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Redes sociales hasta en la comida

Esto de las redes sociales parece no tener límites, siempre y cuando algún estudioso y tenaz arruinador de ilusiones no diga lo contrario. La gente no sólo prepara sus vacaciones, compra un coche o elige su ropa siguiendo las opiniones que se vierten en la red, sino que también escoge restaurante aprovechando las sugerencias de los clientes que ya han probado sus menús. Hace tiempo descubrí Cómete Mallorca y me gustó su propuesta y filosofía. Invitan a que los visitantes opinen y recomienden establecimientos de la isla, destacando puntos fuertes y debilidades de cada uno de ellos. Parece ser que la reputación online cobra cada vez más protagonismo en la empresa. Ahora el proyecto pretende extenderse a otras ciudades españolas y buscan colaboradores.

Para contribuir con la iniciativa aproveché la ocasión para hacer mi recomendación.

Cita postuaria: «Cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas, comparto la lluvia».(Enrique Ernesto Febbraro)

"Adivina quién viene esta noche" en PocoMás Magazine Febrero

PocoMás Magazine presenta un mes de Febrero completito. Como sabéis, contribuyo a bajar la carga cultural de la revista -dura tarea, por cierto- con mi columna mensual de poco sustento, curiosamente. En este número me he vuelto loco rebuscando entre la basura y me he decidido por un tema novedoso donde los haya. Cuando leas «Adivina quién viene esta noche» (la parte positiva es que si lo haces te desgrava cuando presentas la declaración de la renta) te darás cuenta de que te he dejado compuesto y sin novia. Es lo que tiene el talento: cuando está racionado nunca sabes por donde te saldrán los tiros.

Para los más antiguos -que no viejos, Haruki- a continuación os dejo el artí-culo (hartar, que perdió la «h» tras el estornudo de un académico, unido a culo conforman: hasta el cu…) para que podáis recrearos. Ojo: si lo imprimís en folio duro podéis hacer uno velero de papel by America’s Cup.

Adivina quién viene esta noche

El pasado 20 de enero me planteé uno de mis mayores retos personales: intentar abstraerme de la ceremonia de proclamación de Obama como presidente del Tío Sam. Resultado: ¡Error fatal en Héctor 2009! De igual modo que el pequeño Bush –se desconoce si ha habido alguno grande con ese apellido- erró al diagnosticar a Irak como “país con armas de destrucción masiva”, me equivoqué al plantearme tal desafío porque los obstáculos eran muchos e insalvables. Me apoderé del mando a distancia aprovechando un momento de flaqueza del rival. En más de la mitad de la primera docena de canales zappeados aparecía un majestuoso edificio blanco rodeado de miles de fieles seguidores, ataviados con las vestimentas más diversas. ¡Eureka!. Tenía un plan b ante mis ojos, me dije. He dado con el Canal Historia y están reponiendo un documental sobre las 10 peregrinaciones más importantes de la historia a La Meca. Craso error. La ciudad era Washington y las paredes blancas pertenecían a El Capitolio. Aprovechando la coincidencia, inicié mi capitulación sin resignarme a concederme otra oportunidad.

Busca que te busca, me dediqué a detenerme en todas aquellas cadenas en cuyas imágenes no apareciera más de una persona. Pero tras algunos segundos a la espera de consumar mi victoria, mis aspiraciones se irían al traste. Primero lo intenté en CocinaTV. Preparaban un soufflé de plancton jurásico del Mar Caspio. En el preciso momento en que el chef Paladarytomar encendía su soplete made in Guantánamo, pronunció la palabra tabú: “… pueden aplicar calor o bama…”. Era un mensaje subliminal. Los tentáculos de la campaña mediática del primer presidente yankee no blanco, se pegaban a todas las superficies. En los rótulos del “Modo de preparación” de la receta aparecía “aplicar calor o llama”. Era un truco. Yo escuché obama alto y claro.

No había conseguido reponerme de tal contratiempo cuando fui a parar al Canal Infoinfantil. En él me sentía como Horatio Caine en su jacuzzi rodeado de caimanes bajo la dieta por puntos: muy seguro. Qué mejor que un par de nociones sobre la interrelación madres e hijos para alejarme de las multitudes enardecidas con su Abraham Lincoln 2.0. A punto de ser conquistado por un duermevela enternecedor –del tipo riachuelo salivar simple- un vocablo golpeó en mis entrañas atravesando mis oídos, que hacían las veces de un subwoofer del último Rock In Rio. No cabía confusión alguna. El bebé protagonista de la escena respondía con un rotundo obama al intento de su progenitora para que tomara una cucharada más de su papilla, compuesta por cereales ecológicos con bífidus, L-casei y escamas de salamandra de charca, a las finas hierbas de la Sierra de Navacerrada. Cuando recapitularon, modificaron la respuesta del pequeño por un “no mamá”. ¡Manipuladores!, espeté con ira. Amimevaadesí lo quesentío, hubiera dicho Ortega Cano, nuestro irrepetible Fred Astaire cañí.

Por último, antes de rendirme me acordé del gran Leónidas, rey de Esparta. Readapté una de sus frases célebres tal que así: “Cenemos bien, porque el desayuno ha sido un infierno” (me consta que apenas notáis la diferencia, pero Google os ayudará). Con la caja tonta de fondo y yo haciendo el bobo en primer plano, agoté mi último cartucho. Situación: sintonizo TeleCasino Gano; un tipo hortera como el sastre de Parchís alecciona a los televidentes (dos según los índices de share: el mando y yo) sobre técnicas de juego en la ruleta americana. A puntito de meterle el diente a mi pa amb oli con jamón, el tío canalla me alarma sin piedad al decir que “cuando el croupier canta el obama, se cierran las apuestas”. Me quedé helado. La miga de pan no subía ni bajaba por mi gaznate. Acompañando la narración aparecían unas viñetas. En una de ellas se podía leer “el croupier señala novamás”. Era el colmo de la tergiversación. Me zampé el bocata y me recosté en el sofá. Minutos después abrí los ojos. El reloj marcaba las 19.30 hora de mi casa, e interrumpían las retransmisiones. Sin sonido aparente, apenas pude deducir de la imagen como a un mulato le entregaban las llaves de su nueva casa, pintada de un blanco bernabéu. Le di al volumen y resultó ser un tal Obama, al que definían como negro o afroamericano olvidando el blanco de la otra mitad de su adn. Curiosamente, sin saber por qué, me resultaba familiar ese nombre…

Nunca hay edad para ser niño… o sí

-¡Hola!
-Hola.
-¿Qué haces?
-Aquí. ¿Y tú?
Quieo vel.lo!
-Sííí. ¡Quieo vel.lo!
-¿Y la escoleta?
-Sííí. ¡Pam pam colete!
-¿Qué has comit?
-Pastelitos y…
-Jesusito y Tomasín son tus amigos, ¿eh?
-Sííí.
-Eres un cachondo…
-Sííí. Eres un cachondo…
-(Risas)
-Voy vestido de cachuli.
¿Cómo? (carcajadas)
-Los pantalones por aquí…
El otro interlocutor tiene que dejar el teléfono superado por una risa nerviosa.
Fin de la «conversación» entre un «adulto» de 31 años y su sobrino de 3.

Al observar las pruebas más que evidentes de que el peso de la conversación estaba en manos del individuo escandalosamente más joven, los asesores de la parte contraria (kioskero, vecino del ático con solárium y demás gente de fiar) le aconsejaron que no revelara su identidad bajo ningún concepto.

Y, por supuesto, yo siempre hago caso a mis asesores.

Cita postuaria: «En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.» (Pablo Neruda)

Quién no ha tenido alguna vez la espalda mojada…


«Espaldas mojadas» es el título de una canción que el grupo Tam Tam Go lanzó a principios de los 90. Como bien sabéis, este término se utiliza en concreto para describir a los inmigrantes centro y sudamericanos que deciden emprender el viaje con lo puesto hacia el dorado de los EE UU, tirando a mate cada vez más. El uso de esta definición se ha ido generalizando, a la par que lo ha hecho la inmigración, y actualmente nos podría servir incluso para referirnos a todos esos movimientos en cualquiera de los continentes. Os cuento todo esto -aquí concluye el permiso para bostezar- porque me he sentido en la obligación de bucear en mi pasado familiar para rendir un humilde tributo a toda esa legión camareros argentinos, albañiles senegaleses, teleoperadores peruanos, repartidores ecuatorianos, jardineros rumanos… con los que nos cruzamos a diario en nuestras vidas. Si su papel en nuestra economía moderna ha sido clave según los expertos, parte de nuestro bienestar -aunque ahora ande maltrecho- debe entenderse gracias a su colaboración.

Por ello, apuesto por un ejercicio que creo que deberíamos de hacer todos como es profundizar en nuestras raices, a saber: mis bisabuelos eran mallorquines (5), gallegos (2) y andaluces (1). Sus hijos nacieron en Mallorca (2) y en Cuba (2). Precisamente de este último caso quiero hablaros. Los padres de mi abuelo José Adán, desde Carballino (Galicia), y los de mi abuela Margot Ignacio (desde Mallorca) emigraron a La Habana para sobrevivir a la miseria que recorría España de cabo a rabo, en el primer cuarto del siglo XX. Lo curioso del asunto es que ambas familias nunca coincidieron en Cuba mientras se dedicaban a actividades económicas diferentes, que en los dos casos les permitió gozar de una situación económica privilegiada, ni de lejos parecida a lo que habían dejado atrás. Es curioso el caso de la familia Ignacio, decicada al mundo de la escultura y la restauración arquitectónica, aunque de eso ya hablaremos otro día.

En resumidas cuentas, mis antepasados cercanos fueron inmigrantes en tierra próspera, extranjeros sin papeles, con la humildad, el esfuerzo y su educación como único patrimonio con el que desembarcar en Las Américas. Estoy convencido de que si ellos estuvieran aún entre nosotros y convivieran a nuestro lado con el fenómeno actual de la inmigración, no dudarían ni un instante en sacarnos los colores cuando alegremente, y perdiendo la perspectiva de cómo hemos llegado a ser lo que somos, tuvieramos la tentación de dirigirmos con cierto desprecio a alguno de esos inmigrantes que salieron de un continente, que un siglo atrás recibió la huida a la desesperada de muchos de nuestros antepasados que trataban de olvidar qué se siente cuando se padece hambre. Tal vez sea el momento de devolver algún favor pediente…

Os adjunto una serie de fotografías de aquella época (algunas no están en muy buen estado) que acreditan lo que os he contado en estas líneas.

Cita postuaria: «La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar.» (Balzac)

"Marcas blancas ahora que manda un negro" en PocoMás Magazine

A continuación os cuelgo mi último artículo en PocoMás Magazine que aparece en el ejemplar de diciembre de la revista mallorquina. Sin ánimo de ofender al personal más sensible, he titulado mi columna «Marcas blancas ahora que manda un negro», dejando claro cristalino desde ya que se trata simple y llanamente de un juego colorista. Punto y pelota. Para el resto de conclusiones que algún purista embriagado de moral pueda decudir, me reservo un «no ha lugar» pemitiéndome esta licencia que contempla mi jurisprudencia familiar.

No se escriba más. Leed, juzgad y sentenciad. Este monotribunal, para algunos simiotribunal (sé de alguien que me reclamará este ©) acatará la sentencia del jurado popular.

Marcas blancas ahora que manda un negro

Cómo cambia todo y a qué velocidad (esta frase no es mía, se la copié a Bibiana Fernández). Años ha, ni el más sobresaliente de los master del universo summa cum laude por la Universidad de Harvard, hubiera dado un duro por las llamadas marcas blancas, low cost o, pa’ ti y pa’ mi que somos más austeros, “marcas pa’ los con poca guita”. Pues ahora resulta que los productos más económicos son los más in y cuentan con una acogida sensacional, traspasando la frontera de las capas sociales más humildes. ¡Tócate un pie -pido prudencia-, Mariano! (frase hecha sin ánimo de ofender al PP). Hasta hace un par de años si te hubieras paseado por Jaume III con un blazer (o americana, ¿a que soy divino?) de serie B te hubieran deportado a Guantánamo en piragua, remando desde El Portitxol y sin escalas. Y te estarás preguntando, ¿a dónde quiero ir a parar?. Pues ni idea, a mi me han dicho que tengo que “currarme” unas líneas y en eso estamos. Dicho esto, y tras tomarme mi medicación diaria, me encuentro en la situación de poder afirmar que las tornas han cambiado y ahora todo lo que sea low cost, o sea, barato a rabiar, es lo más mejor y aquel que no lo aproveche “castigadito cara a la pared”, como dice mi sobrino político cuando tras un “¡Mira aquello!” le birlo unas McCain (está claro cuál hubiera sido el lema de haber salido presidente: “Una patata de país”).

Ha llegado el tiempo en el que gastarse tres euros en una camiseta o t-shirt, veintiuno en unos jeans -¡quién me ha llamado fantasma!- y 12.99 en unas zapatillas es de lo más fashion que te puedas echar a la cara. Por supuesto, siempre a la zaga de una sensacional crema antidescolgamiento de jeta, con saliva de chihuahua y encimas de hígado de colomí jove, que ante todo revitaliza tu tarjeta de crédito cuando al pasarla por caja, le entra el mismo tembleque que a la Obregón en el casting para el papel de espada en la Guerra de las Galaxias. A estas alturas de la película, y plagiando parte del comentario que días atrás me hizo una simpática operadora (disculpo al 2% de las miles que marcan tu número cada mes porque no disfrutan haciéndolo) os debo advertir que “por sentido común no me viene nada”. Quizás, y esto es un suponer exento de malicia –frase que suele preceder a toda buena rajada que se precie-, si hubiéramos recurrido un poquito antes a los productos a bajo precio en vez de centrar nuestras aspiraciones en un bolso de Uy Valeunmonton o un pantalón de Bramani, tal vez se hubiera logrado reprimir aquella codicia suicida, que llevó a unos pocos hijos de bidé a crear esa gran mentira financiera, que el resto de infelices nos hemos tenido que tragar como menú diario, sin derecho a vino ni gaseosa.

Siempre he sentido cierto interés por aquellos que en ocasiones han procurado desmarcarse del grupo, pero sin exagerar. No me acabo de ver liquidando a compañeros de oficina como método antiestrés o haciendo gárgaras al saborear una caña en la barra del bar. Una cosa es salirse de la fila de vez en cuando, y otra muy distinta dar el cante jondo sin acompañamiento. Saltándose a la torera este principio, el pueblo ha desafiado al sistema y mientras a ritmo de soul hemos puesto un Obama en nuestras vidas, una blanca luz ha ido iluminando nuestros hogares entonando versos de esperanza musicados bajo la batuta de Hacendado, Lidle o Carrefour. Cuando las riendas del planeta recaen en un afroamericano –un negro, abuela; ¿Ves como no me olvido de ti?- nosotros los españolitos y españolitas, catalanes y catalanas, vascos y vascas, compostelanos y compostelanas, leperos y leperas, manacorins y de Biniali… nos tiramos al consumo –suena mal, ¿verdad?- de las marcas blancas. Si se cosca es nostro Barack, n’hi haurà per tot. Hasta aquí puedo leer que si no el tito Amancio se me altera y me sube el precio de ese jersey tan logrado, que me hace un tipito estupendo. ¡Zara: espérame y no me cierres tus puertas que sabes que soy tuyo!.

Hay más fantasmas que sábanas…

A veces empezamos o acabamos los días de mejor o peor manera dependiendo de algún pequeño detalle o anécdota, que a pesar de su escasa importancia puede inclinar la balanza de uno u otro lado. A mí no me miréis; esto está montado así e igual que la imbecilidad, ocurre sin avisar y no hay que darle más vueltas. Precisamente os voy a hablar de un candidato al gilipuertas de oro de la academia.

Situaros. Entro en uno de los bares a los que acudo habitualmente -este dato quizás no sea muy preciso pero sólo hago que imitar a nuestros referentes actuales-. Antes de llegar a la barra ya tengo mi café servido sin articular palabra, y de propina me cae una sonrisa de cortesía del camarero que ciertamente no le daría para ganar el premio profident del día. Tomo asiento y cojo el primer periódico que diviso al alcance de mi mano, asegurándome de que para apropiarme de él no necesito ayudarme de mi codo. Es media tarde, no tengo ganas de guerra y me da mucha más pereza tener que firmar la paz. A tiro de estornudo se encuentra una pareja de tipos que no reconozco, a pesar de que por el volumen de su conversación diría que están ansiosos por que entremos en la misma. La cosa sigue tal que así:

-Pues no sé que hacer, tío. Creo que le diré que me marcho el ‘finde’ con los colegas sin más. Hace tiempo que lo tenemos planificado -dice el sujeto paciente-.

-Lo que tienes que hacer -mal asunto cuando empezamos así- es decirle: «Mira tía, el viernes me las piro y hasta el domingo no estaré disponible» -suelta el sujeto impaciente al que sólo le podía reprochar que no hiciera el gesto de retorcer el pescuezo de un palomo con sus manos.

Viendo los derroteros por los que parecía encaminarse la conversación privada convertida en mitin verdulero, decidí abstraerme. Y lo logré, aunque fuera por espacio un par de segundos. Entonces, el macho de la especie ibérica, dados los salchichones que hubiera dado de sí después de un buen San Martín, se decolgó con una reflexión digna de un memo condecorado con honores.


-A las tías hay que marcarles el terreno desde el principio. ¿Sabes lo que hago yo? -observé como se nos contagiaban las arcadas al resto de clientes afectados por la onda expansiva producida por ese prodigio de la era cromañón-. Yo se lo digo muy clarito: esto es lo que hay y si no te gusta tiene dos trabajos, mosquearte y des… ‘loquesea’- lanzó el tigre salvaje al que la selva se le queda pequeña cuando se pone a marcarla con su orina.

A todo esto, y ayudado de un esponjoso croissant para amortiguar las galletas verbales de su amigo y apuñalador a tiempo parcial, el sujeto paciente (hasta la médula) no articulaba palabra. Y hacía lo correcto. Cuando intentas interceder por alguién cuyo coeficiente intelectual se le va entregando a plazos, lo más probable es que quedarse en silencio te haga salir victorioso. La ley del mínimo esfuerzo, chatín.

Entre bocado dulce y sorbo amargo, el Atila de las relaciones personales seguía erre que erre con su teoría de la gravedad: -Oye, que si se enfada no es nada grave, ¿eh?- argumentaba el valiente capullo… en flor silvestre. -Yo siempre digo una cosa: hay más mujeres que longanizas. Eso no es problema- concluyó el obama de la vida en pareja.

En los instantes siguientes logré alejarme de los briconsejos del gurú del amor en primera persona. Mientras navegaba sin rumbo entre las páginas del Marca –a ciertas horas mis facultades limitadas me impiden completar los sudokus del Wall Street Journal– una voz femenina se fue apoderando del ambiente. Giro mi cabeza en dirección a los pili y mili y observo como una chica de la misma edad se sienta en su mesa. Acto seguido, terminator toma las riendas de la conversación y lejos de coger el toro por los cuernos pregunta con voz dulce cual ventrílocuo:

-Dime cari, ¿qué quieres que hagamos esta noche?. La próxima vez me toca escoger a mí, ¿vale?-.

Yo no daba crédito. Chuck Norris le cedía el mando de la operación a Miss Rehén 2008. Si es que ya se sabe, «dime de qué presumes… y te diré que coche tienes».

Cita postuaria: «El cobarde sólo amenaza cuando está a salvo» (Goethe)

"Café y Más" es mi recomendación de la semana

Café y más es un blog muy interesante obra del palmesano Jesús Cortés. En él encontrarás multitud de sugerencias gastronómicas que nos ofrece la isla, acompañadas de fotografías de los diferentes menús degustados y la correspondiente valoración del servicio que ofrece cada cafetería, con sus pros y sus contras. Es muy útil para ir variando los lugares habituales en los que disfrutamos de nuestra vida social. Elegir qué tomar, a qué hora y dónde es una de sus múltiples utilidades.

Es el momento de no entreteneros más, y dejar que visitéis esta curiosa y sugerente bitácora. Os gustará.

Cita postuaria: «Los ingleses inventaron la sobremesa para olvidar la comida.» (Pierre Daninos)