Santiago García

La cólera de Santiago García y Javier Olivares en Faro de Vigo

Homero como inspiración.

Los ganadores del Premio Nacional del Cómic 2015 con «Las meninas» regresan con «La cólera», que toma «Ilíada» como punto de partida
Octavio Beares / Publicado originalmente en Vigo en 01.06.2020


Los ganadores del Premio Nacional del Cómic 2015 con «Las meninas», Santiago García y Javier Olivares, se han tomado su tiempo en encontrar una buena causa para colaborar. Amalgamar la Ilíada con un relato capaz de transportarnos a tantos lugares como este libro bien pudo ser un nacimiento natural para ambos, del mismo modo que tutti y concertino se replican con grácil sencillez para dar una obra perfecta a partir de algunas melodías agraciadas. Pero para llegar a la forma excelsa, aunque esta parezca natural, grácil, se requiere de trabajo y talento.

«La cólera» (Astiberri ediciones) es también bastante perfecta. Bueno, nada es perfecto en esta vida, pero esta novela gráfica se le acerca bastante y se posiciona como un referente narrativo en este turbulento 2020. Un trabajo de imágenes impactantes y vigorosas, mutantes, que fascinan al lector. Un libro con una historia reconocible por familiar (casi en nuestro tuétano) pero también de una densa profundidad capaz de lanzar ideas a nuestra cabeza: el heroísmo a la Frank Miller («300») se cruza con una historia de identidad sexual; un libro clásico (el primero, insistimos) se perturba con un giro de timón impensable pero necesario en el relato; las guerras ancestrales (ya saben, la de Troya) se convierten en metáforas del presente, de la división oriente/occidente; Europa es hija de un sentimiento de ira… Lo dicho, ideas y más ideas.

Acompañar a Aquiles en «La cólera», quede claro, no supone enfrentarnos simplemente a la enésima versión actualizada del canto homérico a otro lenguaje y otro tiempo. «Ilíada» es más bien un punto de partida. Más aún, es el cruceiro entre caminos, poderoso tótem pétreo a partir del cual Olivares y García no eligen un camino de los posibles: los exploran todos. Participar de esa indagación profunda, serena pero también lúdica y hasta delirante, es una de las cosas más sugerentes que pueden hacerse en estos días de desescalada.

«La cólera», un volumen imponente y de gran tamaño, se distribuyó a todas las librerías de España el doce de marzo de 2020. El mejor de los días para iniciar una carrera comercial, sí. Por eso pensamos que sería una injusticia que fuese olvidado tras tantas semanas de consumo «random» y gratuito de cultura para distraer el confinamiento. Porque el nuevo trabajo de Santiago García y Javier Olivares merece toda la atención que pueda otorgarse a una obra de ficción. Pero con una advertencia: no ojeéis el volumen, leedlo en orden y hacedlo con la reverencia que se debe a un objeto mágico, página uno, página dos… O la cólera caerá sobre todos vosotros.

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Museos y cómic

Hace unos días publiqué en Faro de Vigo este texto sobre cómics y espacios museísticos:

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¡GARCÍA! 2, de Santiago García y Luis Bustos

350 palabras (aprox.) no pueden hacer justicia a ¡García!, dos volúmenes que cierran uno de los más interesantes tebeos nacionales de última generación. Pero al menos, ojalá, podrían animar en el entorno del diario a la curiosidad del lector generalista.

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CÓMICS SENSACIONALES, de Santiago García

Un texto que lamento sea tan breve (papel obliga, es de faro de Vigo) sobre un libro que considero magnífico. Un clic para ampliar y leer:

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¡GARCÍA! de Luis Bustos y Santiago García y OJO DE HALCÓN de Fraction, Aja etc.

Hoy he publicado en Faro de Vigo un texto sobre dos cómics excepcionales, muy distintos y a los que calenturienamente he encontrado puntos de contacto.
Dicho artículo ya navega on line, en forma de imagen que me traigo ahora al blog para difundirlo yo también. El original se vende en quioscos, con el periódico de hoy, y en una de esas plataformas de contenidos digitales de pago.
Clic encima para leer a tamaño XXL:

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LAS MENINAS de García y Olivares, en Faro de Vigo

Si no sienes bastante con este texto sobre Las meninas (o si te parece demasiado largo), aquí tienes el que publiqué ayer en Faro de Vigo, una crítica para un lector generalista de diarios. Un clik encima para leerla:

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LAS MENINAS, de Santiago García y Javier Olivares.

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Esquema de reflejos

Todos conocemos el cuadro Las meninas de Velázquez. Yo así a vuelapluma puedo recordar haberlo estudiado en COU, antes sin duda también, y después en tercero de Geografía e Historia y nuevamente en quinto, en la especialidad Historia del arte. Lo he visto en la tele, en libros, en diapositiva en el aula. Pero no lo vi realmente, nunca antes vi un Velázquez, hasta mi visita al Prado en el tardío 2000. Lo mismo podríamos decir de toda pintura, que es ella y nunca jamás su reproducción, pero la observación directa (entre mareas niponas) de Las meninas radicaliza como pocos otros casos la diferencia entre obra original y cualquier intento de reproducirla. Quizá solo Miguel Ángel pueda superar esa sensación. O no. El italiano provoca una total admiración ya en el libro de Anaya de Bachillerato mientras que para caer anonadado ante el mayor pintor de todos los tiempos hay que estar delante de él. En plata: Velázquez apenas me gustaba hasta que lo vi “realmente”. Y entonces me transportó.

El hecho es significativo, porque Santiago García y Javier Olivares se han acercado a la obra desde un cómic, arte que no concluye hasta ser reproducido por medios mecánicos. De hecho la exposición sobre la confección de la obra sita en el Museo ABC en Madrid entre el 26 de septiembre y el 16 de noviembre de 2014 deberá reflejar esta idea de “lo previo”. Todo lo que antecede a la labor de imprenta es trabajo previo, no final. Lo importante es que aquí, en este concepto, tenemos ya un primer discurso de un cómic que engloba una cantidad de contenido, idea y tesis sencillamente mareante. Las meninas nos obliga a plantearnos qué es el arte y cuál la naturaleza del arte pictórico. Y la del noveno. Como hecho en sí, entonces, esta novela gráfica ya hace pensar, porque una de las respuestas queda reflejada en la diferente naturaleza del concepto de obra acabada que tienen un lienzo y un cómic. Y al comparar estamos comparando también aquello que mueve a los autores, todos. Diego Rodríguez  de Silva y Velázquez quiere hacer Las meninas como García y Olivares quieren hacer Las meninas. Es un juego de reflejos, entre autores, artes, obras, que rebotan en el espejo que eres tú. Porque Velázquez pinta pata ti, y García y Olivares crean para ti. Porque pese a sus diferencias, todo arte tiene un denominador común: lo concluye la mirada. Del rey, del mecenas, del turista, del lector, del espectador. Nosotros hacemos y concluimos la obra, la obra y nosotros somos espejos de un concepto. El arte es concepto, pero es un concepto mutante, inaprensible. Como lo es la imagen del espejo, según quien se enfrente al cristal y según las deformaciones del propio cristal. La restauración, en este sentido, es la técnica que devuelve a la obra su original concepto, reviviendo policromías ocultas por suciedad secular, revelando información escondida por los efectos del tiempo. No hay para el arte y la obra de arte un concepto total e inmutable. Un daño temprano que no se restaura hasta muchos siglos después puede modelar durante generaciones el concepto que de la obra se tiene. Y aún así, el concepto original obedece a un tiempo. La obra restaurada, devueltas sus particularidades organolépticas, ya no recuperará el concepto original, porque su reflejo lo recibe otra gente y otro tiempo. Otra idea poderosa que descansa en las páginas de la novela gráfica y que insisto, tiene mucho que ver con proyecciones y reflejos: el significado de la obra lo modula cada nueva mirada sobre ella, y así Las meninas, la novela gráfica, es una nota más en la sinfonia inacabada (inacabable) de interpretaciones. En este caso, el arte interpreta al arte. El cómic se refleja en la pintura para devolvernos otro reflejo, la mirada de dos artistas, García y Olivares..

Pero en el argumento de Las meninas, la historieta, sí que hay un punto final que concluye el cuadro. El rey Felipe IV, como algunas fuentes especulan, acaba la obra con su propia mano. ¿Quién hace a quién entonces? Santiago García propone una segunda mano para terminar, completar la obra y poner en justa medida histórica a la figura del pintor sevillano. Y desde ese momento la historia sabrá que el arte, efectivamente, hizo noble a Velázquez. Otra idea importante que extraigo de la lectura: el poder transformador del arte. ¿Va Las meninas, el cómic, a transformar a Olivares y a García? En la pequeña posteridad de este pequeño noveno arte, y aunque os parezca exagerado, opino que sí (y lo razono, ¡emocionante, sigan leyendo!). Javier Olivares necesitaba algo de la enjundia de este cómic para que de una santa vez todos lo ubiquen en el lugar que se merece. Muy alto, muchísimo. Una de las figuras más importantes, desde su actividad a cuentagotas en un mercado atomizado (los ochenta a punto de derrumbarse por la caída del mercado de revistas, los noventa convertidos en un páramo). Y García se concreta conduciendo todo su bagaje como teórico y creador en una obra, cocida a fuego lento durante años, que pone en práctica del modo más preciso, definitivo y perfecto su idea de ese espacio ya concreto, claro e ineludible que es la novela gráfica. Porque Las meninas no puede ser nada más que una novela gráfica. Y es la mejor hecha nunca en castellano (acaso codeándose con El arte de volar, de Altarriba y Kim).

Para que lo haya sido, un cenit, es importante analizarla de cabo a rabo y extraer todos sus valores, hayazgos e ideas, cosa que no va a suceder en este texto, porque carezco del ánimo y porque sin duda se me escapa mucho de lo que se me ha contado (pero lo presiento… mi sentido arácnido zumba).

Apuntemos a la importancia de su estructura, en capítulos o partes significativas en cuyo desarrollo se juega con las elipsis temporales y los saltos no lineales en la narración, gracias al recurso de la pesquisa (un caballero va buscando datos sobre el pintor, para vetar si puede ser, la admisión del sevillano en la orden nobiliar de Santiago). Este entramado de líneas temporales, espacios en blanco y momentos delicadamente detallados e imaginados, se salpica además con la aparición de  Foucault, Picasso, Dalí, Goya o Buero Vallejo (además de muchos artistas coetáneos del autor de Las lanzas, o maestros rememorados en la narración por los personajes, como Rafael o El Greco). García y Olivares buscan la verdad de Las meninas en los artistas que en este cuadro-espejo han buscado la inspiración. El arte es nuevamente un reflejo que otros recogen. Los otros como motor del concepto de cambio. En fin, que sí: al arte lo hacemos, como el rey ante el cuadro lo hace y conforma la obra en todas sus dimensiones. Pero antes nace del autor. Y precisamente eso, antes que la hagiografía del sevillano o las bondades de la obra, es lo que se cuenta en el cómic. Velázquez ante la necesidad de una obra maestra que lo encumbre en su sociedad y que lo eleve más allá de su época. Parece que la forma de alcanzar tamaña meta es el viaje, la experiencia, el conocimiento, Italia, la Corte madrileña, el reconocimiento… ¿habría sido posible Las meninas sin todo ello?. El vecino, Beowulf, todas las historias de García,  mandolrablog, La novela gráfica (el ensayo) y todo su trabajo como traductor de cómics… ¿Habría sido posible Las meninas sin todo ello? Y ¿qué meninas serían sin el concurso de Javier Olivares? Obligado en su carrera a depurarse en la ilustración, por la falta de espacios para su idea de lo que el cómic es, en su grafismo conviven contrapuestos tan fuertes que hacen de su trabajo algo único. Experimental pero accesible, comercial pero personalísimo, su trazo puede convivir con el de cualquier ilustrador de literatura infantil (disciplina que tamién practica con preciosos resultados) y alojarse en la propuesta más radicalmente artie del mundo del cómic (recordemos que transitó las páginas de Madriz y Medios Revueltos), es acogedor y rupturista, se mira tanto en Muñoz o en Jack Kirby como en Die Brücke o el cubismo sintético, y partiendo de los modos clásicos construye páginas de lectura sencilla que, sin embargo, no se cansan de jugar traviesamente con los códigos del medio, con guiños al mentado Kirby o incluso a Chris Ware (me parece advertirlo en esos edificios habitados… que también remiten a Ibáñez, claro). Variaciones de estilo gráfico sutiles o más evidentes, viñetas de encuadres oníricos, caricatura casi bufa, empleo narrativo del color marcando distintos tiempos y lugares, cambios de tono radical (recargado a veces, minimalista otras, siempre atendiendo a lo que pide cada momento). Todo esto y más nos da Olivares.

Así que juntos escritor y dibujante, porque es obra indivisible, han creado una obra que habla de demasiadas cosas para abordarlas ahora. El papel del mezenazgo en el arte (ahora decimos “la Industria”); la ruptura entre arte y artesanía; la leyenda del artista como alma “dotada”; la nobleza del artista, que no es un artesano que ensucia sus manos en labores manuales; la casta (entonces, nobleza); la importancia de la cultura como valor, motor y patrimonio de los pueblos a los que define (ahora y entonces, siempre, o somos cultura no no somos nada); el cómic y sus aspiraciones reflejadas en las de un pintor del siglo XVII; y los reflejos, todo el rato los reflejos, como esa doble página en que el rey mira el cuadro que le mira, y al hacerlo, nos mira, y nosotros vemos otro reflejo, pues tras su majestad miran también los grandes artistas que han sentido el peso velazqueño. Me hace gracia que en esa maravillosa composición, reflejo, como no, de la del cuadro, los retratos de García y Olivares ocupen el lugar que en Las maninas corresponde a José Nieto Velázquez, el aposentador de la reina, personaje del que no se puede saber por su gesto si entra o sale de la estancia. Santiago García y Javier Olivares, entre el cuadro y el cómic, habitan también dos espacios, ambos obras maestras. Lo repito: esta novela gráfica es una obra maestra. Punto pelota.
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FÚTBOL, LA NOVELA GRÁFICA, de Santiago García y Pablo Ríos

Tiempo, tiempo, ese es el problema. Su falta. Me hubiera gustado pillar este texto que he escrito para prensa, y añadirle para el blog consideraciones al respecto del trabajo de Pablo Ríos. Por ejemplo, sobre cómo, me parece, está creando su propia forma, donde la narración no depende tanto de la secuencia narrativa de viñetas consecutivas que narran acciones, a la clásica maniera, como del diálogo interno que provoca cada viñeta, entre lo gráfico y lo escrito. La elección de planos, colores, nivel de detalle del dibujo…

Pero, lo dicho, tiempo.

De modo que zasca, aquí tienes para leer mi crítica del Faro de Vigo en bonito escaneado (clic y se agranda mucho, para leer como un pachá).

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EL FIN DEL MUNDO, de Santiago García y Javier Peinado

findelmundoMenuda mentira nos cuelan Santiago García y Javier Peinado en El Fin del Mundo… desde el semblante biográfico de los autores (al menos el de García, «uno de los muchos seudónimos del crítico de cómics Trajano Bermúdez») al mensaje de contraportada, pasando por la imagen de saurios antropomórficos (por cierto, al verla no pude evitar acordarme de «Dinosaurios«, aquella teleserie surgida al rebufo de los Simpsons en los noventa). El jugar con la verdad es un concepto medular de este cómic, un cómic que se autodefine como la obra realizada por el protagonista para narrarnos los hechos que estamos leyendo… una matriuska en formato grapa, vamos, o una cinta de moebius, o algo así. Da igual, todo es mentira. O todo es verdad.

Visualmente se retrata la vida cotidiana de un urbanita vulgar, «A day in the life» en una suave caída a submundos de selva asfaltada. Si nos fijamos en la historia que nos muestran las imágenes, se avanza de una normalidad apática de un tipo solitario (despertar, desayunar, visitar a la madre) hacia un fin de jornada de subsuelo, putas feas y hurtos chuscos, con final de vomitona en callejones oscuros incluido. No arroja una imagen demasiado optimista de nuestro entorno, no estoy seguro de si hay lectura de una crisis actual o si directamente el tebeo entra en la pura misantropía atemporal.

Mientras tanto, tenemos la narración en primera persona, que se articula con un recurso potente: en vez de emplear cartelas y separar discursos, García opta por hacer platicar a su antihéroe la perorata en primera persona saltándose en su monólogo su realidad cotidiana (con la cual sin embargo, y mediante el ardid, irremediablemente se imbrica). Mientras pide un café gestualmente y le contesta el camarero con una línea de diálogo («¡Marchando!»), el personaje sigue con su cháchara, un discurso sobre un apocalipsis ya sucedido que no conviene desvelar. Un discurso/tesis que avanza a su ritmo saltándose las elipsis y la historia visual que nos cuenta el tebeo.

Entonces, ¿si el fin del mundo ya a sido qué está ocurriendo?¿la vida es sueño, rollo Calderón de la Lancha Motorizada? Hay paralelismos con The Sandman (muy concretamente con aquel pequeño desafío al estatus de la realidad que fue «Sueño de un millar de gatos»), pero donde Gaiman puede caer en la delectación del narcisismo, García aplica una idea narrativa potentísima, jugando con expectativas, bordando un ejercicio de lenguaje con el contraste como motor, y llegando a un final que nos retrotrae a una de las más celebradas capacidades del guionista (que practicó con enorme fortuna ya en el primer volumen de El vecino, mano a mano con el dibujante Pepo Pérez): bordar finales «WTF!«. Pero mejor que entonces, con un propósito rupturista de intensidad dramática y que redondea los ejercicios formales que El fin del mundo ha bordado. Porque la última página rompe la línea de lo narrado con una conclusión que el lector puede vincular a la línea argumental de lo vivido gráficamente (en un llanto final de un Juan Nadie desesperado) o al discurso dinosáurico (a lo conspiranoia… ¡el Profesor Doménikus aportaría entonces a la causa, no cabe duda!)

Hay más chicha, como una mirada irónica hacia el ejercicio de autor de cómics que abreva del Daniel Clowes más vitriólico o incluso de Chris Ware, muy dado a repartir estopa contra sí mismo y contra su propio oficio. No es una idea superficial desde el momento que lo que leemos se supone que es el artefacto en forma de cómic que el ciudadano protagonista ha creado, además. De hecho nada es superficial aquí.  Son 24 páginas sin duda bien aprovechadas, cargadas de ideas y juegos formales… en los que no debemos olvidarnos, claro, del ilustrador.

Javier Peinado sencillamente lo borda con un estilo línea clara franco belga de corte realista, que puede recordarnos a Julliard o incluso a Paco Roca (desprovisto del elemento caricatura, tan de Roca, en beneficio de un realismo sucio que da tono a la obra). Y sobre todo con una planificación perfecta del tebeo. Su propuesta es la invisibilidad, opta (optan los dos creadores, vamos) por una  paginación cerrada de seis viñetas (2×3 invariable). Potencia el juego de planos cambiantes: primerísimos, generales, picados, contrapicados (a menudo en viñetas contiguas). Colorea pensando en la narración (aunque me sobran algunos toques relamidos muy puntuales, como un cierto gusto por las texturas) y sobre todo se encariña con los detalles. Me encanta en este sentido cómo en su dibujo realista usa ardides casi cómicos, por ejemplo líneas cinéticas que salen de los cráneos (ya en la segunda página, para expresar esa sensación de despertar malamente), o empleando bocadillos tan incongruentes como hacer que un bote de café emita una interrogación. Y además creo que no es ocioso, es lógico en la narración. Abundan al inicio del relato, predisponiendo al lector a cierta relajación pese a lo tremebundo del mensaje de arranque (pequeño spoiler: el discurso del protagonista se dirige directamente al lector, en un ejercicio muy Grant Morrison de ruptura de la cuarta pared, la quinta y la que haga falta, y nos habla del título del cómic, algo nada «cómico», claro).

Ya he dicho todo lo bueno que le he visto a este cómic, que es mucho, y lo malo, que es casi nada. Ahora, te lo compras aquí (también Tengo Hambre, del que hablé hace bien poco)

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TENGO HAMBRE, de Santiago García y Manel Fontdevila

hambreTengo hambe es una historia-bofetón que tiene algo de juego travieso. Tengo hambe es un pixie que encierra un mensaje pesimista y duro. Qué difícil es hablar de este tebeo, porque siendo un objeto consagrado a la concisión, todo en él es materia y «chicha». Pero es imprescindible enfrentarse a sus 28 pequeñas páginas (cuento con portada y contra) desde la inocencia del que no sabe nada.

¿Qué destacar entonces de esta obra de la que es mejor guardar los datos argumentales para la lectura? En primer lugar, la opción del guionista Santiago García. En la brevedad ya señalada, García crea un relato de denuncia (fobia racial, ruptura del estado de bienestar, deriva grotesca de las clases dominantes -el patrón-), y lo menea que da gusto: arranca con un tono de triller costumbrista, lo lleva al amaneramiento exagerado, lo acelera llevándolo al terror (psicológico, también gore), lo abduce en un ambiente pesadillesco con ribetes de una especie de Berlanga sumido en un mal viaje drogota (ese humor gruesísimo, cafre), y lo remata con aires de la añeja EC.

Es un paseo con mucho cómic, claro. Es un artilugio que evoca el costumbrismo de Carpanta (el hambre insaciable) en su cara oscura, que se mira en la obligada concisión de los relatos conclusivos de revista ochentera (El Vívora más social reverbera aquí) y que juega con su formato, comic-book, con inteligencia.

Pero creo que si bien la historia es potente y muy bien armada, donde hay que quitarse el sombrero es en lo gráfico, ante un Manel Fontdevila inmenso, tremendo y casi hasta inesperado. A ver, esto no es un pulso, evidentemente los logros de un tebeo son los de una inercia, una sinergia y un fluir de ideas y voces. Pero lo de Manel desborda.

Acostumbrados a su varita mágica de parir chistes sociopolíticos, de su mirada cómica al entorno social (La Parejita), a su, en fin, veta coñera sabrosona, ácida y aparentemente sin fin, he alucinado con este cambio tonal. El motetista nos ha entregado una fuga, y es una pieza perfecta. Fontdevila ensaya un tono seco, oscuro y cortante. Lo impregna todo de negritud, llevando sus exploraciones a nuevas cotas, muy expresionistas (de expresionismo alemán pictórico, digo). Además entrega soluciones de puesta de página tan brillantes como variadas, que van de contrapicados radicales a la irrupción pesadillesca del color gris, pasando por dobles páginas que acojonan en el momento preciso, empleo de cartografías… Un ejercicio de maestría y olé.

Ah, y por supuesto, el tebeo tiene una de las portadas del año, maliciosa, oscura y enigmática como un disco de Slint. Je, creo que alguna canción de los de  Louisville podría ser la banda sonora de este tebeo.

 

Y mañana, más Santiago García (un mañana literario… cuando lo escriba, digo, pero lo póximo por este blog), un individuo que en 2013 debió levantarse un día y se dijo, «me arremango y cierro proyectos de una vez» Y vaya si los está cerrando.

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