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Dos ancianos sin estudios que anticiparon la crisis antes que nuestros políticos

A veces basta con escuchar a nuestros mayores. En este fragmento de apenas cinco minutos de un documental que jamás vio la luz, dos abuelos de Soria hablaban en 2007 de las duras condiciones de vida del pasado, de los privilegios contemporáneos y de la debacle que anticipaban para un futuro inminente, esa que estamos padeciendo -casi- todos desde hace unos años cuando llamó a nuestra puerta, mostrándose desde entonces entusiasmada con nuestra hospitalidad.

Vale la pena… [Vía ShowU]

Mi abuelo Pep Romero (II)

En la entrada anterior sobre mi abuelo Pep quedó pendiente, entre otras cosas, una recopilación de fotos y documentos que ilustran parte de esos momentos de su vida. Con ellos os dejo:

 

Mi abuelo, el primero por la izquierda, en un acto en Na Burguesa con el alcalde de Palma de la época.

 

Artículo del Última Hora sobre la apertura de la sala de fiestas El Caimán.
Mis abuelos bailando en la pista de la sala de fiestas Saint-Tropez de la que mi abuelo Pep era el gerente.

Mis abuelos (en primer plano) en la terraza del Saint-Tropez.

 

Documento oficial con el logo de la sala de fiestas Saint-Tropez.

Abuelo Manolo

Abuelo Manolo:

Como bien sabes, hace 2 meses y 15 días que me soltaron al mundo. La verdad es que no me puedo quejar porque me lo dan todo hecho, y por lo que oigo me conviene aprovechar porque parece ser que el chollo se acaba pronto. Cuando estaba en la panza de mamá podía oír como la gente le decía «verás como te cambiará la vida; tendrás que tener mucha paciencia». Y en esas estamos, en probar la paciencia de mami. La verdad es que de momento me gana la mano. No tiene límites: lo mismo de pie que tumbado, que me canta o que me explica el árbol genealógico de la familia, que ya sabes que es más extenso que el Antiguo Testamento. Entenderás entonces que todavía esté en una nube. Como en la que estás tú abuelo.

Mami me habla mucho de ti. Un día que estábamos a solas, yo en su barriga y ella en el sofá, se emocionó. Recordó sus primeras palabras cuando te marchaste: «no podrá conocer a su nieto, con lo que le gustan los niños». Y yo, abuelo Manolo, le di una patadota para recordarle que se equivocaba. Si supiera que tú y yo llevamos hablando más de once meses… Si de algo puedes estar seguro es que no me olvidaré de ti. Resulta materialmente imposible porque mamá constantemente me cuenta cosas tuyas. Sin ir más lejos, el otro día en la cotidiana espera de mi eructo post-biberón, me enseñó la foto en la que estás tocando la batería. Me dijo que no sólo se te daba bien ese instrumento sino que a la hora de ponerse a cantar tenías madera de artista, y me habló de un tal Nino Bravo y de lo mucho que te gustaba su voz. A veces pienso en qué deparará para mí la genética, y si la herencia Masip me da para artista y consigo forrarme sin dar un palo al agua, que según mi padre es lo que hoy está de moda para unos pocos. Para el resto , dice que lo que se lleva es que te echen a la -los nenes no dicen tacos- calle y que te vayan dando. Creo que en este caso se refería al subsidio de desempleo. Por cierto, no sé que habréis hecho los abuelos pero mis papás no dejan de hablar de vosotros. Que si no fuera por vosotros esto, que sin vosotros lo otro, que si hay un problema ahí están los abuelos para solucioinarlo… Total, que ya he decidido que quiero ser de mayor: abuelo. Me parece que sois una especie de superhéroes con poderes especiales para conseguir las cosas, y hay que reconocer que mola.

Si hablamos de parecidos, me parto porque los tengo despistados. Verás. Cuando nací llevaba una oscura pelambrera con lo que todo el mundo, incluida la familia materna, aseguraba que era un clon de mi padre. A mí me daba igual hasta el día en que a mi padre le dio por llamarme «garbansito» y entonces dije finito. Y ahí me puse a trabajar. Me fui aclarando la piel, se agrandaron mis ojos y me empezaron a salir mechones de pelo rubios tirando a rojizos, y ahora se vuelven locos para encontrarme un parecido. Y todavía no saben qué color de ojos voy a escoger. Cuando lo decida, te lo digo.

Pues eso es todo por ahora, abuelo Manolo. En cuanto tenga un ratito te cuento mis nuevas peripecias y las locuras de mis padres. Un anticipo: estoy pensando en cuáles van a ser las primeras palabras que les diga. Te imaginas que me lanzo con un «otra cerveza, por favor». Se desmayan, ¿eh?. Te mantendré informado.

Un beso infinito.

Bruno

Abuelos

Desde que tengo uso de razón -no conviene concretar la fecha- he sentido especial predilección por las historias de mis mayores. El respeto que me inculcaron mis padres por preservar su turno de palabra, se fue consolidando de la mano de mi admiración por sus revelaciones. Como escuché decir una vez a Buenafuente, «alguien que ha sobrevivido a la vida merece nuestro más absoluto respeto».
Pero, por supuesto, no todo ha sido ejemplar en mi comportamiento. No fueron pocas las ocasiones en las que pude menospreciar la sabiduría de la experiencia, y fue entonces cuando el destino y su justicia silenciosa me pusieron en mi sitio. «Para otra vez ya lo sabes, rey», tuve que recordarme en el trayecto hacia la misma piedra con la que tropecé tiempo atrás. He conseguido detectar esa ironía con la que nuestros mayores observan la vehemencia y el ímpetu con el que encaramos nuestras decisiones, sabiendo que pronto sucumbirá ante la paciencia y la reflexión. Tal vez pronto me ocurra lo mismo y no sé si me entusiasmará comprobar que me siento uno de ellos. Mayor. Quién sabe si antes que viejo.

 

Cita postuaria: «La experiencia no tiene valor ético alguno, es simplemente el nombre que damos a nuestros errores». (Oscar Wilde ,1854-1900)

Carta abierta a Manolo

Hola Manolo,

Hace tiempo que tenía pensado escribirte pero no encontraba el momento para hacerlo. Quizá no lo busqué lo suficiente. He decidido utilizar esta vía porque como dicen que internet llega a todas partes, por qué no aprovecharlo. La verdad que son tantas las veces que los que me rodean se acuerdan de ti que siempre me digo «de hoy no pasa», y mira hasta dónde he llegado. Bueno, habrá que ir separando el trigo de la paja que aunque tú me has padecido poco te aseguro que cuando me lo propongo puedo llegar a adormecer a Buda y toda su prole o eso dicen los que me quieren, o eso creen creer… ¡Ves lo que te decía!

Esto que te voy a decir nunca se lo había contado a nadie y suena, como mínimo, atípico. Manolo: yo siempre quise tener un suegro. Me gustan esas historias en las que un extraño parece apoderarse de uno de los tesoros más codiciados de un padre que finalmente cae rendido ante su inofensivo yerno. En resumidas cuentas, y prescindiendo de la literatura, me gusta ganarme al hostil. Reconozco que cuando nos conocimos eso se convirtió en una estupidez de campeonato. Eres un relaciones públicas de manual y pronto pude comprobar como lo que decía tu hija de ti, era cierto. Tienes un magnífico sentido del humor, algo que me conquista al instante, eres detallista, servicial y protector con los tuyos. Poco después de que nos presentaran ya pude imaginar lo que me esperaba en adelante. Sobremesas entretenidas, conspiraciones para sorprender a alguien, un teléfono que nunca comunica cuando llamas buscando ayuda, un ejemplo de generosidad anteponiendo siempre los deseos de su gente a los suyos… Estoy convencido de que mis padres y tú hubierais hecho muy buenas migas. Extraordinarias diría yo.

Pero cuando ya me había hecho a la idea de este porvenir, te viste obligado a marcharte con urgencia y sin aplazamientos. En aquel momento supe que era imposible que todo lo que quedaba pendiente no pudiera saldarse nunca. Con el tiempo he ido comprobando como a pesar de la lejanía, has seguido al pie del cañón y muy de cerca las andanzas de toda tu familia -abusando de tu confianza, voy a incluirme yo también-. Ya sabes que tu hija acabó sus estudios universitarios, cómo tú siempre esperaste, que orientó su carrera profesional como deseaba y que se casó. De ese día, qué te voy a contar que no sepas bien. Participaste por delegación en la elección del traje de novia y entraste con ella en la iglesia de la mano de tu hijo. Nada nuevo para ti, Manolo. Por cierto, la música que elegiste para el vals fue todo un éxito.

Ahora viene lo mejor. Dicen de mí que he heredado de mi abuelo materno una especial habilidad con los niños, pero por lo que me han contado de ti siempre que alguien te buscaba en cualquier reunión familiar podía encontrarte rodeado de los más pequeños. Me temo que eso dentro de poco va a cambiar. Ser abuelo es una responsabilidad y requiere dedicación. Desde la distancia me aventuro a asegurar que serás sobradamente capaz de ambas cosas. Te dejamos algo más de cinco meses para que te organices, aunque con la ayuda de tu mujer y tus consuegros te será todo más sencillo.

Se me olvidaba. Si algún día te cuentan que saludo a desconocidos, discúlpame y recuérdales que no he perdido la cordura -todavía-. Seguramente creí haberte visto al volante de algún coche gris o caminando por la calle, y alcé mi mano. Nada que no cure una completa revisión ocular.

Pues creo que eso era todo por ahora. Si te parece bien podemos seguir en contacto de la misma manera. Cuídate mucho.

Un abrazo eterno.

Tu yerno.

Quién no ha tenido alguna vez la espalda mojada…


«Espaldas mojadas» es el título de una canción que el grupo Tam Tam Go lanzó a principios de los 90. Como bien sabéis, este término se utiliza en concreto para describir a los inmigrantes centro y sudamericanos que deciden emprender el viaje con lo puesto hacia el dorado de los EE UU, tirando a mate cada vez más. El uso de esta definición se ha ido generalizando, a la par que lo ha hecho la inmigración, y actualmente nos podría servir incluso para referirnos a todos esos movimientos en cualquiera de los continentes. Os cuento todo esto -aquí concluye el permiso para bostezar- porque me he sentido en la obligación de bucear en mi pasado familiar para rendir un humilde tributo a toda esa legión camareros argentinos, albañiles senegaleses, teleoperadores peruanos, repartidores ecuatorianos, jardineros rumanos… con los que nos cruzamos a diario en nuestras vidas. Si su papel en nuestra economía moderna ha sido clave según los expertos, parte de nuestro bienestar -aunque ahora ande maltrecho- debe entenderse gracias a su colaboración.

Por ello, apuesto por un ejercicio que creo que deberíamos de hacer todos como es profundizar en nuestras raices, a saber: mis bisabuelos eran mallorquines (5), gallegos (2) y andaluces (1). Sus hijos nacieron en Mallorca (2) y en Cuba (2). Precisamente de este último caso quiero hablaros. Los padres de mi abuelo José Adán, desde Carballino (Galicia), y los de mi abuela Margot Ignacio (desde Mallorca) emigraron a La Habana para sobrevivir a la miseria que recorría España de cabo a rabo, en el primer cuarto del siglo XX. Lo curioso del asunto es que ambas familias nunca coincidieron en Cuba mientras se dedicaban a actividades económicas diferentes, que en los dos casos les permitió gozar de una situación económica privilegiada, ni de lejos parecida a lo que habían dejado atrás. Es curioso el caso de la familia Ignacio, decicada al mundo de la escultura y la restauración arquitectónica, aunque de eso ya hablaremos otro día.

En resumidas cuentas, mis antepasados cercanos fueron inmigrantes en tierra próspera, extranjeros sin papeles, con la humildad, el esfuerzo y su educación como único patrimonio con el que desembarcar en Las Américas. Estoy convencido de que si ellos estuvieran aún entre nosotros y convivieran a nuestro lado con el fenómeno actual de la inmigración, no dudarían ni un instante en sacarnos los colores cuando alegremente, y perdiendo la perspectiva de cómo hemos llegado a ser lo que somos, tuvieramos la tentación de dirigirmos con cierto desprecio a alguno de esos inmigrantes que salieron de un continente, que un siglo atrás recibió la huida a la desesperada de muchos de nuestros antepasados que trataban de olvidar qué se siente cuando se padece hambre. Tal vez sea el momento de devolver algún favor pediente…

Os adjunto una serie de fotografías de aquella época (algunas no están en muy buen estado) que acreditan lo que os he contado en estas líneas.

Cita postuaria: «La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar.» (Balzac)

Mi abuelo, la sala de fiestas "El Caimán" y Errol Flynn

Muchos de los que me conocéis, habréis tenido que soportar a menudo alguna de mis sesiones «remember» al más puro estilo cuentacuentos. Se me ocurren muchas anécdotas de mi familia con las que os he podido mortificar (mi pasado cubano-español, mi familia emigrante, el paso de la opulencia a la modestia, etc…) pero existen algunas de ellas especialmente curiosas. Como por ejemplo, la relación entre mi abuelo paterno, José Romero Rodríguez, y los inicios de las primeras salas de fiestas que hubo en Palma. Precisamente, una de las imágenes que os adjunto corresponde a un artículo del periódico Ultima Hora que trata sobre la inauguración de «El Caimán», la sala de fiestas del antiguo Hotel Bristol, y cuyo director-gerente fue mi abuelo (pinchad sobre la imagen para ampliar y leer la noticia).

Para los incrédulos -aunque os tengo calados, prefiero no citar vuestros nombres porque no riman con lo que viene seguido- he adjuntado dos imágenes especiales que pertenecen a mi abuela Antonia Sastre, y que de buen agrado nos cedió días atrás para que las «escaneáramos» -palabra que interpretó como un exabrupto hasta que se la maticé-. En una de ellas se aprecia al actor Errol Flynn (famoso por sus interpretaciones como espadachín en la década de los 50 y 60) acompañado de una joven, durante una de sus conocidas estancias en la Isla. El actor era un asiduo de los locales de moda que existían por aquella época en la Plaza Gomila, y entre sus más íntimas amistades se encontraba mi abuelo José, conocido como Pep Romero. En la imagen central, encontraréis el dibujo a lápiz que realizó el mismo Errol Flynn en la cara posterior de su propia fotografía. Posteriormente, se la regalaría a su amigo Pep.

Cita postuaria: «Nunca olvido una cara, pero haré una excepción en su caso» (Groucho Marx).