mallorca bajo el título Adopta a un ‘yuppie’. Como siempre, su acidez e ironía se encargan de poner nuevamente en ridículo a la sociedad actual. Se podrá estar o no de acuerdo con sus tesis, pero lo que es innegables es la brillantez de su pluma y la valentía con la que expresa sus opiniones, que superan para algunos la frontera de la crítica más feroz.

Ya me contaréis.

Saludos.

Cita postuaria: «La ambición es el último refugio de todo fracaso» (Oscar Wilde).

Un par de artículos que os ayudarán a entender el orígen de la crisis

Este fin de semana tuve el placer y la ociosidad suficientes como para poder rescatar unos minutos de mi tiempo para ponerme al día de la actualidad económica. Teniendo en cuenta mi analfabetismo más absoluto en estas cuestiones, vi el cielo abierto cuando cayó en mis manos «Negocios» el suplemento dominical de El País. Tras una sesión bursátil y financiera adaptada a mis limitados conocimientos en la materia, lo entendí todo. ¿Cuál fue la conclusión que extraje? Qué hay mucho hijo p… suelto. Como no quiero influir -dudo más que Poli Díaz jugando al Trivial que goce un servidor de esa capacidad- a continuación os dejo los links de sendos reportajes, colocados por orden de indignación.

Golpe contra la especulación a la baja
La Comisión de Valores prohíbe las ventas de títulos prestados sobre 799 entidades financieras
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Recompensados por hundir Wall Street: Los ejecutivos de los bancos afectados por la crisis ganaron 236 millones

¿Pero esto quién lo controlaba?
Ningún supervisor vigilaba el negocio de AIG dedicado a cubrir el impago de deuda
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Cita postuaria: «Quienes opinan que el dinero todo lo puede sin duda están dispuestos a todo por dinero.» (E. Pierre Beauchene)

PD: Por si hubiera problemas con los links, a continuación os copio todo el contenido.


Golpe contra la especulación a la baja
La Comisión de Valores prohíbe las ventas de títulos prestados sobre 799 entidades financieras

SANDRO POZZI 21/09/2008

El torniquete a la hemorragia que sufre desde hace un año el sector financiero tiene una pieza clave, más allá del plan de rescate diseñado por la Administración de Bush: la prohibición de la autoridad reguladora del mercado de valores en Estados Unidos y Reino Unido de las apuestas a la baja sobre acciones. Es una maniobra dirigida directamente contra los operadores que intentan sacar tajada del caos en los mercados.

Morgan Stanley y Goldman Sachs acudieron desesperadas al Departamento del Tesoro y a la Securities and Exchange Commission (SEC) para que pusiera coto a estas transacciones, porque se consideraban víctimas de ataques especulativos. Bear Stearns, Lehman Brothers y Merrill Lynch se quedaron por el camino. Para especular a la baja, los inversores toman acciones prestadas para venderlas con el fin de recomprarlas a precio más bajo y luego devolverlas. La SEC prohibió primero las ventas al descubierto (se vendían acciones que no se tenían, ni siquiera prestadas), pero el viernes prohibió en la práctica que se puedan realizar durante 10 días (prorrogables a un mes) operaciones de venta a corto plazo con acciones de 799 entidades financieras, incluidos los dos grandes bancos de inversión independientes que quedan en EE UU. Los máximos directivos de Morgan y Goldman suspiraron.

La SEC dejó claro que va a haber tolerancia cero con operaciones que buscan manipular el valor de las acciones para hacer dinero aprovechando la incertidumbre que domina el parqué. «La Comisión usará todas las armas de su arsenal para combatir la manipulación que amenaza a los inversores y a los mercados de capitales», señaló el presidente de la SEC, Cristopher Cox. A la cruzada se han sumado algunos fondos de pensiones, que han dejado de prestar sus títulos para especular a la baja. El fiscal de Nueva York Andrew Cuomo ha abierto una investigación criminal por posible manipulación de las acciones de los bancos de inversión. Y hasta el propio presidente de Estados Unidos, George Bush, miró hacia los «especuladores» para justificar el caos visto la última semana.

Pero las firmas especializadas en este tipo de transacciones no se quedan con la boca cerrada y acusan a la SEC de estar haciendo exactamente lo mismo por lo que clama estar en contra, al estar dando aire caliente de forma artificial a acciones de entidades que atraviesan por serios problemas. Y este cambio de reglas de juego lo ven como una clara intervención en el mercado.


Recompensados por hundir Wall Street
Los ejecutivos de los bancos afectados por la crisis ganaron 236 millones

DAVID FERNÁNDEZ 21/09/2008

La crisis de Wall Street ha avivado la polémica sobre las retribuciones de los ejecutivos del sector financiero. Las críticas se centran en tres flancos. En primer lugar, se cuestiona si los sueldos de los últimos años se justifican por la creación de valor aportada (teniendo en cuenta el actual desplome bursátil). En segundo lugar, se denuncia que quizá la forma elegida para establecer las retribuciones, con gran peso del bonus, habría podido incentivar a los directivos a tomar más riesgos de los convenientes para lograr objetivos a corto plazo, aumentando así el agujero de las subprime. La última de las críticas se plantea tras desvelarse los blindajes millonarios que gozan estos gestores en caso de despido, con independencia de la herencia que dejen a sus accionistas.

Los salarios ahora traspasan el ámbito privado al usarse fondos público
En 2007, los máximos ejecutivos de las 16 entidades más afectadas por la crisis de crédito ganaron en total 334 millones de dólares (236 millones de euros), un 30% más que en 2005. La bola de nieve de las hipotecas basura ha costado a esas compañías pérdidas de 320.543 millones, se ha cobrado el empleo de 80.236 personas y ha jibarizado su valor bursátil desde septiembre de 2007.

«La obsesión de las empresas cotizadas por lograr beneficios a corto plazo, combinada con unos sistemas de retribución que no están ajustados por el riesgo que asumen los gestores, supone una mezcla letal», explica John M. Berry, columnista de la agencia Bloomberg. A finales de 2007, recuerda este experto, cuando casi todos los grandes bancos de inversión empezaban a encarar enormes pérdidas, pagaron bonus comparables a aquellos repartidos en 2006, «un año en el que los beneficios eran mucho mayores y el horizonte parecía despejado».

Tras el estallido de la burbuja tecnológica también se cuestionó el salario de algunos directivos, principalmente el abuso de opciones sobre acciones. Entonces se reforzaron los controles de buen gobierno corporativo. Sin embargo, el revuelo no pasó de ahí al considerarse los salarios un asunto privado a resolver entre los consejeros y los accionistas.

La diferencia con la crisis actual es que se está utilizando mucho dinero público para intentar mantener con vida entidades donde sus directivos, que han aplicado prácticas de gestión cuando menos cuestionables, cuentan con cláusulas de despido muy ventajosas. Éste es el caso del rescate de Fannie Mae y Freddie Mac, que poseen o aseguran la mitad de las hipotecas estadounidenses y que han sido intervenidas por el Gobierno. Los contratos de sus principales ejecutivos, Daniel Mudd (Fannie) y Richard Syron (Freddie), les aseguraban indemnizaciones por valor de 8 y 15 millones, respectivamente. Gracias al carácter semipúblico de las entidades, el Gobierno ha logrado que estos ejecutivos no ejecuten sus paracaídas de oro, aunque sí se embolsarán pensiones cercanas a los cuatro millones. «Nos gustaría que Mudd y Syron se fuesen sólo con un apretón de manos, pero la intervención estatal no debe justificar el incumplimiento de los contratos», editorializaba Los Angeles Times. «Esta controversia sí debería servir para que los consejos se replanteen su política de pagar por los fracasos. Si los órganos de dirección no lo hacen corren el riesgo de que el Gobierno sea más intervencionista o conceda más poder a los accionistas».

La polémica acerca de los despidos millonarios no se queda en Fannie Mac y Freddie. Esta semana se ha conocido que el consejero delegado de Merrill Lynch, John Thain, y dos de los ejecutivos que fichó cuando entró en el banco hace menos de un año, podría llevarse un total de 200 millones de dólares por menos de un año de trabajo si el nuevo dueño de la entidad, Bank of America, les despide o les relega a unas funciones de menor rango.

Un caso similar ocurre en AIG, intervenida por la Reserva Federal para evitar su quiebra. Robert Willumstad se convirtió en el primer ejecutivo de la aseguradora hace tan sólo tres meses y en caso de despido tiene asegurada una indemnización de siete millones.

La polémica de los salarios de los directivos ha llegado incluso a la campaña electoral. Tanto John McCain y Barack Obama han criticado el sistema actual y prometen reformas si llegan a la Casa Blanca. Mientras Obama siempre se ha mostrado partidario de un mayor control, McCain se opuso en 2007 a una propuesta que pedía conceder a los accionistas votos no vinculantes acerca de los salarios de los ejecutivos. Carly Fiorina, consejera económica del candidato republicano, ha manifestado en más de una ocasión su oposición a cualquier tipo de regulación. Cuando Fiorina tuvo que abandonar la presidencia de Hewlett-Packard en 2005 la empresa le pagó más de 21 millones de dólares.

¿Pero esto quién lo controlaba?
Ningún supervisor vigilaba el negocio de AIG dedicado a cubrir el impago de deuda

A. G. 21/09/2008

Las cuentas de la aseguradora American International Group (AIG) no dejan lugar a dudas. Según los datos remitidos por la propia compañía al regulador el pasado mes de junio, «aproximadamente 307.000 millones de dólares de una cartera de 441.000 millones de AIG en instrumentos destinados a cubrir contra el impago de la deuda (Credit Default Swaps, CDS) representan derivados suscritos por entidades financieras, sobre todo en Europa, con el objetivo más de proporcionar cierto alivio a las restricciones de capital que a mitigar su riesgo».

Toda una declaración sobre el verdadero propósito de una parte muy importante de su negocio contra el que las autoridades poco podían hacer y que dejan al descubierto las debilidades del sistema financiero estadounidense.

Los CDS son un mercado escasamente regulado. El regulador bursátil, la SEC, no podía intervenir porque estos instrumentos no cotizan en Bolsa. Tampoco podía hacerlo el regulador de seguros, porque no se trataba de una póliza de seguros propiamente dicha. Como resultado, un mercado equivalente al 8% de la Bolsa de Nueva York completamente fuera de todo control.
Con ese seguro como respaldo de las emisiones de deuda, las autoridades regulatorias reducían sus exigencias de capital a las entidades, que disponían así de más liquidez para invertir.

Además, esas entidades veían cómo las calificadoras les otorgaban sin dificultades el mayor grado de inversión, la triple A, lo que a su vez les rebajaba el coste de financiación. El riesgo sistémico de una posible quiebra de AIG era, pues, evidente.

Como ha reconocido el propio presidente del Bank of America, Kenneth Lewis, «no conozco a ningún banco que no tuviera intereses en AIG». Y eso es lo que ha decantado, según los expertos, que la Reserva Federal haya acudido al rescate de una aseguradora y haya dejado caer a un banco, como es el caso de Lehman Brothers. «Ha sido su interconexión [con el sistema financiero] y el miedo a lo desconocido», explicaba Robert Altman, antiguo alto cargo del Tesoro bajo la presidencia de Bill Clinton.

Eso puede explicar la actuación de la Administración en su rescate, pero no el origen de sus problemas. El presidente del comité de servicios financieros de la Cámara de Representantes, el demócrata Barney Frank, aseguraba esta semana que esta crisis «deja más que demostrado que la falta de regulación ha causado serios problemas. El mercado privado se ha dañado solo y necesita al Gobierno para ayudarle y aliviarle».

Tampoco son menores los problemas de supervisión. El sistema estadounidense cuenta con numerosas entidades, federales y regionales, dedicadas a supervisar el sistema financiero, pero no están adaptadas al nivel de sofisticación y complejidad de muchos de sus productos.

Por ejemplo, en el caso de las hipotecas basura, el regulador bursátil no podía investigar muchos de los contratos firmados porque lo eran en el ámbito privado. El supervisor bancario no está autorizado a fiscalizar a los prestamistas no bancarios, mientras que la oficina de ahorro sólo vigila los planes de pensiones.

Ante el alcance de la crisis, la sociedad estadounidense parece que empieza a cambiar una mentalidad compartida con independencia del partido que se apoye y que se remonta a los días de la presidencia del demócrata Jimmy Carter, cuando aprobó la Ley de Desregulación de las Aerolíneas, en 1978.