Archivo febrero 2013

CASTILLA DRIVE, de Anthony Pastor

Un buen «Polar» que reseñé en Faro de Vigo el 22 de Febrero. reproduzco aquí el artículo.

El género “negro” también vive en las viñetas.

Recién ganador del premio al mejor Polar (novela negra) en el festival del cómic de Angoulême, “Castilla Drive” supone además el estreno en España del franco español Anthony Pastor.

De padre español y madre francesa, Anthony Pastor nació en el país vecino, pasó su adolescencia en Madrid y posteriormente estudió artes  decorativas en París. También trabajó en Inglaterra. Una vida inquieta que manifestó muy temprana afición al cómic, pese a ganarse la vida pintando escenografías teatrales, por ejemplo. En 2006 publica su primera novela gráfica (“Ice Cream”) a la que seguirían más trabajos hasta este “Castilla Drive” (Editorial La Cúpula), su cuarta obra y primer trabajo publicado en España.

A la luz de “Castilla Drive”, los caminos de las editoriales se nos pueden antojar misteriosos, porque sin duda esta novela gráfica negra atesora muchas virtudes y reclamos para conseguir no pocos lectores. Para empezar, es un “noir”, ese género de crímenes y retrato social que nunca deja de estar de moda. Cercano al espíritu de los hermanos Cohen cuando se acercan al género (es inevitable evocar “Fargo” leyendo “Castilla Drive”) y también a ejemplos de cómic tan reconocidos como “Balas Perdidas”.

La historia. Sally Salinger vive manteniendo el negocio de su desaparecido marido, una agencia de detectives que apenas le da para mantener a dos hijos. Pero aunque Sally solo investiga casos menores (adulterios, estafas) su último caso va a trastocar las cosas. Osvaldo Brown quiere averiguar quién intentó matarle por curiosear en un oscuro almacén. Y así comienza una investigación que arrastra como viaje iniciático a los personajes hasta su desenlace.

El relato se alimenta de numerosos aciertos e ideas brillantes. Los personajes espléndidamente definidos y magníficos sin excepción, son todos complejos dentro de su nacimiento como tópicos de serie negra. El dúo protagonista, la investigadora y Oswaldo Brown, el hombre que acude al despacho de aquella, arrastran dobleces, son inseguros y cargados de matices. Los secundarios están perfectamente perfilados y tienen peso en la narración. El marco, un pueblo inusualmente nevado (porque casi nunca nieva en Trituro… los gentilicios también son mimados por Pastor); una ambientación incierta pero que diríamos ochentera; una tensión criminal que sin embargo esconde segundas lecturas y se aleja hábilmente de los tópicos… Anthony pastor ha creado una obra modélica dentro de su categoría, pero alejada de los lugares comunes, más centrada en la creación de personajes que en resolver misterios y situaciones criminales. En retratar un ambiente casi claustrofóbico y los que lo habitan.

frío Polar

Lo hace, además, con una técnica depuradísima, donde el modelo obvio, el Mazzuchelli de “Daredevil Born Again” (ese que buscaba el naturalismo dentro de un tebeo de superhéroes), se conjuga con una personalidad que gusta del clasicismo. El color expresivo, con una gama cromática cuidada, resulta imprescindible. Y la dinámica composición (salvo las viñetas a toda página, se diría que no hay planificaciones repetidas en estas 158 páginas) hace la lectura enormemente fluida. Parece que no exista el ejercicio de estilo, que todo fluya espontáneamente, pero está claro al observar ese cuidado por dinamizar la lectura mediante el diseño, que Pastor no da puntada sin hilo y sabe lo que hace.

Y lo que hace es un tebeo que debería estar en la biblioteca de todo amante del género negro. Y del buen cómic.

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Nominados a los premios del 31 Salón Internacional del Cómic de Barcelona

Directamente de la fuente madre, la web de Ficómic, pego la lista de resplandecientes nominados de 2013.

hace muchos años, al principio…

Mejor obra de autor extranjero publicada en España en 2012

El cazador cazado, de Moebius (Norma Editorial)
El hombre que se dejó crecer la barba, de Olivier Scharauwen (Fulgencio Pimentel Editor)
Filigranas del clima (Frank 2), de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel Editor)
Goliat, de Tom Gauld (Ediciones Sins Entido / Apa – Apa Cómics)
Mister Wonderful, de Daniel Clowes (Reservoir Books)
Portugal, de Cyril Pedrosa (Norma Editorial)
Pudridero 1, de Johnny Ryan (Fulgencio Pimentel Editor/Entrecomics Comics)
Quai d’Orsay 2, de Abel Lanzac y Christophe Blain (Norma Editorial)
Reproducción por mitosis, de Shintaro Kago (Editores De Tebeos)
Wimbledon Green, de Seth (Ediciones Sins Entido)

Mejor obra de autor español publicada en España en 2012

Ardalén, de Miguelanxo Prado (Norma Editorial)
Aurore, de Enrique Fernández (Norma Editorial)
Cenizas, de Álvaro Ortiz (Astiberri Ediciones)
Dorian Gray, de Enrique Corominas (Diábolo Ediciones)
El Héroe 2, de David Rubín (Astiberri Ediciones)
La máquina de Efrén, de Cristina Durán y Miguel A. Giner (Ediciones Sins Entido)
La piel del oso, de Zidrou y Oriol Hernández (Norma Editorial)
Miércoles, de Juan Berrio (Ediciones Sins Entido)
No cambies nunca, de David Sánchez (Astiberri Ediciones)
Vapor, de Max (Ediciones La Cúpula)

Autor revelación español del 2012

Juan Díaz-Faes
Néstor F.
Oriol Hernández
Jordi Palomé
Pablo Ríos

Mejor fanzine español del 2012
Adobo
Arròs Negre
El cuaderno del Yeti
Thermozero
Zocalo

 

Valorando que es gerundio. Que no voté en 1ª ronda y por tanto lo veo como espectador. Que hay mucha, muchísima calidad, en general. que decidirse en categoría «de acá» está muy fastidiado, que en las revelaciones no los conozco a todos (¡al ataque, Google!) y que yo, desde luego, tengo mis favoritos.

A ver qué pasa…

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Se presenta en sociedad la ACDCómic

La Asociación de Críticos de Cómics ya es una realidad. ¡Tiene web!.
Bromas al margen, una magnífica noticia a la que me he vinculado y que, dada la categoría de su cúpula, no dudo nos traerá cosas buenas, tanto a nivel de los que estemos dentro, como, en tanto que asociación, para el público en general.

La web de la ACDCómic

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Novedades Diabolo Febrero

Hace tiempo que no vuelvo a Vivés, y está teniendo buena pinta, la verdad:
 

Diabolo Febrero2013 by Octavio Beares

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Críticos profesionales

Al rebufo del escrito de ayer tuve una charleta en twitter donde participaron varios bloggers bien conocidos: Pablo Ríos (eh, también autor de ésto), Joel Merce, Absence y alguna firma más, puntual. La coda a mi artículo a modo de imposible charla en twitter (algo a veces agotador) fue entender de un determinado modo al crítico profesional. Que es tema paralelo o tangente al de ayer (sobre el buen hacer del crítico, sea remunerado o no) y que muy conscientemente escamoteé de mi discurso en dicho artículo/post.

«Mi libro sobre el dinero», de Campbell.

La porfesión, «Empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución.» (DRAE), como elemento que define al oficio, digamos. Yo creo que, bien, etimológicamente y atendiendo a la literalidad de lo que es un profesional (quien ejerce una profesión… en el DRAE ofrece una variable que añade «de la cual vive», pero casi lo dejamos paraotras disciplinas ;D) está clara la diferencia con el «amateur».

Aunque hoy por hoy (y basándome en mi experiencia, en tanto que yo cobré y no-cobré) tiendo a pensar que la relación no es determinante al 100% · Sí, sé que hay diferencias, y sí, no es lo mismo escribir de lo que te mandan que hacer de tu capa un sayo, pero… ¿es realmente la vinculación monetaria, contractual, el factor que nos hace escribir por encargo regio o libremente? A ver, hace años una notoria revista/web especializada me convocó para ayudar en la elaboración de un número temático (lo agradecí enormemente pero desistí por falta de tiempo, en aquellos días). ¿Pagaban? NO, y eso no era ningún secreto, está en su carta fundacional. Pero sí que tienen un libro de estilo claro y férreo, y a mí se me llamó para un tema concreto (el de un nº de la revista) y comentándome que si me interesaba se me ofrecería un paquete de, digamos, subtemas para mi artículo. Si el tema era por ejemplo el terror yo no podía decir «Ah, pues Alan Moore, que me pirra» sino que ellos me dirían «Tienes EC, Enric Sió, Frankenstein en la Marvel, Vampiros en viñetas y el terror en la Fleetaway». Así, sin remunerar, estaría aceptando un tema dado (a elegir, pero no libre) y unas bases de libro de estilo a respetar. Seguramente también una extensión en plan horquilla.

En un diario mi experiencia es que puedes cobrar pero tener mayor libertad temática. Ojo no de estilo. Ni de espacio. Tienes un nº de caracteres cerrado y tienes que saber para quién escribes, lector generalista. Debo saber dónde y para quién escribo. Volviendo al tema de ayer, ahí hay un equilibrio entre lo encargado (te paguen o no) y tu voz personal. No ser un perfilador de esquelas o de noticias para agencia, tener cuerpo y alma concretos (qué poético he quedado).

Sé que la discusión profesional/amateur no se desdice con la calidad de lo escrito. No diferencia al Santiago García de su blog del de artículos pagados (si tal sucedía) por el ABCD en tanto que calidad (en todo caso, puede que a mí me interese más Mandorla que sus artículos generalistas en ABC, porque son más mara mí, un… entendidillo). Pero es que en serio, no veo que lo estrictamente profesional, remunerado, determine en exceso el resultado, sino el principio «contractual», por así llamarlo, al que voluntariamente se somete el crítico. Culturamas es una web cultural donde yo escribí supervisado por Álvaro Pons (supervisión muy benévola, pero seguro que si le mando un artículo extero soez o lleno de barbaridades me da el toque) y sometido al libro de estilo de esa web, que marca el tipo de escritura (no sé, no me acuerdo, pero creo que mencionaba cosas tipo «párrafos cortos», cuidando un estilo on-line que fuese muy dinámico, vivo y atractivo de leer en pantalla según SU parecer).

El hecho de que alguien coordine no se vincula a lo económico. En Rockdelux coordina Pepo Pérez, si entras en ese engranaje, se cobrase o no, eso es un hecho. Es totalmente distinto a mi blog.  Según entendí en la carta de presentación de la venidera revista Zona Cómic (si me equivoco, mis disculpas, pero quede como ejemplo teórico), el colaborador es desinteresado. Pero dudo que su trabajo para Koldo Azpitarte, director, sea completamente libre sino coordinado, dirigido.

Esa es la palabra, pienso, que propicia el hecho diferencial. Coordinación. Si tu colaboración es bajo una coordinación superior o si escribes con total libertad. Pero total libertad, al menos en mi experiencia, solo la tengo en mis blogs. Este y el Octavio Pasajero. Incluso en Faro de Vigo, donde elijo de qué cómics hablo sin ningún tipo de problemas. Recuerdo tan solo haber consultado sobre un cómic a criticar en el diario, por no publicar algo «fuerte», que luego el director pudiese montar un pollo… por supuesto el coordinador del suplemento cultural no vio ningún problema  y fue «palante». Incluso en un lugar donde escribo y elijo con tal libertad electiva como este diario (lo que ¡me encanta!) hay pautas de estilo y acotan la extensión y te exigen un texto divulgativo para lectores no profesionales. No puedo escribir para el faro como lo haría en el «U» o en el The Comics Journal, vamos. Y esto no lo marca la relación salarial. Yo entré en este diario altruistamente pero desde antes del primer artículo hubo una conversación previa con el coordinador, para acotar estilo, que el artículo lleva entradilla bajo el título, su extensión… no son cosas que haga yo por amor al arte, me lo piden y lo asumo.

Y esto yo lo entiendo como mucho más «profesional» que si te pagan aunque no se ajuste al significado de raíz del término, francamente. Imaginemos un blog por cuya actualización se te remunera pero donde puedes escribir con total libertad. Extensión, tono. Sí, es raro, no creo que nadie te permita un post ofensivo, difamatorio etc. Pero hablo de un grado de libertad mucho más fuerte que el que puedas tener en Zona Cómic, donde no te coordinen ni te exijan un tono o una extensión determinada. Pero te pagan. Sería raro, pero ¿dónde estás trabajando desde parámetros de profesionalidad? ¿en ese blog remunerado o en una revista especializada donde no se cobra por artículo pero tienes un redactor o un director marcando cosas, temas, estilo en >/< grado…?

Es un tema que, aunque relacionado con mi post de ayer, no es el que me interesaba ayer. Allí hablábamos de las cualidades que, para mí, debe tener un buen crítico. Objetividad y personalidad, estilo propio, sinceridad y respeto… cosas que me hacen apreciar a un crítico cobre o no, sea profesional o amateur… de hecho la palabra profesión aparece una única vez, y entrecomillada porque no era el tema. Pero la charla nocturna creo que fue interesante y quise ordenar mis ideas en otro post, que complemente al anterior.

 

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El oficio de la crítica de cómics

Últimamente ando yo pensando sobre el oficio de crítico de cómic. O la disciplina, vamos. Me he leído unos artículos escritos para Dolmen hace años, y a mayores he tenido dos encuentros de esos que te hacen pensar, uno una crítica realmente espantosa, otro, un lector de este blog que ante la crítica severa a «Ardalén» me acusa de estar untado por la editorial Astiberri y por eso meto caña a Prado.

El caso es que, chorradas al margen, todo esto (y la recuperación de unos viejísimos artículos de Pepo Pérez) me han llevado a recapacitar sobre el asunto.

La crítica de cómics. Algún día he de buscar un buen libro sobre el oficio crítico en el arte, literatura, cine… dudo que encuentre algo directamente relacionado con historieta.

Bruno Kolin, el crítico de cómics de «Infame»; por Nestor F.

El equilibrismo del crítico de cómics, «profesión» en el fondo socialmente insignificante, es peliagudo, como el de todo crítico, pero al estar en un pequeño mundo donde, en teoría, todos se conocen al menos virtualmente, puede provocar un miedo escénico absurdo. Puede llevar a omitir todo pronunciamiento sobre lecturas desafortunadas, o a usar sordina. Dar por pasable lo que a nuestro juicio no lo es, o apoyarnos en el «hay un lector para cada obra» , máxima demasiado benevolente que no por cierta es menos tramposa en boca de un crítico. Un buen crítico es una persona cuyos lectores atienden porque,  a lo largo de una carrera, ha demostrado un determinado gusto personal afín con el del lector. «Te puedes fiar de». Esto es una verdad a matizar. Lo mejor es que la crítica sea constructiva (positiva o negativa), que tenga su parte de descripción, de modo que se potencia la autonomía del lector, se refleja lo que es la obra en sí, su escuela, sus antecedentes. Pero yo no busco un crítico acrítico tampoco, así que necesariamente quiero (y pretendo, como crítico) tener una capacidad de veredicto que lleve a aconsejar o desaconsejar una obra. Toda o en parte. Matizar, señalar las debilidades o advertir los golpes de genio, de haberlos.

La debilidad del asunto está en determinar si se puede categorizar sobre una obra, sea de cómic o de literatura o pintura. Decir que algo es buenísimo o penoso siempre parece lastrado por lo opinativo, lo subjetivo. Si a mí me gusta y a ti no, al final lo que sucede es que tú no te enteras. Es una corriente de pensamiento en el lector de crítica de cómic contra la que hay que luchar. Lo que es, es. Lo creo, pero es difícil llegar a ese «ser». Al hablar de algo sometible al gusto personal parece que cualquier obra pueda ser cualquier cosa, buena o mala. Labor de buen crítico será establecer con su discurso que esto no es así. Quien opine que Miguel Ángel es un artista mediocre, que Borges no vale un patacón o que George Herriman está sobrevalorado (O Chris Ware, más interesante al no tener ese aura «viejos maestros», tiempos pasados de gloria» y demás memeces), sencillamente no se entera. Respeto que no te guste el autor de la Sixtina, pero no que no lo valores.

Está claro que el tiempo nos da valores totalmente objetivos innegociables. También en el cómic, y eso sería lo primero que, creo, debe tener claro un crítico. Porque además no son valores absolutos. La calidad de Moebius puede ser cuestionada, claro que sí. Pero no a hachazos tipo twitter. Eso no es ejecrcicio crítico. Para bailar en la cuerda de la crítica creo que hay que tener unas nociones claras de historia del medio, de su gramática y del oficio. A ver, no necesitas saber tallar el mármol para criticar una obra de Bernini. Del mismo modo, no hace falta un dominio de técnicas del coloreado infográfico para apreciar las bondades de Paco Roca. Sí que es preciso, claro, comprender la teoría del color. Sí, también, la del cómic como medio narrativo. Qué es un buen diseño de página y qué una página  formularia en su diseño. Qué significa «buen dibujo» en historieta. Y creo, la verdad, que hay que conocer algo de sociología del arte, para comprender la del cómic, y sus importantísimos cambios. Con todos estos aprendizajes podrás valorar el ayer y el hoy de la historieta.

Otra virtud que debe tener el crítico es su estilo. Saber escribir. Qué gustazo leer una crítica bien escrita. Qué anodino hacer lo propio con un texto romo.

Y por último, luchemos porque desaparezca de la faz de la tierra todo «Egoritico». Esto es, el plumilla que solo escribe, habla o critica desde su propio y muy inflado Ego. «A mí…» «Creo que este autor…», «yo Yo YO YO…». Carlos Boyero es el caso paradigma, tipos que adquieren notoriedad y se convierten en gurús por la gracia de su ombligo. Los aúpan grupos mediáticos (Prisa, en el caso) cuando su mérito, al menos hoy por hoy, es nulo.

Así que, enumerando, el crítico en mi opinión debería

  • Conocer el medio que critica: historia, obras, fundamentos. Esto incluye la comprensión del presente. Si te escondes en el pasado como halo de prestigio no eres buen crítico porque no comprendes el medio. Hoy es el pasado de 2012, míralo así.
  • Ser objetivo para llegar a valorar desde lo subjetivo: indudablemente al criticar llegamos al «es bueno/malo» donde lo personal inevitablemente interfiere. Pero debe interferir poco.
  • Tener estilo literario. En el grado preciso, no hablamos de ser un Cela.
  • Escapa del «egocritiquismo». Por tus muelas…

El crítico de cómics de «Ice Haven», Daniel Clowes

Yo creo que con todo esto podemos entender que el crítico es bueno. Conozoco alguno que se ajusta al esquema.

Y creo que todo autor, editor y lector sensato debe valorar positivamente la crítica leída si se ajusta a esos parámetros, aunque no se esté en la misma línea de gusto personal del crítico. Recuerdo aún cómo me revolvió la paliza que le mandó en «U» Santiago García al arco «Las benévolas» de «The Sandman» (Gaiman, Kristiansen y Hempel, con algún dibujante más). Pero no por poner mal la obra, sino por lo sólido de su argumentario. Como estoy releyendo la saga, algún día llegaré a ese arco argumental, ya veré cómo veo, veinte años más tarde, la traca final de la serie de Neil Gaiman. El caso es que en los equilibrios del crítico no es uno menor el aguante. Porque como dije, es un mundo pequeño donde todo se magnifica. Como en la casa de GH. En su día pude haber contestado por carta a la revista. Hoy te inundan el blog con un mero clik. Y hoy, el crítico conoce al editor de The Sandman (no diré al Gaiman, pero si hablamos de Max o Prado, ahí muchas veces sí, se conocen).  Si pongo a caldo a Paco Roca (no ha sucedido, siempre me ha gustado) pueden pasar tres cosas feas. No malas, pero feas, que no son plato de gusto. Que se cabrea Roca. Que lo haga su editor Astiberri. Que un lector te acuse de sobronado para poner a caldo a Roca. Lo 3º es lo más común en la red de redes. Siempre desde el anonimato. No tiene importancia, pero es lo que más se ve. La visibilidad de las máscaras, buen subtítulo para los blogs.

Diré que en mi experiencia, realmente un autor o un editor no se «ofenden» por una crítica negativa. En mi caso (que soy poco dado a dar cera, además) cuando ha sucedido se me ha agradecido. Recuerdo a bote pronto que Laura Pacheco agradeció que la mía fuese una primera crítica que apuntaba «peros» a su ópera prima. Y El Patito Editorial agradeció la crítica razonada y respetuosa que escribí sobre «Ardalén».

Frente al troll común, individuo que manifiesta debilidad al ofenderse sobremanera porque a mí no me guste su cómic favorito, la realidad es que como crítico, la respuesta que debes esperar de lectores, autores y editores ante una crítica severa (no faltona, no revanchista) es el agradecimiento. Mi primera nota en carrera universitaria fue un 4’5. Acudí a ver mi examen, a ver porqué, y el profesor me dijo que le interesaba mucho hablar conmigo. Porque entre incorrecciones que impedían el aporbado, colaba ideas y enfoques con los que él mismo  había «aprendido». Me reí e insistió en que era así, que había ideas potentísimas en ese examen. Y que insistiese en el estudio, no habría problemas. La moraleja es que si tú propones ideas, quien las lee puede valorarlas. Volviendo al crítico, si esas ideas son críticas pero constructivas quién sabe si el autor o el editor aprecian tu punto de vista como algo no contemplado antes. Aunque ese punto se esté cagando en la obra.

Así que otro punto claro, y que debería ser obvio, es olvidar el entorno, o mejor, pensar que escribes para mejorarlo incluso cuando estás dando caña. De lo contrario puedes caer en una espiral benevolente, por miedo, por coleguismo con autores, porque te pienses que la editorial se cabreará y es mejor tenerlas contentas. Poque lo fácil es no hacer ruido, seguir tranqulamente con tus lecturas, tus compras y tu servicio de prensa dando algodón de azucar a todos. Pues no. Ese no es el camino. Eso te ahoga porque es cobarde. Y repito, lo digo yo, que me considero tirando a benévolo.

En fin, sería el último punto:

  • Escribe sin miedo, pero con respeto. Te hará un crítico libre. Acusaciones necias no tienen efectos y revelan estupides, nunca verdad. Autores que se enfadan no merecen tu consideración. Editores revanchistas no merecen la pena.

Por cierto, la asignatura aquella, la aprobé sobradamente. Conste. Era «Teoría de la historieta» (chiste, falso).

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Zona Cómic, crítica en papel

Es una buenísima noticia. «Zona cómic» sale en una semana, en las librerías especializadas, con intención tácita de reverdecer el espíriut de la llorada «Trama». Parte de uno de los responsables de aquella (Koldo Azpitarte), y de la asociación de librerías del mismo nombre.

Para su primer número (como aquella, un nº 0) anuncian entrevista con la gallega Emma Ríos (que dibuja para los colonizados norteamericanos, ¡galician powerfull!), y artículos dedicados a Moebius, Rabagliati, Taniguchi, el «Pepe» de Giménez y All Star Superman de Morrison y Quitely.

nº 0 de Zona Cómic. Las portadas serán siempre originales como este de E. Ríos

Superhéroes, novela gráfica, manga, europeo, clásicos nacionales muy actuales… eclecticismo y gusto ¿lo ven como apetece?

Pinta divulgativo, ligero (en el buen sentido) y bien cocinado, y uno echaba de menos una apuesta así,  ya lo saben mis lectores.

Ilusión y proyectos moviéndose para apoyar a los tebeos. Las cosas que se mueven, las ganas y el mundillo que nos gusta están en esta iniciativa. Mi apoyo al 100%.

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Max y el arte.

Max en ARCO

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Miguelanxo Prado.

Artículo publicado el viernes 8 de febrero (ayer) en Faro de Vigo, a toda página. Escrito el sábado 2, por cierto.

El regreso de un gigante de la Banda Deseñada Galega.

Miguelanxo Prado (A Coruña, 1958) es posiblemente el autor de cómics más importante surgido nunca en Galicia. Su retorno con “Ardalén” tras varios años de silencio nos permite acercarnos a su figura.

 

Miguelanxo Prado no iba para autor de historietas. Él era un joven apegado a la pintura, que practicaba. Un devorador de literatura y aspirante a arquitecto, carrera que inicia pero terminará por abandonar. Quién sabe si en esa decisión ha tenido peso el descubrimiento de la historieta adulta, Moebius, Sergio Toppi… pero lo cierto es que efectivamente en el autor de la Enciclopedia Délfica, el cómic es un descubrimiento tardío, con veinte años. Descubrimiento que, en una figura inquieta y creativa como lo es Prado, no se reducirá a la pasión lectora.

En 1979 cofunda el fanzine “Xofre”, donde publica una historieta de corte esteticista y adulto muy cercana al estilo, por entonces muy reputado, de Esteban Maroto. Y en 1981 hace lo propio en el mítico “Zero Comics”. Es importante ya así, la figura del coruñés, por tratarse de uno de los pioneros en la historieta gallega, durante los años setenta. “Xofre”, precedida por los fanzines “Vagalume” (1975) o el inaugural “A cova das choias” (1973), queda para la historia como uno de los referentes de la publicación de cómics en Galicia durante la apertura cultural de los setenta. Y Prado estaba ahí ya.

Sin embargo la carrera ascendente de aquel joven imitador de Maroto trasciende el fanzinismo y los localismos (al menos en cuanto a repercusión y celebridad, ya que su obra respirará un aire muy atlántico). En los primeros ochenta comienza a publicar para Toutain y también en las revistas Cairo, CIMOC o, más tarde, El Jueves. Esa década contempla una meteórica ascensión al Olimpo de los autores más prestigiosos del cómic nacional. Durante lo que se ha dado en llamar el “Boom” del cómic adulto, bajo el paraguas de revistas mensuales donde los autores pueden tantear caminos estética o narrativamente osados: temas comprometidos, experimentos gráficos, una mezcla de ambos o incluso un camino por la senda del clasicismo posmoderno.

Miguelanxo Prado destacará ya desde su primera obra de peso, “Fragmentos de la Enciclopedia Délfica” (1983), por ser una mirada inquieta, crítica con el mundo, que emplea un género como la ciencia ficción para crear un manual de crítica social y compromiso ecologista. Su estilo depurado y realista sorprende gratamente y esa obra quedará como primer escalón en una ascensión por caminos inesperados. “Stratos” (1984), “Crónicas Incongruentes” (1985, primer trabajo a color), “Manuel Montano: el manantial de la luna” (1989) son peldaños y buenos ejemplos de una trayectoria inquieta, ascendente y sofisticada. Muestran a un Prado buscando siempre la forma adecuada a su trabajo y disfrutando con técnicas diversas, hasta llegar a la que podríamos definir como su gran obra maestra “Trazo de Tiza” (1992). Esta obra en origen seriada por la revista CIMOC supone su trabajo más personal y un alarde técnico. Un meticuloso castillo de naipes alrededor de una trama esquiva, cercana al “fantastique de autor”, empapada de influencias literarias reconocidas desde las mismas páginas de la obra.

Y aunque a partir de “Trazo de Tiza” el goteo de obras no cesa (“Pedro y el Lobo”; «La mansión de los Pampín”, colaboraciones para DC en la saga “The Sandman”…) la realidad es que las inquietudes artísticas de Prado van a llevar al autor a buscar nuevas vías expresivas en la animación (para TVG, el famoso Xabarín, o para el mercado americano, trabajando en diseños para la serie de dibujos “Men in Black” de Dreamworks). Hasta dirige personalmente la película de animación “De Profundis” en 2006. Y claro, otra faceta nada menor ha sido la de director, desde 1998, del salón de cómic coruñés, “Viñetas desde o Atlántico”, uno de los eventos más reseñables en torno a la historieta a nivel nacional.

Y a finales de 2012, tras un período no de abandono pero sí de diversificación y quizá de inevitable relajación, Prado ha vuelto a la primera línea con “Ardalén”. En su nuevo libro cuenta la historia de Sabela, quien buscando conocer el pasado de su abuelo entabla amistad con el viejo Fidel, hombre que vive en un mundo de recuerdos y que es epicentro de un misterio. Editado por Norma editorial en castellano y por El Patito Editorial en gallego (Prado concibe sus obras en gallego, luego traduce), supone un retorno por la puerta grande, al menos en cuanto a repercusión mediática. Es lógico: “Ardalén” es un grueso volumen de aparatoso y vistoso pictoricismo, un acabado visual y artesanal apabullante per se, tratando temas conscientemente sensibles y maduros (la memoria, la emigración gallega, los pueblos aislados, cerrados en sí mismos y en sus circunstancias). Asuntos vehiculados por ese realismo mágico tan afín a su autor. Hay en “Ardalén” algo de reencuentro con un Prado “mayor” y queriéndolo dar todo, y si bien la belleza plástica y la pretensión argumental están ahí, cierto grado de desmedida desenfoca el resultado, no ayuda a lograr el punto idóneo necesario para dotar de intensidad a la obra. En mi opinión, en fin, falta algo de contención y ver, en cierto modo, que no siempre más es más.

Lo cual pueden ser males muy menores si se es fan del autor. La verdad es que los seguidores de Prado llevaban mucho esperando algo nuevo del coruñés, y lo bueno es que ya lo tienen en las librerías y no es un entretiempo menor, sino una obra de peso. Y se nota el cariño que puso Prado en cada página.

 

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ARDALÉN, de Miguelanxo Prado

Dar rodeos no lleva a ningún sitio así que comenzaré confesando que «Ardalén», el retorno de Miguelanxo Prado al cómic tras obras más o menos de encargo o trabajos menores, no me ha llenado como me esperaba del autor de «Trazo de Tiza». En general parece recibir bastantes buenas críticas. Lamento ir a la contra pero he visto aquí demasiados peros, que intentaré analizar. No es placer por nadar contracorriente, ni intentar hacer daño a la obra (no podría, es la pieza de un coloso que además está gustando y agotando tiradas, algo de lo que me alegro, es bueno que un cómic triunfe y toque la fibra de mucha gente). Lo que sigue es mi simple intento de explicar (y explicarme) porqué no me ha funcionado «Ardalén». Crítica constructiva. Desde una profunda admiración a Prado, autor que comencé a seguir con «Manuel Montano: el Manantial de la noche» y al que considero, con «Trazo de Tiza», claro precursor de esa historieta autoral y adulta que hoy ya no es excepción sino moneda común. Hablo de una que trasciende géneros, que en su argumento pesa más el discurso interno, la voz del artista, que el relato contado.

«Ardalén» huele a retorno glorioso, obra definitiva, la primera novela gráfica de uno de los padres de la idea («Trazo de Tiza», más que no serlo, no pudo serlo, por contexto editorial). Su tema es enconadamente profundo (me sale el charcarrillo bobo…¡profundis!), sus páginas se apegan a las texturas pictóricas más «nobles» que nunca Prado hubiera practicado en cómic, el grosor del volumen, sus 256 páginas, señalan que esto tiene un empaque poderoso. Pero más no siempre es más, me temo. Y en «Ardalén» me fallan demasiadas cuestiones.

O dicho de otro modo, pocas veces me responde a mis «porqués». ¿Porqué este pictoricismo, mucho más empastado y acusado que nunca? Cada página, cada viñeta es en sí misma una ilustración de una artesanía brutal. Postales bellísimas, texturas, tonalidades, pinceladas que caen con un primor indudable. Pero ¿porqué todo esto, para qué?. A veces el pictoricismo logra un aire ensoñador, en su impronta casi impresionista, en sus cuidadas gamas cromáticas, pero todo ademán narrativo del dibujo (pintura) queda sepultado por una aparente necesidad de evidenciar un innegable virtuosismo plástico. Emboba pero impide una lectura natural, fluida. Es innegable que esto es una impresión personal, pero causa en mí como lector un distanciamiento claro con la obra, antes que abducirme a su universo.

Por otro lado las páginas se componen desde un aceptable clasicismo que, aunque resulta eficaz para la narración, carece de la fuerza vibrante que precisa un relato como este, de recuerdos, pérdidas, dolores ocultos etcétera. La retícula ordenada, cartesiana, llega a ser funcional, pero poco más. «Ardalén» es bonito,  pero carece en su puesta de página de arrebato, su vehemencia se queda en el acabado. En la artesanía siempre superlativa de Prado.

Luego tenemos el ritmo general de la historia. Nuevamente las preguntas sin respuestas. Alargar la obra más de doscientas páginas perjudican a este cuento bonito, pero sencillo (una mujer acude al pueblo donde algún vecino podría recuperar datos y memorias de su abuelo emigrante, y allí conoce a un anciano que vive una vida de recuerdos y fantasías entremezclados). Si nos pusiéramos como chavales de instituto, diríamos que tras una presentación necesaria, el desarrollo se come toda la estructura, pero además es un desarrollo derivativo y que vuelve demasiadas veces a rondar una única idea. Una preciosa, que ya se ha contado, pero que sin mesura termina por saturar. Aburrir. Si esto no sucede es porque nos agarramos a su leve misterio  y a la descripción de algún personaje. Bueno, de un personaje, el viejo Fidel que no sabe quién es, que vive solo, despreciado o compadecido por sus vecinos, en un mundo de recuerdos y delirios que trasciende el lugar físico, una aldea cerrada en sí misma, endogámica y en cierto grado, enfermiza. Esos delirios, de ballenas y bosques gallegos, posibilitan otra vez el lucimiento plástico de Prado. Más motivos para no desfallecer.

Porque la verdad, salvo Fidel, todos los demás protagonistas de la acción quedan tan desdibujados que no interesan ni sus sufrimientos (Sabela en su huída hacia adelante) ni sus intenciones (Tomás, un simple histrión, un malo digno de «Amor en tiempos revueltos» -versión rural- que no convence, y menos los fantasmas que acompañan a Fidel). Ya que hablamos de personajes, otro porqué que no me contesta la obra es el empleo meritorio, cuidado, aplicado, de diferentes tipografías para cada persona del relato en sus diálogos. Bonito, sí, pero no trasluce gran cosa (habrá quien quiera ver el carácter de cada personaje reflejado ahí, yo no lo percibo, francamente).

Y en fin, creo que todo el problema que tengo con «Ardalén» es una cuestión de gigantismo, de desproporción que no beneficia a esta novela gráfica. Y es una pena, porque el relato es bonito y su final ofrece momentos de intensidad sincera y enorme belleza, y Prado pinta las lágrimas en los ojos de un modo que provoca escalofríos.

Bueno, belleza (gráfica) la hay en casi cada dibujo. Pero esto no es un álbum de postales de esos que tanto gustan a Fidel. Y me da rabia ir leyendo y sintiendo que me desapego de esta lectura, porque como he comenzado diciendo, admiro a Prado, como autor, como impulsor de un cómic adulto en los ochenta, como personalidad internacional que no obstante vive su arte desde una galleguidad evidente y que aplaudo (al respecto: leer en gallego ‘Ardalén’ es, para quien pueda, obligatorio). Y le admiro por su labor en el salón coruñés y, sobre todo, por la huella profunda que en su día me dejaron «Stratos», «Manuel Montano» y «Trazo de Tiza». Huella que, ay, no dejará «Ardalén».

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