Miguelanxo Prado.

Artículo publicado el viernes 8 de febrero (ayer) en Faro de Vigo, a toda página. Escrito el sábado 2, por cierto.

El regreso de un gigante de la Banda Deseñada Galega.

Miguelanxo Prado (A Coruña, 1958) es posiblemente el autor de cómics más importante surgido nunca en Galicia. Su retorno con “Ardalén” tras varios años de silencio nos permite acercarnos a su figura.

 

Miguelanxo Prado no iba para autor de historietas. Él era un joven apegado a la pintura, que practicaba. Un devorador de literatura y aspirante a arquitecto, carrera que inicia pero terminará por abandonar. Quién sabe si en esa decisión ha tenido peso el descubrimiento de la historieta adulta, Moebius, Sergio Toppi… pero lo cierto es que efectivamente en el autor de la Enciclopedia Délfica, el cómic es un descubrimiento tardío, con veinte años. Descubrimiento que, en una figura inquieta y creativa como lo es Prado, no se reducirá a la pasión lectora.

En 1979 cofunda el fanzine “Xofre”, donde publica una historieta de corte esteticista y adulto muy cercana al estilo, por entonces muy reputado, de Esteban Maroto. Y en 1981 hace lo propio en el mítico “Zero Comics”. Es importante ya así, la figura del coruñés, por tratarse de uno de los pioneros en la historieta gallega, durante los años setenta. “Xofre”, precedida por los fanzines “Vagalume” (1975) o el inaugural “A cova das choias” (1973), queda para la historia como uno de los referentes de la publicación de cómics en Galicia durante la apertura cultural de los setenta. Y Prado estaba ahí ya.

Sin embargo la carrera ascendente de aquel joven imitador de Maroto trasciende el fanzinismo y los localismos (al menos en cuanto a repercusión y celebridad, ya que su obra respirará un aire muy atlántico). En los primeros ochenta comienza a publicar para Toutain y también en las revistas Cairo, CIMOC o, más tarde, El Jueves. Esa década contempla una meteórica ascensión al Olimpo de los autores más prestigiosos del cómic nacional. Durante lo que se ha dado en llamar el “Boom” del cómic adulto, bajo el paraguas de revistas mensuales donde los autores pueden tantear caminos estética o narrativamente osados: temas comprometidos, experimentos gráficos, una mezcla de ambos o incluso un camino por la senda del clasicismo posmoderno.

Miguelanxo Prado destacará ya desde su primera obra de peso, “Fragmentos de la Enciclopedia Délfica” (1983), por ser una mirada inquieta, crítica con el mundo, que emplea un género como la ciencia ficción para crear un manual de crítica social y compromiso ecologista. Su estilo depurado y realista sorprende gratamente y esa obra quedará como primer escalón en una ascensión por caminos inesperados. “Stratos” (1984), “Crónicas Incongruentes” (1985, primer trabajo a color), “Manuel Montano: el manantial de la luna” (1989) son peldaños y buenos ejemplos de una trayectoria inquieta, ascendente y sofisticada. Muestran a un Prado buscando siempre la forma adecuada a su trabajo y disfrutando con técnicas diversas, hasta llegar a la que podríamos definir como su gran obra maestra “Trazo de Tiza” (1992). Esta obra en origen seriada por la revista CIMOC supone su trabajo más personal y un alarde técnico. Un meticuloso castillo de naipes alrededor de una trama esquiva, cercana al “fantastique de autor”, empapada de influencias literarias reconocidas desde las mismas páginas de la obra.

Y aunque a partir de “Trazo de Tiza” el goteo de obras no cesa (“Pedro y el Lobo”; «La mansión de los Pampín”, colaboraciones para DC en la saga “The Sandman”…) la realidad es que las inquietudes artísticas de Prado van a llevar al autor a buscar nuevas vías expresivas en la animación (para TVG, el famoso Xabarín, o para el mercado americano, trabajando en diseños para la serie de dibujos “Men in Black” de Dreamworks). Hasta dirige personalmente la película de animación “De Profundis” en 2006. Y claro, otra faceta nada menor ha sido la de director, desde 1998, del salón de cómic coruñés, “Viñetas desde o Atlántico”, uno de los eventos más reseñables en torno a la historieta a nivel nacional.

Y a finales de 2012, tras un período no de abandono pero sí de diversificación y quizá de inevitable relajación, Prado ha vuelto a la primera línea con “Ardalén”. En su nuevo libro cuenta la historia de Sabela, quien buscando conocer el pasado de su abuelo entabla amistad con el viejo Fidel, hombre que vive en un mundo de recuerdos y que es epicentro de un misterio. Editado por Norma editorial en castellano y por El Patito Editorial en gallego (Prado concibe sus obras en gallego, luego traduce), supone un retorno por la puerta grande, al menos en cuanto a repercusión mediática. Es lógico: “Ardalén” es un grueso volumen de aparatoso y vistoso pictoricismo, un acabado visual y artesanal apabullante per se, tratando temas conscientemente sensibles y maduros (la memoria, la emigración gallega, los pueblos aislados, cerrados en sí mismos y en sus circunstancias). Asuntos vehiculados por ese realismo mágico tan afín a su autor. Hay en “Ardalén” algo de reencuentro con un Prado “mayor” y queriéndolo dar todo, y si bien la belleza plástica y la pretensión argumental están ahí, cierto grado de desmedida desenfoca el resultado, no ayuda a lograr el punto idóneo necesario para dotar de intensidad a la obra. En mi opinión, en fin, falta algo de contención y ver, en cierto modo, que no siempre más es más.

Lo cual pueden ser males muy menores si se es fan del autor. La verdad es que los seguidores de Prado llevaban mucho esperando algo nuevo del coruñés, y lo bueno es que ya lo tienen en las librerías y no es un entretiempo menor, sino una obra de peso. Y se nota el cariño que puso Prado en cada página.

 

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