Álvaro Ortiz

RITUALES, de Álvaro Ortiz; algunos comentarios

Rituales, lo nuevo de Álvaro Ortiz, es su pequeño gran paso de gigante. Y por fin la obra que «necesitaba» para una confirmación rotunda.

Ojo, siempre me ha gustado lo que he leído de Ortiz, de hecho el punto crucial fue aquella miniatura, Fjorden, que lo ubicaba en la novela gráfica más personal, y que fue su primer no-pequeño paso de gigante (redundando), algo así como el momento en que decidió lanzarse al vacío de obras complejas y adultas sin renunciar a un estilo que se había demostrado adecuado para lo infantil.

Luego vino Cenizas, que me encanta, y Murderabilia, que mejora a Cenizas. Pero en ambos había cosas que aún no encajaban: cierto buenismo en el primero que no podía ser un camino a seguir (a riesgo de acabar convertido en un pastelito, la versión cómic de los audiobellos del rock), y el segundo aún no lograba casar todos los elementos narrativos pese a funcionar maravillosamente en sus aspectos más sórdidos.

No era menor, en esa cuestión de la sordidez, el ejecutar narraciones duras con un estilo visual naive. Ese contraste es lo mejor que ofrecía Murderabilia, y es el camino que ha pulido en un magnífico Rituales.

Hay muchas cosas que me han gustado de Rituales: la forma, siempre importante en Ortiz. Me encantan las páginas del zaragozano, su equilibrio. Me gustan también sus dibujos, cada vez más depurados,de una sencillez falsa porque abunda en datos e informaciones visuales, que siempre son pertinentes y necesarias para su historia. Rituales es un trabajo, en este sentido, de detalles, de focos cortos sobre las cosas que suceden. Un mosaico de pequeñas historias entrelazadas, de objetos-Macguffin, y de ideas fascinantes. Me entusiasma la imaginación de Álvaro Ortiz, y creo que es una de las tres patas de su talento y potencial. Mundo personal fascinante, estilo inequívoco y mucho racionalismo aplicado a cada libro. En este sentido lo que quiero decir es que un artefacto como Rituales, mosaico de pequeñísimas narraciones aparentemente desconectadas unidas por un objeto turbador, crece gracias a un ejercicio de constancia, meditación y planificación. Lo que me encanta es que ello no se riñe con cierto aspecto pánico del ánimo creativo de Ortiz (pánico de intensidad casi ritual, digo). Uno no sabe si la historia proviene de un calculado proyecto o de un alumbramiento casi alucinógeno, una aparición en forma de imágenes y sensaciones que posteriormente moldea, sin llegar a controlar del todo.

En ese espacio ambiguo y algo malsano habita Rituales, un tebeo en el que encontrarás a Caravaggio (las cenizas de un proyecto desechado, al menos por ahora), estudiantes de bellas artes, niñeras victorianas, estatuillas fálicas y montonazos de capítulos separados por estrellas o constelaciones nocturnas.

 

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MURDERABILIA, de Álvaro Ortiz

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Me interesa la carrera de Álvaro Ortiz, sobre todo desde que dio un salto del álbum infantil más o menos correcto a un mundo personal inserto en el panorama de la novela gráfica. Universo generacional y al tiempo propio, Cenizas supuso un arranque “de autor” que guarda aún paralelismos con historias previas infantiles (la búsqueda, por ejemplo, como motor del argumento y del devenir vital de los protagonistas).
Sin ser redondo, sí fue un cómic sorpresivo y muy bien armado, donde el dibujo depurado y la página, muy estudiada, ponían a Ortiz en mi punto de mira. En crecimiento y ya con muchas cosas muy buenas que se resumen en la más importante: personalidad.
Hace unos meses salió su nuevo trabajo, Murderabilia. No sorprende tanto porque, claro, no supone un salto. Seguimos en la novela gráfica más ortodoxa (esto es, preeminencia de lo autoral, el universo propio, en un relato cerrado y para lectores adultos) y supone un afianzamiento. El dibujo mejora, la técnica narrativa mejora (me gusta cómo el protagonista dialoga como el narrador, provocando varias rupturas de cuarta pared dentro de la narración sin despeinarse, provocando un uso del narrador en primera persona eficaz en un medio visual) y el relato gana matices, sobre todo por la zona de grises oscuros. Sin duda la idea del coleccionismo de souvenirs del mundo de los asesinatos es lo más atractivo de la obra, así como insertar este asunto en un lugar forestal muy lynchiano, también muy Perros de paja. Esto es, las referencias siguen, como las había en Cenizas, pero menos a flor de piel y más necesarias (crean atmósfera, dan el tono, son ganchos que como lectores recibimos como información necesaria para comprender el relato).
Pueden anotarse puntos débiles, sí, la fuerza del asunto del coleccionista como amistad peligrosa hace palidecer a los otros vectores de la narración. La relación del protagonista (sexual y afectiva) con una mujer del pueblo es casi secundaria aunque sea el detonante en la historia, y la descripción del lugar de la acción podría dar más de sí. Y el final me interesó bastante menos que el desarrollo de todo el entorno desasosegante que rodea al protagonista y su feeling con un tipo que se dedica a coleccionar objetos de asesinos en serie. Desarrollo además que crece poco a poco, sutilmente, y que, insisto, me parece lo mejor del relato.
Pero Murderabilia ofrece más cosas buenas, como un crecimiento en lo gráfico, más seguro que nunca, capaz de adaptar Ortiz su estilo gráfico a asuntos que parecen difíciles para ese dibujo naive, como los escarceos sexuales o los ambientes asfixiantes.

Anda Álvaro Ortiz ahora por Italia, trabajando en un cómic sobre el pintor Caravaggio. Huelga decir que me interesa mucho seguir la pista a ese cómic.

 

PD, Álvaro me brindó la oportunidad de estrenar una nueva sección en mi blog personal, El Octavio Pasajero, donde autores de cómic me ofrezcan playlists. La suya, «Murderabilia, bosques y penurias», es el complemento NECESARIO para la lectura del cómic (bueno, necesario… tampoco, era broma, pero sí, mola ese extra que os regala vía mi blog). Escúchala AQUÍ.

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CENIZAS, de Álvaro Ortiz

Artículo publicado en Faro de Vigo el 7 de Diciembre

Un cómic de carretera y manta.

Literatura de viajes iniciáticos y el subgénero de las “road movies” son la base para “Cenizas”, historia autoral y libre de una travesía en coche de tres antiguos amigos con un destino incierto.

 

Álvaro Ortiz fue el último ganador de la beca AlhondigaKomic, la cual premiaba a un autor nóvel (desde 2006 y anualmente) con una estancia anual en La Maison des Auteurs de Angulema, para desarrollar una obra de historieta. El resultado es “Cenizas”, y digámoslo de entrada, supone uno de los trabajos más reconocidos que la historieta nacional ha brindado en 2012. Que hace unas semanas se conociese la noticia de la supresión de dicha beca resulta incomprensible, dada su oportunidad para incentivar la creacióin artística, y por los notabilísimos resultados obtenidos en las obras que disfrutaron de ella.

Despachado nuestro lamento y reclamando la reconsideración de suprimir una buena iniciativa para un medio creativo en que no abundan las ayudas externas, la realidad es que “Cenizas”, nazca gracias a esta beca o no, es interesante en sí mismo, y lo es gracias a un talento que ha crecido meteóricamente. Álvaro Ortiz es joven pero en su obra vemos a un autor con personalidad y mundo propio (tanto la infantil, terreno en que ya se mueve con soltura, como en la novela gráfica más adulta que ha bordado ahora). El acto de viajar, lo fantástico, iconos populares como los piratas y los misterios sobrenaturales, un humor fino, personajes con un punto perdido, son motivos que abundan en sus trabajos.

También en “Cenizas” (Astiberri Editorial), un relato sobre el reencuentro de tres amigos distanciados por la vida que se tiñe de setimientos agrios, derrotismo e incertidumbre. Pero también de esperanzas, una idea sólida de lo que es la amistad verdadera, y una asunción del crecimiento personal. Todo injerto en una trama rocambolesca con macarras criminales, monos circenses, presencias fantasmales, drogas, libros de Paul Auster y discos de Pixies. Una historia de amigos en la carretera con una extraña misión.

«Cenizas» y el ritmo vital

Pero además de mundos propios (que amalgaman muchos otros, de Auster a los hermanos Cohen, pasando por “Corazón Salvaje” de Lynch o incluso el humor de cierto vitriolismo muy ibérico) en Ortiz hay mucho talento como narrador gráfico. El ritmo perfectamente sostenido de las 188 páginas de “Cenizas” obedece a una soltura y capacidad enormes a la hora de enfrentarse a los pequeños detalles, como el dibujo despojado y básico, la diagramación bien calculada de sus páginas, o la estudiada selección de tonalidades y gamas cromáticas. Y también se sostiene el conjunto en el aplomo para dominar también los ritmos generales, el tono de las diferentes escenas, las voces narrativas, la estructura global de la obra y el ritmo argumental global. Sólo desde un buen gobierno de todos los recursos de la historieta puede lograrse una novela gráfica como ésta, donde lo calculadísimo aparenta espontáneo y hasta descuidado.

En este sentido, “Cenizas” parece crecer ante la mirada del lector de un modo improvisado o caótico, aunque realmente se puede vislumbrar el cálculo esmerado en cada requiebro argumental, en cada línea de diálogo, en la fuerza icónica de los dibujos de Ortiz. Y así, sin darnos cuenta, como si fuese sencillo, esta novela gráfica desgrana con aparente llaneza un cuento para mayores que nos aturde, nos reconforta y finalmente nos deja con ganas de volver a leerlo. Es lo mejor que puede pasarte con una obra de ficción.

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