Jaime Hernández

De cervezas con Magg y Hope.

Hacía mucho tiempo, años incluso, que no me encontraba con Magg y Hope, que para mí sigue siendo «Hopita», dejadme que la llame así en este texto porque ella, en el fondo, sabe que se lo llamo con cariño.


Mag y Hope son dos tías de puta madre. No hay sordinas que respeten la eficacia de esa frase tan llana. Mag es una tía tan sensible que con cada una de sus miradas, por mucho que se esfuerce en callar, sabes lo que está sintiendo. Y cuando estalla es imposible cabrearte con ella. Tampoco me burlo nunca cuando la veo fuera de sí, porque una hostia de esta mujer guerrera y mecánica de motores seguro que duele.

Hopita es otra pieza. Joder con la Chascarrillo, la bollera loca y salvaje… la veías allá sobre las tablas, echándose un piti (a lo mejor de hierbas de la risa),enganchando su bajo con cara seria y sentías que ser amigo de ella era lo más. De ambas, amigas, amantes, colegas y Locas… ¿Os he dicho que hablamos de una panda de chicanas metidas hasta las trancas en la escena hardcoreta de los EEUU en los primeros ochenta? Poca broma.


Ahora ambas son mujeres de cuarenta y tantos y las cosas han cambiado. Me han contado que hace poco se reencontraron (la vida las había alejado, y sus propias vainas, que menudas son ellas, siempre con cosas) para asistir a un concierto de punk en su barrio de correrías juveniles. Se han reencontrado, con toda esa tranche de vie de décadas y más décadas. Se quieren, se añoran incluso. Pero saben que ya no como antes. Y me ha fascinado charlar con ellas de cómo la vida pasa, y de porqué esas veinteañeras ya no están… solo que sí están. Han cambiado. Han engordado, encanecido, tienen nuevas responsabilidades, amores, vidas, achaques… Es increíble cómo te lo cuentan todo, con qué exactitud reflejan esa sensación que, uf, yo también siento. Porque por mucho que me enganche hoy al disco de Lungbutter y recuerde mi propia locura juvenil (hasta donde la tuve, que tampoco fue tanta), no puedo sentir esa música como sentía los primeros discos de Sebadoh o Superchunk en 1992. Trae recuerdos, eso sí. Y certezas: he cambiado, aunque no he cambiado. Soy el mismo y no lo soy. Madurar, supongo. No está mal, ¿verdad Hopita?


Entonces me doy cuenta… como en un cuento chino de Cuarto Milenio, como en un viaje astral, de que la mirada melancólica, dulce y cálida de mi amiga Hopita se congela. Y yo vuelo, me elevo, veo la escena desde fuera. Y veo la escena que pasó un poco antes. ¡Hasta veo lo que va a pasar! Todo en ordenadas viñetas. Todo dibujado con dominio prodigioso.
Se suele decir que Locas, la obra de Jaime Hernandez, es como la vida y te crees que sus personajes son reales. Volver a ese haiku descriptivo otra vez es cansino, pero lees “¿Es así como me ves?”, el reencuentro de Maggie y Hope y todos sus inevitables flashbacks, y no das crédito a lo que sucede ante tus ojos. Otra vez (y van un puñado de cómics de Locas). Es curioso cómo la mayoría de autores buscan en sus narraciones la sorpresa, la locura y la trama que nos asombre. ¡No me lo esperaba, increíble! Debe ser porque, claro, conseguir llegar a una lectura en la que puedes pensar la reacción inmediata de lo personajes como te sucede en la vida real con tus cercanos, está al alcance de muy, muy, muy poca gente. O de una sola persona, si me apuras. Porque para lograr esa empatía con una ficción es preciso que cuadren varios asuntos rematadamente difíciles de conseguir uno por uno… ya no te digo do minarlos todos juntos: la libertad de un autor con la osadía de no salirse de una ficción y sus universos desde 1981 hasta hoy (la intensidad de ser acompañado por unos personajes tan verosímiles durante tanto tiempo supera la lectura de un libro, ver una peli, una teleserie… son casi cuarenta años acompañando Locas); lograr que esa ficción no decaiga en estos años (esto es absolutamente trascendental, conozco pocos casos iguales…); tener una capacidad para crear situaciones y personajes de drama y comedia cotidianas sin exageraciones (o con las exageraciones necesarias para cada momento); ser un gigante del virtuosismo para el diálogo perfecto y ser un superdotado del dibujo capaz de cegarnos de admiración. No conozco a un dibujante capaz de plasmar con la eficacia de Jaime Hernandez a una persona, su gestualidad (corporal y facial, domina ambas totalmente), y de hacerlo con lo estrictamente necesario. En esto hay que hablar de la evolución de un ilustrador barroco en sus inicios, a la sobrenatural maestría minimalista del Jaime actual.


Mag y Hopita se han venido, nos han contado sus vidas y se han ido. Espero que nos volvamos a cruzar, son buenas amigas aunque estén un poco Locas.

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Jaime Hernandez (a propósito de CHAPUZAS DE AMOR)

El pasado viernes 12 de junio publiqué un texto a toda página dedicado a Jaime Hernandez. La reciente edición en castellano de Chapuzas de amor lo encarama indudablemente a un podio. Del año, o más allá. Una cumbre en una carrera de décadas dedicadas al universo de Hoppers que no desfallece. Todo lo contrario, crece y crece hasta esta cúspide de emoción pura, sólida.
El texto para Faro de Vigo es un intento más de llevar Locas al lector generalista de mi terruño, no un sesudo análisis (que es lo que merece «Chapuzas», por otra parte).

Ampia para leer, con un hábil clic encima de la imagen:

: Visado : Página 6 Cómics Jaime Hernández

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ROCKY, de Jaime Hernández

Artículo publicado en Faro de Vigo

Jaime Hernández, padre del cómic de autor.

El creador de “Locas” tenía una historia inédita en nuestro país, que ahora ve la luz en castellano.

              ROCKY

Spiegelman con “Maus”, Will Eisner con “Contrato con Dios”, Eddie Campbell con “Alec”…  muchos nombres merecen el honor que otorgamos a Jaime en el título. Incluso su hermano mayor Beto Hernández con “Palomar”. Pero no hay duda de que la obra de Jaime, ese culebrón “non-stop” sobre la vida cotidiana de dos chicas urbanas, que lleva desarrollando décadas, supone una de las cumbres del cómic autoral. Esas “Locas”, así como las historias del pueblo Palomar de Beto, se publican en la revista que ambos hermanos editan desde 1982: “Love and Rockets”. En el seno de dicho magazine escondió Jaime también las aventuras  inter-dimensionales, espaciales, delirantes y escapistas de Rocky, una post adolescente de raza negra que, con su robot Patoso, se dedicaba a viajar por el universo desde un agujero de gusano sito en el patio trasero. Historias cortitas, de tres a catorce páginas, que aparecían por la revista entre los años 1983 y 1986.

Ligereza argumental, espíritu blanco y aventuras sin complicaciones que, finalmente, se tiñen de cierta melancolía. Y de fondo, como quien no quiere la cosa, un retrato de juventud certero y matizado. Pero donde este “Rocky” (Fulgencio Pimentel Ediciones) gana puntos es en el privilegio de poder asistir, de una lectura, a la asombrosa evolución gráfica de Jaime. Si en la primera historias se revela un superdotado ilustrador, dejando unas páginas detallistas y vigorosas con apena veinticinco años, la cosa no hace sino mejorar, demostrando al lector que menos es más: se despoja de recursos gráficos superfluos, acentúa la sombra negra y el minimalismo. Y la capacidad para plasmar la expresividad corporal de sus personajes  pasa de lo asombroso en la primera historia a lo simplemente inalcanzable en un par de años.

Añadimos que esta edición es impecable, con su gran tamaño de página y una entrevista exclusiva. Si no conoces al autor, quizá este no sea aún tu libro (“La educación de Hoppey Glass”, por ejemplo, es un buen modo de conocer el universo cotidiano de Hernández), pero si te es familiar su obra, “Rocky” es, sencillamente, un tebeo indispensable, casi necesario.

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EL FANTASMA DE HOPPERS, de Jaime Hernández

Artículo publicado en faro de Vigo el 27 de Enero de 2012

Jaime Hernández: la vida y nada más.

La cita periódica con Jaime Herández se puede saldar con una sola palabra: “necesario”. Su obra, la larga epopeya lumpen que retrata la vida de dos chavalas de barriada, crece desde hace treinta años sin sobresaltos, y año tras año sabemos que Ediciones La Cúpula editará uno o dos libros de sus “Locas”, la obra que Jaime crea en la revista “Love and Rockets” codo con codo con su hermano Gilbert (autor en el seno de la revista de otra saga, la de “Palomar”). Su historia es la de unos hermanos que en los ochenta crean su fanzine, lo mandan al crítico más duro de los Estados Unidos y este, entusiasmado, les edita desde entonces. Hoy Jaime es tenido por padre del cómic adulto de autor contemporáneo, y cada nueva entrega de las vidas de Hopey y Maggie corroboran esta posición de privilegio. Que en fin, no es priviliegio alguno sino mérito.

La perfección expresiva del trazo de Jaime

El fantasma de Hoppers” recopila historias dibujasdas entre 2000 y 2005, y narran principalmente una historia larga cosida a base de pequeños retales de vida corriente, algo siempre fascinante (la amistad, el amor y el desamor, la familia…) que une con ciertas dosis de magia y misterio (ya lo avisa el título, refiriéndose a los espíritus que habitan el barrio “Hoppers”).

Y poco más hay que añadir, ya que en Jaime todo es sobreabundar en tópicos: siempre ascendente, capaz de escribir unos diálogos plausibles y de dar vida en papel a personajes que no parecen de ficción… y dominando el dibujo desde la economía, logrando con trazos mínimos y exactos dotar de la mayor expresividad a unos personajes. Nadie está, en el arte de plasmar gestos, a su altura. Y pocos vuelan tan alto en la técnica de la narración en secuencia de imágenes. Jaime toma los mimbres clásicos del cómic, y bajo la superficie de una narración ortodoxa demuestra que se puede renovar sin estridencias.

La extensa obra de Jaime Hernández está editada por La Cúpula y merece toda ella la pena, desde sus primeros pasos (los tres volúmenes bautizaodos “Locas”) hasta este último libro

 

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La Viñeta Aislada de Jaime Hernández

[Inauguramos sección, la cual se explica AQUÍ, por si no se me enteran]
Jaime, he aquí un misterio. Bueno, claro que no, todo es explicable, y los secretos de la excelencia del autor de «Locas» son descifrables. Su dominio de la secuencia, su elegancia al diseñar la página, su valiente exploración de recursos aplicados a una narración siempre cristalina… pero con todo aquí, en Jaime, existe un nosequé que, creo, nos embelesa a todos sus seguidores. Es un talento brutal para expresar con mínimos rasgos la exactitud de una emoción, de un pensamiento interno de sus personajes, y con ello logra la siempre ansiada tridimensionalidad. Nos creemos a sus chicas porque sólo comprendemos parte, lo que se trasluce de sus actos, sus gestos, sus palabras, sus silencios… e intuimos que algo más se nos escatima. Hay vida en las Locas, y una cierta magia.

Penny Century, ed. La Cúpula, 2011. Pag. 233

Uno mira este retrato en cinco trazos y no acaba de encontrar el secreto, ¿cómo ser tan exacto con tal economía gráfica?

Pero lo que me llamó la atención en esta ‘viñeta aislada’ es el encuadre. En una historia (y en un libro, porque podemos decirlo de todo «Penny Century») donde no abundan los primeros planos, Jaime se acerca brutalmente a Hoppey en esta imagen. Lo hace porque «sale» del relato inmediatamente anterior. Me explico: las páginas previas no han sido nada más que el relato de unos hechos del pasado, que Hoppey cuenta a sus compadres. No abunda para ello en carteles, primeras personas o voces en off, así que la ‘vuelta al presente’ nos la recalca con este encuadre tremendamente cerrado.

Un recurso sencillo, no novedoso, desde luego, pero en su uso, casi imperceptible pero totalmente eficaz, Jaime nos hace (me hace) quitarme el sombrero otra vez.

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PENNY CENTURY, de Jaime Hernández

Bien, como es habitual, este artículo se publicó en Faro de Vigo (e 29 de Abril), y sobre todo denota mi voluntad didáctica aprovechando el escaso espacio. Por ello, aunque lo amplío para esta ocasión, me temo que mis lectores lo encuentren, aquí, superfluo. Y tópico. Pero si el articulito atrae a un lego en cómic, me daré por satisfecho, porque Jaime lo merece (legiones de fans).

Encantadoras chicas “indies”.

“Love and Rockets” fue, es, una revista de una importancia determinante en el devenir de la historia del cómic de los últimos veinticinco años. En sus páginas encontraremos la obra de Beto y Jaime, dos hermanos dotados con eso que solemos llamar genio, la capacidad para aparecer de la nada y crear algo de tan marcada personalidad (pese a sus muchos referentes) que solo necesitaría del tiempo para convertirse en pieza básica en la historia del medio. Los “Bros Hernandez” crearon dos universos paralelos, sin apenas tangencias pero con sabores inevitablemente parecidos. Beto creará una historia-río de la vida de un pueblecito y sus pobladores: Palomar. Y Jaime, con sus “Locas”, se centrará en las vidas de dos pizpiretas chavalas, en un entorno más urbanita, incluso punk (y en un principio, más fantástico, aunqeu pronto abandonará los ambientes imaginarios y futuristas). “Penny Century” (La Cúpula) recopila una parte de esas vidas en varias historietas de chicas de barrio, locas, latinas, enamoradizas, macarras, lesbianas, pudorosas, obscenas, contradictorias… en definitiva, casi reales. Es un lugar común decir que de ellas uno puede enamorarse, así de posibles y cercanas las ha ido perfilando Jaime.
Quien no conoce la saga, puede comenzar por este tomo (centrado en Penny, una “loca” más, pero en el fondo es un libro tan coral como cualquier historia de los Hernandez), aunque habrá de saber que hay unos cuantos tomos previos (de hecho, la serie comienza por tres libros titulados “Locas”).
La obra de Jaime es única, madura, sensible pero no sensiblera. Vigorosa, llena de humor, ‘bizarra’. Maravillosa. Por sus personajes, y más si cabe por la perfección que ha alcanzado su autor, dueño de un dibujo virtuoso pero sintético (iluminando con los mínimos trazos el máximo de expresividad) y de un talento narrativo que hace casi invisibles sus muchos juegos con el lenguaje del cómic. En estas páginas hay tantos cambios de estilo, de tono, de género, que falta el espacio para detallarlos. Pero lo más increile es la naturalidad con que Jaime Hernandez los explora, sin que la lectura se convierta en un catálogo de birli birloques. Si precisa aires ‘noir’ para transmitir la idiosincrasia de un determinado personaje, los tonos se tiñen sutilmente de ‘noir’ con una presencia asfixiante de la 1ª persona narrativa (de frases escuetas y afiladas, claro). Si toca recordar la infancia, evoca el estilo de la clásica «Pequeña Lulú» de los años treinta en una historia llena de añoranza. Si toca un capítulo de lucha libre, no vas a encontrar ni un tebeo de superhéroes actual con unas escenas de acción tan perfectas y fascinantes como las que abren este libro. Jaime es un maestro, y además lo es desde una discreción formal de vértigo. No se nota que lo hace mejor que nadie, y eso es el mejor elogio que se me ocurre a su técnica (a la obra, ya quedó dicho, sería esa capacidad de retratar la vida hasta hacernos sus personajes casi palpables).

Por cierto, si esta resulta ser la portada aoiginal americana de este tomo (y por las imágenes que alberga, lo es), me quedo con ella:

estilazo Hernández: la línea bella, y clara.

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