ARDALÉN, de Miguelanxo Prado

Dar rodeos no lleva a ningún sitio así que comenzaré confesando que «Ardalén», el retorno de Miguelanxo Prado al cómic tras obras más o menos de encargo o trabajos menores, no me ha llenado como me esperaba del autor de «Trazo de Tiza». En general parece recibir bastantes buenas críticas. Lamento ir a la contra pero he visto aquí demasiados peros, que intentaré analizar. No es placer por nadar contracorriente, ni intentar hacer daño a la obra (no podría, es la pieza de un coloso que además está gustando y agotando tiradas, algo de lo que me alegro, es bueno que un cómic triunfe y toque la fibra de mucha gente). Lo que sigue es mi simple intento de explicar (y explicarme) porqué no me ha funcionado «Ardalén». Crítica constructiva. Desde una profunda admiración a Prado, autor que comencé a seguir con «Manuel Montano: el Manantial de la noche» y al que considero, con «Trazo de Tiza», claro precursor de esa historieta autoral y adulta que hoy ya no es excepción sino moneda común. Hablo de una que trasciende géneros, que en su argumento pesa más el discurso interno, la voz del artista, que el relato contado.

«Ardalén» huele a retorno glorioso, obra definitiva, la primera novela gráfica de uno de los padres de la idea («Trazo de Tiza», más que no serlo, no pudo serlo, por contexto editorial). Su tema es enconadamente profundo (me sale el charcarrillo bobo…¡profundis!), sus páginas se apegan a las texturas pictóricas más «nobles» que nunca Prado hubiera practicado en cómic, el grosor del volumen, sus 256 páginas, señalan que esto tiene un empaque poderoso. Pero más no siempre es más, me temo. Y en «Ardalén» me fallan demasiadas cuestiones.

O dicho de otro modo, pocas veces me responde a mis «porqués». ¿Porqué este pictoricismo, mucho más empastado y acusado que nunca? Cada página, cada viñeta es en sí misma una ilustración de una artesanía brutal. Postales bellísimas, texturas, tonalidades, pinceladas que caen con un primor indudable. Pero ¿porqué todo esto, para qué?. A veces el pictoricismo logra un aire ensoñador, en su impronta casi impresionista, en sus cuidadas gamas cromáticas, pero todo ademán narrativo del dibujo (pintura) queda sepultado por una aparente necesidad de evidenciar un innegable virtuosismo plástico. Emboba pero impide una lectura natural, fluida. Es innegable que esto es una impresión personal, pero causa en mí como lector un distanciamiento claro con la obra, antes que abducirme a su universo.

Por otro lado las páginas se componen desde un aceptable clasicismo que, aunque resulta eficaz para la narración, carece de la fuerza vibrante que precisa un relato como este, de recuerdos, pérdidas, dolores ocultos etcétera. La retícula ordenada, cartesiana, llega a ser funcional, pero poco más. «Ardalén» es bonito,  pero carece en su puesta de página de arrebato, su vehemencia se queda en el acabado. En la artesanía siempre superlativa de Prado.

Luego tenemos el ritmo general de la historia. Nuevamente las preguntas sin respuestas. Alargar la obra más de doscientas páginas perjudican a este cuento bonito, pero sencillo (una mujer acude al pueblo donde algún vecino podría recuperar datos y memorias de su abuelo emigrante, y allí conoce a un anciano que vive una vida de recuerdos y fantasías entremezclados). Si nos pusiéramos como chavales de instituto, diríamos que tras una presentación necesaria, el desarrollo se come toda la estructura, pero además es un desarrollo derivativo y que vuelve demasiadas veces a rondar una única idea. Una preciosa, que ya se ha contado, pero que sin mesura termina por saturar. Aburrir. Si esto no sucede es porque nos agarramos a su leve misterio  y a la descripción de algún personaje. Bueno, de un personaje, el viejo Fidel que no sabe quién es, que vive solo, despreciado o compadecido por sus vecinos, en un mundo de recuerdos y delirios que trasciende el lugar físico, una aldea cerrada en sí misma, endogámica y en cierto grado, enfermiza. Esos delirios, de ballenas y bosques gallegos, posibilitan otra vez el lucimiento plástico de Prado. Más motivos para no desfallecer.

Porque la verdad, salvo Fidel, todos los demás protagonistas de la acción quedan tan desdibujados que no interesan ni sus sufrimientos (Sabela en su huída hacia adelante) ni sus intenciones (Tomás, un simple histrión, un malo digno de «Amor en tiempos revueltos» -versión rural- que no convence, y menos los fantasmas que acompañan a Fidel). Ya que hablamos de personajes, otro porqué que no me contesta la obra es el empleo meritorio, cuidado, aplicado, de diferentes tipografías para cada persona del relato en sus diálogos. Bonito, sí, pero no trasluce gran cosa (habrá quien quiera ver el carácter de cada personaje reflejado ahí, yo no lo percibo, francamente).

Y en fin, creo que todo el problema que tengo con «Ardalén» es una cuestión de gigantismo, de desproporción que no beneficia a esta novela gráfica. Y es una pena, porque el relato es bonito y su final ofrece momentos de intensidad sincera y enorme belleza, y Prado pinta las lágrimas en los ojos de un modo que provoca escalofríos.

Bueno, belleza (gráfica) la hay en casi cada dibujo. Pero esto no es un álbum de postales de esos que tanto gustan a Fidel. Y me da rabia ir leyendo y sintiendo que me desapego de esta lectura, porque como he comenzado diciendo, admiro a Prado, como autor, como impulsor de un cómic adulto en los ochenta, como personalidad internacional que no obstante vive su arte desde una galleguidad evidente y que aplaudo (al respecto: leer en gallego ‘Ardalén’ es, para quien pueda, obligatorio). Y le admiro por su labor en el salón coruñés y, sobre todo, por la huella profunda que en su día me dejaron «Stratos», «Manuel Montano» y «Trazo de Tiza». Huella que, ay, no dejará «Ardalén».

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8 Comentarios Dejar comentario

  1. Mario #

    Cómo se nota que te recompensa Astiberri por tus reseñas .

    La que estáis montando para que gane cierto autor de esa editorial este año el Nacional y el premio del Salón de Barcelona.

    • Octavio B. #

      gracias… supongo, porque desde luego es un halago cómo sobredimensionas mi peso mediático en el mundo de la historieta.
      PD mañana en Faro hablo de Prado, un breve recorrido a su carrera y su peso. Por supuesto, de él digo que es el autor MÁS IMPORTANTE surgido nunca en Galicia, porque así lo creo (independiéntemente de que me haya defraudado su último libro). Menuda campaña de descrédito, ¿eh?. Lo que no voy a hacer, ni en este blog ni en el periódico ni en ninguna parte, es mentir respecto a mis impresiones como lector, para quedarme tranquilo chupándole la polla a todos los autores y editores de este país.

      • Ollo #

        A-hahá! Pero non desmentes que estás a soldo de Astiberri!

        • Octavio B. #

          e que é verdade, pero todo está en Suiza nunha conta a nome de Astiborro, pra que non me pillen XD

  2. es cierto todo lo que dices, y sin embargo a mí no me ha disgustado el libro… (de hecho, tardé en darme cuenta del detalle de las tipografías, por ejemplo… lo que dice poco de su eficacia como recurso, supongo)

    no es lo que esperaba (pero sí se acerca un poco a lo que temía, sólo un poco) del autor de Trazo de tiza, pero me parece un buen libro, quizá demasiado convencional… (¿será que me vuelvo blando con los años?)

    en cuanto a la puya del que firma Mario, ni puto caso… no merece la pena ni que contestes…

  3. Ollo #

    Coincida o no, el texto me parece una crítica honesta, ejemplar. Se acerca a la obra con respeto absoluto, te detienes en la exposición de los motivos que te parecen más cuestionables, justificas tu postura. Hacer algo como esto debería ser lo más natural del mundo y creo que cualquier autor es capaz de encajar este tipo de críticas, con más motivo aún cualquier otro lector que discrepe.

  4. Como bien dices, el tomo es un ejercicio supremo de artesanía comiquera.Solo por eso merece un puesto destacadísimo entre lo editado en 2012. El problema es que la historia no «redondea» la obra.

    Entrando en (odiosas y conspiranoicas) comparaciones con «cierto autor» referenciado arriba, yo voy a dar mi parecer: Vivimos en tiempos excitantes para el mundo del tebeo, con enfoques, formatos y planteamientos narrativos inpensables hace tres lustros. Salvo quizá por la extensión, Prado ha entregado un tebeo «clásico», un tebeo que participa de los valores excelsos del tebeo francobelga de los 80 y primeros 90. Otros mundos se han abierto desde aquellas y es normal que acaparen más atención. Pensemos en Enki Bilal, un autor de prestigio extremo en aquella época, que a estas alturas de la vida ha conseguido lo que ningún otro autor de comics ha hecho hasta el momento: exponer en el Louvre. Sin embargo, sus tebeos de los dosmiles han pasado totalmente desapercibidos en el panorama comiquero, y no creo la diferencia de calidad con lo que hacía en los 80/90 sea tanta. Simplemente ha habido una pérdida espontánea de interes hacia lo que hace porque entremedias ha nacido un «nuevo mundo» que a los que nos gusta esto, no podemos parar de explorar.

    • Octavio B. #

      hay en tu reflexión un material muy interesante: el hecho de que las «nuevas vías» o «modas», elíjase la que se prefiera, pueden modificar la percepción. Esto nos lleva a la necesidad (que yo creo un imposible) de establecer cierto cánon. Pero al final, todo es voluble y por eso opinar sobre la calidad de algo parte d elo objetivo para intentar andamiarlo con elementos cuanto más subjetivos, mejor.
      Es una contínua tensión que se da, inevitablemente, en la crítica. No en el análisis, en el estudio hitórico etc, pero sí en la valoración de una obra.
      Aunque afortunadamente hay parámetros subjetivos que podemos usar… del ejercicio d ela crítica con todos los follones que he tenido (entre comillas, de follón nada, chorradas de blog) ando dando yo vueltas, a ver si publico al respecto

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