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Buscando a Kony

Esta campaña es real, no se trata de publicidad comercial. KONY 2012 es el nombre de una vídeo campaña impulsada por Invisible Children con el objetivo de hacer famoso -visible- al que se han atrevido a catalogar como el peor criminal de guerra de nuestros días: Joseph Kony. Se le hace responsable del secuestro de miles de niños ugandeses a los que separa por sexos, colocando en las manos de los varones un arma con la que entrar en combate mientras las niñas son obligadas a formar parte del mayor ejército de prostitutas infantiles del mundo.

Hasta la fecha nadie ha conseguido poner rostro a Kony. Jason Russell, impulsor de la iniciativa y director de la cinta, quiere acabar con ese anonimato y para ello pide la colaboración de todo el mundo hiperconectado. Reclama la ayuda de los cientos de millones de internautas que en todo el mundo publican contenido en sus perfiles sociales, para que difundan esta campaña que ayude a poner cerco al genocida más buscado del momento.

En tres días el vídeo ha sido visualizado más de 55 millones de veces. No tienes excusa. Resérvate 30 minutos de tu tiempo para verlo y compartirlo. Vale la pena por un par de clics…

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La globalización de la pobreza, el negocio de unos pocos

Imagino que tú te levantas cada mañana para ganarle la batalla al día. El objetivo es discreto: llenar el plato de alpiste -a media altura nos vale- y sobrevivir dignamente. Para algunos, muchos me temo, eso supone un auténtico desafío en cada jornada. Y, entre otras causas, ¿sabes por qué?. Pues por cosas como las que explica Josef Ajram en el siguiente vídeo, en una clase práctica de cómo cualquiera puede comprar bonos desde casa con dos golpes de ratón, apostando en contra de nuestras economías. De esta forma consiguen dos cosas: primero, crédito bancario que a ti y a mi nos niega cualquier banco y además en condiciones inmejorables; segundo, hundirnos cada día unos milímetros más en el barro. Y mientras tanto, ahí tienes a nuestros políticos contemplándolo todo desde el palco como meros espectadores, haciendo gala de una censurable inacción -punible, diría yo-, de forma insultante y sin escrúpulos…

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Reverte que te quiero Reverte

Nadie como él puede narrar mejor lo que sentimos muchos de nosotros cuando comprobamos cómo está el patio. Estoy viendo las noticias. Desalojan un campamento de sin papeles afganos en el norte de Francia. No tienen papeles. Ni derechos. No existen. No son votos necesarios. Pero todos tienen algo en común: hambre. De su dignidad, mejor callemos.
Para comprender este chiringuito global, o dejar de hacerlo, os propongo una lectura privilegiada. El maestro Pérez-Reverte habla en XLSemanal:
Dirán ustedes que lo de hoy es una chorrada, y que vaya tonterías elige el cabrón del Reverte para su artículo. Para llenar la página. Pero no estoy seguro de que la cosa sea intrascendente. Como decía Ovidio, o uno de esos antiguos –lo leí ayer en un Astérix–, una pequeña mordedura de víbora puede liquidar a un toro. Es como cuando, por ejemplo, ves a un fulano por la calle con una gorra de béisbol puesta del revés. Cada uno puede ir como le salga, naturalmente. Para eso hemos muerto un millón de españoles, o más. Luchando por las gorras de béisbol y por las chanclas. Pero esa certeza moral no impide que te preguntes, con íntima curiosidad, por qué el fulano lleva la gorra del revés, con la visera para atrás y la cintita de ajustarla sobre la frente. Todo eso conduce a más preguntas: si viene directamente de quitarse la careta de catcher de los Tomateros de Culiacán, si le da el sol en el cogote o si es un poquito gilipollas. Concediéndole, sin embargo, el beneficio de la duda, de ahí pasas a preguntarte si, en vista de que al pavo le molesta o no le conviene llevar la visera de la gorra hacia delante, por qué usa gorra con visera. Por qué no recurre a un casquete moruno, un fez turco o a una boina con rabito. Luego terminas pensando que es raro que los fabricantes de gorras no hayan pensado en hacer una gorra sin visera, para fulanos como el que acabas de ver; y de eso deduces, malpensado como eres, que la mafia internacional de los fabricantes de gorras de béisbol pone visera a todos los modelos para cobrar más caro y explotar al cliente, y luego lo disimulan regalándole gorras a Leonardo DiCaprio para que se las ponga del revés cuando saca en moto a su novia en el Diez Minutos. Eso te lleva inevitablemente a pensar en la crisis de Occidente y el aborregamiento de las masas, hasta que acabas echando espumarajos por la boca y decides apuntarte en Al Quaida y masacrar infieles, mientras concluyes que el mundo es una mierda pinchada en un palo, que odias a la Humanidad –Monica Bellucci aparte– y que la culpa de todo la tiene el Pesoe.
Llegados a este punto del artículo, ustedes se preguntan qué habrá fumado el Reverte esta mañana; concluyendo que, sea lo que sea, le sientan fatal ciertas mezclas. Pero yerran. Estoy sobrio y con un café; y todo esto, digresión sobre gorras incluida, viene al hilo del asunto: lo de que no hay enemigo pequeño, y que si parva licet componere magna, que dijo otro romano finolis de aquéllos. Pequeños detalles sin importancia aparente pueden llevar a cuestiones de más chicha, y parvos indicios pueden poner de manifiesto realidades más vastas y complejas. Vean si no –a eso iba con lo de las jodías gorras– el anuncio publicitario que hace unos días escuché en la radio. Un anuncio de esos que definen no sólo al fabricante, sino al consumidor. Y sobre todo, el país donde vive el consumidor. Usted mismo, o sea. Yo.
Buenos días, don Nicolás –cito de memoria, claro–, dice la secretaria a su jefe. ¿Le apetece un cortadito? Claro que sí, responde el mentado. Es usted muy amable, Mari Pili. Ahora mismo se lo preparo, dice ella, pizpireta y dispuesta. Pero ojo, la previene el jefe. Recuerde que yo el café lo tomo siempre de la marca Cofiflux Barriguitas. Por supuesto, don Nicolás, responde la secre. Conozco sus dificultades para ir al baño, como las conoce toda la empresa. Ahora yo también bebo el café de esa marca, igual que lo hacen ya todos mis compañeros. Tomamos Cofiflux Barriguitas, y nos va de maravilla. Etcétera.
Juro por Hazañas Bélicas que el anuncio es real. Quien escuche la radio, lo conocerá como yo. Lo estremecedor del asunto es la naturalidad con que se plantea la situación; el argumento de normalidad a la hora de controlar si el jefe va apretado o flojo de esfínter. Interpretarlo como nota de humor publicitario deliberado –lo que tampoco es evidente– no cambia las cosas. Con humor o en serio, el compadreo intestinal es de pésimo gusto. Delata, una vez más, las maneras bajunas de una España tan chabacana y directa como nuestra vida misma –«Yo es que soy muy espontáneo y directo», te dicen algunos capullos–; convertida, cada vez más, en caricatura de sí misma. En pasmo de Europa. Y ahora pónganse la mano en el corazón, mírense a los ojos y consideren si, en un país donde, tras emitir en la radio un anuncio con semejante finura conceptual, se espera que la gente normal compre entusiasmada el producto –y no me cabe duda de que lo compran–, sus ciudadanos pueden ir por el mundo con la cabeza alta. En cualquier caso, díganme si una sociedad capaz de dar por supuesto, como lo más corriente, que todo el personal de una empresa, desde la secretaria hasta el conserje, conoce, airea y comparte las dificultades intestinales de su director, presidente, monarca o puta que los parió –nos parió– a todos, no merece, además de café Cofiflux Barriguitas, o como diablos se llame, un intenso tratamiento con napalm.