Neil Gaiman divagado (parte 02).

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Neil Gaiman comenzó a guionizar ‘Miracleman’ a partir de su número 17, y si en los dos primeros ya mostró su capacidad fabuladora para dar continuidad a algo de apariencia tan cerrado como la obra de Moore, en su tercer ejemplar consigue refinar los resultados espectacularmente.

Digamos respecto a los dos primeros movimientos del autor que en ellos se reconoce a ese guionista-literato que gusta de adornarse con palabras para vestir buenas ideas. Que le gusta demasiado, que hasta puede resultar excesivo y artificioso. Pero las ideas, decimos, redimen. Moore planteó una Arcadia posible a partir de una premisa fantacientífica: el contacto con civilizaciones superiores pero colaborativas que nos elevan a sociedad perfecta e ideal. Y creó un Nirvana-en-la-Tierra haciéndose la pregunta retórica de si el Hombre, aún perfecto, puede ser feliz. Pues no, claro. Fin de la obra, se acabó.

Gaiman sabe que está contado, explicado, preguntado y contestado todo, así que baja peldaños para dar solución de continuidad al meollo. Si no se puede ser feliz ni siquiera en una utopía en que somos dioses en un mundo perfecto… ¿porqué sucede así? Y por lo que parece a tenor de estos números (que son los que llevo leídos), se dedica a describir ese nuevo Edén, que bajo una superficie de esterilización esconde todavía el virus de la insatiscacción, la desdicha y la ruindad. Y lo hace de ese modo que tan bien domina: el relato breve, a modo de parábolas con forma de comic-book (de nuevo aquí, como en Sandman, por cierto, se revela un gestor hábil del formato y su periodicidad). Y el relato breve que completa el número 19 («Notes from the underground», de noviembre de 1990) supone además un salto formal.

Portada de Dave McKean

En «Notas desde el subsuelo» se nos desvela la antiutopía de un mundo estratificado, vertical, con sectores sociales sencillamente borrados de las capas altas por los gestores de este nuevo mundo. Miracleman a la cabeza, el superhéroe, un personaje «elidido» en este capítulo y que aparece como reflejo… reflejo, quédense con el concepto. En el subsuelo, en fin, viven aquellos que no tienen permitido vivir en otro lado. Y concretamente, viven los resucitados (por el milagro de la biogenética E.T. que puede efectivamente hacer lo que Cristo con Lázaro… pero a lo bestia). En este contexo se nos presenta en este relato una «raza» proscrita de clones de Andy Warhol, el artista del Pop art, y concretamente a uno de ellos, a quien uno de los extraterrestres (ergo, los Gobernantes, los Amos) otorga una misión: será el «amigo» de un nuevo resucitado. Ni más ni menos que el archienemigo de Miracleman, Emil Gargunza.

Para quien no conozca la serie o el personaje, un micro resumen: Miracleman es la versión Mr. Patata de Superman (hubo unas cuantas en su día, en los años cuarenta), y sobre todo, el reflejo daltónico (azul) de Capitán Marvel, el de «Shazam!». Como el Hombre de Acero tiene su propio Luthor, el susodicho Gargunza, científico malvado que en manos de Moore (ya en los ochenta) muta en amoral villano y, en cierto modo, terrible y cruel padre del superhéroe. Vale, ahora sigamos con lo nuestro.

A partir de esta idea argumental, desarrollada en las cinco primeras páginas del cómic, Gaiman describe un proceso de autoconsciencia, deseo de vida y quizá hasta bondad en alguien genéticamente réprobo. Como si el alma y la voluntad fuesen nociones enfrentadas. Lucha interna en un Hombre Nuevo, renacido, y que se encuentra recluso en las catacumbas de un pseudo Paraíso. Todo ello, visto por (y desde) la mirada de Andy Warhol#06.

Volviendo a los tópicos de Gaiman, pero por entender que el escritor sabe muy bien lo que hace, ya en esa intro se aprecia un muy adecuado uso del monólogo interior, pues este predomina casi abusivamente… salvo en las páginas donde Emil Gargunza revive. Gaiman nos mueve así a que comprendamos que estamos ante la historia no de Warhol, mero testigo, sino del villano, y este adquiere un poso de amenazante presencia por el calculado silencio de Warhol ante su resurrección. En estas primeras páginas Buckingham parte de una página-viñeta de arranque y va aumentando página a página el nº de viñetas, hasta la quinta que es nuevamente una «splash-page». Es la introducción, perfectamente planificada y cerrada, que dará paso al grueso introspectivo de los personajes.

Y esa introspección vuelve a jugar con la forma, la paginación y el diseño interno de la viñeta.

Página y viñeta y página y viñeta y

Este cuento es el de un artista que nos lo cuenta, y es la perspectiva estética de Warhol la que se nos revela, desde la forma del cómic que estamos leyendo. Todo un juego metalinguístico que aporta varias capas de lectura. Gargunza reflexiona desde la angustia y esta se refleja en una forma de secuencia casi inexistente, de imágenes-espejo y repeticiones de fotocopia, pero con leves cambios para demostrar que hay acción real. Lo que sucede es que esa acción nos es devuelta filtrada por el Pop de Warhol, que a su vez es interpretado, y por tanto filtrado, por los autores, Gaiman y Buckingham. En la estética Warholiana el arte puede anidar en lo común, en lo ordinario, y sobre todo en lo múltiple y lo insdustrial. Todo es arte, y el pop es el arte de lo reproducible. Tú eres arte pop al mirarte al espejo. Gargunza, y Warhol#06, no son únicos sino clones, repetición. Es entonces cuando los niveles de lectura se multiplican tanto como el eco de las imágenes. Porque pueden crecer las interpretaciones una tras otra: la repetición es inmobilismo, por tanto un presagio del destino de esta nueva vida, este Neo Emil Gargunza. Y los ecos son infinitos hacia adentro, de la página a la viñeta, de la viñeta a su fragmentación que alberga iconos de la era pop como Tío Gilito o Nancy (por muchos años, aquí conocida como Periquita), fotos viradas, fotocopias de objetos… parece que el último grado dividido no deja de ser la cabeza del clon, y así, su mente es un espacio fragmentario, roto, de reflejos… él mismo es un reflejo.

Hay más modos de contemplar la repetición: cuando Emil recuerda su muerte, lo hace con viñetas que emulan al cómic donde tal capítulo sucedía (de Moore y Beckum a los lápices), combinando copias literales con imágenes nuevas (concretamente, usa una viñeta original para, fotocopia mediante, ilustrar el alejamiento hacia la estratosfera del superhéroe y el villano… en una única viñeta compartimentada, claro)… otra vez espejos con las imágenes, las de la memoria, que son exactas o no, que coinciden o inventan respecto a otras páginas, de otro cómic, en que esos recuerdos se nos contaron como hechos. Otra vez la obra añade contenido hacia dentro (los personajes, sus recuerdos, sus miedos) y hacia fuera (nuestra percepción de «Miracleman»; el cómic leído… quiero decir, al leer este nº 19 pensé que todas esas viñetas eran fotocopia del original, pero no todas esas «viñetas-recuerdo» existían tal como aquí las vemos, en el tebeo de Moore).

No quiero divargar más: como dije, en estas 24 páginas hay muchos más ejemplos a los que atender. Último: fíjense que las viñetas de la página arriba expuesta en que aparece Gargunza… son un cuadro de Warhole #06 que aprece en la página anterior… que es la que ilustró el final de la primera parte de este artículo… no, no hay azar en estas páginas, pero Gaiman no quiere ser (ni recordar demasiado a) Alan Moore, de modo que los esquemas, aunque férreos, son flexibles. No se trata de castigar dutante todo el cuadernillo con un modelo de página tan significativo como el de la de arriba, sino de usarlo estratégica y convenientemente, en medio de otras páginas quizá, aparentemente, más convencionales. No se lo crean, son los vanos de la pared entre los que Gaiman y Buckingham han dispuesto, oh, sí, un juego de espejos-página.

Pocas veces, en fin, Gaiman ha creado un laberinto tan rico, en mi opinión. Pocas veces su lectura trasciende una superficie y varias citas más o menos oscuras (y que aportan contenido y riqueza, sin duda) para centrarse en las posibilidades del lenguaje de la historieta. Aquí lo ha usado para lanzarnos hacia su interior, aportando significados a lo narrado (y muchos, como hemos visto), y para hacernos reflexionar, hacia el exterior, sobre las capacidades y la naturaleza del llamado noveno arte. Pero si no quieren llamarlo arte, da igual: llamémoslo criatura POP. Después de todo, el cómic es un objeto siempre múltiple, especular.

 

PD Este tebeo (y toda la serie en la web raíz), puede leerse aquí

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