Carlos Giménez

DANI FUTURO, de Víctor Mora y Carlos Giménez

Artículo publicado en Faro de Vigo, ampliado aquí.

Un clásico español de la historieta recuperado.

“Dan Futuro” se recuerda como una de aquellas historietas infantiles que nacieron en España cuando los tebeos eran, aún, un entretenimiento de masas.

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Los años sesenta fueron tiempos de cambio, de toma de conciencia, y en el mundo del cómic, de renovación radical. En España las cosas, claro, iban a otro ritmo, pero las artes inevitablemente se empapaban de esta ola de renovación general. La historieta, anclada en modelos productivos y destinada exclusivamente a infantes, acusará este brío más bien en los setenta y primeros ochenta, pero en la era hippie comienzan a verse también, aunque con timidez, aires de renovación. Víctor Mora, creador literario de “El Capitán Trueno” y “El Cachorro”, unió en 1968 sus fuerzas con el dibujante Carlos Giménez (“Gringo”, y en el futuro, obras adultas autobiográficas como “Paracuellos” o “Los Profesionales”) de nuevo tras “Delta 99”, para repetir género con las aventuras de un niño transportado a un futuro lejano y naive.

Dani Futuro vivió aventuras desde 1969 hasta 1975 con una historia editorial guadianesca (explicada con detalle por Antonio Martín en el prólogo del recopilatorio que ahora nos ocupa), y supuso una obra infantil, fresca y, para su tiempo, enriquecida con sabias renovaciones formales, tanto de puesta de página como de empleo expresivo del color. Historias de space-opereta con robots, naves, sociedades inocentonamente idílicas y malos malvados que hacían las delicias de los niños.

La cuestión es si hoy funciona para su lector lógico. Han pasado décadas y los niños de hoy no son los de 1971. Ni los cómics para niños de hoy guardan relación con lo que fue “Dani Futuro”. De hecho «Dani Futuro», con ser un trabajo admirable y, lo repito, renovador para su tiempo, lastra modos caducos, sobreabunda en parlamentos explicativos, se pliega artificiosamente a la necesidad de acumular información, toda la que puede soportar la viñeta, y de sobreabundar en cuestiones ya explicadas. Por tanto, «Dani Futuro» va a aburrir a los chavales de hoy más que un documental sobre amebas en blanco y negro.

Y como obra para el añorante coleccionista, la edición de Panini es bonita, aglutina en un gran libro la obra, y se engalana de extras. Pero la edición en blanco y negro puede alejar al viejo lector, que recuerda un Dani a color de la revista Gaceta Junior o la editorial Bruguera.

La apuesta, pues, es arriesgada, ya que me temo que, por ser vos quien sois, o por venir así vestida, la obra no tiene demasiados boletos para agradar a ninguno de sus posibles compradores. Pero no perdamos otra circunstancia de vista: «Dani Futuro» sin duda figura como una de las más importantes obras de la historieta española y me parece genial que se recupere en 2014 (o 13, vamos, su fecha de lanzamiento).

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PEPE, de Carlos Giménez

Artículo publicado en Faro de Vigo, ampliado para este blog.

La última obra de un gran maestro.

Carlos Giménez es el autor vivo más importante de la historieta española, y sigue en activo con la serie “Pepe”, que se alargará hasta cinco álbumes de los que acaba de salir el tercero.

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Hacer la semblanza en cuatro líneas introductorias de un gigante del talle de Giménez es injusto. Para medir su altura basta señalar que hasta se propuso como candidato al Premio Príncipe de Asturias. Su obra es extensa (inicia el oficio en 1958, con diecisiete años de edad) y ya despuntará con trabajos para lectores infantiles como la célebre serie espacial “Dani Futuro”. Pero su categoría se la otorga la decisión, pionera en el cómic patrio, de crear el 1977 una obra adulta, autobiográfica y dura como lo fue “Paracuellos”. Allí recordaba su terrible infancia en los hogares de Auxilio Social durante la posguerra. Fue un camino sin retorno a una carrera sostenida en su propia memoria y la historia reciente (y denunciada) de España.

Ahora, de vuelta de todo, Giménez vuelve a su memoria y la de terceros para hacer un vívido retrato de un compañero de oficio, Pepe González “Pepe”, ilustrador de la célebre “Vampirella” fallecido en 2009. Confiesa Giménez que la decisión de abordar este trabajo la tomó consternado por el escaso eco en los medios de la noticia del óbito de su amigo. La admiración del creador de “Los Profesionales” (trabajo en que Giménez ya retrató a un grupo de autores de historieta) hacia el autor de la sexy vampiresa es sin duda lo más importante y redentor de este trabajo. Giménez traza un recorrido sin rumbo, una amalgama de anécdotas que se acumula una tras otra, supuestamente cronológicas, pero que nunca adquieren la condición de relato coherente. Quizá por eso atrapa su arranque, un libro uno cargado de amor y admiración, y se desinfla su lectura poco a poco. La sensación es de extraña falta de planificación, las reiteraciones despistan, aburren y no convencen. Así, por ejemplo, cada dos por tres se repite el asombro continuado, del autor en su voz como narrador y en los secundarios de la obra, ante el talento innato de Pepe en las artes del dibujo. No es necesario reiterar tanto si la acumulación de lo mismo repetido una y otra vez no lleva  a ninguna parte. Me habías convencido a la primera, maestro… y en este acumular cosas antes que construir historias no se ayuda a la solidez de la obra. Es un trabajo de soltar lastres y que el globo avance, pero carece de brújula e intención, salvo la que se marcó en el arranque: «Pepe, ese genio contradictorio».

En todo caso si se lee «Pepe» no es gracias a la imperfección formal de un cómic nacido de las tripas, sino por lo que consigue transmitir. Y lo que emana cada viñeta es un amor admirativo pero también crítico hacia una persona que fue un personaje (vago, carismático, homosexual, talentoso en todo lo que se propone, misterioso, vividor, espléndido, encantador, aprovechado de sus amigos, divertido, exasperarte… contradictorio). Y deja claro que este dibujante asombroso merecía, sí, ser reconocido. De paso, volvemos a asistir a un retrato exacto del gremio en una época de cambios (la transición en toda su amplitud). Y todo contado sin alharacas, con una página sobria y funcional que olvida pretéritos experimentos formales para demostrar un oficio absoluto. Tampoco me parece ello un mérito si no que, cuanto menos, logra una obra de lectura clara y sin adornos fútiles. Después de todo alabar el buen oficio aquí de Giménez sería como aplaudir que Llongueras haga una perfecta raya al medio o que Arguiñano lo clave con una chuleta a la plancha.

En fin, al final es difícil ser exigentes con “Pepe” porque todo lo que transpira es amor sincero, amistad por un amigo ido y una reivindicación justa. Pero quien no conozca “Barrio”, “Los Profesionales” o sobre todo “Paracuellos” no debe dudarlo un segundo. “Pepe”, puestos a comparar, es una obra menor en la carrera de Giménez.

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TODO BARRIO, de Carlos Giménez

Desconcertante y fascinante lectura.

De Barrio había leído algunas gotitas del primer volumen, y del segundo (en la biblioteca, por cierto), que retomaba la obra casi treinta años después de su nacimiento. No había catado nada de su tercer volumen ni del cuarto. Por eso la oportundiad de recuperar un clásico y sus prolongaciones en la edición integral de Mondadori era una buena ocasión para acercarme a esta memoria personal del franquismo más duro, el de los años cincuenta, desde la mirada del clásico por antonomasia, un Carlos Giménez que sigue en activo hoy por hoy.

Lo primero que hay que advertir es que la decisión de cortar cada plancha en dos para ofrecer un formato nuevo, casi apaisado y desde luego más ancho que alto (compartida por Giménez, que bendice la operación) impide una lectura real de la obra, y más a partir del segundo tomo, donde Giménez explora las composiciones orgánicas. ¿Es lógico cortar por la mitad ésto?

¡Corta por la mitad si eres un Hombre!

Es un herror que no permite una lectura verdadera del ritmo impuesto, de las propiedades de Giménez como diseñador de páginas, de, en fin, una lectura REAL de estos cómics. Por otro lado, el precio es imbatible, no hay duda, pero no me parece excusa… es como pagar una entrada «popular» al museo que nos permite ver Las Meninas… en blanco y negro.

Pero con todo, y reconociendo que mi opinión podría variar leyendo los originales (editados todos por Glenat), lo que me ha transmitido esta lectura agolpada de cuatro obras y por tanto cuatro momentos, es una enorme perplejidad.

Barrio, el primero, nace en un momento dulce (artísticamente), finales de lo setenta, tras reventar la historieta nacional con «Paracuellos», feroz, durísima autobiografía de los años de Giménez en casas de auxilio social, y viene a relatar el «después de». La vuelta del niño a Madrid, a casa. Al barrio. Si ‘Paracuellos’ es implosivo, una energía de dolor que crece hacia adentro tanto en las entrañas del autor como en el apartado argumental ilustrando un microcosmos terrorífico encerrado en muros de colegios e internados, «Barrio» es explosivo, una descripción de toda esa sociedad igualmente monstruosa (¿acaso no es la que sostuvo y creó esos Hogares?) pero también (en contraste con Paracuellos y su asfixia feroz) vivo, lleno de gentes, calles, tipos, oficios, policías, tramposos, niños, viejos, madres, hijos, vendedores, guardias civiles, excombatientes y fachas de nuevo cuño. Toda la Vida que apenas podía presentirse tras los muros y la hambruna y la crueldad adulta en «Paracuellos». «Barrio» nace como un retrato exacto, emocionante y duro de los cincuenta. A la altura de ‘La Colmena’ de Cela en su  sentido documental (y salvando en todo lo demás distancias: son tonos distintos, son obras de épocas y décadas distintas, son dos autores radicalmente opuestos en su ideario, y son, claro, medios muy diferentes).

En cuanto a la forma, Giménez aún era el mismo que había cincelado Paracuellos y el modelo se semaja: páginas de celosía muy calculada, composiciones teatrales de las escenas, relatos breves que golpean en su singularidad y que en su conjunto emocionan. «Barrio 1» de 1977, sí, es otra obra maestra.

La página en "Barrio 1"

 

Y «Barrio 2«, de 2005, fue en su día una alabada sorpresa, y hoy ratifico: obra necesaria, porque varía lo hecho 28 años atrás, recupera a un Giménez que mantiene el tono del original, acaso un poco menos incisivo pero con pegada cuando, estratégicamente, quiere zurrar a nuestras conciencias. Y sobre todo, maestro en el oficio, renovando radicalmente el estilo marca de la casa (recordemos, jaula de prietas viñetas) aproximándose a ese sentido de composición orgánica que el Eisner de las novelas gráficas había explorado. Aunque Giménez va más allá, creando una modulación precisa pero de apariencia libérrima,  como se puede apreciar en la página de arriba, perteneciente al tomo en cuestión. Y ese ritmo orgánico, de ensamblaje natural de las diferentes partes, sobrepaqsa la diagramación de la página y se contagia a la estructura del libro, que antes que pequeños relatos a modo de flash (como era el primer ‘Barrio’) articula una sucesión de hechos consecutivos y encadenados, sin decantarse por el relato breve ni por la narración extensa, sino una mezcla entre ambos totalmente refrescante.

Uno no sabe si esto es una , otra obra maestra, pero desde luego estamos ante una lectura magnífica, emocionante, sabia.

Y en aquel año 2005 intuyo que algo hizo crack en el autor, porque no me cabe en la cabeza que en unos pocos meses se pueda bajar tanto escalón en el medidor de excelencia. «Barrio 3» es un sindiós, un desaguisado que nada retiene del nº2. La página resulta sosa (al menos esa sensación me da la lectura «dividimos por dos» de Mondadori), el dibujo acusa dejadez, o pérdida de detalle, y sobre todo lo contado se aleja de la emoción punzante pero también cariñosa del mejor Giménez y desarrolla dramones melosos dignos de «Amor en tiempos revueltos» o cualquier folletín de tercera. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el autor que me deslumbró hace dos páginas ? El leer así, de golpe, añadas distintas, se evidencia el salto. El bajón, mejor dicho.

Y bien, uno ya no sabe, en relación a «Barrio 4″, escrito en 2006, si la cosa ha mejorado algo o me he acostumbradeo al olor. En todo caso, sus largas (alargadas) historias me resultan más legibles, con cierto poso de ironía que las aleja del folleto de quiosco de pueblo, pero ya irremisiblemente hundido en un nivel que no se acerca ni de casualidad a lo que fue Barrio 2, ni por supuesto ha vuelto Giménez a alcanzar las cotas rupturistas y de trascendencia histórica de «Barrio-1», «Paracuellos-1» o «Los profesionales». Hay quien dice que su último trabajo, «36-39, malos tiempos», es una obra maestra. Francamente, tras esta lectura, no tengo ninguna intención de volver a acercarme a obras recientes del maestro. Igual hago mal, no sé, pero como suelo decir… el del cómic es un jardín enorme y lleno de demasiadas flores bonitas para detenerme en hierbas dudosas.

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