Archivo julio 2012

Tebeosfera se ha puesto guarrilla (y le ha salido un número fabuloso)

El nº 9 de Tebeosfera ha pivotado alrededor del erotismo en el cómic, uno de sus estigmas («guarradas») que, tras la cantidad de estudios (y las firmas detrás de ellos) que ha proporcionado esta novena edición de la señera web de cómics, queda borrado como tal de un plumazo. Lo erótico, incluso lo pornográfico, no es en sí mismo sino un material de base genérico como cualquier otro, ni mejor ni peor (sí, obviamente y por sus particularidades epidérmicas y carnales, para adultos)
Desde TEBEOSFERA me llega esta nota de prensa que gustoso os comunico, claro:

Cerramos hoy el número 9 de Tebeosfera con un documento excepcional. Se trata de un repaso a las mujeres y el erotismo dibujados por el genial Antonio Mingote, servido a modo de pieza teatral en la que se hallan invitados otros genios creadores como Goya, Velázquez, Picasso, Tono, el propio Mingote y algunas de sus creaciones emblemáticas. Es un texto lleno de toques de inteligencia, muy perspicaz en el análisis y muy divertido, que sirve como sentido homenaje al gran humorista, que satirizó la sociedad española con brillantez mediante viñetas habitadas por aquellas mujeres gordas y aquellas chicas picassianas.

Firma este documento el humorista José Luis Castro Lombilla, reciente ganador del premio de novela Casino de Mieres, que ha construido así el más original panegírico al inmortal Mingote:

MUJERES EN LA OBRA DE ANTONIO MINGOTE

Es el texto con el cual cerramos el número 9 de nuestra revista TEBEOSFERA, en el cual hemos analizado a lo largo de ocho meses (en 70 artículos y entrevistas) la presencia de la mujer en las viñetas e historietas de los últimos 150 años.

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Lucía y los cómics celestes

Voy a extraer algunos párrafos del texto que Lucía Etxebarría ha escrito en La Vanguardia el pasado día 19de Julio, titulado «El príncipe de asturias para Ibáñez»:

«Yo crecí en una España en la que se vendían más de siete millones de tebeos al mes. Luego los lectores crecieron (…) y los videojuegos y las consolas sustituyeron a los tebeos.»
«…consciente de que esta sección es muy leída, quiero pedir un Príncipe de Asturias para Francisco Ibáñez. Se lo han dado al japonés creador de la serie Mario Bros, ¿no se lo van a dar al español creador de Mortadelo?»
«Quiero pedirlo porque se me cae la cara de vergüenza cuando pienso que (…) unos 60 autores trabajan para editoriales de Francia o Estados Unidos.»
«Porque sólo el 15% de las novedades que llegaron al mercado español fueron títulos producidos aquí. Porque mientras críticos como Vicente Molina Foix califiquen de “disparate” la instauración, en el 2007, del Premio Nacional del Cómic en España y digan que “no se pueden poner los monigotes a la altura de un escritor o un poeta” y mientras los intelectuales españoles no se den cuenta de que el cómic es un arte, tan respetable, tan digno y tan adulto como cualquier otro, no valoraremos lo que tenemos.»

«Ibáñez no morirá pobre como Escobar o como Vázquez, ya que después de largos penosos litigios con Bruguera (que le había obligado a firmar contratos leoninos) consiguió recuperar la titularidad de sus personajes. Pero a este paso tampoco morirá reconocido.»

El texto completo, aquí

Hace algunos años Rafael Marín y Carlos Pacheco promovieron lo propio con Carlos Giménez, autor de «Dani Futuro» y sobre todo de alguno de los primeros cómics para adultos de la historieta española, como «Paracuellos» o «Barrio», en los que vierte su memoria personal y que en sus primeras recopilaciones, las de los setenta, supusieron un mazazo al statu quo de «lo que son los tebeos».

«Paracuellos», recuerdos de una infancia y de una España dolorosas.

Que alguien del peso mediático de la autora de «Beatriz y los cuerpos celestes» se posicione de un modo tan sincero a favor de intentarlo de nuevo (esta vez con un autor mucho más conocido, y también mucho más amable, lo que no resta méritos al genial Ibáñez) es interesante, y muy de agradecer, en unos tiempos en que la apertura de la historieta en el mundo de la «alta cultura» es un hecho desde hace lustros. Hay camino por andar, claro.

De hecho si escribo posts como este no son para los lectores habituales de cómic. ¿Qué va a revelarles un pasquín on line que viene a decir que el cómic es arte y es adulto? No, esto, desde esta pequeña atalaya viñetera dentro de un gran castillo corporativo (no olvidemos que este blog se aloja en Gente Digital, una plataforma informativa generalista) es un texto dedicado a los que no leen cómics. Así que si quieres, si no eres de ese grupo, sino del otro, el que no se pierde si le digo Peter Milligan y Baru, puedes retuitear esto a tus colegas, o colgarlo en tu red social favorita. No te va a ayudar, ni a revelar nada nuevo, pero igual sí a un amigo, a un pariente… Porque esto va dedicado a esa generación que solo le interesa el recuerdo nostálgico («yo leía»… cuentos para niños, ya lo sé), para el padre que evoca los ochenta y su juventud, aquellos días en que pillaba el «Zona», el «Vívora», el «Totem», el «Cairo», el «CIMOC» pero nunca más… también ha sido un lector generacional (adolescente antes que infante) que ya no lee cómics, que no sabe qué demonios es una novela gráfica (no soy estadista, no hablaré de mi microcosmos, pero tampoco lo haré en tanto que la pregunta, de hacerla, siempre ha obtenido un fracaso de respuesta). Esto va dedicado a quien piensa que los tebeos son cosas de niños o cochinadas porno (que también puede, como lo es el cine o la literatura, ¿no?)

Porque la historieta, como bien dice Lucía Etxebarría, merece un Asturias. Porque Ibáñez es un buen candidato. Pero además, pongamos puntos sobre las íes, Ibáñez, ese talento para el gag con una obra ya clásica («El sulfato atómico», «Chapeau el Esmirriau», «Valor y al toro», «El gang del Chicharrón»…) sólo es el faro más visible, pero su fulgor emite el tono menos representativo de la luz del cómic actual. Hay y debe haber tebeo infantil, y juvenil, pero sobre todo lo que hay que hacer no es recordarle esto a la opinión pública, que ya lo reconoce. Ya conocen Mortadelo, y Zipi y Zape, y El Cachorro. Hata «Hazañas Bélicas». Sino, como un elefante, debemos entrar ferozmente en la cacharrería de sus esquemas mentales, recordarle que «Arrugas» está ahí, y que sobre los cómics, sea su calidad mejor o peor (porque ser de tema adulto no equivale a ser ‘de calidad’, y si no que se frían de un golpe todos los tomates verdes a mi alrededor), me encantaría meterle a ese «no-lector» una idea poderosa en su cacumen: las historietas, los «tebeillos», pueden aportar escenas tan poco «para niños» como estos ejemplos «instagramizados» (comodísimo programa de fotografiado que permite destrozar una imagen con un filtro, y al tiempo la cuelga inmediatamente en la red, evitando cables)

«Paul va de pesca»: el aborto, el drama íntimo

«Los compañeros del crepúsculo», medievo europero recreado (diálogos de época, ambientes exactos)

«Reportajes», periodismo de guerra y compromiso ético

«Volátil», hablando del arte y de la alquimia

«Cages» la plástica gráfica en medio de un arte narrativo y la religión reflejada como concepto de odio/ignorancia

«Le Fotógrafo»: la verdad de la guerra puede herir tu sensibilidad y reavivar tu espanto por este mundo. En un tebeo…

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Frank Quitely

En Facebook, por jugar, estoy colgando imágenes de Quitely en celebración de su venida a Coruña en el salón de dentro de unos días. Por supuesto es un ilustrador espectacular, así que en Visado, intuyo que bajo el asombro natural de esos ejemplos me sugirireron que podía haber temita. Raudo como una bala me lancé al teclado para hablar de Frank Quitely, en términos muy generales y para lectores, evidentemente, no entendidos en la materia. Hablamos del día 20 de Julio.

El impacto tranquilo llegado de Escocia.

El ilustrador de superhéroes más importante de los últimos veinte años visita Galicia para el salón “Viñetas desde o Atlántico”, con una muestra de originales bajo el brazo, para reivindicar el papel del cómic comercial de calidad.

 

Vincent Deighan, más conocido en el mundo del cómic como Frank Quitely, será sin ninguna duda la estrella más rutilante de la ya cercana edición del salón coruñés «Viñetas desde o Atlántico» en un año de cartel prometedor. Autores del talle de José Domingo, Guéra, Pellejero, Homs y Bartolomé Seguí, o exposiciones como una dedicada a Son Goku, hacen de esta edición una cita notable. Pero disfrutar del arte y de la presencia del escocés Quitely es uno de los “guilty pleasures” más apetecibles para los aficionados al cómic.
Quitely comenzó a despuntar a finales de los ochenta con trabajos autoeditados y para pequeñas editoriales alternativas. Su estilo gráfico le irá abriendo puertas a partir de esos inicios, incluso en las editoriales y títulos más punteros. Por ejemplo en DC, para la que dibujaría en 1996 un alocado y denso «Flex Mentallo» salido de la imaginación de Grant Morrison (sin duda un escritor puntero en la industria de los superhéroes).
Pero la estrella de Quitely seguirá creciendo, tranquila como su nombre artístico hace ver, hasta lograr ilustrar alguno de los personajes de cómic más famosos de la historia. Los X-Men, Batman e incluso Superman, han pasado por su fascinante lápiz. O cosas tan curiosas como ilustraciones para la franquicia Star Wars. Entonces ¿Cuál es el secreto del éxito de Quitely? La respuesta es sencilla: cuestión de estilo. Desarrollarla, más complejo. El dibujo del escocés es un elemento definitorio ya en sí mismo. Un cruce, a priori imposible, entre el “comix undeground”, los grandes autores de superhéroes y el estilizado espíritu de la historieta europea. Tiene esa impronta sucia, salvaje, de lo contracultural, pero inmersa en un acabado voluptuoso a lo Richard Corben. Y el preciosismo y elegancias de la escuela franco belga no le es ajena: Moebius, o Hermann, el autor del western «Jeremiah», son un claro referente. Pero más allá de ser un mero aglutinante de opuestos, con esas especias tan diversas ha cocido una poción única, un espectáculo visual que, y esto es lo mejor, no esconde carencias de narrador, aspecto en que amalgama igualmente influencias tan diversas como la espectacularidad del mejor cómic de superhéroes y las dinámicas de Katsuhiro Otomo, el autor de Akira.

Sí: los cómics de Quitely son perfectos manuales de planificación y secuenciación y en no pocas ocasiones esa habilidad como narrador es capaz de esgrimir impactantes soluciones. Su atrevimiento formal, digamos, no está tan lejos del de los francotiradores del cómic alternativo o la novela gráfica, pero en el caso de Quitely se atreve a experimentar con el material más comercial. Como Jim Steranko («Capitán América», «Atmósfera cero»…). Pero esa posición peligrosa, la del autor de referencia que ya ha hecho escuela, es la que no pocas veces debilita a los genios. No es el caso: los últimos trabajos de Quitely, como su remozada versión de Batman, pueden aquejarse de cierta premura, pero jamás ser tildadas de torpes. Y sus futuros proyectos, como “Jupiter’s Children” (sobre una misteriosa búsqueda que comienza en 1920) parece que van a dar nuevas alegrías al lector.

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Entrecumpleaños

Entrecomics cumple hoy seis años.

Siempre he dicho que podrá haber sitios donde las críticas sean (aún) mejores, las informaciones más veloces o exhaustivas y los diseños web más alucinantes, aunque sea difícil imaginarlo… pero Entrecomics es el lugar de referencia, la mejor web sobre historieta de la historia de este país.
Porque no es una revista on line, porque no es un blog personal, porque no es una base de datos, porque no es una búsqueda gélida de teletipos, porque estos cuatro truhanes que fueron más en su día han encontrado la fórmula que finalmente define, para mí, qué demonios es un blog grupal sobre un tema concreto. Sea la historieta, el futbol o las croquetas. Entrecómics es paradigma de unas formas ágiles, intertextuales, comprometidas (sin duda hay marca de estilo en Entrecómics, un gusto definido aunque plural, y son heterogéneos pero no un todo vale). Sus entradas son amenas, muy visuales, con textos de empaque cuando toca, con brevísimas filigranas verbales cuando procede (recuerdo alguna micro-mención a mi persona que convirtiendo un twitt en algo extenso no pudo sin embargo hacerme reír más ni sentirme más halagado).
Y me gusta Entrecómics en plan la forza del destino, porque parece que nos es imposible encontrarnos físicamente aunque finalmente tomé mis cañas con Fer (¡bien!) y antes cruzamos saludos y miradas (de eterna desconfianza, claro -no, es broma-) con el Tío Berni. Y porque juraría que me crucé por unas escaleras con Mar en Coruña pero no sé. Y porque aún no conozco a Iñaki pero todo se andará.
Porque son los mejores on line y punto.


FELICIDADES, BRAVIDOS

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EL DUELO, de Esteban Hernández

Publicado el 6 de Julio en Faro de Vigo

Una novela gráfica sobre la muerte y sobre la vida.

Esteban Hernández nos propone un viaje al interior de sus inquietudes más íntimas, profundas e irresolubles en un tebeo sobre la trascendencia.

Es un hecho: el panorama de la historieta nacional ha cambiado en los últimos dos lustros lo que no estaba calculado. Se ha pasado de una crisis galopante en los noventa a un entorno que, si bien aún no es mediático o fuente de éxito y estabilidad profesional, sí que permite a los autores explayarse en los temas que más les interesan, con mucha libertad. Uno, en los ochenta, si quería publicar en el seno del mítico “El Víbora”, sabía perfectamente qué se le iba a pedir. Y que lo que se le pedía era, temática y estéticamente, opuesto a lo que se cuidaba, por ejemplo, en “Cairo”, por citar dos revistas más que conocidas y que triunfaron en la década de las hombreras. Hoy las cosas son distintas y buena prueba es “El Duelo” (Ediciones De Ponent).

Su autor, Esteban Hernández lleva publicando con constancia desde mediados de la década pasada y ha creado varias novelas gráficas, una de ellas, “Pintor” ganadora del “III Premio Internacional FNAC Sinsentido de Novela Gráfica”. Y desde sus primeros pasos tenemos que ver su obra como la obra personal, “de autor”, de alguien que, dueño de un mundo propio, no quiere plegarse a géneros, estilos o dictados. Y no necesita hacerlo porque hay editoriales para todos los gustos, por lo que todos y cada uno de sus trabajos han encontrado cobijo. Lo que no le impedirá, claro, hacer una de kung-fu o de ciencia ficción, mañana, si tal es su empeño… como decíamos al inicio, las cosas han cambiado.

Muertes y vidas cotidianas

“El Duelo” supone un último jalón en esta carrera, y nuevamente estamos ante una obra que mira al interior. En la que Hernández se ausculta para exteriorizar, en una suerte de comedia agria, un miedo personal. O una carencia, quizás. Esteban ha contado que la idea surge de un hecho personal: el autor nunca se ha enfrentado a un cadáver. Ni siquiera el de una mascota. Y a partir de este apunte autobiográfico crece una ficción, sobre un individuo que tras asistir al funeral de un amigo muerto en extrañas circunstancias sufre la parálisis de la mitad de su rostro (lo que en el fondo supone morir un poco también).

La vida, la muerte, enfrentarse a la pérdida, sobrellevar la propia vida, esos son los temas que se ponen en el tapete en las casi cien páginas de esta novela gráfica. El tono de lo narrado no es agrio, no se busca un existencialismo pesimista que quizá sería hueco en este libro. Se trata de reconocer un factor importante en la vida de todo el mundo como lo es la muerte, que siempre está alrededor y siempre llega, y se trata de entenderlo como parte de nosotros, por doloroso que resulte.

Con este espíritu Hernández crea un trabajo lleno de momentos casi surreales y fina comicidad, de ritmo tranquilo gracias a un dominio del tiempo narrativo, de los silencios significativos y del empleo astuto del fuera de campo (abundan los diálogos entre los protagonistas ilustrados desde otros lugares, desde exteriores…). Con un dibujo que recuerda al Miguelanxo Prado de “Quotidianía delirante” y un color atmosférico, Hernández redondea una de las buenas sorpresas de 2012.

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CAÍDO DEL CIELO, de Berberian y Gaultier

Artículo publicado el 10 de Julio en Faro de Vigo

Mi marciano favorito y la crisis de los 40.

“Caído del cielo” logra un cruce entre la ciencia ficción, la comedia y el costumbrismo en un relato sobre la identidad personal, el destino y los viajes temporales.

Charles Berberian es reconocido por su obra con Philippe Dupuy “Sr. Jean”, nacida en 1991 y donde narran a cuatro manos (guión y dibujo al alimón) la vida ordinaria de un escritor treintañero. Antes de la moda de lo costumbrista que impera en cierto cómic contemporáneo, Berberian ya atisbaba el camino.

Encuentros cotidianos en la 3ª fase.

Caído del cielo” (Ediciones La Cúpula), donde tan solo se centra en el guión dejando lo gráfico para un correcto Christophe Gaulthier, es una vuelta de tuerca en su propio universo autoral, y tampoco es el único trabajo en que se desliga de Dupuy para volar libre (actitud por cierto muy sana y oxigenante en la relación del dúo), y reincide en sus obsesiones: el humor, la fantasía, el rock y la crisis de la edad adulta.

“Caído del cielo” comienza con la descripción de la vida vulgar de Émile, un perdedor en toda la regla. Fracasado rockero, cuarentón, padre divorciado que malvive de agente inmobiliario, se dedica a ligar con jovencitas a las que invita a las fincas que gestiona en la inmobiliaria, y subsiste al abrigo de sus suegros con quienes vive con su hijo. Un pequeño gran deshecho cuya vida cambia radicalmente cuando se encuentra con un extraterrestre y su máquina espacio-temporal.

Berberian domina los resortes de la comedia aunque aquí roza la parodia exageradamente (por ejemplo, en el retrato de las autoridades policiales), y es más eficaz en el retrato tristón de la vida desperdiciada que en los gags. Sin embargo el libro se lee con interés, por los retruécanos argumentales y por los momentos más eficaces (el retrato de la infancia es brillante, la relación con los suegros del protagonista escapa a los clichés), y también por un dibujo cálido y expresivo de Gaulthier, autor de quien ya habíamos visto trabajos en España, como una versión de la novela “Robinson Crusoe”

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Neil Gaiman divagado (parte 02).

Comienza aquí

Neil Gaiman comenzó a guionizar ‘Miracleman’ a partir de su número 17, y si en los dos primeros ya mostró su capacidad fabuladora para dar continuidad a algo de apariencia tan cerrado como la obra de Moore, en su tercer ejemplar consigue refinar los resultados espectacularmente.

Digamos respecto a los dos primeros movimientos del autor que en ellos se reconoce a ese guionista-literato que gusta de adornarse con palabras para vestir buenas ideas. Que le gusta demasiado, que hasta puede resultar excesivo y artificioso. Pero las ideas, decimos, redimen. Moore planteó una Arcadia posible a partir de una premisa fantacientífica: el contacto con civilizaciones superiores pero colaborativas que nos elevan a sociedad perfecta e ideal. Y creó un Nirvana-en-la-Tierra haciéndose la pregunta retórica de si el Hombre, aún perfecto, puede ser feliz. Pues no, claro. Fin de la obra, se acabó.

Gaiman sabe que está contado, explicado, preguntado y contestado todo, así que baja peldaños para dar solución de continuidad al meollo. Si no se puede ser feliz ni siquiera en una utopía en que somos dioses en un mundo perfecto… ¿porqué sucede así? Y por lo que parece a tenor de estos números (que son los que llevo leídos), se dedica a describir ese nuevo Edén, que bajo una superficie de esterilización esconde todavía el virus de la insatiscacción, la desdicha y la ruindad. Y lo hace de ese modo que tan bien domina: el relato breve, a modo de parábolas con forma de comic-book (de nuevo aquí, como en Sandman, por cierto, se revela un gestor hábil del formato y su periodicidad). Y el relato breve que completa el número 19 («Notes from the underground», de noviembre de 1990) supone además un salto formal.

Portada de Dave McKean

En «Notas desde el subsuelo» se nos desvela la antiutopía de un mundo estratificado, vertical, con sectores sociales sencillamente borrados de las capas altas por los gestores de este nuevo mundo. Miracleman a la cabeza, el superhéroe, un personaje «elidido» en este capítulo y que aparece como reflejo… reflejo, quédense con el concepto. En el subsuelo, en fin, viven aquellos que no tienen permitido vivir en otro lado. Y concretamente, viven los resucitados (por el milagro de la biogenética E.T. que puede efectivamente hacer lo que Cristo con Lázaro… pero a lo bestia). En este contexo se nos presenta en este relato una «raza» proscrita de clones de Andy Warhol, el artista del Pop art, y concretamente a uno de ellos, a quien uno de los extraterrestres (ergo, los Gobernantes, los Amos) otorga una misión: será el «amigo» de un nuevo resucitado. Ni más ni menos que el archienemigo de Miracleman, Emil Gargunza.

Para quien no conozca la serie o el personaje, un micro resumen: Miracleman es la versión Mr. Patata de Superman (hubo unas cuantas en su día, en los años cuarenta), y sobre todo, el reflejo daltónico (azul) de Capitán Marvel, el de «Shazam!». Como el Hombre de Acero tiene su propio Luthor, el susodicho Gargunza, científico malvado que en manos de Moore (ya en los ochenta) muta en amoral villano y, en cierto modo, terrible y cruel padre del superhéroe. Vale, ahora sigamos con lo nuestro.

A partir de esta idea argumental, desarrollada en las cinco primeras páginas del cómic, Gaiman describe un proceso de autoconsciencia, deseo de vida y quizá hasta bondad en alguien genéticamente réprobo. Como si el alma y la voluntad fuesen nociones enfrentadas. Lucha interna en un Hombre Nuevo, renacido, y que se encuentra recluso en las catacumbas de un pseudo Paraíso. Todo ello, visto por (y desde) la mirada de Andy Warhol#06.

Volviendo a los tópicos de Gaiman, pero por entender que el escritor sabe muy bien lo que hace, ya en esa intro se aprecia un muy adecuado uso del monólogo interior, pues este predomina casi abusivamente… salvo en las páginas donde Emil Gargunza revive. Gaiman nos mueve así a que comprendamos que estamos ante la historia no de Warhol, mero testigo, sino del villano, y este adquiere un poso de amenazante presencia por el calculado silencio de Warhol ante su resurrección. En estas primeras páginas Buckingham parte de una página-viñeta de arranque y va aumentando página a página el nº de viñetas, hasta la quinta que es nuevamente una «splash-page». Es la introducción, perfectamente planificada y cerrada, que dará paso al grueso introspectivo de los personajes.

Y esa introspección vuelve a jugar con la forma, la paginación y el diseño interno de la viñeta.

Página y viñeta y página y viñeta y

Este cuento es el de un artista que nos lo cuenta, y es la perspectiva estética de Warhol la que se nos revela, desde la forma del cómic que estamos leyendo. Todo un juego metalinguístico que aporta varias capas de lectura. Gargunza reflexiona desde la angustia y esta se refleja en una forma de secuencia casi inexistente, de imágenes-espejo y repeticiones de fotocopia, pero con leves cambios para demostrar que hay acción real. Lo que sucede es que esa acción nos es devuelta filtrada por el Pop de Warhol, que a su vez es interpretado, y por tanto filtrado, por los autores, Gaiman y Buckingham. En la estética Warholiana el arte puede anidar en lo común, en lo ordinario, y sobre todo en lo múltiple y lo insdustrial. Todo es arte, y el pop es el arte de lo reproducible. Tú eres arte pop al mirarte al espejo. Gargunza, y Warhol#06, no son únicos sino clones, repetición. Es entonces cuando los niveles de lectura se multiplican tanto como el eco de las imágenes. Porque pueden crecer las interpretaciones una tras otra: la repetición es inmobilismo, por tanto un presagio del destino de esta nueva vida, este Neo Emil Gargunza. Y los ecos son infinitos hacia adentro, de la página a la viñeta, de la viñeta a su fragmentación que alberga iconos de la era pop como Tío Gilito o Nancy (por muchos años, aquí conocida como Periquita), fotos viradas, fotocopias de objetos… parece que el último grado dividido no deja de ser la cabeza del clon, y así, su mente es un espacio fragmentario, roto, de reflejos… él mismo es un reflejo.

Hay más modos de contemplar la repetición: cuando Emil recuerda su muerte, lo hace con viñetas que emulan al cómic donde tal capítulo sucedía (de Moore y Beckum a los lápices), combinando copias literales con imágenes nuevas (concretamente, usa una viñeta original para, fotocopia mediante, ilustrar el alejamiento hacia la estratosfera del superhéroe y el villano… en una única viñeta compartimentada, claro)… otra vez espejos con las imágenes, las de la memoria, que son exactas o no, que coinciden o inventan respecto a otras páginas, de otro cómic, en que esos recuerdos se nos contaron como hechos. Otra vez la obra añade contenido hacia dentro (los personajes, sus recuerdos, sus miedos) y hacia fuera (nuestra percepción de «Miracleman»; el cómic leído… quiero decir, al leer este nº 19 pensé que todas esas viñetas eran fotocopia del original, pero no todas esas «viñetas-recuerdo» existían tal como aquí las vemos, en el tebeo de Moore).

No quiero divargar más: como dije, en estas 24 páginas hay muchos más ejemplos a los que atender. Último: fíjense que las viñetas de la página arriba expuesta en que aparece Gargunza… son un cuadro de Warhole #06 que aprece en la página anterior… que es la que ilustró el final de la primera parte de este artículo… no, no hay azar en estas páginas, pero Gaiman no quiere ser (ni recordar demasiado a) Alan Moore, de modo que los esquemas, aunque férreos, son flexibles. No se trata de castigar dutante todo el cuadernillo con un modelo de página tan significativo como el de la de arriba, sino de usarlo estratégica y convenientemente, en medio de otras páginas quizá, aparentemente, más convencionales. No se lo crean, son los vanos de la pared entre los que Gaiman y Buckingham han dispuesto, oh, sí, un juego de espejos-página.

Pocas veces, en fin, Gaiman ha creado un laberinto tan rico, en mi opinión. Pocas veces su lectura trasciende una superficie y varias citas más o menos oscuras (y que aportan contenido y riqueza, sin duda) para centrarse en las posibilidades del lenguaje de la historieta. Aquí lo ha usado para lanzarnos hacia su interior, aportando significados a lo narrado (y muchos, como hemos visto), y para hacernos reflexionar, hacia el exterior, sobre las capacidades y la naturaleza del llamado noveno arte. Pero si no quieren llamarlo arte, da igual: llamémoslo criatura POP. Después de todo, el cómic es un objeto siempre múltiple, especular.

 

PD Este tebeo (y toda la serie en la web raíz), puede leerse aquí

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Neil Gaiman divagado (parte 01).

Neil Gaiman es una de las figuras más importantes de la historia del cómic aunque, paradógicamente, sea de las menos puras. Un «autor» sin mayores adjetivos, desenfocando así el término guionista, o incluso autor de cómic. Me explico aunque adivino que mis lectores habituales ya me entiendan.
Crecido primero como periodista y novelista en ciernes con alguna cosa publicada, incluso, pronto con 24 años y casi de carambola, se inicia en el mundo de la historieta tras «abrirle los ojos» Alan Moore, el guionista de «La Cosa del Pantano», «Miracleman» o «V de Vendetta» (y este sí: guionista, y de cómic). Redescubre así el medio como un canal para desarrollar sus inquietudes literarias. Una vía quizá más fácil, menos competitiva, menos alambicada que el mundo literario y sus laberintos industriales. Pero el cómic mainstrean lo ve como algo retrógrado, que vive un momento de alimentar clichés, y de guiños continuos a una forma de hacer tebeos que no comparte.Como no comparten Moore o compañeros de quinta (Morrison, Milligan…).

Sin embargo, lo que destacará en Gaiman no es una capacidad para renovar modos, sino un acercamiento muy libre, desapegado de las maneras que imperaban en el cómic comercial (retrovisor: mediados de los 80; «Marvel/DC Empire»), a través de enfoques e ideas que muestran a un autor culto, más cercano a la literatura, sobre todo la de género, pero también los clásicos en lengua inglesa… Gaiman es lector voraz, sin duda. Y con una sensibilidad creadora más próxima a lo literario que a lo visual.

La (presumible) librería de Neil Gaiman circuló por la red. Para envidia de muchos

Quiero decir: Gaiman crea historias, elabora su mundo autoral (a partir de recortes, como veremos) y le imprime una sensibilidad que , en 1986, no era precisamente habitual en los cómics: ni en los comerciales, ni si me apuran, en los más alternativos, aun apegados al inconformismo underground y ajenos a las ínfulas líricas del escritor británico. Pero más allá de sus ideas, de «lo que cuenta» y la sensibilidad que tiene para acercarse a esas historias (muy particular y posiblemente su gran baza sobre todo en los detalles de lo íntimo, los sentimientos internos de sus criaturas, muchas veces expresados de soslayo, más por lo que esconden que por lo que expresan), en sus mejores trabajos la pericia de Gaiman como autor de cómics no se sostiene en ideas de lenguaje renovadoras, sino en una planificación medida, inteligente y autoconsciente. Intuyo que esta capacidad de planificaciones exactas y cuidadas (al respecto merece la pena leer el análisis que hace el propio escritor de «Sueño de una noche de verano», uno de los capítulos más celebrados de su saga «The Sandman») se deba, en parte, al contagio y aprovechamiento de sus compañías, de aquellos buenos autores que le han acompañado en su vida como autor de cómics: Russell, McKean, Vess, Hempell… Pero más allá del inteligente control de su producto, Gaiman no es un gionista que trabaje en imágenes, sino clarísimamente lo hace en palabras.

Cómics: letra y dibujo

Una de las cuestiones más peliagudas en Gaiman, entonces, es comprobar si esta recarga de «literatura» convierte su trabajo en «cuentos ilustrados» o si la imbricación entre lo icónico y lo textual se complementa. Resolvamos (es un decir) que a veces sí, y a veces no.
Pero con todo, pienso que si no lo logra, si en ocasiones el peso de lo literario convierte sus tebeos en estampas dependientes de melífluos textos no de apoyo, sino al contrario, de sostén, no es porque el escritor no entienda que el cómic es imagen, o porque lo desprecie y quiera ser Escritor de Altísima Escritura, y Literato de Noble Literatura, sino porque insiste en encontrar un modo de llevarlo a su terreno, el que domina. Y su terreno, decíamos, es la literatura. Gaiman es un cuentacuentos. Hoy lo vemos claro: sea vía historieta, literatura o cine, al fondo se encuentra el escritor y su ordenador, con un documento de Word (lo dudo, usará otro programa, vale). En el fondo, Gaiman se adelanta a la idea autoral que hoy tanto gusta enarbolar, al rebufo de la novela gráfica, aunque su vía sea peligrosa o, para algunos, directamente errónea: usa el cómic y lo adapta a su ideario artístico, que es literario antes que visual.
Y toda esta breve introducción (carcajadas enlatadas y gritos agudos, aplausos, fade-out) nos sirve para ubicar al autor ante un ejemplo que me ha parecido impactante, y que me habla de ese Gaiman que sí, a veces acierta. Y lo borda. Porque puede que se trate de un autor que ha sido, digamos que en el esplendor de su éxito en el mundillo, demasiado Narciso. Y eso no es bueno. Pero dudo que muchos autores rallen a su inteligencia y su sensibilidad cuando no se amanera. Y eso le salva a menudo, y eso lo justifica como, tal cual dijimos, un tótem dentro de la historia del cómic.
Pero no entremos tan pronto en materia: estamos empezando  Dejemos claro que hasta hoy, entendí la obra comicográfica de Neil Gaiman desde tres vías: por un lado, trabajos de encargo, por otro, obras personales, y por otro, sus últimos caprichitos.
Encargos. Se trata de una época de crecimiento, de ambición, de insertarse (eso sí, como «auteur») en DC. Orquídea Negra, Sandman, son esto exactamente. Obras ofrecidas que acepta y hace suyas. La primera una especie de casting. Una puerta de entrada. La segunda, su obra magna en extensión y repercusión, un trabajo que plantea como obra para lectores tardoadolescentes (digamos que si lo pillas con 17 vas a ser transformado… yo, por cierto, tenía como 20) pero que, con una mirada sensible, otra vez a palabra clave, y un gusto por las citas cultas, amén del calculado engarzado de sus muchas piezas en una torre de posmodernismo que tiene por bandera el «todo está ya contado», es una lectura apta para todas las edades (lo he comprobado, conste, es una realidad objetiva) y que rebosa el marco de los comiqueros. Una obra extensa, desarrollada folletinescamente en cuadernillos mensuales durante casi diez años, donde el fantastique es profundamente renovado pero, como ya dije, sin inventar, sino reutilizando y redefiniendo.
Pero si queremos contemplar al autor más puro hay que buscar en la «trilogía de la memoria», los tres libros realizados con Dave McKean. Trabajos de regusto agrio, intentos experimentales (muy de su tiempo, eso sí) y tono adulto. Es la segunda vía gaimaniana, trabajos personales.

Y la tercera es el cero a la izquierda. Hay que entender que (y el propio autor lo reconoció) Gaiman llegó a un punto de satisfación plena. «Mr. Punch» es ese trabajo donde el escritor, ya en perfectísima comunión con su amigo McKean, piensa que ha alcanzado el nivel.  Se siente contento con ese cómic, piensa que es el único que realmente refleja lo que su cabeza diseña. Y con una honradez extraña, se atreve a ir abandonando el medio que lo encumbró. Hemos dicho que no es tonto. Gaiman y Sandman son el inicio de Vértigo, ese sub-sello presuntamente adulto de DC donde los autores conservan derechos de autor. Y en Vértigo las colecciones derivadas del universo Sandman florecieron como tojos en la fraga gallega. Supongo que esto es un colchón sobre el que experimentar, ya que mantuvo comercialmente vivo su legado (contínuas reediciones de The Sandman, reutilización de personajes secundarios supongo que de su propiedad…). Lo bueno es que ese experimento, el de volver al medio que le es más propio, la literatura, le salió redondo. Hoy Gaiman es más reconocido como escritor que como autor de tebeos. Y a mayores, en Hollywood no le va mal, aunque sigue ahí, intentándolo más y mejor. Por eso no encuentro demasiados retornos felices al cómic en los últimos años. En sus cositas para Marvel tira de piñón fijo cosa mala, aburre hasta a las marsopas, y lo peor, consigue convertir en caricatura sus rasgos. Es peligroso leerte, por ejemplo, «A game of you» (saga de la serie The Sandman) tras leer «Los Eternos», con su cúmulo de tics y clichés «gamianescos». Lo que fue un trabajo sincero, algo inocentón o quizá incluso didáctico («A game of you» es un tebeo para chavales que alecciona sobre la identidad sexual de ciertas minorías, y la nobleza de ser lo que se siente pese a un entorno social hostil) puede leerse como mera pedorrada.

Bueno, pues en este contexto, en esta triple vía en la obra del autor de «Coraline», he llegado por fin a un trabajo que me ha desconcertado. Su continuación del «Miracleman» de Alan Moore tiene un poco de encargo y un poco de autoría. Encargo, porque lo es. Pero al tiempo, fue señalado por el propio Moore como el único capaz de dar continuidad a su obra. Por tanto, encargo ilusionante. Y esa ilusión, por lo que llevo leído (ah, hablo de un cómic absolutamente descatalogado y casi preso aún por disputas legales… saquen conclusiones, pero sí, lo estoy leyendo), trasciende en un tono adulto porque Gaiman entiende el discurso de «Miracleman» como adulto. Es heredado, no lo moldea él (caso del Sandman y por supuesto de la «trilogía» McKean) y viene ya como una reflexión honda sobre la posibilidad de la felicidad plena, absoluta, a través de una ficción especulativa y dura (eh, es Alan Moore).

Pero además en este cómic (por cierto, creo recordar que inconcluso, primera parte de tres arcos o ciclos, pero no lo comprobé aún) están todos los parámetros del estilo Gaiman, y resulta que, al llegar a su tercer número, no solo funcionan sino que realiza 24 de sus mejores páginas, un tebeo brutal cargado de ideas brillantes, descorazonadoras conclusiones éticas y, entremos en el trapo, una aportación compleja, sí, al lenguaje del cómic.

«Miracleman» de Gaiman y Buckingham

Vale, me he pasado un poquito de nº de caracteres… continua aquí

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EL GRAN MUERTO, de Régis Loisel, JB Djian y Mallié,

Artículo publicado en Faro de Vigo el 22 de Junio, ampliado a sanguinolentos hachazos.

Fantasía tópica.

“El Gran Muerto”, con guión de Régis Loisel y JB Djian y dibujo de Mallié, no va a quedar en la memoria como una obra maestra de la historieta. Ni como una del género fantástico, se puede sospechar. Porque no lo es, ni de lejos. Los tres álbumes de esta serie francesa (que Planeta de Agostini agrupa en un tomo de dimensiones más reducidas que las de un típico álbum de cómics en una decisión que tampoco le beneficia) no dejan de ser un cuento más dentro de una tradición muy trillada, la fantasía (no la heroica, sino la más feérica y maravillosa, de Peter Pan a los mundos de Narnia). Y para ello Loisel pergeña, con el apoyo de Djian, una aventura juvenil para que Maillé imite su estilo gráfico del modo más mimético posible.
¿Qué resulta de todo ello? En primer lugar, un dibujo precioso, detallista y virtuoso que no revela a un autor sino, más bien, a un copista. Loisel está en cada plano que ilustra Maillé. No tiene demasiada importancia, salvo para acotar ante qué se encuentra el lector. Esto es un trabajo industrial, impersonal y creado con paciencia artesanal.
La historia es otra más donde la realidad (nuestro presente, hasta la crisis económica aparece) se conecta con un mundo mágico no exento de matices siniestros, pero de impronta maravillosa. Gotas de misterio, unos pocos personajes tópicos que carecen de matices y una paginación ortodoxa, elegante, inmaculada y poco (nada) dada a la excelencia. Profesional.

¿Tiene sentido editar algo con un sabor tan añejo, tan ochentas, en pleno siglo XXI?¿Loisel no es ese autor que supo refrescar el género en «La Búsqueda del pájaro del tiempo» con Le Tendre al guión?¿O de hacer un costumbrismo agradable en «Magasin Général»? (al menos en el primero o los dos primeros de esa serie, no recuerdo cuántos leí, y lo hice hace tiempo ya). Bien, sea como fuere, un autor pudo dar lo mejor de sí hace lustros y ahora polarizarse en empeños más personales (se diría que «Magasin» lo es.. no digo que sea una obra mayor, peor sí personal, mimada) y otros más comerciales. Aunque comercial no es sinónimo de producto anodino, la verdad es que este tebeo falla por todas sus costuras: los intentos de mostrarse como un viaje de lo más trillado del género a una supuesta mirada renovadora caen en el despropósito, lo aburrido, la blandura (ligar un mundo de Narnia cualquiera a la crisis internacional, descrita sin acentos en la definición de caracteres o en el elemento político de fondo, nos devuelve la sensación de que aquí importa más el diseño de elfitos que la crítica social o la intención de revolucionar el género). La ausencia de agarraderas emocionales, de empatía con los caracteres, hace más sosa la lectura. Y bueno, la pulcritud de la realización es estéril porque ni este mundo tiene unas bases que lo conviertan en algo realmente maravilloso, ni ofrecen grandes virtudes o revoluciones en la planificación.

Maravilloso… déjà vu.

Así que debemos ponernos en la piel de los autores y los editores (casi más importantes). ¿Por qué han creado este tebeo? “El Gran Muerto” puede gustar a lectores jóvenes que descubren este medio, poco más. Es una historia sencilla y con un poco de chicha, la justa para un «treceañero» (el mundo, la crisis… lo ya apuntado, vamos, no se piensen que algo más), es bonito de ver (Maillé dibuja con virtuosismo de alfarero mimoso, cierto) y fácil de leer. Pues bueno, si abre camino a nuevos lectores (que cuando crezcan en sus lecturas, olvidarán esta como se olvida un tinto de verano), me parece bien. Pero no busquen más ‘target’. No el lector cuarentón que se quedó en los ochenta, porque hay demasiados ejemplos de este estilo mucho mejores (podríamos confesar que servidor picó, por curiosidad, evocando sus manías lectoras de los últimos 80’s, muy del palo). Tampoco en el lector de novela gráfica, por supuesto, ni en el de superhéroes. Quien se defina como ecléctico, intuyo, tendrá bagaje suficiente para considerar esta obra como algo obviable… el mundo está lleno de nuevas propuestas editoriales para centrarse en esta.  Ni siquiera a lectores de literatura fantástica, ante quien este refrigerio simpático no aguantará ni el primer asalto frente al culebrón de la “Canción de Hielo y Fuego”. Tampoco compite su sentido de la maravilla con el presupuesto infográfico de la Trilogía del Anillo de Peter Jackson, así que queda como una lectura ligera, para chavales y chavalas con ganas de catar los cómics. Si la lectura les entretiene, misión cumplida.

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