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El año que viví peligrosamente

15 años después

A finales de este 2012 hará quince años que volví a nacer. A pesar de sonar a topicazo, no se trata de un recurso literario sino de los hechos que ocurrieron durante casi un año de mi vida. Algunos ya los conocéis y seguro que, como me ocurre a mí en muchas ocasiones, hasta os parecerá un producto de la factoría de vuestra imaginación. Y es precisamente a ti, a vosotros, a quién va dedicado este post como un modesto, pero absolutamente sincero, reconocimiento que hice prometerme que no dejaría pasar por alto allá por el final de 1998.

Una Navidad cualquiera

Todo empezó en diciembre de 1997. Jamás se me olvidará aquel instante en el que se paró el mundo, aunque sólo fuera en mi reloj. Estábamos en vísperas de las fiestas de Navidad y hacía unos días que me había sometido a una pequeña intervención. Estábamos sentados a la mesa y Papá tomó la palabra. Ya teníamos los resultados. No había ido bien. Rompí aquel silencio estremecedor y pregunté: «¿Cómo que tratamiento? ¡Pues que me vuelvan a operar y ya está! Y entonces se me escurrió el suelo bajo los pies. «No hijo, no puede ser. Tienen que ponerte quimioterapia y radioterapia. Se llama linfoma de Hodgkin«. Me encantaría contarte que fui valiente, que miré a ese destino traidor a los ojos sin bajar la barbilla, pero nada de eso ocurrió. Sentí como mi cuerpo se agrietaba de afuera a dentro, desgarrándome las carnes. Solté un alarido en forma de «no» y rompí a llorar como no había hecho jamás. Me levanté y me encerré en mi habitación sin comer. No quise hablar con nadie en días. El primero en llamar fue David. Se lo acababan de contar mis padres. Papá me pasó el teléfono, creo recordar, y al instante nos pusimos a llorar. Colgó y vino corriendo desde el otro lado de la calle. Subió las escaleras de tres en tres y nos abrazamos. Quizá en ese momento comprendí que no tenía por qué adentrarme en el abismo solo. A partir de ahí empezó la batalla.

Lo primero que me esperaba era una visita al Dr. Antich. Estaba tan aterrorizado que temblaba tanto de epidermis para dentro que los huesos parecían resonar, mientras procuraba que esa imagen no se proyectara hacia el exterior. Empezaba a plantearme que debía tener en cuenta a mi familia, que ellos también sufrían. El Dr. Antich no se anduvo con rodeos: «¿Has hecho la ‘mili’? Pues esto es como un servicio militar: en nueve meses todo habrá acabado y después podrás olvidarte». A continuación empezó con la teoría. Era un linfoma de Hodgkin en estadio I y el pronóstico era bueno. «Tranquilo. Se cura en más del 90% de los casos», concretó mientras no dejé de darle vueltas a ese pendenciero 10%. Al tratamiento a seguir se le llamaba «sandwich» (Quimio – Radio – Quimio) con 12 sesiones de quimioterapia y un mes y medio de radioterapia. Lo tenían claro, parecía. Yo, no tanto. Ese mismo día tomé verdadera conciencia por primera vez del tipo de experiencias que abalanzaban sobre mí en los meses posteriores. Antes de marcharnos con la cita para la primera sesión de quimio en el bolsillo, me tuvieron que someter a una punción lumbar. La verdad es que fueron francos: «Esto te va a doler un poco». Me anestesiaron la zona posterior de la cadera para introducirme una aguja del tamaño de un soplete. «Lo que vamos a hacer es llegar hasta el hueso y coger una muestra», dijo el Dr. Antich. Me enseñó el artilugio y mentiría si dijese que no estuve a punto de entrar en colapso total. En su punta constaba de una suerte de dentadura que se manejaba desde lo que parecían unas asas de tijera situadas en el extremo opuesto. Cuando lo introdujo el dolor era soportable hasta que señaló que a partir de ese instante iba a hacerme «algo» de daño. «Esto te va a doler», dijo sin darme tiempo a digerirlo mientras apoyaba casi todo el peso de su cuerpo sobre mi espalda para arrancarme un trozo de esqueleto. El dolor fue tan intenso que durante unos segundos perdí la voz mientras me caían un par de lágrimas sin sollozo alguno, incapaz de consumir energía alguna en expresar cualquier otra manifestación de tal tortura. Para colmo, tuvo que hacerlo dos veces porque en la primera ocasión el congrio de metal regresó sin tajada. Al acabar fue más elocuente: «Te hemos arrancado un trocito de hueso y la anestesia solo te calma el pinchazo de la inyección. La mordedura del hueso se siente completamente. Pero eso es mejor no decírtelo hasta que ya ha pasado», sonrió. Me aseguró que se trataba de una de las pruebas más dolorosas que existen. Así entendí porque casi me desmayo de dolor. A pesar de lo que pueda parecer, debo ser justo y reconocer que el equipo del Dr. Antich y las Dras. Cladera y Balaguer, responsables de mi supervivencia en aquellos nueve meses, me hicieron conocer la vertiente más humana de la medicina, repleta de profesionales imponentes con un trato personal exquisito.

El entorno

En este punto hago un pequeño alto en el camino para acordarme de Mamá, Papá y Samantha, mi hermana. Todas las sesiones de quimio com Mamá, los análisis semanales para ver mi nivel de defensas, los trayectos en coche en que no cejaba en su empeño de ver la botella medio llena mientras yo le amenizaba el viaje con algo de SKA-P y su Cannabis; las noches de ingresos por daños colaterales al tratamiento… Todo atenciones, siempre con una buena cara como receta. Papá estaba en el mismo bando, codo con codo, organizándose el trabajo para poder escaparse a hacerme compañía en mis maratones de 3 horas de quimioterapia, removiendo cielo y tierra para que la burocracia del seguro médico complementara todo el proceso que la Seguridad Social ya estaba asumiendo, conectando nuestra casa a Internet para hacerme llevaderas la cantidad de horas muertas y poderme comunicar con Josu y Pedro, mis amigos y compañeros de carrera que estaban pasando ese curso de Erasmus en Aberdeen, Escocia. Guardo los emails que me enviaron y todas las cartas y postales manuscritas. Entre aquellos aparece alguno de Marcial. Estuvieron tan cerca que los miles de kilómetros de distancia apenas importaron. Igual que ahora, Josu, que nuestras vidas no coinciden tanto como quisiéramos te intuyo igual de cerca. Y cómo no acordarme de Sami, mi hermana, para la que también fue un calvario durante el que jamás remugó. Compaginar la tortura de sus oposiciones a judicatura con los constantes sobresaltos que le propinaba su hermano supuso para ella un sobre esfuerzo descomunal. Fue uno de tus peores casos, ¿verdad magistrada?

Cartas y postales manuscritas, emails, un relato en una publicación universitaria y otros recuerdos de 1998.

Y la conocí. Hablo de Rebeca, mi mujer. Empezamos a salir en pleno tratamiento; no le importó ni mi lamentable apariencia física en aquellos momentos, ni siquiera el olor a buitre carroñero que en cualquier instante podría sobrevolar mi cogote. Con ella se me olvidaba todo. Se me escabullían las hienas de mi azotea cuando compartíamos el tiempo. El próximo mes de abril hará 14 años que lo dio casi todo. Hace 29 meses cerró el círculo: nos hizo padres.

Tuve el privilegio de poder disfrutar de mi suegro Manolo durante unos meses. Aunque el destino no tuvo tanta paciencia con él, su custodia actual de la familia es incuestionable. El resto de la familia, mis cuñado Alberto e Iván, siempre me hicieron sentir como en casa. Recuerdo el día en el que me presenté oficialmente a la familia. Más de una veintena de familiares y amigos pendientes de un cabeza rapada con ictericia. Los nervios se esfumaron al acabar los saludos. No olvido el camino de regreso en el Golf verde edición Rolling Stone de Mateo y los Dire Straits de fondo. Hoy puedo decir que soy uno más de esa familia.

Daños colaterales

A este apartado corresponden todas aquellas consecuencias derivadas de los efectos aniquiladores que las drogas controladas ejercieron sobre mi cuerpo. Padecí una parálisis intestinal que me obligaba a tomar repugnantes antídotos para combatirla. Tras las sesiones de radioterapia mi cuerpo entraba en estado de letargo y era capaz de dormir la mayor parte del día. La radiación era tan potente que un día me desperté con las axilas en carne viva. La radioterapia propició uno de los momentos más dramáticos, a la vez que estúpido, del calvario. Una tarde me empezó un picor terrible en la nuca, desesperante. Empecé a rascarme con nerviosismo hasta que me quedé con un mechón de pelo en la mano. Luego otro, y otro y así hasta quedarme al raso en esa parte de la cabeza. Salí disparado hacia el baño para comprobar qué me estaba pasando. Llamé a mis padres pidiendo ayuda con un llanto desconsolado. Estaba aterrado porque pensé que el maldito linfoma se había apoderado de mi apariencia y ya no podía pasar desapercibido. No quería dar explicaciones y, sobre todo, me repugnaba el hecho de producir en los demás cualquier sentimiento de compasión. Es cierto que cuando me diagnosticaron lo primero que hice fue comprarme una máquina para raparme el pelo. Era la época en que los De la Peña, Ronaldo -el original- y compañía habían puesto de moda el peinado al cero y eso me ofrecía una cierta coartada. Pero ésta quedó desfasada cuando la radio engulló parte de mi cabellera. Mi familia y amigos se encargaron de hacer invisible esa circunstancia durante muchos momentos.

La neumonitis pulmonar como efecto de una de las drogas de la quimio. Un día, a traición, me quedé a mitad de escalera. Tuve que subir los últimos dos pisos a cuatro patas, me faltaba la respiración. Desde ese momento tuve que someterme a pruebas periódicas para controlar una posible pérdida crónica de capacidad pulmonar. Finalmente se quedó en una huella residual que no me afectaría para nada en mi vida cotidiana.

Una pericarditis en Madrid. Las Navidades siguientes, a los tres meses de finalizar el tratamiento, me entró un fuerte dolor en el pecho y en cuestión de horas apenas podía moverme. Pensé que estaba sufriendo un infarto. Ingresé en urgencias de una clínica próxima al barrio de Arturo Soria y me quedé durante algunos días pensando que por lo menos los pacientes serían de postín, pero no fue así. El susto fue morrocotudo. Mi padrino estuvo allí al pie del cañón, demostrándome lo que significa ser familia aunque solo pudiéramos ejercer en las fechas señaladas.

Recuerdos

De todos esos meses, quedan muchos recuerdos. Como las clases de la facultad a las que acudía en semanas alternas, ausentándome durante las que me tocaba tratamiento. Fue impresionante comprobar como mis compañeros -algunos de ellos forman parte de mi círculo de amistades más íntimo- se desvivieron para que no perdiera el hilo de las clases. Trabajos en equipo hechos a mi medida y gestiones con el profesorado en mi nombre, eran una constante. Todavía me acuerdo de las risas y las continuas bromas que me procuraba el bueno de Jaime. Aquí no puedo olvidarme de algunos de mis profesores que, saltándose el calendario escolar, me examinaron cuando las ondas y la química me concedían una tregua. Recuerdo a Joana Mª Seguí o a Climent Picornell, entre otros, que pusieron su agenda a mi disposición. Ese curso conseguí superar diez asignaturas.

Recuerdo cuando hablé con Mamá sobre el cannabis. Le dije que si las sesiones de quimioterapia se me iban de las manos quería que se lo planteáramos a los doctores. Eran tres días con el cuerpo descompuesto que se hacían interminables. Al final no tuvimos que recurrir al THC.

Recuerdo los partidos en el Fondo Norte del Lluís Sitjar. El día del apagón contra el Real Madrid cayendo el diluvio universal. Durante esos 90 minutos sanaba por completo. Por lo menos mentalmente. El colmo del hooliganismo fue pedir permiso al equipo de oncología para viajar a Valencia, con Martín y David, para asistir a la final de la Copa de Rey que jugaría el RCD Mallorca ante el FC Barcelona, en el Estadio de Mestalla. Me concedieron el deseo y no me lo pensé. Nos sacamos los billetes y nos fuimos para allá en un auténtico disparate de barco de la desaparecida compañía Flebasa. Salimos antes que nadie del puerto de Palma -12.00AM- y llegamos los últimos, con el partido empezado [aquí está la prueba]. Tanto es así que celebramos el gol del mallorquinista Stankovic en la misma bodega del barco, justo antes de desembarcar en la ciudad del Turia. Estaba tan extenuado a la vuelta que me quedé dormido durante todo el trayecto justo al lado de las máquinas recreativas, a la entrada de la sala de butacas. Una experiencia inolvidable, a pesar del atraco futbolístico y sus consecuencias en el resultado.

Recuerdo las llamadas de mi prima Rocío siempre ofreciendo su apoyo y su buen humor, a pesar de la lejanía. Al igual que mi tía Margot, que no necesitará leer estas líneas porque sabe perfectamente cuánto se preocupó por mí. Y como no, mi padrino «Tito Jose» -sin acento-. Recuerdo a mi tía Mª Antonia y su reencuentro después de muchos años, aportando su granito de arena a la familia.

Recuerdo hablar por teléfono con mis abuelos Pepe y Margot cuidando hasta la última palabra o mi entonación. No podían percatarse de nada. Que vivieran en Madrid era condición suficiente para evitarles un sufrimiento inútil en la distancia. No hubieran tolerado nada bien no poder arrimar el hombro.

Recuerdo a la perfección todas aquellas juergas «lights» que me procuraban los buenos de Martín y David. Las semanas de parón en el tratamiento nos reservábamos las noches de los sábados para recorrer el Paseo Marítimo, en mi caso, a base de Coca-Cola para no castigar demasiado al hígado que ya se llevaba un buen tute entre semana con tanta química.

Recuerdo a mi amigo Colau. Cuando me llamaba al portero de casa para que fuéramos a probar su nuevo Fiesta XR2 hasta Valldemossa. O para que fuera a su casa a enseñarme las nuevas adquisiciones de su discografía metalera. El motor, la música y el Mallorqueta nos unieron para siempre.

Recuerdo a otros muchos que, incluso sin percatarse, me allanaron el camino apartándome del lado oscuro simplemente siendo como son. En muchos casos hace años que hemos perdido el contacto y aunque no haya sabido encontrarle un hueco a vuestro nombre en estas líneas, sí que goza de uno, y preferente, en mi recuerdo.

Despedida y cierre

Si te preguntas por qué hago esto ahora, la respuesta es sencilla. Durante aquellos meses me hice algunas promesas que jamás debería traicionar: la primera, hacer un ejercicio periódico de memoria para no olvidarme nunca de cómo he llegado hasta aquí; la segunda, recordar a todos los que contribuyeron a mi ‘renacimiento’ desde sus pequeños detalles hasta los apoyos más incondicionales. Empecé a finales de 1998 publicando en una revista universitaria un relato de agradecimiento para todos aquellos que contribuyeron a la causa [aparece en la imagen adjunta]. Cuando se cumplieron los 10 años desde que recibiera el alta tuve que cumplir el siguiente propósito. Pensé y repensé en una cita que me sirviera para que jamás perdiera de vista lo que me enseñó aquella experiencia vital y, muy a mi pesar, me la tatué: ‘Caer es el primer paso para levantarse’. Elegí colocármela en el abdomen para que después de cada ducha supiera que estaba allí, mientras el resto del día permanecía oculta cumpliendo discretamente con su cometido. Por eso, este reconocimiento de hoy corresponde precisamente a esa lista de tareas pendientes de por vida. Se van a cumplir 15 años de todo aquello y valía la pena este ejercicio de memoria.

Si te das por aludido y deseas compartirlo conmigo -y con el resto de esta modesta familia bloguera- te invito a que dejes tu testimonio en un comentario a continuación. Si te puede la pereza, me conformo con tu paciente lectura, aunque sea por dosis.

Gracias amig@. Gracias a todos. Gracias por todo.

Cuando fuimos los mejores…

Escribo esta entrada para purgarme las entrañas. Porque, al igual que tú, estoy hasta las pelotas de abordar cada día con la cara alta y sin perder la compostura. Porque hace días que ando descolocado, inconexo con mi entorno, incapaz de mantenerle la mirada a cada jornada. Porque estoy hasta el cipote de compartir cortijo con un ejército de indeseables, mentirosos compulsivos e hijos del mismísimo Satanás que escabullen el bulto al más mínimo contrapié. Ese coro de chupanabos que por un apretón de manos en tiempos de cosecha son capaces de venderte a su pariente más querido, ni siquiera por dos duros. Porque intento alejarme de las noticias pero vienen a ti como serpientes al acecho en la árida llanura. En el puto desierto. Como cuando pagas tu café en el bar y sobre la barra el titular de la portada de un diario te revuelve las tripas: «Los directivos de las Cajas rescatadas ganaron casi 80 millones de euros en 2011«.

Pero no me malinterpretes, yo no soy el protagonista de estas líneas. Lo cierto es que el detonante de todo ha ocurrido en mi entorno más próximo. Se trata de una historia que no le importa una mierda a nadie. La leyenda de un grupo de profesionales imponentes, formados académicamente para atender a los demás, y en especial a los más desplazados. Son unos machos y hembras que, desde hace más de 10 años, se dejan la piel -y en ocasiones también algunos rescoldos de su alma-, en escuchar las miserias que han acompañado desde la cuna la vida de la mayoría de esos tipos, des eso que todos conocemos y nadie quiere ver. Tratando de recomponer las alas a esos palomos que en la mayoría de ocasiones han padecido auténticos infiernos en vida, un día tras otro. No hay que haber estudiado en La Sorbona para deducir que el porcentaje de reinserción es bajo, pero no os equivoquéis, porque la recompensa es incalculable. Vosotros no les habéis oído contar cómo se encontraron con un «ex usuario» que hace dos años que está limpio, que ahora se gana lo que come -hasta lo acaban de ascender- y que tiene un par de herederos que le sirven de acicate cada día para levantar el culo del catre. Es la emoción del curro bien hecho, repito, el puto trabajo bien hecho, señoras y caballeros, con la pasión y el arrojo -a pares de ovarios y cojones por igual- de los que se saben poner en el pellejo del más débil, del indefenso. Porque como decía la mujer del capitán del puerto de Livorno, dónde naufragó el Costa Concordia, «lo preocupante es que gente como mi marido, personas que simplemente hacen su trabajo todos los días en este país se conviertan en ídolos o héroes».

Pues a esta Patrulla X le acaban de dar una estocada agónica. Les han retirado el 75% de su partida que procede de la subvención pública y les han dejado en el alambre, solos, mientras desde cada uno de los costados se afanan por sacudirles el cable. Porque hubiera sido muy razonable que les hubieran recortado, por ejemplo, a razón del 50%. Porque todos, tú y yo sin ir más lejos, nos estamos teniendo que atar los machos a diario con los cordones de las botas para pateamos este rancho colonizado por rastrojos. Quizá el concepto que no capto sea que para acordarse de los marginados ya está la ruleta de la vida que nos coloca a cada uno en su sitio, como debe ser. De la filosofía de tonto el último, y tal. Vamos, de una altura de miras propia de mentes presapiens, alejados de la vida real, de las putas miserias que nos rodean y ante las que a fuerza de empujar nos hacemos de hierro. Porque precisamente la vida no hace distinciones y en ocasiones, sin saber cómo, te cambia de barrio y pasas del adosado con piscina al banco del parque, solo. En esos casos ahí están ellos, terapeutas del asfalto, para ofrecerte la segunda oportunidad que la vida te estaba negando. Por lo menos hasta ahora.

Esta entrada es netamente apolítica. No habla de programas electorales ni de discursos morales. Si has llegado hasta aquí y te has llevado esa impresión, ya puedes marcharte por donde has entrado porque no has captado una puta letra, figura. Porque te declaro persona non grata y cómplice de las necedades de los tuyos, ya sean griegos o romanos, a los que defiendes a capa y espada por un puñado de dólares. Por eso maldigo a los políticos de antes y a los de ahora, sin gama de colores ni escalas de grises. A los que permitieron que se produjeran las fugas de agua y a los capitanes que saltaron por la borda, mientras redactaban su coartada. A todos los que se den por aludidos que pudiendo tender la mano y pasarla por el hombro de esas personas en las malas, sólo lo han hecho cuando enfocaban los teleobjetivos. Que la mierda os acompañe, de la manita a poder ser. Porque ni tenéis cabida en esta aldea ni estáis en la lista de espera. Si os llamara escoria os estaría piropeando porque sois de los que no creéis en las segundas oportunidades. Me repugnáis.

¿Sabes la paradoja del asunto? Que quizá, y no se lo deseo a nadie, los caprichos de la vida hagan que alguno de esos lumbreras padezca en sus propias carnes la desgracia del desheredado. Esa que culmina con un familiar -un hijo quizá- que se sale del camino marcado adentrándose en las tinieblas. Que después de someterse a los últimos tratamientos, de fugarse una y otra vez de los mejores centros de desintoxicación, se encuentre perdido sin esperanza. Y que entonces, quien sabe, alguien le comente: «Una vez escuché la leyenda de un grupo de superhéroes de barrio, espadachines de la palabra que resucitaban muertos y devolvían a la vida a los más desahuciados de la jungla, aquellos que o nunca tuvieron oportunidades o perdieron las suyas por la senda más oscura». Pero ya será tarde.

Este es mi homenaje a la pandilla taleguera: el caballero andante de La Mancha, la superwoman, la dama de hierro, el hada madrina de todos, y la mía también… Debo confesaros una cosa: os admiro y respeto como a pocas personas. Va por ustedes…

You’ll never walk alone

Cuando camines a través de la tormenta,
Mantén la cabeza alta,
Y no temas por la oscuridad;
Al final de la tormenta encontrarás la luz del sol
Y la dulce y plateada canción de una alondra.

Sigue a través del viento,
Sigue a través de la lluvia,
Aunque tus sueños se rompan en pedazos.

Camina, camina, con esperanza en tu corazón,
Y nunca caminarás solo,
Nunca caminarás solo.
Camina, camina, con esperanza en tu corazón,
Y nunca caminarás solo,
Nunca caminarás solo.

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Una lágrima, por favor

Voy a sincerarme. A veces… a veces intento hacerme el fuerte pero calculo mal el punto de dureza y se me fractura la pose y se destapa la impostura. Lo esperanzador del asunto es que la frecuencia con la que se me presenta este fenómeno es baja, con una intensidad de leve a moderada.
Y digo esto porque días atrás en plena sesión doméstica de cine apareció la careta de superhombre. He de reconocer que enseguida percibí los derroteros que tomaba la película y decidí entrar en modo macho rudimentario I. Reinicié sesión como usuario Rambo y activé el nivel de máxima seguridad de mi cortahemorragias lacrimal. Todo un éxito. La sucesión de situaciones trumáticas que habían perpetrado los guionistas era interminable y ahí me tienes, fresco como un pingüino y sin restos salinos en las mejillas.
Sin embargo el sistema no es perfecto y si Bill Gates lo tiene claro, figúrate este escribano. Primero se detectó una pequeña fuga en el trastero de la empatía -palabra de uso cotidiano en familia- cuando una de las coprotagonistas, huérfana y sin más anclaje a este mundo que un novio ex toxicómano que vive con su ebrio y violento padre y al que abandonó su madre cuando era un niño, se da cuenta que a su alma gemela le quedan pocos años de vida. Por mucho que elevé el nivel de alerta del sistema la minúscula vía de agua que buscaba su camino de evacuación en mi órbita ocular, cada vez se hizo más grande hasta que inundó la sala de máquinas. Llegados al momento de la terrible pérdida, las claraboyas reventaron hasta anegar mis ojos. Se dispararon las alarmas y los equipos de testosterona de emergencia salieron al rescate. Era demasiado tarde y nada pudieron hacer para contener la catarata de emociones. Este es el testimonio de un valiente que presume de cobarde. Porque ganar batallas es sencillo; porque perderlas y sentirse reconfortado es complicadísimo. Y yo en ese terreno me siento cómodo. Así es.

Yo, culpable

Cuando era un joven sumamente ingenuo y repleto de orgullo tuve la estúpida ocurrencia de marcarme un ideario de actuación cotidiana. Se trataba de una suerte de código tejido a partir de la repetición de algunas conductas que identificaba como justas entre los míos, combinadas con algunas otras actitudes de cosecha propia. El objetivo del negocio era poder colgarme la etiqueta de «tío de los pies a la cabeza», sin otro propósito que poder mostrar mis cartas a los demás para que supieran qué podían esperar de uno y, por tanto, cómo no les convenía actuar si pretendían no tocar hueso.
Más allá de la inconsistencia evidente del asunto, ha llegado el momento de sacarle punta al lápiz y tramitar una queja formal por escrito contra mi mismo. Antes de proseguir ya os avanzo el veredicto: culpable por omisión y deslealtad. A pesar de que la cantidad de incumplimientos no lograría arrebatar del liderato en la materia ni al político más competente, debo reconocer que la lista pecaminosa pone las pupilas de búho. Para no sortear más la purga, de aquí en adelante voy a detallar algunos de mis delitos más sangrantes que, me temo, no han prescrito todavía ni de lejos:

– He vuelto a mantener una conversación con alguien que un día se propuso joderme sin motivo, a sabiendas y llegando incluso a disfrutar eróticamente con ello, sin demostrar por su parte ni el más mínimo reconocimiento de la estocada  acometida. Efectivamente, soy un pelapipas federado y con carné.


– He asistido a funerales por los familiares de algunas personas que no se molestarían ni en darme el pésame en el caso opuesto, a no ser que cobraran por ello al contado y por adelantado.

– He reído las gracias a personajes indeseables por el simple hecho de ocupar un lugar preferente en el escalafón social. En efecto, todo un alarde de personalidad y coherencia por mi parte.

– He juzgado la vida privada de terceros con una pasmosa ligereza sin tener vela alguna en ese entierro. Una fenomenal incongruencia teniendo en cuenta  que se trata de una de las cosas que más indignación me produce en esta vida.

– He aportado soluciones a problemas ajenos con un aire de suficiencia ruborizante, dándomelas de inteligentón bajo el poder que me otorgaba la aplicación de un supuesto sentido común, al parecer oculto para todos menos para mí.

– He pasado de señalar «eso no se puede hacer» a buscarle cualquier justificación peregrina para poder perpetrarlo con premeditación.

Curiosamente después de todo lo expuesto me siento sensiblemente mejor. Conmigo mismo y con los demás. Sabedor de que tropezaré más veces con las mismas piedras. Aunque podré identificarlas y ponerles nombre para esquivarlas sólo de vez en cuando. Y por fin, llegados a este punto, viene lo que estabas esperando con tanta desesperación: Fin.
Cita postuaria: «No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto». (Aristóteles, 384-322 AC)

Esto lo jodisteis entre unos pocos…

Brillante la última entrada de Nacho de la Fuente en su blog, a propósito de la campaña de optimismo desenfrenado que han puesto en marcha todas estas multinacionales para que nos pongamos las pilas y consumamos a troche y moche. Así lo expresa:

«Números somos y números seremos...

Aunque te la puedes oler, la mala noticia siempre viene de repente, como un chorro de agua congelada, como un quiebro en tus piernas, como un escupitajo en la cara. Los que te comunican la mala nueva suelen mirar cabizbajos, apesadumbrados. Si son buenos empresarios y mejores personas les duele la situación. Claro que sí. Pero si son aprovechados y malnacidos seguro que les llega un hormigueo de disfrute y placer. Qué mas da. Cuando te lo dicen es el acabose. El hasta aquí hemos llegado guapo/a. Puedes recoger tus cosas, se te pagará lo establecido (en el mejor de los casos) y no dudes de que en cuanto sepa de alguna oportunidad hablaré muy bien de tí porque eres un/una gran profesional que has dado mucho por la empresa. Te echaremos de menos, bla, bla, bla, pero vete cuanto antes, que ya me sales caro/a. El sorpresón es tan inesperado que apenas puedes despedirte de tus amigos y compañeros. No da tiempo, nunca da tiempo. Y cuando lo haya, ya tendrás horas y horas para el correo electrónico, el móvil o el omnipresente Facebook. Besos rápidos, lágrimas contenidas y buenas maneras en tus últimos minutos en una empresa a la que le has dedicado mucho más que tu jornada laboral. Un sitio por el que has dado lo mejor de tí y que te devuelve los favores recibidos en forma de liquidación, de finiquito, de ahí está la puerta majo/a. Y a otra cosa mariposa, que al inhumano ritmo que vamos números somos y números seremos…

Ese mal momento ya lo viven a diario una media de 4.000 españoles, que se dice pronto. Una sonrojante cifra que debería cuestionar la permanencia de cualquier Gobierno con un mínimo de dignidad. O de estética. Esta entrada va por esos más de cuatro millones de parados de corta y larga duración a los que se les ha atragantado la vida laboral y personal a bote pronto. Sin avisar. Tengas hijos o no. Estés hipotecado o no. Que a nivel contable, repito, sólo eres un número más. Y encima rojo sangre. Este texto va por ellos, por esos millones de parados inquietos que tantos ánimos y calor necesitan en estos momentos. A pesar de las estupideces y rifirrafes de nuestros políticos, saldremos adelante. Como tantas veces».

Para completar el puzle os dejo un par de estupendas viñetas cortesía del siempre perspicaz JRMora

Así que, cachondeíto, el justo [No os perdáis la colección de enlaces que aparecen al final de este post con las diferentes versiones de la happy-campaña de marras]

Se busca marciano para intercambio de residencia

Arranca el mes de junio y con él una nueva edición mensual de la revista PocoMás Magazine. Como siempre, y sin explicación convincente, han decidido no erradicar de cuajo mi testimonial sección que en este número he titulado «Se busca marciano para intercambio de residencia», y que podéis leer a continuación.

Se busca marciano para intercambio de residencia

Cada día estoy más convencido de que una epidemia de hijoputismo severo nos acecha. Ahí va el último ejemplo. Estaba yo apurando a bocados los últimos suspiros de mi cena, cuando una noticia me secó la saliva y alguna que otra cosa más. Un tipo, chino de China y residente por aquellos lares, rondaba la tragedia. Había decidido acabar con su vida. Al menos eso creía él. Se encaramó a la estructura de un puente desde el que lanzar al precipicio su cuerpo cargado de recuerdos y deudas. Se trataba de un constructor masacrado por los latigazos de la crisis.

Después de casi cinco horas al borde de la desgracia apareció en escena el héroe de turno, o eso creyeron todos los presentes, incluido el atormentado escalador. El Chuck Norris oriental se ofreció como negociador y se dispuso a trepar hasta el lugar en el que la futura víctima de si mismo tenía pensado despedirse del planeta. El salvador, muy seguro de sus habilidades, llegó a la altura donde se encontraba el sufridor compatriota y empezó a charlar con él. Los testigos del acontecimiento -a excepción de algunos medios que ya habían enviado la crónica del futuro cráneo esparcido por el piso inferior- se frotaban las manos presagiando un final feliz (no tan feliz como el dispensado en las modernas peluquerías orientales que se están instalando en España). Cuando los testigos de la odisea se abrazaban y bailaban la conga celebrando la habilidad del negociador, el figura agarró de un brazo al atormentado empresario y lo lanzó a los leones. S’ha acabat, dijo en su fuero interno el pacifista de plastilina sin más remordimientos que el de no haber acertado en la dirección del empujón, que condujo a la víctima a la lona de protección que le había preparado el dispositivo de emergencias.


Me quedé alucinando (de ese mismo alucinar que conjugaba Jim Morrison). A ver si lo entiendo: Un pobre desgraciado superado por los acontecimientos y preso de un ataque de enajenación mental de caballo, decide acabar con todo y no tiene derecho ni a tomarse su tiempo para meditarlo. Es más, no sólo no intentan convencerle de que aquel no es el camino, sino que encima le revientan esos instantes tan íntimos y personales empujándole al vacío para agilizarle los trámites. “¡Tienen que sodomizarme hasta el último día!”, debió pensar el pobre hombre. Está visto que ya no hay paciencia ni para que uno pueda arrepentirse de sus errores, por muy irreversibles que estos pudieran llegar a ser. Cuando ese buen hombre empezó a creer que quizá las cosas podrían encararse de otro modo, aparece un cazurro de cromañón y le jode su momento “alguien podría decirme que coño hacer con mi vida”. Ya me dirás, trabajar toda tu vida como un chino para esto. Lo macanudo del asunto es que no tardaremos mucho en pensar que es algo normal, como ya lo es no ceder el asiento a los mayores en el autobús, querer acariciar el éxito sin romper el huevo, perseguir la fama aunque sea a costa de rebañar la lengua con todo un regimiento de faranduleros de garrafón o no tener ni un reparo en hincar el codo en cantidades industriales sin asumir las consecuencias posteriores que tiene para nuestra azotea. Dejémoslo por hoy. El próximo mes, más y probablemente mucho peor.

A todo cerdo le llega su San Martín

El número de mayo de PocoMás Magazine ya está en circulación por toda la isla y en la red. Como siempre, y muy a su pesar, no han podido evitar que aparezca en ella una de mis colaboraciones. A todo cerdo le llega su San Martín tiene la culpa. Os lo dejo aquí para que paséis el trago cuanto antes…

A todo cerdo le llega su San Martín

Uno de los placeres más elementales del ser humano, y no por ello menos reconfortante, es tomar un café y mientras ojear la prensa. Como humanoide en vías de humanización (aunque no me aseguran la plaza) procuro tomarme en serio eso de los placeres y a ello me puse. Manda bemoles que me haya tocado empezar por éste. A lo que iba. “Señorita, un expreso por favor”, solicité pausadamente al camarero de cuyo sexo no quiero acordarme. Para adaptarme a la vida moderna siempre que pido algo a alguien sin haber reparado visualmente en su sexo, lo hago en género femenino para no herir sensibilidades. Además, con ello consigo que si es un rapaz no me conteste -lo que ya es de agradecer, acostumbrados a leer en las páginas de sucesos noticias como “Fulano pidió la hora a Mengano y éste le hizo un lifting instantáneo con los nudillos”-. Y si es una paloma tal vez aproveche el viaje para traerme junto con la carga un mensaje con la cuenta, invitándome a abrirme más pronto que tarde. Si el tiempo es oro, es todo un detalle que alguien que no sea mi psiquiatra se preocupe para que lo aproveche, sólo fuera de la consulta por supuesto. Lo cierto es que al leer la prensa uno se siente reconfortado y aprovecha para agradecer a todas sus divinidades, incluso a las inmateriales, la suerte que ha tenido por estar en ese lugar y a esa hora repasando los periódicos y no haciendo otra cosa de poca relevancia, y por tanto susceptible de ser noticia. Existe una prueba empírica que te deja el cerebro contracturado si reparas en ella. Sujeta el periódico con una mano y con la otra señala una página al azar. ¡A qué adivino lo que estás leyendo! Algo sobre una quiebra multimillonaria que manda más gente al paro que concursantes fracasados de OT padecemos, o un ingreso en prisión del cerrajero de la finca colindante con la Consejería de Altos Vuelos sin Paracaídas que también se lo ha llevado calentito, una pelea multitudinaria entre los partidarios de Blackberry y Iphone con lanzamiento de carcasas tuneadas o el agravamiento de la salud de un pollo que cree tener algo de cerdo mientras suspira para que su gatita, que se encuentra hecha unos zorros, no padezca de lo mismo. Total, una auténtica mascarada con tintes de guiñol de “pague usted uno y –por favor se lo pido- llévese la docena”.

No temáis. Ya lo decía mi profesora de música: si colocas bien los dedos no cabe fallo posible. Y así debemos hacerlo: colocarnos bien las yemas en los oídos a fin de conseguir una mejor visión. No sé si sirve de algo pero como decir sandeces está de moda, me apunto al caballo ganador. Es de agradecer (aunque no sé muy bien a quién) que existan entretenimientos como la Bruni, con su saberposar tan natural como su cutis impoluto e hidrogenado con cargo a los presupuestos de su país, y ese señor bajito que siempre le sujeta la mano como si estuvieran a punto de cruzar un paso de cebra permanente, que tengan la deferencia de visitar a unos plebeyos –en este caso sólo con “y”- como nosotros que apenas tenemos algo que aportar, y menos que decir, a esta sociedad. Lo sé. Siempre habrá algún pastor sin rebaño que me dirá que las naciones y sus economías se sustentan en el trabajo de los peones de base como tú. Venga está bien, y como yo. Una gilipuertez totalmente desmontable. Veréis. Es fácil imaginar que la visita, el cenorrio y los diferentes festejos que se calzaron nuestros dirigentes durante el G20 (a muchos nos cuesta entender el funcionamiento del punto G singular, como para entretenernos con los otros 19) o en estos últimos días a propósito de la visita del vecino dúo sacapuntas, han sido de chupa pan y moja, ¿cierto? Pues –todos conmigo- si a día de hoy hay más parados en Europa que espectadores vieron la final de la Eurocopa, y se han podido costear estas romerías sin apuros, por lo menos para ellos, convendréis conmigo que no les hacemos falta para nada. Ya veréis como el próximo grito en el marketing político será una nueva propuesta de elecciones populares. Es decir, dos docenas de políticos eligiendo entre millones de papeletas, una por ciudadano, a sus futuros gobernados y cada uno a su casa y Dios en la de todos.

Precisamente gracias a Él –y no se aceptan réplicas en este punto- al cierre de estas líneas nos consolamos con una gran noticia: uno de los enfermos a causa de la gripe porcina era dado de alta, a pesar de ser portador del virus asegurando que había reaccionado bien al tratamiento. Una información esperanzadora para un país riguroso donde los haya y muy poco dado a las chapuzas, que ofrece sistemas de diagnóstico tan eficaces como el “me quiere no me quiere”. Gracias a este procedimiento, un paciente al que se le declaró sano una noche fue llamado a filas al día siguiente desde otro hospital diferente, que esta vez había deshojado la margarita empezando por los pétalos pares. Por si las moscas, he decidido ampliar mi factura del móvil para hacer todas mis comunicaciones sociales a través de él, incluido con mi perro Inem. Sé que nunca me fallará y que, aunque no me lo diga, agradecerá que mi
aliento se aleje de su hocico por unos días.

Redes sociales hasta en la comida

Esto de las redes sociales parece no tener límites, siempre y cuando algún estudioso y tenaz arruinador de ilusiones no diga lo contrario. La gente no sólo prepara sus vacaciones, compra un coche o elige su ropa siguiendo las opiniones que se vierten en la red, sino que también escoge restaurante aprovechando las sugerencias de los clientes que ya han probado sus menús. Hace tiempo descubrí Cómete Mallorca y me gustó su propuesta y filosofía. Invitan a que los visitantes opinen y recomienden establecimientos de la isla, destacando puntos fuertes y debilidades de cada uno de ellos. Parece ser que la reputación online cobra cada vez más protagonismo en la empresa. Ahora el proyecto pretende extenderse a otras ciudades españolas y buscan colaboradores.

Para contribuir con la iniciativa aproveché la ocasión para hacer mi recomendación.

Cita postuaria: «Cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas, comparto la lluvia».(Enrique Ernesto Febbraro)

Hache se escribe con Hache, el 55 mejor blog de Baleares

Aquí va una de autobombo y platillo. Hace algo más de medio año que Hache se escribe con Hache daba sus primeros pasos y hay que ver como hemos cambiado. La fortuna y los elementos -entre vosotros hay unos cuantos de cuidado- han querido que esta humilde morada se haya situado en la posición número 55 del ranking de blogs de Baleares de Alianzo, una de las listas más prestigiosas de la red. Teniendo en cuenta que a finales de 2008 esta bitácora se encontraba en el puesto 189 de dicha clasificación, podemos asegurar que el estado de salud del enfermo evoluciona favorablemente. Y la culpa de todo ello es vuestra.

Muchas gracias a todo@s.

Cita postuaria: «El éxito consiste en obtener lo que se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene». (Ralph Waldo Emerson, 1803-1882)

Dudemos herman@s

Escuchando el álbum Avalancha de Héroes del Silencio, me detuve en la parte final de la letra del tema Deshacer el mundo. No sé qué ocurrió pero me vi avocado a repetir una y otra vez ese fragmento mientras lo canturreaba con mucho más énfasis que destreza. Y dice así:

«..Ponme fuera del alcance del bostezo universal
nos veremos en el exilio o en una celda
ponme fuera del reposo en mi historia personal
soy un ave rapaz: ¡mirad mis alas!»

Quizá fuera por todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor (debates apañados en televisión, despidos encubiertos por la crisis…) o por pura casualidad, pero el caso es que en un ataque reflexivo impropio de quién os escribe, mi mente -poco acostumbrada a estos alardes- se vio con lucidez suficiente como para relacionar la letra de esa canción de Héroes con las circunstancias que nos rodean, adoptando un actitud crítica con la que encarar el día a día.

O lo que es lo mismo: Cuestionaoslo todo. Ponedlo todo en duda, incluso dudad de que dudéis de todo.

Anticipándome a la inevitable pregunta que sé que os ronda en vuestras cabezas, os confirmo que la semana próxima, sin falta, pido cita con mi terapeuta de cabecera, Haruki de la Mancha.

Cita postuaria: «Casi todos prefieren la mentira por ellos descubierta a la verdad encontrada por otros». (Jean-Jacques Rousseau)

¿Pero quién te has creído que eres?

Actualización 12/02/09, 15.30h: ¿Pero quién te has creído que eres? II

Esta pregunta va dirigida a ti. Seré breve. A ti mujer u hombre, político, ciudadano, doctor, paciente, católico, apóstata, agnóstico, miembro de otra iglesia, estudiante, empresario, trabajador, parado o pensionista, simpatizante de izquierdas, de centro o de derechas, soltero, casado o viudo… Te recomiendo que te hagas esta pregunta cuando tengas las santas posaderas de censurar la decisión de la familia de Eluana Englaro de acabar con el sufrimiento irreversible de su hija, en estado vegetativo desde hace 17 años. ¿Pero quién carajo te has creído que eres para juzgar a esa familia?. Sólo les corresponde a ellos, como único vínculo de sangre directo, plantearse o no la posibilidad de luchar por una muerte digna para su hija. Si trato de ponerme en su pellejo por unos instantes, y desde ya pongo en duda que me sea posible llegar a imaginar qué pueden estar sintiendo esos padres en estos momentos, no tengo la más remota idea de cuál sería el proceder más adecuado en este caso, lo más justo para ella, y si tendría las agallas suficientes, en el peor de los supuestos, para autorizar la defunción de mi hij@. Pero que no se nos olvide algo muy importante: ni yo ni mis ideas pintamos una regadera en toda esta historia. Tú, a no ser que te apellides Englaro, tampoco.

Exijamos un respeto firme e inflexible de la libertad de decisión de las personas. Si tienes convicciones religiosas, exijamos que puedas ejercerlas sin que te veas coartado por ello ni debas pedir perdón por tus ideas. Y si no las tienes, exijamos idéntico respeto para ti. Si aquel es tu caso, quizá puedas rezar por el alma de Eluana y su familia… pero no te atrevas a juzgarles más allá de la puerta de tu casa. A todo aquel que se dé por aludido tengo el placer de decirle que: ¡no toques más las pelotas con tu opinión! No ha lugar. Nadie te la ha pedido. No queremos escucharla. Deja que la gente decida en paz, mientras tú haces lo propio con tu vida, junto a los tuyos. Basta ya de aleccionadores rancios de una sola verdad. Respetemos la capacidad de autogobierno de las personas, por difícil que nos resulte entender sus circunstancias. Si, como debe de ser, defiendes tu integridad e ideales con uñas y dientes, ¿a qué leches responde que quieras entrometerte en la vida de los demás?. Que te quede claro: no tienes derecho.

Punto, pelota.

Cita postuaria: «El límite bueno de nuestra libertad es la libertad de los demás».(Jean Baptiste Alphonse Karr, 1808-1890)

Rescue me

Hace unos días vino a verme alguien a mi trabajo. Un compañero me alertó de que me estaba buscando un tal Walter (nombre ficticio) que, según decía, aseguraba conocerme. Le cité para unos minutos más tarde, justo después de cumplir con unos asuntos profesionales ineludibles. Antes de finalizar mis obligaciones ví pasar a un tipo desconocido pero familiar a la vez. Conseguí recordar quién era poco después. Varios años atrás se me presentó en la oficina. Era un tipo de mi quinta, de origen sudamericano y empeñado en buscarse un hueco en nuestra jungla profesional. Me dijo que era «un apasionado del deporte» y que estaba convencido de que «podía aprender rápido y hacer carrera en la formación de los más jóvenes». Se expresaba con enorme educación, a veces excesiva, y siempre finalizaba sus frases con una sonrisa en los labios. Después de aquella primera toma de contacto le perdí la pista.

Ahora, años más tarde, su aspecto apenas ha variado. Su comportamiento sigue siendo exquisito. Venía a ofrecer sus servicios, esta vez con más premura. Durante todo este tiempo había trabajado de todo: mozo de almacén, camarero, repartidor, organizador de eventos… Mientras ocupaba todos aquellos puestos de trabajo su ilusión se mantuvo intacta. Aparenta ser un tipo de convicciones firmes. Aquella ilusión era el motor que le empujaba a buscar su lugar en el deporte profesional, de la misma forma que otros muchos lo intentaron con éxito antes que él. O no. Walter siempre te cede la palabra y pide perdón antes de ofender, para cobrar ventaja por si llegado el momento le traicionaran sus impulsos. «Si no es mucha molestia» o «si te parece bien» son sus encabezamientos de frase predilectos. Quedamos en vernos nuevamente para que me deje su currículum y yo pueda facilitarle un par de contactos con los que llamar a algunas puertas. Posiblemente ya no haya nadie tras esos umbrales. Muchos no abrirán a su llamada por traspaso. Razonable. Otros no lo harán por hijos de puta. Miserable. Que le escuchen es importante para la autoestima de Walter. Lástima que no sea suficiente.

Hoy, puntual como las rodillas ovales de Lewinsky muchas felaciones atrás, ha acudido a nuestra cita. Ha sido breve. Parecía no querer abusar, increiblemente discreto a pesar de su deseperada situación. Desde mi atril privilegiado, mientras nos despedíamos le he deseado mucha suerte y que no dude en buscarme si me necesita. Después me he ido a casa a comer caliente. «La vida sigue», me he dicho. «Sobre todo la mía», me he corregido después. Walter tiene ganas de buscarse la suya con dignidad. Walter hoy es Walter. Mañana yo puedo ser Walter, y pasado él puede estar en mi lugar. Porque con trabajo la suerte llega… Pero para eso siempre necesitas que alguien confíe en ti y que ningún malnacido quiera utilizarte de felpudo o sacudirte con el mismo desprecio con el que lo hace con su prepucio tras miccionar -por que estos no mean, contaminan-. Es una estupidez olvidarse de que hoy en día hay Walters a toneladas. Una cosa es pensar que vamos a salvar el culo de todos aquellos con problemas que se topen con nosotros, y otra muy diferente es escudarse en un «lo siento pero yo no puedo hacer nada; la vida es así», para escurrir el bulto antes de entonar un «tonto el último» introspectivo, pero con dos bemoles.

Se despide, Héctor… o Walter, vosotros sabréis.

Cita postuaria: «La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respetuo mutuo». (Eduardo Galeano)