Olivier Schrauwen

Space is the place (dos cómics de Ci Fi)

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Cómics nuevos.

Nuevo cómic, siempre hay nuevo cómic, desde que hay cómics.

Por una cuestión de maquetación (han dado una pátina nueva al suplemento y se quiere potenciar lo visual), el diario ha optado por ilustrar, con gran efectismo por cierto, mediante una imagen de la obra que abre el texto, aunque en propiedad es eso, el portal a tres obras más (y alunas citas finales). Los tres trabajos en los que mi crítica se detiene son:
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Y el artículo de Faro es este, aunque han cambiado mi título original este tiene su gracia y cierto sentido con lo propuesto:

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Arsène Schrauwen, de Olivier Schrauwen

Pubicado en Faro de Vigo (¿conseguirá la épica chusca de mi texto convencer a lectores del periódico, «out of comic-land», de las bondades extremas de este libro tan hermoso como experimental?).

“Arsène Schrauwen”, o cuando la novela gráfica es arte.

Olivier Schrauwen ha creado un libro fundamental para conocer los últimos derroteros del más arriesgado cómic contemporáneo.

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Hay cómics que experimentan con la forma, con el lenguaje de la historieta. Pero al hacerlo olvidan, acaso cegados sus creadores por el elemento formal que están desarrollando, que en el fondo la narrativa gráfica es eso, contar una historia. Y esta desaparece o resulta superficial.

Hay historietas que ponen el acento en la historia que nos cuentan. Se atiende con mimo a los personajes, el argumento es interesante, el mensaje valioso y enriquecedor para el lector. Pero en no pocas ocasiones los autores se contentan con esto y dejan la forma en los márgenes de lo ortodoxo o, peor, lo anecdótico.

En definitiva, pocas veces (porque el cómic es un arte joven y por muchos años atenazado por decisiones complejas que lo maniataron) nos encontramos con obras donde el reto de llevar al noveno arte más allá del punto en que se encontraba vaya parejo a historias fecundas, densas y valiosas en sí mismas. “Arsène Schrauwen” lo es, y logra la equidistancia entre forma, fondo, mensaje, tono, profundidad y riesgo que solo alcanzan las obras maestras.

No abundan, créanlo, las obras magnas. En el arte en general, y en el cómic en particular. Chris Ware ha creado alguna; Art Spiegelman una; “Paracuellos” de Carlos Giménez, el primer volumen, podría serlo también. Hoy en día, cuando la novela gráfica supone el mayor margen de libertad expresiva que haya gozado nunca un autor de cómic, comienzan a aparecer algunas nuevas obras maestras, tebeos que se lanzan a la búsqueda de lugares nunca explorados en el cómic, y temas y enfoques de una madurez pocas veces presente hasta el siglo XXI en los tebeos. No es exagerado (aunque sí atrevido, porque nos falta la perspectiva del paso del tiempo) señalar a “Arsène Schrauwen” como, sí, otra obra maestra de la nueva hornada. Pongámoslo en la librería al lado de “Maus”, “Fabricar historias”, “El Fotógrafo” o “Agujero negro”, porque se lo merece (y si el lector desconoce las obras citadas, hágase con ellas, de paso).

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“Arsène Schrauwen” lo edita, como siempre en un ejercicio de clase y gusto, la editorial Fulgencio Pimentel. Es cómic defendido como objeto bello a la vista, al tacto, al oído (pasar las páginas se escucha, por supuesto) y al olfato (¿quién no huele sus libros?). Y es la última obra de Olivier Schrauwen. Del autor natural de Bélgica teníamos ya en castellano dos obras notables, excelentes, que quedan en poca cosa comparadas con esta biografía de su propio abuelo. La vida de Arsène se relatará en tres libros, y este primero arrebata desde la portada, deudora (y  por petición expresa de Olivier Schrauwen) de las de la editorial Insel Verlag. Pero es el interior el que deslumbra.

Este cómic es una constante apuesta por asombrar usando el dibujo narrativo, el color, lo que se muestra, lo que se oculta y lo que se transforma, como el modo perfecto para contar una historia. Schrauwen parece tener una fe ciega en las posibilidades del cómic como arte, pero también como artefacto ideal para la narrativa, y así cada apuesta por una ruptura formal viene a hacernos empatizar más y más con la personalidad (aventurera, ensimismada, enigmática, enamoradiza) del abuelo del autor que se está describiendo. Dibujos símbolo, grafías ondulantes, imágenes en espejo, confluencias y metáforas visuales para alumbrar una narración maravillosa sobre la distancia, el futuro y quizá el amor.

Cuando se completen los tres libros que compondrán esta obra, y si se mantiene el nivel, estaremos hablando de una de las novelas gráficas más importantes de la década.

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EL HOMBRE QUE SE DEJÓ CRECER LA BARBA, de Olivier Schrauwen

Artículo publicado en Faro de Vigo el 11 de Mayo de 2012.

La historieta como “art brut”.

Olivier Schrauwen desafía los prejuicios ante los tebeos con una obra “artie”, que va más allá del querer contarnos una historia para proponer una experiencia sensorial e intelectual.

 

En estos tiempos maravillosos para un arte en continuo crecimiento como es el cómic, encontrarse con un trabajo como el inclasificable “El hombre que se dejó crecer la barba”, de Olivier Schrauwen, es un nuevo motivo para admirar más y más al medio. La historieta hoy vive un despegue radical, libertario y gozoso. Nunca antes los autores gozaban de un marco de libertad tan grande como el presente, en que los editores (algunos) no solo persiguen blockbusters a relacionar con la muy noble industria del entretenimiento, sino que más que nunca se buscan autores que plantean su trabajo como arte. Libre y osado, vanguardista, hermoso, experimental, divertido, excitante. ¿Raro?

Olivier Schrauwen es un autor joven y con poca obra (menos aún publicada en España, donde se ha podido leer “Mi pequeño”) y que investiga las raíces y la naturaleza de la historieta para llevarla un pasito más allá como arte. Sí, arte, repetimos, porque basta con abrir al azar este libro (por cierto, exquisito, algo que debemos agradecer a la mimosa editorial Fulgencio Pimentel) para comprender que una cosa son los tebeos de la Marvel y otra la propuesta estética de Schrauwen. El autor belga abreva de las vanguardias artísticas del pasado siglo, de los Fauves y el expresionismo alemán, del surrealismo y el modernismo, o de la vanguardia cinematográfica (sus delirios formales pueden recordarnos a los primeros René Clair o Jean Coctaeau). Pero también de la tradición de la propia historia del cómic, por supuesto, de Sterret a Tardí (autor al que admira, según declaraciones propias).

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“El hombre que se dejó crecer la barba” recopila varias historias cortas de escaso nexo común más allá del espíritu vanguardista y la excelencia visual. Son protagonizadas por hombres barbudos, suelen tratar realidades paralelas, y están todas alumbradas por un refinado humor de fuerte importa surreal. No consiste su lectura, por tanto, en “entender” qué diablos nos relata Schrauwen sino de dejarse llevar por el caudal fantasioso, irreverente y gamberro, ácido.

En las historias que reúne el álbum caben parodias del colonialismo en África, una crítica al sistema educativo, la locura, el deseo sexual, las religiones atávicas y primitivas, o un punzante retrato de la enfermedad. Ideas que no se nos presentan como “mensaje”, sino como sensaciones borrosas en la maraña traslúcida del todo que es este libro: color, humor, surrealismo, arte, mala baba y narración gráfica (sobre todo, por supuesto, narración gráfica… pese a lo delirante de la obra Schrauwen jamás pierde el norte ni olvida que estamos hablando de historieta).

Reflexión final: ¿libro para minorías? Evidentemente Fulgencio Pimentel no es DC cómics, sino una apuesta por otro tipo de tebeo, de un calado diferente y de una exigencia determinada. Sin embargo, si al lector de estas líneas le atrae la pintura del siglo XX o el cine inaprensible del mejor Lynch, sin duda sentirá la misma sensación de plenitud al leer a Schrauwen. Además, aquí hay mucha coña marinera, aunque sea un humor más cercano al meta humor de Miguel Noguera o Muchachada Nui que a “La hora de José Mota”.

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