Cuando vamos a estar a la altura de nuestros trabajadores
«…Ya durante el mes de Mayo, me encontraba en un poquito de bajón. De hecho, el día 8 el blog cumplió dos años (y el 14 yo cumplí los 45) y ni siquiera tuve ganas de escribir aunque fuera una nota. La verdad es que sigo sin tener demasiado claro si vale la pena seguir escribiendo esta bitácora. No lusers, no news.
Una cosa que si tengo clara, es la absoluta invisibilidad del parado a partir de los 40 años. He presentado currículos a todo lo que pudiera parecerse a un trabajo y ni por esas. Unas veces porque “no reunes exactamente el perfil solicitado” (es decir, que a menos que te traigas la cartera de clientes que tenías, lo tienes claro) y otras “porque tu CV supera con creces lo necesario para cubrir el puesto ofertado” (o sea, buscamos a alguien que apenas sepa leer y escribir y al que le podamos pagar el sueldo mínimo y haga horas extras sin cobrar y a final de mes ponga el culo si nos apetece).
Me he encontrado incluso con gente que en cuanto llega a la línea del CV donde aparece tu fecha de nacimiento, lo aparta y te suelta lo de “ya le llamaremos”, lo cual no deja de ser un elegante eufemismo para decirte “si esperas que te llamemos, lo llevas claro”…»
Cita postuaria: «La recompensa del trabajo bien hecho es la oportunidad de hacer más trabajo bien hecho». (Jonas Edward Salk, 1914-1995)
Se busca marciano para intercambio de residencia
Después de casi cinco horas al borde de la desgracia apareció en escena el héroe de turno, o eso creyeron todos los presentes, incluido el atormentado escalador. El Chuck Norris oriental se ofreció como negociador y se dispuso a trepar hasta el lugar en el que la futura víctima de si mismo tenía pensado despedirse del planeta. El salvador, muy seguro de sus habilidades, llegó a la altura donde se encontraba el sufridor compatriota y empezó a charlar con él. Los testigos del acontecimiento -a excepción de algunos medios que ya habían enviado la crónica del futuro cráneo esparcido por el piso inferior- se frotaban las manos presagiando un final feliz (no tan feliz como el dispensado en las modernas peluquerías orientales que se están instalando en España). Cuando los testigos de la odisea se abrazaban y bailaban la conga celebrando la habilidad del negociador, el figura agarró de un brazo al atormentado empresario y lo lanzó a los leones. S’ha acabat, dijo en su fuero interno el pacifista de plastilina sin más remordimientos que el de no haber acertado en la dirección del empujón, que condujo a la víctima a la lona de protección que le había preparado el dispositivo de emergencias.
Me quedé alucinando (de ese mismo alucinar que conjugaba Jim Morrison). A ver si lo entiendo: Un pobre desgraciado superado por los acontecimientos y preso de un ataque de enajenación mental de caballo, decide acabar con todo y no tiene derecho ni a tomarse su tiempo para meditarlo. Es más, no sólo no intentan convencerle de que aquel no es el camino, sino que encima le revientan esos instantes tan íntimos y personales empujándole al vacío para agilizarle los trámites. “¡Tienen que sodomizarme hasta el último día!”, debió pensar el pobre hombre. Está visto que ya no hay paciencia ni para que uno pueda arrepentirse de sus errores, por muy irreversibles que estos pudieran llegar a ser. Cuando ese buen hombre empezó a creer que quizá las cosas podrían encararse de otro modo, aparece un cazurro de cromañón y le jode su momento “alguien podría decirme que coño hacer con mi vida”. Ya me dirás, trabajar toda tu vida como un chino para esto. Lo macanudo del asunto es que no tardaremos mucho en pensar que es algo normal, como ya lo es no ceder el asiento a los mayores en el autobús, querer acariciar el éxito sin romper el huevo, perseguir la fama aunque sea a costa de rebañar la lengua con todo un regimiento de faranduleros de garrafón o no tener ni un reparo en hincar el codo en cantidades industriales sin asumir las consecuencias posteriores que tiene para nuestra azotea. Dejémoslo por hoy. El próximo mes, más y probablemente mucho peor.