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Historias del bus de Palma

Resulta que hace unos días recibí un par de piropos por unos microrrelatos que escribí hace meses. Se tratan de historias de ficción inspiradas en pasajeros reales del bus urbano de Palma. Por eso he decidido compartirlos de nuevo contigo, por si te vale la pena.

De los tres que escribí, bautizados como ON BUS BLOG MOUNTED, me quedo con el primero y el último. Ahí los tienes:

I La chica de la sonrisa de cielo

Cada día acude puntual a su cita. Espera a que el mastodonte de acero le abra las puertas de su garganta para aceptar su invitación. Entra con la determinación del que nada teme, luciendo esa expresión de humilde solvencia en su rostro. Con las comisuras de sus labios en ligera concavidad…

II Atrapado en el tiempo

Paco está parado. Bueno, casi siempre lo está. Sólo desafía esa condición cuando sube al bus sujetando a sus dos hijos de la mano. En los diez minutos que les dura el trayecto…

III El Suplantador 

El suplantador se zambulle en su cápsula del tiempo rodante como el buzo en el arrecife de coral. Cada personaje, una pieza única e irrepetible en ese acuario imaginario, merece toda su atención tras su velo de cristal. Se mimetiza con su entorno y procede al asalto de la intimidad de extraños, simulando ensimismarse en su hilo musical artificial mientras se va posando en las vidas de sus víctimas….

El año que viví peligrosamente

15 años después

A finales de este 2012 hará quince años que volví a nacer. A pesar de sonar a topicazo, no se trata de un recurso literario sino de los hechos que ocurrieron durante casi un año de mi vida. Algunos ya los conocéis y seguro que, como me ocurre a mí en muchas ocasiones, hasta os parecerá un producto de la factoría de vuestra imaginación. Y es precisamente a ti, a vosotros, a quién va dedicado este post como un modesto, pero absolutamente sincero, reconocimiento que hice prometerme que no dejaría pasar por alto allá por el final de 1998.

Una Navidad cualquiera

Todo empezó en diciembre de 1997. Jamás se me olvidará aquel instante en el que se paró el mundo, aunque sólo fuera en mi reloj. Estábamos en vísperas de las fiestas de Navidad y hacía unos días que me había sometido a una pequeña intervención. Estábamos sentados a la mesa y Papá tomó la palabra. Ya teníamos los resultados. No había ido bien. Rompí aquel silencio estremecedor y pregunté: «¿Cómo que tratamiento? ¡Pues que me vuelvan a operar y ya está! Y entonces se me escurrió el suelo bajo los pies. «No hijo, no puede ser. Tienen que ponerte quimioterapia y radioterapia. Se llama linfoma de Hodgkin«. Me encantaría contarte que fui valiente, que miré a ese destino traidor a los ojos sin bajar la barbilla, pero nada de eso ocurrió. Sentí como mi cuerpo se agrietaba de afuera a dentro, desgarrándome las carnes. Solté un alarido en forma de «no» y rompí a llorar como no había hecho jamás. Me levanté y me encerré en mi habitación sin comer. No quise hablar con nadie en días. El primero en llamar fue David. Se lo acababan de contar mis padres. Papá me pasó el teléfono, creo recordar, y al instante nos pusimos a llorar. Colgó y vino corriendo desde el otro lado de la calle. Subió las escaleras de tres en tres y nos abrazamos. Quizá en ese momento comprendí que no tenía por qué adentrarme en el abismo solo. A partir de ahí empezó la batalla.

Lo primero que me esperaba era una visita al Dr. Antich. Estaba tan aterrorizado que temblaba tanto de epidermis para dentro que los huesos parecían resonar, mientras procuraba que esa imagen no se proyectara hacia el exterior. Empezaba a plantearme que debía tener en cuenta a mi familia, que ellos también sufrían. El Dr. Antich no se anduvo con rodeos: «¿Has hecho la ‘mili’? Pues esto es como un servicio militar: en nueve meses todo habrá acabado y después podrás olvidarte». A continuación empezó con la teoría. Era un linfoma de Hodgkin en estadio I y el pronóstico era bueno. «Tranquilo. Se cura en más del 90% de los casos», concretó mientras no dejé de darle vueltas a ese pendenciero 10%. Al tratamiento a seguir se le llamaba «sandwich» (Quimio – Radio – Quimio) con 12 sesiones de quimioterapia y un mes y medio de radioterapia. Lo tenían claro, parecía. Yo, no tanto. Ese mismo día tomé verdadera conciencia por primera vez del tipo de experiencias que abalanzaban sobre mí en los meses posteriores. Antes de marcharnos con la cita para la primera sesión de quimio en el bolsillo, me tuvieron que someter a una punción lumbar. La verdad es que fueron francos: «Esto te va a doler un poco». Me anestesiaron la zona posterior de la cadera para introducirme una aguja del tamaño de un soplete. «Lo que vamos a hacer es llegar hasta el hueso y coger una muestra», dijo el Dr. Antich. Me enseñó el artilugio y mentiría si dijese que no estuve a punto de entrar en colapso total. En su punta constaba de una suerte de dentadura que se manejaba desde lo que parecían unas asas de tijera situadas en el extremo opuesto. Cuando lo introdujo el dolor era soportable hasta que señaló que a partir de ese instante iba a hacerme «algo» de daño. «Esto te va a doler», dijo sin darme tiempo a digerirlo mientras apoyaba casi todo el peso de su cuerpo sobre mi espalda para arrancarme un trozo de esqueleto. El dolor fue tan intenso que durante unos segundos perdí la voz mientras me caían un par de lágrimas sin sollozo alguno, incapaz de consumir energía alguna en expresar cualquier otra manifestación de tal tortura. Para colmo, tuvo que hacerlo dos veces porque en la primera ocasión el congrio de metal regresó sin tajada. Al acabar fue más elocuente: «Te hemos arrancado un trocito de hueso y la anestesia solo te calma el pinchazo de la inyección. La mordedura del hueso se siente completamente. Pero eso es mejor no decírtelo hasta que ya ha pasado», sonrió. Me aseguró que se trataba de una de las pruebas más dolorosas que existen. Así entendí porque casi me desmayo de dolor. A pesar de lo que pueda parecer, debo ser justo y reconocer que el equipo del Dr. Antich y las Dras. Cladera y Balaguer, responsables de mi supervivencia en aquellos nueve meses, me hicieron conocer la vertiente más humana de la medicina, repleta de profesionales imponentes con un trato personal exquisito.

El entorno

En este punto hago un pequeño alto en el camino para acordarme de Mamá, Papá y Samantha, mi hermana. Todas las sesiones de quimio com Mamá, los análisis semanales para ver mi nivel de defensas, los trayectos en coche en que no cejaba en su empeño de ver la botella medio llena mientras yo le amenizaba el viaje con algo de SKA-P y su Cannabis; las noches de ingresos por daños colaterales al tratamiento… Todo atenciones, siempre con una buena cara como receta. Papá estaba en el mismo bando, codo con codo, organizándose el trabajo para poder escaparse a hacerme compañía en mis maratones de 3 horas de quimioterapia, removiendo cielo y tierra para que la burocracia del seguro médico complementara todo el proceso que la Seguridad Social ya estaba asumiendo, conectando nuestra casa a Internet para hacerme llevaderas la cantidad de horas muertas y poderme comunicar con Josu y Pedro, mis amigos y compañeros de carrera que estaban pasando ese curso de Erasmus en Aberdeen, Escocia. Guardo los emails que me enviaron y todas las cartas y postales manuscritas. Entre aquellos aparece alguno de Marcial. Estuvieron tan cerca que los miles de kilómetros de distancia apenas importaron. Igual que ahora, Josu, que nuestras vidas no coinciden tanto como quisiéramos te intuyo igual de cerca. Y cómo no acordarme de Sami, mi hermana, para la que también fue un calvario durante el que jamás remugó. Compaginar la tortura de sus oposiciones a judicatura con los constantes sobresaltos que le propinaba su hermano supuso para ella un sobre esfuerzo descomunal. Fue uno de tus peores casos, ¿verdad magistrada?

Cartas y postales manuscritas, emails, un relato en una publicación universitaria y otros recuerdos de 1998.

Y la conocí. Hablo de Rebeca, mi mujer. Empezamos a salir en pleno tratamiento; no le importó ni mi lamentable apariencia física en aquellos momentos, ni siquiera el olor a buitre carroñero que en cualquier instante podría sobrevolar mi cogote. Con ella se me olvidaba todo. Se me escabullían las hienas de mi azotea cuando compartíamos el tiempo. El próximo mes de abril hará 14 años que lo dio casi todo. Hace 29 meses cerró el círculo: nos hizo padres.

Tuve el privilegio de poder disfrutar de mi suegro Manolo durante unos meses. Aunque el destino no tuvo tanta paciencia con él, su custodia actual de la familia es incuestionable. El resto de la familia, mis cuñado Alberto e Iván, siempre me hicieron sentir como en casa. Recuerdo el día en el que me presenté oficialmente a la familia. Más de una veintena de familiares y amigos pendientes de un cabeza rapada con ictericia. Los nervios se esfumaron al acabar los saludos. No olvido el camino de regreso en el Golf verde edición Rolling Stone de Mateo y los Dire Straits de fondo. Hoy puedo decir que soy uno más de esa familia.

Daños colaterales

A este apartado corresponden todas aquellas consecuencias derivadas de los efectos aniquiladores que las drogas controladas ejercieron sobre mi cuerpo. Padecí una parálisis intestinal que me obligaba a tomar repugnantes antídotos para combatirla. Tras las sesiones de radioterapia mi cuerpo entraba en estado de letargo y era capaz de dormir la mayor parte del día. La radiación era tan potente que un día me desperté con las axilas en carne viva. La radioterapia propició uno de los momentos más dramáticos, a la vez que estúpido, del calvario. Una tarde me empezó un picor terrible en la nuca, desesperante. Empecé a rascarme con nerviosismo hasta que me quedé con un mechón de pelo en la mano. Luego otro, y otro y así hasta quedarme al raso en esa parte de la cabeza. Salí disparado hacia el baño para comprobar qué me estaba pasando. Llamé a mis padres pidiendo ayuda con un llanto desconsolado. Estaba aterrado porque pensé que el maldito linfoma se había apoderado de mi apariencia y ya no podía pasar desapercibido. No quería dar explicaciones y, sobre todo, me repugnaba el hecho de producir en los demás cualquier sentimiento de compasión. Es cierto que cuando me diagnosticaron lo primero que hice fue comprarme una máquina para raparme el pelo. Era la época en que los De la Peña, Ronaldo -el original- y compañía habían puesto de moda el peinado al cero y eso me ofrecía una cierta coartada. Pero ésta quedó desfasada cuando la radio engulló parte de mi cabellera. Mi familia y amigos se encargaron de hacer invisible esa circunstancia durante muchos momentos.

La neumonitis pulmonar como efecto de una de las drogas de la quimio. Un día, a traición, me quedé a mitad de escalera. Tuve que subir los últimos dos pisos a cuatro patas, me faltaba la respiración. Desde ese momento tuve que someterme a pruebas periódicas para controlar una posible pérdida crónica de capacidad pulmonar. Finalmente se quedó en una huella residual que no me afectaría para nada en mi vida cotidiana.

Una pericarditis en Madrid. Las Navidades siguientes, a los tres meses de finalizar el tratamiento, me entró un fuerte dolor en el pecho y en cuestión de horas apenas podía moverme. Pensé que estaba sufriendo un infarto. Ingresé en urgencias de una clínica próxima al barrio de Arturo Soria y me quedé durante algunos días pensando que por lo menos los pacientes serían de postín, pero no fue así. El susto fue morrocotudo. Mi padrino estuvo allí al pie del cañón, demostrándome lo que significa ser familia aunque solo pudiéramos ejercer en las fechas señaladas.

Recuerdos

De todos esos meses, quedan muchos recuerdos. Como las clases de la facultad a las que acudía en semanas alternas, ausentándome durante las que me tocaba tratamiento. Fue impresionante comprobar como mis compañeros -algunos de ellos forman parte de mi círculo de amistades más íntimo- se desvivieron para que no perdiera el hilo de las clases. Trabajos en equipo hechos a mi medida y gestiones con el profesorado en mi nombre, eran una constante. Todavía me acuerdo de las risas y las continuas bromas que me procuraba el bueno de Jaime. Aquí no puedo olvidarme de algunos de mis profesores que, saltándose el calendario escolar, me examinaron cuando las ondas y la química me concedían una tregua. Recuerdo a Joana Mª Seguí o a Climent Picornell, entre otros, que pusieron su agenda a mi disposición. Ese curso conseguí superar diez asignaturas.

Recuerdo cuando hablé con Mamá sobre el cannabis. Le dije que si las sesiones de quimioterapia se me iban de las manos quería que se lo planteáramos a los doctores. Eran tres días con el cuerpo descompuesto que se hacían interminables. Al final no tuvimos que recurrir al THC.

Recuerdo los partidos en el Fondo Norte del Lluís Sitjar. El día del apagón contra el Real Madrid cayendo el diluvio universal. Durante esos 90 minutos sanaba por completo. Por lo menos mentalmente. El colmo del hooliganismo fue pedir permiso al equipo de oncología para viajar a Valencia, con Martín y David, para asistir a la final de la Copa de Rey que jugaría el RCD Mallorca ante el FC Barcelona, en el Estadio de Mestalla. Me concedieron el deseo y no me lo pensé. Nos sacamos los billetes y nos fuimos para allá en un auténtico disparate de barco de la desaparecida compañía Flebasa. Salimos antes que nadie del puerto de Palma -12.00AM- y llegamos los últimos, con el partido empezado [aquí está la prueba]. Tanto es así que celebramos el gol del mallorquinista Stankovic en la misma bodega del barco, justo antes de desembarcar en la ciudad del Turia. Estaba tan extenuado a la vuelta que me quedé dormido durante todo el trayecto justo al lado de las máquinas recreativas, a la entrada de la sala de butacas. Una experiencia inolvidable, a pesar del atraco futbolístico y sus consecuencias en el resultado.

Recuerdo las llamadas de mi prima Rocío siempre ofreciendo su apoyo y su buen humor, a pesar de la lejanía. Al igual que mi tía Margot, que no necesitará leer estas líneas porque sabe perfectamente cuánto se preocupó por mí. Y como no, mi padrino «Tito Jose» -sin acento-. Recuerdo a mi tía Mª Antonia y su reencuentro después de muchos años, aportando su granito de arena a la familia.

Recuerdo hablar por teléfono con mis abuelos Pepe y Margot cuidando hasta la última palabra o mi entonación. No podían percatarse de nada. Que vivieran en Madrid era condición suficiente para evitarles un sufrimiento inútil en la distancia. No hubieran tolerado nada bien no poder arrimar el hombro.

Recuerdo a la perfección todas aquellas juergas «lights» que me procuraban los buenos de Martín y David. Las semanas de parón en el tratamiento nos reservábamos las noches de los sábados para recorrer el Paseo Marítimo, en mi caso, a base de Coca-Cola para no castigar demasiado al hígado que ya se llevaba un buen tute entre semana con tanta química.

Recuerdo a mi amigo Colau. Cuando me llamaba al portero de casa para que fuéramos a probar su nuevo Fiesta XR2 hasta Valldemossa. O para que fuera a su casa a enseñarme las nuevas adquisiciones de su discografía metalera. El motor, la música y el Mallorqueta nos unieron para siempre.

Recuerdo a otros muchos que, incluso sin percatarse, me allanaron el camino apartándome del lado oscuro simplemente siendo como son. En muchos casos hace años que hemos perdido el contacto y aunque no haya sabido encontrarle un hueco a vuestro nombre en estas líneas, sí que goza de uno, y preferente, en mi recuerdo.

Despedida y cierre

Si te preguntas por qué hago esto ahora, la respuesta es sencilla. Durante aquellos meses me hice algunas promesas que jamás debería traicionar: la primera, hacer un ejercicio periódico de memoria para no olvidarme nunca de cómo he llegado hasta aquí; la segunda, recordar a todos los que contribuyeron a mi ‘renacimiento’ desde sus pequeños detalles hasta los apoyos más incondicionales. Empecé a finales de 1998 publicando en una revista universitaria un relato de agradecimiento para todos aquellos que contribuyeron a la causa [aparece en la imagen adjunta]. Cuando se cumplieron los 10 años desde que recibiera el alta tuve que cumplir el siguiente propósito. Pensé y repensé en una cita que me sirviera para que jamás perdiera de vista lo que me enseñó aquella experiencia vital y, muy a mi pesar, me la tatué: ‘Caer es el primer paso para levantarse’. Elegí colocármela en el abdomen para que después de cada ducha supiera que estaba allí, mientras el resto del día permanecía oculta cumpliendo discretamente con su cometido. Por eso, este reconocimiento de hoy corresponde precisamente a esa lista de tareas pendientes de por vida. Se van a cumplir 15 años de todo aquello y valía la pena este ejercicio de memoria.

Si te das por aludido y deseas compartirlo conmigo -y con el resto de esta modesta familia bloguera- te invito a que dejes tu testimonio en un comentario a continuación. Si te puede la pereza, me conformo con tu paciente lectura, aunque sea por dosis.

Gracias amig@. Gracias a todos. Gracias por todo.

La montaña y la ética

Hoy es un día triste en la isla. Se ha confirmado el fallecimiento del alpinista mallorquín Tolo Calafat en el descenso del Annapurna. Las críticas del experimentado montañero y compañero de ascensión de Calafat, Juanito Oiarzabal, sobre la falta de solidaridad que en los últimos tiempos se ha apropiado de los montañistas ha abierto el debate sobre  un tema tan controvertido como la ética de la montaña. Ayudar, sobrevivir o las dos cosas. Gracias al bueno de Rafa Pecos recupero un interesante y durísimo artículo -algunas imágenes pueden herir sensibilidades- que circula en la red que habla del asunto: ¿Por qué se dice que el Everest se ha convertido en un circo?. Espero que os aporte una visión más aproximada del panorama actual con  el  que se encuentran aquellos que deciden atacar las cumbres del Himalaya. [Vía Jose.gs]
Tolo Calafat, descanse en paz.

Fotografía a flor de piel

A los que os interesa la fotografía y su versión más creativa os recomiendo que echéis un vistazo a la web profesional del fotógrafo mallorquín y amigo Javier Izquierdo.

Me gusta especialmente la serie Francisca Femenias. Death after life. Sin pelos en el objetivo. Pasen y sientan.

Cita postuaria: «La fotografía es verdad. Y el cine es una verdad 24 veces por segundo». (Jean Luc Goddard)

A todo cerdo le llega su San Martín

El número de mayo de PocoMás Magazine ya está en circulación por toda la isla y en la red. Como siempre, y muy a su pesar, no han podido evitar que aparezca en ella una de mis colaboraciones. A todo cerdo le llega su San Martín tiene la culpa. Os lo dejo aquí para que paséis el trago cuanto antes…

A todo cerdo le llega su San Martín

Uno de los placeres más elementales del ser humano, y no por ello menos reconfortante, es tomar un café y mientras ojear la prensa. Como humanoide en vías de humanización (aunque no me aseguran la plaza) procuro tomarme en serio eso de los placeres y a ello me puse. Manda bemoles que me haya tocado empezar por éste. A lo que iba. “Señorita, un expreso por favor”, solicité pausadamente al camarero de cuyo sexo no quiero acordarme. Para adaptarme a la vida moderna siempre que pido algo a alguien sin haber reparado visualmente en su sexo, lo hago en género femenino para no herir sensibilidades. Además, con ello consigo que si es un rapaz no me conteste -lo que ya es de agradecer, acostumbrados a leer en las páginas de sucesos noticias como “Fulano pidió la hora a Mengano y éste le hizo un lifting instantáneo con los nudillos”-. Y si es una paloma tal vez aproveche el viaje para traerme junto con la carga un mensaje con la cuenta, invitándome a abrirme más pronto que tarde. Si el tiempo es oro, es todo un detalle que alguien que no sea mi psiquiatra se preocupe para que lo aproveche, sólo fuera de la consulta por supuesto. Lo cierto es que al leer la prensa uno se siente reconfortado y aprovecha para agradecer a todas sus divinidades, incluso a las inmateriales, la suerte que ha tenido por estar en ese lugar y a esa hora repasando los periódicos y no haciendo otra cosa de poca relevancia, y por tanto susceptible de ser noticia. Existe una prueba empírica que te deja el cerebro contracturado si reparas en ella. Sujeta el periódico con una mano y con la otra señala una página al azar. ¡A qué adivino lo que estás leyendo! Algo sobre una quiebra multimillonaria que manda más gente al paro que concursantes fracasados de OT padecemos, o un ingreso en prisión del cerrajero de la finca colindante con la Consejería de Altos Vuelos sin Paracaídas que también se lo ha llevado calentito, una pelea multitudinaria entre los partidarios de Blackberry y Iphone con lanzamiento de carcasas tuneadas o el agravamiento de la salud de un pollo que cree tener algo de cerdo mientras suspira para que su gatita, que se encuentra hecha unos zorros, no padezca de lo mismo. Total, una auténtica mascarada con tintes de guiñol de “pague usted uno y –por favor se lo pido- llévese la docena”.

No temáis. Ya lo decía mi profesora de música: si colocas bien los dedos no cabe fallo posible. Y así debemos hacerlo: colocarnos bien las yemas en los oídos a fin de conseguir una mejor visión. No sé si sirve de algo pero como decir sandeces está de moda, me apunto al caballo ganador. Es de agradecer (aunque no sé muy bien a quién) que existan entretenimientos como la Bruni, con su saberposar tan natural como su cutis impoluto e hidrogenado con cargo a los presupuestos de su país, y ese señor bajito que siempre le sujeta la mano como si estuvieran a punto de cruzar un paso de cebra permanente, que tengan la deferencia de visitar a unos plebeyos –en este caso sólo con “y”- como nosotros que apenas tenemos algo que aportar, y menos que decir, a esta sociedad. Lo sé. Siempre habrá algún pastor sin rebaño que me dirá que las naciones y sus economías se sustentan en el trabajo de los peones de base como tú. Venga está bien, y como yo. Una gilipuertez totalmente desmontable. Veréis. Es fácil imaginar que la visita, el cenorrio y los diferentes festejos que se calzaron nuestros dirigentes durante el G20 (a muchos nos cuesta entender el funcionamiento del punto G singular, como para entretenernos con los otros 19) o en estos últimos días a propósito de la visita del vecino dúo sacapuntas, han sido de chupa pan y moja, ¿cierto? Pues –todos conmigo- si a día de hoy hay más parados en Europa que espectadores vieron la final de la Eurocopa, y se han podido costear estas romerías sin apuros, por lo menos para ellos, convendréis conmigo que no les hacemos falta para nada. Ya veréis como el próximo grito en el marketing político será una nueva propuesta de elecciones populares. Es decir, dos docenas de políticos eligiendo entre millones de papeletas, una por ciudadano, a sus futuros gobernados y cada uno a su casa y Dios en la de todos.

Precisamente gracias a Él –y no se aceptan réplicas en este punto- al cierre de estas líneas nos consolamos con una gran noticia: uno de los enfermos a causa de la gripe porcina era dado de alta, a pesar de ser portador del virus asegurando que había reaccionado bien al tratamiento. Una información esperanzadora para un país riguroso donde los haya y muy poco dado a las chapuzas, que ofrece sistemas de diagnóstico tan eficaces como el “me quiere no me quiere”. Gracias a este procedimiento, un paciente al que se le declaró sano una noche fue llamado a filas al día siguiente desde otro hospital diferente, que esta vez había deshojado la margarita empezando por los pétalos pares. Por si las moscas, he decidido ampliar mi factura del móvil para hacer todas mis comunicaciones sociales a través de él, incluido con mi perro Inem. Sé que nunca me fallará y que, aunque no me lo diga, agradecerá que mi
aliento se aleje de su hocico por unos días.

Un ser civilizado anda suelto en la ciudad

Este sábado me pasó un hecho insólito. O casi. Me encontraba efectuando unas compras en un puesto callejero de muy buena reputación (las semillas que allí había sólo tenían fines decorativos y aromáticos) y justo cuando me disponía a saldar mi deuda, un extraño me sujetó suavemente del brazo. Lo primero que pensé en ese momento, mientras mi cara esbozaba una impostora sonrisa cortés como mecanismo automático con el que ponerme en guardia, es que estaba ante el principio de un conflicto sin saber muy bien por qué. Como no reconocía al sujeto, interpreté su maniobra como un claro signo de hostilidad. Menos mal que mi instinto asesino se encontraba de baja por estrés y contuve mi lengua, ansiosa por deletrear un «¡qué te pasa!» muy poco apropiado. Hasta para mí. Sin tiempo para concentrarme en tal propósito, el individuo alargó su brazo y se puso a señalar con su dedo índice en dirección a mis pies. «Ese billete de 20 euros se te acaba de caer», dijo literalmente. Y allí estaba ese dinero entre mis pezuñas.

El tipo, que debía rozar los cuarenta San Fermines y vestía de sport (seguro que encontraremos a alguien a quien le interese este dato) se dio la media vuelta y comenzó a caminar con la serenidad del que acaba de cumplir con una de las tareas, que un día sus padres le pusieron de por vida. Antes de que se alejara le dí las gracias, al tiempo que brotaba incontrolable de mi garganta la siguiente expresión: «Ya no quedan personas así». La dependienta del negocio, al oír mi sentencia más casposa que responsable, soltó un «ya lo puedes decir porque como están las cosas, 20 euros son 20 euros». Y lo vi claro. Debía insistir en mi agradecimiento y así lo hice. Miré en la dirección en la que había tomado distancia y lo encontré sentado en su vehículo con la ventanilla bajada, a punto de iniciar la marcha. Levanté mi brazo y le grité «muchas gracias» a lo que respondió sobriamente «de nada», sin sonrisas gratuitas y deseando poner fin a más reconocimientos.

Con el pifostio social y económico que tenemos montado últimamente por aquí en el primer mundo -en los otros ya hace tiempo que esto no es noticia-, que un pavo que no conoces de nada (probablemente a algunos os vendrá a la mente alguna de vuestras ex parejas) tenga este gesto de civismo, me deja esperanzado. Lástima que yo no haya estado a la altura de los acontecimientos para rematar la faena llevándome las dos orejas y el rabo -en este último punto soy más conformista-. En un mundo tan económico y financiero como el nuestro (he obviado «depresivo» porque se presupone que es así) haberle compensado con una comisión del 10% del botín recuperado hubiera sido más que apropiado, teniendo en cuenta las leyes del mercado vigentes (ya sabéis: oferta, demanda o «¡mira un tordo!, mientras te birlo el fajo gordo»). Siguiendo sus designios, me vi beneficiado por los eficaces servicios de un ciudadano profesional al que su buen hacer no le reportó rédito alguno. Para dar carpetazo al asunto me amparé en que quizá la recompensa personal del deber bien hecho haya colmado sus aspiraciones. Con esta fenomenal excusa de andar por casa aquí lo dejo.

Un lifting para Hache se escribe con Hache

Pues así es. Los más asiduos a este blog (sé que abuso del plural pero mis influencias maternas me obligan a ver siempre la botella medio llena) habréis comprobado como he incluido una serie de cambios en las últimas semanas, en la barra lateral derecha. Para los más perezosos, a continuación os resumo las novedades por orden descendente de aparición:

  • Accesibilidad: pinchando en cada una de las «aes» el tamaño del texto se va incrementando para facilitar la navegación a todas aquellas personas con deficiencias visuales.
  • El tiempo en Palma: se trata de un plug-in en el que podréis ver el pronóstico del tiempo en Palma de Mallorca para los próximos tres días, incluyendo el día de hoy. Muy útil para… bueno, muy útil para todo.
  • Cartelera de Cine: os he incluido tres links. En el primero accedéis a la cartelera de películas que los cines de Baleares están ofreciendo a día de hoy. Bajo el título «Estrenos» podréis consultar las últimas novedades. En «Directorio de películas» encontraréis información de cada filme (estoy de un bilingüe que ya quisiera para si Carmen Electra) agrupados por género, director o actores.
  • Artículos en PocoMás Magazine: Disponéis de un gadget en el que aparecen listados todos los artículos que he publicado en PocoMás Magazine hasta la fecha.
  • Citas: he incorporado un complemento en el que cada día aparece una cita o frase célebre sobre de algún personaje histórico o conocido.

Un poco de M-Clan nunca viene mal para estos días de recogimiento y reflexión

"El ascensor" de PocoMás Magazine

Ha llegado la primavera y el mes de abril, he vuelto a las andadas. La gente de PocoMás Magazine, en el marco de su obra social, han decidido reiterar su confianza en un servidor (dudoso término éste) y me han encargado la página mensual que tanto os reconforta, especialmente cuando envolvéis en ella vuestro sándwich de mortadela con el que alimentáis vuestro desgana laboral. Es hora de que me deje de historias y os reproduzca el contenido en cuestión titulado:

El ascensor

Todo sucedió en un día cualquiera del pasado mes de marzo. Lugar: el ascensor de un conocido centro comercial; hora: la del té (17.00h). Aprieto el botón de llamada mientras permanezco en solitario a la espera de su llegada. Siempre procuro dejar una distancia prudencial con respecto a la puerta, no tanto por si tiene que bajarse alguien que también, sino por si algún descerebrado macho o hembra carente de civismo decide de motu proprio que es y será siempre el primero allá donde vaya. Y a los demás que nos vayan dando, a poder ser por varias cavidades y en cantidades industriales. Pero esta vez tuve suerte. Ningún gilipollas había aprovechado mi generosidad para adelantarme de forma sorpresiva (he sustituido “sorprendente” porque parece ser que utilizar este adverbio está penado). Sin embargo, justo cuando me las prometía muy felices y hacer el trayecto en solitario, me vi rodeado por una familia casi al completo. Sólo faltaba la madre -pensó mi intelecto más ortodoxo-, o el otro padre –apuntó mi trocito de hombre moderno- o la madre de alquiler –se atrevió a sugerir mi hemisferio más científico y reducido-, y ahí lo dejé para no exprimir en exceso a mis neuronas. Faltaban muchas horas para ponerme en stand by y no debía sobresaturar el sistema…

Recompongamos el escenario. Por un lado tenemos una figura masculina de unos cuarenta abriles que a la altura de sus manos se encuentra rodeado por tres niñas encantadoras, ataviadas con la indumentaria escolar oficial. En estos casos siempre peco de moderado y un “vestidas como Dios manda” no estaría de más. A golpe de rabillo del ojo, analicé a ese ejemplo de familia española de clase media alta. Sus ropajes y los modales de las herederas ponían de manifiesto que cuando alguien se preocupa por la educación de los suyos, pueden pasar varias cosas y entre ellas está que se consigan tales propósitos. Otra diferente es que el progenitor descuide la suya y se convierta en un imbécil estándar, rompiendo el manido refrán “de tal palo tal astilla” para buenaventura de su descendencia. Pues bien, este último era el caso del pájaro en cuestión.

El marqués de La Prepotence se posó en el montacargas y a mi saludo de “hola” ni se inmutó lo más mínimo. La mayor de su estirpe, una princesita encantadora, hizo ademán de separar los labios pero viró repentinamente la cabeza en un gesto brusco frenando en seco cualquier señal de civismo expreso, para no ser reprendida por papá tordo. A todo esto volví a repetir “hola” –como espécimen humano procuro tropezar con la misma piedra todo lo necesario- esperando romper la barrera del miedo de la joven heredera. Al tiempo que no obtuve respuesta redimí de toda responsabilidad al trío de damas. Por el contrario toda mi ira –un cuarto de kilo a lo sumo- recayó en el basto de la baraja. Es sorprendente que un tipo que aparenta haber sido compañero de pupitre de Los Albertos, hecho hombre según los principios del gurú del marketing familiar Don Escrivá de Balaguer (autor de campañas como “Un coito, un hijo” o “Donde pongo el ojo, hay negocio”, entre otras) y haber pasado por las más crueles novatadas del colegio mayor del tipo “ducha de Moët & Chandon”, “todo un día vestido con vaqueros Lee” o “ser fotografiado repostando sin la ayuda del gasolinero”, no sepa desenvolverse socialmente en un ascensor. Invadido por mi espíritu redentor materno, pude ver la luz… la de la tercera planta para ser más exactos. Cuando se abrieron las puertas, el virrey dio la orden a las meninas para que iniciaran la marcha. Las tres miraron de reojo, y pude intuir su demostración de que a pesar del padre que las parió (para que luego digan que no soy un activista en por la igualdad de género) habían aprendido lo correcto en la guardería, que no era otra cosa que saludar cuando se entra o sale de un sitio. Y así lo hicieron, pero en silencio y con un golpe de ojos a lo Margaret Astor para no dejar evidencias. Entiendo el trauma que puede suponer para un niño que le priven de su partida a la Nintendo DS por saltarse las reglas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Jamás consentiría que un infante antepusiera el corresponderme cortésmente a cambio de prescindir de su dedicación amistosa con su videoconsola de confianza. Segundos después se cerraron las puertas. Para olvidar el desplante decidí adoptar medidas ejemplares. Subí hasta la sección “Imagen y Sonido” y dejé que mi tarjeta de cliente le contara las penas a la caja registradora. Fue todo un acto de generosidad por su parte del que siempre le estaré agradecido.

Para prevenir el aburrimiento espontáneo aquí os dejo una canción de fácil digestión para compensar vuestra solidaridad.

Hache se escribe con Hache, el 55 mejor blog de Baleares

Aquí va una de autobombo y platillo. Hace algo más de medio año que Hache se escribe con Hache daba sus primeros pasos y hay que ver como hemos cambiado. La fortuna y los elementos -entre vosotros hay unos cuantos de cuidado- han querido que esta humilde morada se haya situado en la posición número 55 del ranking de blogs de Baleares de Alianzo, una de las listas más prestigiosas de la red. Teniendo en cuenta que a finales de 2008 esta bitácora se encontraba en el puesto 189 de dicha clasificación, podemos asegurar que el estado de salud del enfermo evoluciona favorablemente. Y la culpa de todo ello es vuestra.

Muchas gracias a todo@s.

Cita postuaria: «El éxito consiste en obtener lo que se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene». (Ralph Waldo Emerson, 1803-1882)

España no va bien… va muy bien

Hace días BlackJack nos acercaba al fantástico y enriquecedor mundo de la cultura juvenil. Reproduzco textualmente:

Oído a dos chicas de unos veintitantos el otro día mientras esperaba en Hospital de Día para ponerme la medicación:

  • ¿Sabes que ya me he graduado en E.S.O.?
  • Me alegro, tía. ¿Y que es «eso» en lo que te has graduado?
Hoy puedo aportar mi granito de arena a semejante derroche de talento. A continuación os reproduzco fielmente una conversación de bar entre tres individuos no identificados que rondan la treintena. Para que os hagáis una composición de lugar, dos de ellos se encuentran sentados tomando un café cuando aparece el tercer hombre:
  • ¿Qué pasa tío? -dice el recién llegado dirigiéndose a uno de los dos individuos mientras apoyaba la mano en su hombro-. A ti no te digo nada porque no me apetece -añadió en tono chistoso dirigiéndose al otro tipo en discordia, de nacionalidad colombiana-.
  • El sentimiento es recíproco -respondió el colombiano-.
  • Oye, a mi no me vengas con «colombianadas» y háblame en cristiano -concluyó el gachón-.

Lo dejo ahí, para que podáis captar este prodigio de la dialéctica moderna.

Cita postuaria: «Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda». (Martin Luther King, 1929-1968)

Rescue me

Hace unos días vino a verme alguien a mi trabajo. Un compañero me alertó de que me estaba buscando un tal Walter (nombre ficticio) que, según decía, aseguraba conocerme. Le cité para unos minutos más tarde, justo después de cumplir con unos asuntos profesionales ineludibles. Antes de finalizar mis obligaciones ví pasar a un tipo desconocido pero familiar a la vez. Conseguí recordar quién era poco después. Varios años atrás se me presentó en la oficina. Era un tipo de mi quinta, de origen sudamericano y empeñado en buscarse un hueco en nuestra jungla profesional. Me dijo que era «un apasionado del deporte» y que estaba convencido de que «podía aprender rápido y hacer carrera en la formación de los más jóvenes». Se expresaba con enorme educación, a veces excesiva, y siempre finalizaba sus frases con una sonrisa en los labios. Después de aquella primera toma de contacto le perdí la pista.

Ahora, años más tarde, su aspecto apenas ha variado. Su comportamiento sigue siendo exquisito. Venía a ofrecer sus servicios, esta vez con más premura. Durante todo este tiempo había trabajado de todo: mozo de almacén, camarero, repartidor, organizador de eventos… Mientras ocupaba todos aquellos puestos de trabajo su ilusión se mantuvo intacta. Aparenta ser un tipo de convicciones firmes. Aquella ilusión era el motor que le empujaba a buscar su lugar en el deporte profesional, de la misma forma que otros muchos lo intentaron con éxito antes que él. O no. Walter siempre te cede la palabra y pide perdón antes de ofender, para cobrar ventaja por si llegado el momento le traicionaran sus impulsos. «Si no es mucha molestia» o «si te parece bien» son sus encabezamientos de frase predilectos. Quedamos en vernos nuevamente para que me deje su currículum y yo pueda facilitarle un par de contactos con los que llamar a algunas puertas. Posiblemente ya no haya nadie tras esos umbrales. Muchos no abrirán a su llamada por traspaso. Razonable. Otros no lo harán por hijos de puta. Miserable. Que le escuchen es importante para la autoestima de Walter. Lástima que no sea suficiente.

Hoy, puntual como las rodillas ovales de Lewinsky muchas felaciones atrás, ha acudido a nuestra cita. Ha sido breve. Parecía no querer abusar, increiblemente discreto a pesar de su deseperada situación. Desde mi atril privilegiado, mientras nos despedíamos le he deseado mucha suerte y que no dude en buscarme si me necesita. Después me he ido a casa a comer caliente. «La vida sigue», me he dicho. «Sobre todo la mía», me he corregido después. Walter tiene ganas de buscarse la suya con dignidad. Walter hoy es Walter. Mañana yo puedo ser Walter, y pasado él puede estar en mi lugar. Porque con trabajo la suerte llega… Pero para eso siempre necesitas que alguien confíe en ti y que ningún malnacido quiera utilizarte de felpudo o sacudirte con el mismo desprecio con el que lo hace con su prepucio tras miccionar -por que estos no mean, contaminan-. Es una estupidez olvidarse de que hoy en día hay Walters a toneladas. Una cosa es pensar que vamos a salvar el culo de todos aquellos con problemas que se topen con nosotros, y otra muy diferente es escudarse en un «lo siento pero yo no puedo hacer nada; la vida es así», para escurrir el bulto antes de entonar un «tonto el último» introspectivo, pero con dos bemoles.

Se despide, Héctor… o Walter, vosotros sabréis.

Cita postuaria: «La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respetuo mutuo». (Eduardo Galeano)

También en 2009, PocoMás Magazine

Hace días que está en circulación en la isla el primer número de 2009 de PocoMás Magazine. Como ya sabéis, en ella podréis encontrar entre otras muchas y variadas cosas, una columna de opinión firmada por mi -más de uno (dos) duda de la autoría- que este mes he titulado «Hay más fantasmas que sábanas» y en la que recupero el contenido de una entrada que publiqué en este blog hace semanas. Meses atrás despedí a mi gurú de las letras, mi speechwriter (no pude tolerar que lo expulsaran de la guardería). Ahora, sólo ante el teclado, sabréis lo que es bueno.

Cita postuaria: «No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.» (Oscar Wilde, 1854-1900)