Jim Woodring

FRAN, de Jim Woodring

Artículo publicado en Faro de Vigo con un par de toques extras.

Reino mutante y silencioso.

“Fran” de Jim Woodring culmina una tetralogía de libros sobre la obra más inclasificable y sorprendente de la historieta mundial.

fran portada

Fulgencio Pimentel Ediciones publicó en 2010 el libro “Frank”, primer eslabón de la, de momento, tetralogía del animal impreciso que polariza sus historias. En 2012 le seguirá “Filigranas del clima” y este 2013 completa la producción relativa a los relatos narrados en el mundo imposible de Frank (el Unifactor) con “La cuerda del laúd” y, ahora, “Fran”. Los cuatro son libros de edición excelente (este en concreto, mi portada favorita del 2013, maravillosa), objetos individualizados que, sin embargo, constituyen un todo.

Frank es un extraño bicho antropomórfico a lo Mickey Mouse que vive un mundo surreal, cambiante, siniestro pero naif. Tiene numerosos compañeros y en el cuarto y último libro se suma lo que podría ser su media naranja. En el anterior tomo, una historia hacía “caer” a Frank en nuestro mundo, que el bicho contemplaba con horror y temor. Él no es de esta realidad, es ajeno a sus leyes, y le provoca pánico. Posiblemente esta idea, perfectamente desarrollada en aquella historia, sea la más importante a tener en cuenta cuando nos adentramos en el universo de Jim Woodring.

Porque ese universo paralelo no es como un cosmos negativo a lo Star Trek, que es otro porque nos lo dice un narrador o un personaje, pero funciona igual al nuestro. Unifactor es realmente otra cosa, paralela, y solo desde un cómic se puede advertir en toda su radicalidad. La materia fluye, y es familiar pero grotesca. El sonido seguramente no es como nuestro sonido y por eso los tebeos de Frank carecen de letra escrita para imitar onomatopeyas o diálogos o voces narrativas. El mal y el bien son conceptos que no casan completamente con los de nuestra moral, y a la luz de “Fran” quizá solo el amor se parezca un poco al sentimiento de nuestro mundo. Quizá.

De hecho ni siquiera la realidad, el tiempo, el espacio, lo que es y lo que no es en Unifactor, son comparables a nuestro cosmos. “Fran” junta en un volumen dos historias originalmente distintas (publicadas por Fantagraphics en 2011 la primera y en este 2013 la que titula al volumen de Fulgencio Pimentel) que sin embargo se imbrican. Se funden en un círculo sin principio ni fin. Uno puede comenzar a leer este libro por una u otra, lo que ofrece diferentes lecturas sobre lo que se narra. Casi me atrevo a sugerir (cierto que es una boutade, pero descriptiva del poder telúrico y patafísico de la obra) que “Fran” puede abrirse por cualquier parte y comenzar a leer en bucle, que el experimento cobrará un sentido único y sólido (aunque siempre esquivo, surrealista).

Solo se me ocurre un ejemplo de osadía formal semejante y es ajeno a la historieta. En 1999 The Flaming Lips publicaron un cuádruple CD (“Zaireeka”) para ser reproducido permutando los discos. Algo en teoría impracticable (era pre-Mp3) que crea una obra infinita para la que cada nueva escucha será algo irrepetible. “Fran” se maneja en esta osadía, revienta moldes narrativos para crear una historia-cinta de Moebius. Quizá porque si nos habla de amor, el bicho Frank, habiéndolo encontrado, está atrapado en un estado de felicidad que en libros anteriores no encontraba (pese a su estoicismo vital). Que la mecánica de la narración se convierta en un círculo cerrado como expresión del deseo de felicidad eterna de Frank, convierten al medio en el mensaje.

 

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LA CUERDA DEL LAÚD (FRANK 3) de Jim Woodring

laudCuando decidí leer, por fin y ya tardaba yo, la tercera parte de la historias de Frank, supuse que sería el colofón a una escena ya asentada en mi cabeza. La rúbrica final a un paisaje que ya me resultaba conocido, por explorado con anterioridad. Dos veces.
dosY bien, es cierto que este tercer tomo de Woodring insite en el desasosegante mundo interior que exteriorizaron lo dos libros precedentes, por lo que ya por eso nos encontramos ante un trabajo de los más destacados de 2013. Porque lo de Woodring es demasiado gordo para no estar ahí siempre, en lo alto. Pero resulta que el relato que da nombre a esta recopilación es posiblemente la mejor historia de este mundo extraño en que habitan Frank, Manhog o Pupshaw. Desconcertante e inesperada, en el contexto de una obra que acumula pequeñas historietas desconcertantes e inesperadas; una confluencia de universos tan moral como gansa, que supone no un refinamiento (porque todo lo que Fulgencio Pimentel ha editado de Jim Woodring es refinadísimo, maduro y maestro) sino quizá una última vuelta de tuerca. Conseguir que en su obra el lector vuelva a sentirse como un explorador de Jauja sin brújula no era tarea fácil. Pero lo ha logrado.
Como decía Steve Albini: «ten fucking stars»

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JIM WOODRING

Especulaciones estériles.

Hay artistas en cada arte. Una cosa es la disciplina artística y su potencial, y otro los individuos singulares que elevan a lo excelso esa disciplina. Es un argumento muy de la artesanía como método. Un taller, un maestro, una obra en serie… pero un alumno finalmente logra una obra maestra singular que será un nuevo modelo de taller, y adquiere la condición del maestro. Luego, superar el mecano de lo artesanal (de la belleza de la artesanía) nos pondrá en la pista del arte, de la creación, la creatividad, la autoría, el concepto creativo, lo abstracto como proceso para dar forma a algo tan sumamente inaprensible y voluble como lo es la belleza (que puede ser la belleza de lo hórrido, como en las recreaciones románicas de lo infernal, no mezclemos con conceptos románicos d e»lo bello»).

Los grandes artistas lo son desde un campo determinado. Goya, Beethoven, Borges… cada cual en su  disciplina, pero sobre todo trascienden su área (pintura, música y literatura, en los ejemplos) para hacernos ver el mudo de nuevo. Lo recomponen desde su ego profundo y nos regurgitan nuevas maneras de entenderlo. Son capaces de hacer eso. Seguramente muchos, o todos, tenemos nuestro mundo, nuestra versión ve la vida y del todo. Pocos, sin embargo, saben o pueden hacerla palpable y comprensible. Asimilable. Esto es lo que es el Arte Mayor (al menos para menda). Más allá de la perfecta finura del acabado manual, de la impronta, de la factura, lo vital es esa transformación que solo los artistas mayores logran para con la realidad, y que solo los más sabios pueden hacernos comprensible porque es entender la vida con otra mirada, y además, con una excepcional, seguramente superior a la nuestra. Es el eterno enigma de Miguel Ángel, ese bestia que lo que tocaba lo reformulaba, y al romper con todo (en escultura, en pintura y mucho ojito con su arquitectura) rehace la realidad, la remodela al antojo de su mundo interior.

Hoy no pesan los atavismos religiosos en el arte. Crece, pues, en libertad ¿Qué haría en el siglo XX un Miguel Ángel? Trabajando en un mundo donde no te gobierna la fe, ¿qué obra devendría de la mente de Buonarotti? Menuda memez de pregunta, pero invirtamos términos.

Jim Woodring hace tebeos, pero es de los pocos casos en que eso no importa demasiado. Su potencia creativa es tal que uno siente leyendo «Frank» que trasciende los cotos (cualquiera de sus dos libros, editados como si fuesen joyas diamantinas únicas por un exquisito Fulgencio Pimentel) . Que aquí a lo que asistimos es (otra vez, como sucedió con el Goya último, por ejemplo y volviendo a citas de este post) a la reconstrucción del mundo a la imagen y semejanza de los universos internos del artista. Una reconstrucción febril, salvaje, tierna también. Un ‘Macondo’ perdido en el tríptico bosquiano del ‘Jardín de las Delicias’, un mundo llamado «Unifactor» que deja en pañales las blanduras seriadas de Dalí. Y que además, explica nuestra realidad mejor que todos los Instagrams del mundo.

Este pasaje se puebla de personajes imposibles y de vegetaciones terroríficas, fluctúa como «un poco de psicodélico», que decían Los Palnetas granadinos, salta del sueño tranquilo a la pesadilla sin reposo y refleja un siglo XX/XXI de terrores aún por descodificar. Esa es la gran virtud de «Frank», ser espejo de un presente o de una de sus facetas, que no podemos entender de otro modo que a través del arte sin palabras, de una explosión sensual, no articulada en verbo y discurso.

Y Woodring se ubica por todo ello en un podio reservado a los mayores.

Ver, interpretar, recrear y transmitir la realidad desde el interior del autor: tarea de colosos.

Invirtamos términos, decía: ¿qué haría este hombre en los Países Bajos de los Van Eyck? ¿Cómo vería el mundo en Altamira? Pues igual que podríamos responder respecto a un Miguel Ángel en 2012: como ningún otro, y revelando a sus contemporáneos una faceta de la existencia que sólo él es capaz de asumir, abarcar y explicarnos.

Porque Woodring es un artista de los mayores.

Habrá que hablar, sí, de «Frank: filigranas del clima», detenernos en su grandeza particular. Se hará, y se publicará. Primero en papel, luego, aquí. Hoy, esto sirva de reflexión sobre la altura, a mi parecer, de Jim Woodring, autor, esta vez creo que imbatible (aunque queda año por delante), del tebeo de 2012.

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FRANK, «comic surrealiste»

Con “Frank” nos encontramos por primera vez con la posibilidad de disfrutar en España de uno de los autores más importantes de lo que podríamos llamar en nuevo underground.

Cuando un autor de cómic logra que la introducción a su trabajo se la escriba ni más ni menos que Francis Ford Coppola, tendremos claro que no estamos ante un advenedizo cualquiera. El mundo de la historieta no suele llamar (ni recibir atenciones) a puertas ajenas al propio mundillo. Por eso el que el autor de “Apocalpsis Now” se deshaga en elogios ante este volumen en el prólogp, puede ser indicativo. Sin embargo, y con todo lo llamativo que resulte este dato, no debemos caer en la trampa de ensalzar una obra por el mensajero que nos la presenta, ni encumbrar algo por el hecho de que un famoso director de cine (u otra figura mediática) lo ensalce. Hay que hablar y atender al cómic en sí, olvidando los oropeles que la rodeen.

Con esta ética crítica también hay que repetirlo: no, no estamos ante un advenedizo cualquiera. Jim Woodring (Los Angeles, 1952) es una figura notable, un bastión del último underground americano. Inicia su carrera como fanzinero en 1980, y en el 86 la editorial Fantagraphics comienza a editar su obra profesionalmente. “Frank” será su creación más célebre (dentro de los márgenes de celebridad que otorga el cómic independiente, claro), un extraño animal antropomórfico que no alcanzamos a identificar. Ni gato ni ratón, con algo de castor, bípedo, y rodeado de criaturas aún más extrañas que él, como Whim (o “el Antojo”, criatura con cara diablesca) o Manhog, un hombre-cerdo que, según el autor, representa una “lamentable figura paterna”.

Al hablar de un mundo de representaciones y símbolos llegamos al núcleo de lo que supone como experiencia lectora “Frank”. El libro  editado por Editorial Fulgencio Pimentel (una verdadera exquisitez, por cierto, de verdadero lujo), es un conjunto de relatos prácticamente sin palabras y de extensión variable. Supone una zambullida en ideas abstractas, simbología surrealista, comportamientos rituales y enigmas tanto en las situaciones como en las formas. Historias inverosímiles con criaturas inventadas, oníricas, imposibles. Formas mutantes que afectan a la sencilla vida de Frank (personaje inocente, también algo canalla, contradictorio), peligros pesadillescos, monstruos que sufren, cosas-mascota… así son los universos imposibles de Woording, turbadores y al tiempo adictivos.

Y la forma se imbrica totalmente con este fondo, como ocurre siempre en las obras mayúsculas. Woodring es deudor en el estilo de los clásicos como los iconos Disney, o “Felix el Gato”, con un dibujo limpio, de suaves formas. Y “Krazy Kat” es sin duda un modelo para “Jim” en la captación de “realidades irreales”. Pero también posée un abigarramiento y cierto pulso, digamos feroz, que lo acerca a Robert Crumb o Gilgert Shelton. Y ¿no son las extrañas monstruosidades que habitan estas viñetas, parientes cercanos del abigarrado mundo de El Bosco? ¿No es el de “Frank” un escenario plenamente surrealista? Los paisajes que habitan estas criaturas basculan entre los ensueños megalómanos de Salvador Dalí y las pesadillas inquietantes de David Lynch, llenando sus viñetas de entornos inclasificables donde se viven historias imposibles. Todo ello esconde preguntas y plantea la esencia de nuestra naturaleza (la crueldad, la vida de sufrimientos, el sentido de la amistad…), pero de un modo velado y sin siquiera insinuarnos alguna respuesta. El debate queda propuesto. El lector debe enfrentarlo.

Publicado en Faro de Vigo el 18 de Febrero

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