Neil Gaiman

THE SANDMAN OBERTURA nº1, de Neil Gaiman y J.H. Williams III

sandman-oberturaEs verdad que una cosa es Before Watchmen, el despropósito en que diversos autores hicieron suyo (bueno, intentaron hacerlo) el universo Watchmen, y otra muy distinta que el creador de Sandman decida «porque me apetece» volver a su personaje en una fecha más o menos señalada (treinta aniversario del nº 1). Si Gaiman quiere volver a su icono, le van a pagar mucho, y además tiene sus ideas para hacer algo, no me parece mal. Gaiman nunca ha sido un autor alternativo, precisamente, y además todo dios tiene derecho a ser claramente comercial . Esta operación lo es, pero la lleva a cabo el autor de la serie.

Ok. ¿Y qué tal? Pues menuda alforja más enorme.

Sandman obertura es algo muy aparatoso «gracias» a un dibujo de J.H. Williams tan espectacular como molesto, que acompaña, no cabe duda, las intenciones de pompa del guionista para este retorno. En algún momento casi recuerda a aquella miniatura gótica que Sam Kieth hizo para el primer número de la serie, pero en plan 3D con asientos motorizados, sala aromatizada y sonido expulsado por los amplis de My Bloody Valentine (a toda hostia, vamos).

Que se note. Que traspase. Que Sandman es mu grannnde, lo más más de lo muy muy.

Sin embargo, ¿qué nos cuenta, sin atender al mareante diseño de páginas y demás alharacas, el primer número de esta serie limitada? Un entrante a una historia del personaje lleno de guiños a la serie troncal. Partes que argumentalmente parecen sacadas de sus primeros arcos (sobre todo de «Casa de muñecas»), y un final que promete nuevos conceptos sobre la naturaleza del protagonista. Está bien, nadie pide que Gaiman invente nada cuando vuelve a «lo suyo», sino que identifiquemos el tono y no se quede en la cáscara y el recuerdo. Y bueno, esto es un arranque, por lo que se entiende tanta deuda pero se agradece el toque novedoso de su final. Eso sí, el desplegable es otro signo de todo lo malo que me temo vamos a tener que aguantar en esta Obertura: elefantiasis, lo llaman.

Otra pregunta es a quién puede gustar esto. No lo veo. A lectores que no conozcan The Sandman, no, desde luego. A viejos fans quizás. Pero si son viejos, ya no tienen la edad adecuada (digamos que más allá de los 21 descubrir The Sandman está ya fuera de lugar). Y hoy han cambiado demasiadas cosas en los cómics en general, ¿cómo puede impactarnos esta grapa con su paginita chachidesplegable al lado de «Fabricar Historias» de Ware? No puede. Al final, se revela otra vez la contradicción.

Este tebeo, en versión mucho más humilde, sería un agradable reencuentro para los lectores de la serie, promete una historia interesante dentro de la saga (insisto, dentro de la saga, no creo que interese un rábano a alguien que no ha crecido leyendo The Sandman) y nos trae como regalo escenas que remiten al viejo sabor. Yo le hubiera dejado los lápices a Jill Thompson o alguien así, manteniendo la simplicidad precisa y una eficacia funcional. En vez de eso tenemos la intención demasiado transparente de tranformarnos como lectores en el ojo flipado de Bowman en  «2001 odisea en el espacio». he visto algo increible Cosa que no, en mi caso, no pasará por cuatro birli birloques.

Bueno, cuando se complete, volveremos a ella.

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Neil Gaiman divagado (parte 02).

Comienza aquí

Neil Gaiman comenzó a guionizar ‘Miracleman’ a partir de su número 17, y si en los dos primeros ya mostró su capacidad fabuladora para dar continuidad a algo de apariencia tan cerrado como la obra de Moore, en su tercer ejemplar consigue refinar los resultados espectacularmente.

Digamos respecto a los dos primeros movimientos del autor que en ellos se reconoce a ese guionista-literato que gusta de adornarse con palabras para vestir buenas ideas. Que le gusta demasiado, que hasta puede resultar excesivo y artificioso. Pero las ideas, decimos, redimen. Moore planteó una Arcadia posible a partir de una premisa fantacientífica: el contacto con civilizaciones superiores pero colaborativas que nos elevan a sociedad perfecta e ideal. Y creó un Nirvana-en-la-Tierra haciéndose la pregunta retórica de si el Hombre, aún perfecto, puede ser feliz. Pues no, claro. Fin de la obra, se acabó.

Gaiman sabe que está contado, explicado, preguntado y contestado todo, así que baja peldaños para dar solución de continuidad al meollo. Si no se puede ser feliz ni siquiera en una utopía en que somos dioses en un mundo perfecto… ¿porqué sucede así? Y por lo que parece a tenor de estos números (que son los que llevo leídos), se dedica a describir ese nuevo Edén, que bajo una superficie de esterilización esconde todavía el virus de la insatiscacción, la desdicha y la ruindad. Y lo hace de ese modo que tan bien domina: el relato breve, a modo de parábolas con forma de comic-book (de nuevo aquí, como en Sandman, por cierto, se revela un gestor hábil del formato y su periodicidad). Y el relato breve que completa el número 19 («Notes from the underground», de noviembre de 1990) supone además un salto formal.

Portada de Dave McKean

En «Notas desde el subsuelo» se nos desvela la antiutopía de un mundo estratificado, vertical, con sectores sociales sencillamente borrados de las capas altas por los gestores de este nuevo mundo. Miracleman a la cabeza, el superhéroe, un personaje «elidido» en este capítulo y que aparece como reflejo… reflejo, quédense con el concepto. En el subsuelo, en fin, viven aquellos que no tienen permitido vivir en otro lado. Y concretamente, viven los resucitados (por el milagro de la biogenética E.T. que puede efectivamente hacer lo que Cristo con Lázaro… pero a lo bestia). En este contexo se nos presenta en este relato una «raza» proscrita de clones de Andy Warhol, el artista del Pop art, y concretamente a uno de ellos, a quien uno de los extraterrestres (ergo, los Gobernantes, los Amos) otorga una misión: será el «amigo» de un nuevo resucitado. Ni más ni menos que el archienemigo de Miracleman, Emil Gargunza.

Para quien no conozca la serie o el personaje, un micro resumen: Miracleman es la versión Mr. Patata de Superman (hubo unas cuantas en su día, en los años cuarenta), y sobre todo, el reflejo daltónico (azul) de Capitán Marvel, el de «Shazam!». Como el Hombre de Acero tiene su propio Luthor, el susodicho Gargunza, científico malvado que en manos de Moore (ya en los ochenta) muta en amoral villano y, en cierto modo, terrible y cruel padre del superhéroe. Vale, ahora sigamos con lo nuestro.

A partir de esta idea argumental, desarrollada en las cinco primeras páginas del cómic, Gaiman describe un proceso de autoconsciencia, deseo de vida y quizá hasta bondad en alguien genéticamente réprobo. Como si el alma y la voluntad fuesen nociones enfrentadas. Lucha interna en un Hombre Nuevo, renacido, y que se encuentra recluso en las catacumbas de un pseudo Paraíso. Todo ello, visto por (y desde) la mirada de Andy Warhol#06.

Volviendo a los tópicos de Gaiman, pero por entender que el escritor sabe muy bien lo que hace, ya en esa intro se aprecia un muy adecuado uso del monólogo interior, pues este predomina casi abusivamente… salvo en las páginas donde Emil Gargunza revive. Gaiman nos mueve así a que comprendamos que estamos ante la historia no de Warhol, mero testigo, sino del villano, y este adquiere un poso de amenazante presencia por el calculado silencio de Warhol ante su resurrección. En estas primeras páginas Buckingham parte de una página-viñeta de arranque y va aumentando página a página el nº de viñetas, hasta la quinta que es nuevamente una «splash-page». Es la introducción, perfectamente planificada y cerrada, que dará paso al grueso introspectivo de los personajes.

Y esa introspección vuelve a jugar con la forma, la paginación y el diseño interno de la viñeta.

Página y viñeta y página y viñeta y

Este cuento es el de un artista que nos lo cuenta, y es la perspectiva estética de Warhol la que se nos revela, desde la forma del cómic que estamos leyendo. Todo un juego metalinguístico que aporta varias capas de lectura. Gargunza reflexiona desde la angustia y esta se refleja en una forma de secuencia casi inexistente, de imágenes-espejo y repeticiones de fotocopia, pero con leves cambios para demostrar que hay acción real. Lo que sucede es que esa acción nos es devuelta filtrada por el Pop de Warhol, que a su vez es interpretado, y por tanto filtrado, por los autores, Gaiman y Buckingham. En la estética Warholiana el arte puede anidar en lo común, en lo ordinario, y sobre todo en lo múltiple y lo insdustrial. Todo es arte, y el pop es el arte de lo reproducible. Tú eres arte pop al mirarte al espejo. Gargunza, y Warhol#06, no son únicos sino clones, repetición. Es entonces cuando los niveles de lectura se multiplican tanto como el eco de las imágenes. Porque pueden crecer las interpretaciones una tras otra: la repetición es inmobilismo, por tanto un presagio del destino de esta nueva vida, este Neo Emil Gargunza. Y los ecos son infinitos hacia adentro, de la página a la viñeta, de la viñeta a su fragmentación que alberga iconos de la era pop como Tío Gilito o Nancy (por muchos años, aquí conocida como Periquita), fotos viradas, fotocopias de objetos… parece que el último grado dividido no deja de ser la cabeza del clon, y así, su mente es un espacio fragmentario, roto, de reflejos… él mismo es un reflejo.

Hay más modos de contemplar la repetición: cuando Emil recuerda su muerte, lo hace con viñetas que emulan al cómic donde tal capítulo sucedía (de Moore y Beckum a los lápices), combinando copias literales con imágenes nuevas (concretamente, usa una viñeta original para, fotocopia mediante, ilustrar el alejamiento hacia la estratosfera del superhéroe y el villano… en una única viñeta compartimentada, claro)… otra vez espejos con las imágenes, las de la memoria, que son exactas o no, que coinciden o inventan respecto a otras páginas, de otro cómic, en que esos recuerdos se nos contaron como hechos. Otra vez la obra añade contenido hacia dentro (los personajes, sus recuerdos, sus miedos) y hacia fuera (nuestra percepción de «Miracleman»; el cómic leído… quiero decir, al leer este nº 19 pensé que todas esas viñetas eran fotocopia del original, pero no todas esas «viñetas-recuerdo» existían tal como aquí las vemos, en el tebeo de Moore).

No quiero divargar más: como dije, en estas 24 páginas hay muchos más ejemplos a los que atender. Último: fíjense que las viñetas de la página arriba expuesta en que aparece Gargunza… son un cuadro de Warhole #06 que aprece en la página anterior… que es la que ilustró el final de la primera parte de este artículo… no, no hay azar en estas páginas, pero Gaiman no quiere ser (ni recordar demasiado a) Alan Moore, de modo que los esquemas, aunque férreos, son flexibles. No se trata de castigar dutante todo el cuadernillo con un modelo de página tan significativo como el de la de arriba, sino de usarlo estratégica y convenientemente, en medio de otras páginas quizá, aparentemente, más convencionales. No se lo crean, son los vanos de la pared entre los que Gaiman y Buckingham han dispuesto, oh, sí, un juego de espejos-página.

Pocas veces, en fin, Gaiman ha creado un laberinto tan rico, en mi opinión. Pocas veces su lectura trasciende una superficie y varias citas más o menos oscuras (y que aportan contenido y riqueza, sin duda) para centrarse en las posibilidades del lenguaje de la historieta. Aquí lo ha usado para lanzarnos hacia su interior, aportando significados a lo narrado (y muchos, como hemos visto), y para hacernos reflexionar, hacia el exterior, sobre las capacidades y la naturaleza del llamado noveno arte. Pero si no quieren llamarlo arte, da igual: llamémoslo criatura POP. Después de todo, el cómic es un objeto siempre múltiple, especular.

 

PD Este tebeo (y toda la serie en la web raíz), puede leerse aquí

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Neil Gaiman divagado (parte 01).

Neil Gaiman es una de las figuras más importantes de la historia del cómic aunque, paradógicamente, sea de las menos puras. Un «autor» sin mayores adjetivos, desenfocando así el término guionista, o incluso autor de cómic. Me explico aunque adivino que mis lectores habituales ya me entiendan.
Crecido primero como periodista y novelista en ciernes con alguna cosa publicada, incluso, pronto con 24 años y casi de carambola, se inicia en el mundo de la historieta tras «abrirle los ojos» Alan Moore, el guionista de «La Cosa del Pantano», «Miracleman» o «V de Vendetta» (y este sí: guionista, y de cómic). Redescubre así el medio como un canal para desarrollar sus inquietudes literarias. Una vía quizá más fácil, menos competitiva, menos alambicada que el mundo literario y sus laberintos industriales. Pero el cómic mainstrean lo ve como algo retrógrado, que vive un momento de alimentar clichés, y de guiños continuos a una forma de hacer tebeos que no comparte.Como no comparten Moore o compañeros de quinta (Morrison, Milligan…).

Sin embargo, lo que destacará en Gaiman no es una capacidad para renovar modos, sino un acercamiento muy libre, desapegado de las maneras que imperaban en el cómic comercial (retrovisor: mediados de los 80; «Marvel/DC Empire»), a través de enfoques e ideas que muestran a un autor culto, más cercano a la literatura, sobre todo la de género, pero también los clásicos en lengua inglesa… Gaiman es lector voraz, sin duda. Y con una sensibilidad creadora más próxima a lo literario que a lo visual.

La (presumible) librería de Neil Gaiman circuló por la red. Para envidia de muchos

Quiero decir: Gaiman crea historias, elabora su mundo autoral (a partir de recortes, como veremos) y le imprime una sensibilidad que , en 1986, no era precisamente habitual en los cómics: ni en los comerciales, ni si me apuran, en los más alternativos, aun apegados al inconformismo underground y ajenos a las ínfulas líricas del escritor británico. Pero más allá de sus ideas, de «lo que cuenta» y la sensibilidad que tiene para acercarse a esas historias (muy particular y posiblemente su gran baza sobre todo en los detalles de lo íntimo, los sentimientos internos de sus criaturas, muchas veces expresados de soslayo, más por lo que esconden que por lo que expresan), en sus mejores trabajos la pericia de Gaiman como autor de cómics no se sostiene en ideas de lenguaje renovadoras, sino en una planificación medida, inteligente y autoconsciente. Intuyo que esta capacidad de planificaciones exactas y cuidadas (al respecto merece la pena leer el análisis que hace el propio escritor de «Sueño de una noche de verano», uno de los capítulos más celebrados de su saga «The Sandman») se deba, en parte, al contagio y aprovechamiento de sus compañías, de aquellos buenos autores que le han acompañado en su vida como autor de cómics: Russell, McKean, Vess, Hempell… Pero más allá del inteligente control de su producto, Gaiman no es un gionista que trabaje en imágenes, sino clarísimamente lo hace en palabras.

Cómics: letra y dibujo

Una de las cuestiones más peliagudas en Gaiman, entonces, es comprobar si esta recarga de «literatura» convierte su trabajo en «cuentos ilustrados» o si la imbricación entre lo icónico y lo textual se complementa. Resolvamos (es un decir) que a veces sí, y a veces no.
Pero con todo, pienso que si no lo logra, si en ocasiones el peso de lo literario convierte sus tebeos en estampas dependientes de melífluos textos no de apoyo, sino al contrario, de sostén, no es porque el escritor no entienda que el cómic es imagen, o porque lo desprecie y quiera ser Escritor de Altísima Escritura, y Literato de Noble Literatura, sino porque insiste en encontrar un modo de llevarlo a su terreno, el que domina. Y su terreno, decíamos, es la literatura. Gaiman es un cuentacuentos. Hoy lo vemos claro: sea vía historieta, literatura o cine, al fondo se encuentra el escritor y su ordenador, con un documento de Word (lo dudo, usará otro programa, vale). En el fondo, Gaiman se adelanta a la idea autoral que hoy tanto gusta enarbolar, al rebufo de la novela gráfica, aunque su vía sea peligrosa o, para algunos, directamente errónea: usa el cómic y lo adapta a su ideario artístico, que es literario antes que visual.
Y toda esta breve introducción (carcajadas enlatadas y gritos agudos, aplausos, fade-out) nos sirve para ubicar al autor ante un ejemplo que me ha parecido impactante, y que me habla de ese Gaiman que sí, a veces acierta. Y lo borda. Porque puede que se trate de un autor que ha sido, digamos que en el esplendor de su éxito en el mundillo, demasiado Narciso. Y eso no es bueno. Pero dudo que muchos autores rallen a su inteligencia y su sensibilidad cuando no se amanera. Y eso le salva a menudo, y eso lo justifica como, tal cual dijimos, un tótem dentro de la historia del cómic.
Pero no entremos tan pronto en materia: estamos empezando  Dejemos claro que hasta hoy, entendí la obra comicográfica de Neil Gaiman desde tres vías: por un lado, trabajos de encargo, por otro, obras personales, y por otro, sus últimos caprichitos.
Encargos. Se trata de una época de crecimiento, de ambición, de insertarse (eso sí, como «auteur») en DC. Orquídea Negra, Sandman, son esto exactamente. Obras ofrecidas que acepta y hace suyas. La primera una especie de casting. Una puerta de entrada. La segunda, su obra magna en extensión y repercusión, un trabajo que plantea como obra para lectores tardoadolescentes (digamos que si lo pillas con 17 vas a ser transformado… yo, por cierto, tenía como 20) pero que, con una mirada sensible, otra vez a palabra clave, y un gusto por las citas cultas, amén del calculado engarzado de sus muchas piezas en una torre de posmodernismo que tiene por bandera el «todo está ya contado», es una lectura apta para todas las edades (lo he comprobado, conste, es una realidad objetiva) y que rebosa el marco de los comiqueros. Una obra extensa, desarrollada folletinescamente en cuadernillos mensuales durante casi diez años, donde el fantastique es profundamente renovado pero, como ya dije, sin inventar, sino reutilizando y redefiniendo.
Pero si queremos contemplar al autor más puro hay que buscar en la «trilogía de la memoria», los tres libros realizados con Dave McKean. Trabajos de regusto agrio, intentos experimentales (muy de su tiempo, eso sí) y tono adulto. Es la segunda vía gaimaniana, trabajos personales.

Y la tercera es el cero a la izquierda. Hay que entender que (y el propio autor lo reconoció) Gaiman llegó a un punto de satisfación plena. «Mr. Punch» es ese trabajo donde el escritor, ya en perfectísima comunión con su amigo McKean, piensa que ha alcanzado el nivel.  Se siente contento con ese cómic, piensa que es el único que realmente refleja lo que su cabeza diseña. Y con una honradez extraña, se atreve a ir abandonando el medio que lo encumbró. Hemos dicho que no es tonto. Gaiman y Sandman son el inicio de Vértigo, ese sub-sello presuntamente adulto de DC donde los autores conservan derechos de autor. Y en Vértigo las colecciones derivadas del universo Sandman florecieron como tojos en la fraga gallega. Supongo que esto es un colchón sobre el que experimentar, ya que mantuvo comercialmente vivo su legado (contínuas reediciones de The Sandman, reutilización de personajes secundarios supongo que de su propiedad…). Lo bueno es que ese experimento, el de volver al medio que le es más propio, la literatura, le salió redondo. Hoy Gaiman es más reconocido como escritor que como autor de tebeos. Y a mayores, en Hollywood no le va mal, aunque sigue ahí, intentándolo más y mejor. Por eso no encuentro demasiados retornos felices al cómic en los últimos años. En sus cositas para Marvel tira de piñón fijo cosa mala, aburre hasta a las marsopas, y lo peor, consigue convertir en caricatura sus rasgos. Es peligroso leerte, por ejemplo, «A game of you» (saga de la serie The Sandman) tras leer «Los Eternos», con su cúmulo de tics y clichés «gamianescos». Lo que fue un trabajo sincero, algo inocentón o quizá incluso didáctico («A game of you» es un tebeo para chavales que alecciona sobre la identidad sexual de ciertas minorías, y la nobleza de ser lo que se siente pese a un entorno social hostil) puede leerse como mera pedorrada.

Bueno, pues en este contexto, en esta triple vía en la obra del autor de «Coraline», he llegado por fin a un trabajo que me ha desconcertado. Su continuación del «Miracleman» de Alan Moore tiene un poco de encargo y un poco de autoría. Encargo, porque lo es. Pero al tiempo, fue señalado por el propio Moore como el único capaz de dar continuidad a su obra. Por tanto, encargo ilusionante. Y esa ilusión, por lo que llevo leído (ah, hablo de un cómic absolutamente descatalogado y casi preso aún por disputas legales… saquen conclusiones, pero sí, lo estoy leyendo), trasciende en un tono adulto porque Gaiman entiende el discurso de «Miracleman» como adulto. Es heredado, no lo moldea él (caso del Sandman y por supuesto de la «trilogía» McKean) y viene ya como una reflexión honda sobre la posibilidad de la felicidad plena, absoluta, a través de una ficción especulativa y dura (eh, es Alan Moore).

Pero además en este cómic (por cierto, creo recordar que inconcluso, primera parte de tres arcos o ciclos, pero no lo comprobé aún) están todos los parámetros del estilo Gaiman, y resulta que, al llegar a su tercer número, no solo funcionan sino que realiza 24 de sus mejores páginas, un tebeo brutal cargado de ideas brillantes, descorazonadoras conclusiones éticas y, entremos en el trapo, una aportación compleja, sí, al lenguaje del cómic.

«Miracleman» de Gaiman y Buckingham

Vale, me he pasado un poquito de nº de caracteres… continua aquí

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