Archivo | Dignidad RSS para esta sección

Me acuerdo de vosotros

Durante estos días me estoy acordando de mucha gente y «no sé por qué». Me viene a la azotea cuando a mi padre le llamaron a capítulo en su empresa de toda la vida. Después de más de 30 años pringando con las cuentas de la sucursal -primero con la máquina de contabilidad a pedales y después con el pc a marchas forzadas y con el azote del despido a la vuelta de la esquina si el proceso de adaptación no se consumaba a la velocidad del desprecio que practicaban con él- le propusieron lo siguiente: Papito, ¿sabes qué vamos a hacer? Te vas a montar en ese coche tan de puta madre que te ha pagado el sueldo de la empresa y te nos marchas de tour todas las jodidas mañanas a buscarte la vida por los pueblos de las islas a chuparle el nabo a todo aquel que tenga una correduría en marcha. Llamas -toc, toc- te arrodillas y después de rezar y limpiarle los zapatos al menda, le comes la moral con guarnición y te marchas implorando a los dioses que el tipo diga «sí, quiero» trabajar con vuestra compañía. Esa fue la táctica para acojonar a los currantes con más de 50 tacos para que en fechas venideras tomaran las de Villadiego con acuerdos de despido que rozaban lo criminal.
Pero mi padre, con dos cojones como las sandías de Extremadura, se los pasó por la piedra y les reventó la mesa de juego. Logró nombrar a más comerciales que nadie aumentando el volumen de negocio del chiringuito de esos hijos de puta, que nadaban en la mierda verde de su dinero podrido por la indecencia y la falta de lealtad a décadas de servicio. Una peineta por cada año de trabajo en la casa, así lo debió celebrar papá cuando le notificaron su extraordinario informe de actividad. En casa todos temíamos por su salud. Era un sinvivir de horas al volante conduciendo con la cabeza y pensando con las manos, de todo irá bien en casa y de comidas de tarro agotadoras para pagarle la carrera universitaria a sus dos hijos. Mi madre, la comandante, fue como siempre: la ostia en verso. La casa funcionaba como las oficinas de Google. Todos activados, no hay excusas, todo a punto, hay tiempo para todo -para divertirse también-, el que algo quiere algo le cuesta o mírame a mí que cada día estoy al pie del cañón desde las 06.00AM, eran sus argumentos infalibles contra la desidia. Y funcionaron de pelotas. Ya lo creo que sí, mi comandante. Ahora los dos se han especializado en cuidar nietos y lo bordan.

Me acuerdo también de Rubén al que después de una década en la compañía aérea se lo pulieron junto con centenares de compañeros más. Les importó un cipote las horas extras no cobradas, las jornadas maratonianas para que «todo saliera ok» y todas las demás jodiendas. Os pagaremos lo que nos salga del ojete y al paro de cabeza pringaos, que ya sabéis nuestro lema: «esperamos volverles a ver de nuevo a bordo… para lanzarles por la ventanilla sin paracaídas, gilipollas». Lo mismo le pasó a Eva en su empresa de altos vuelos. Les quisieron pisar la dignidad sin complejos pero al final la justicia les dio la razón, sin que sirva de precedente. También me acuerdo de mi compañero de la blogosfera, Black Jack cuando bajaron la barrera de su tenderete con un «nos vamos viendo, si eso» -o similar- contado por él mismo en el blog. No sé por qué, pero me acuerdo de ellos. Y me acuerdo de mi suegra, Antonia, con unos ovarios como los Puentes de Madison que enviudó hace 11 años y se quedó al frente de un hogar con tres hijos por emancipar y sin tiempo que perder para llorar la vida sentada y encogida en la esquina de su habitación. Ahora Bruno la adora, al igual que a Manolo con el que comunica cada noche a su manera a eso de las 21.00h. Y pienso en sus hijos, en Rebeca, en cómo el destino les soldó un pedrusco en el acelerador sin consultarles y tuvieron que aprender a pilotar su vida sin frenos. Por todos esos espejos en los que plagiarme, malditos hijos de puta, vale la pena levantarse cada mañana a pencar 10 horas al día. Y es que, no sé por qué, hoy me acuerdo mucho de vosotros.

Cuando vamos a estar a la altura de nuestros trabajadores

El bueno de BlackJack hacía una reflexión a propósito de las circunstancias laborales tan difíciles por las que están atravesando muchos de los nuestros actualmente. Conseguir no desesperarse quizá sea el objetivo, pero sin duda que no resulta tarea fácil. Precisamente de esa realidad, y en concreto de la de aquellos que han superado la cuarentena trata el último post de Cosas Que Pasan:

«…Ya durante el mes de Mayo, me encontraba en un poquito de bajón. De hecho, el día 8 el blog cumplió dos años (y el 14 yo cumplí los 45) y ni siquiera tuve ganas de escribir aunque fuera una nota. La verdad es que sigo sin tener demasiado claro si vale la pena seguir escribiendo esta bitácora. No lusers, no news.

Una cosa que si tengo clara, es la absoluta invisibilidad del parado a partir de los 40 años. He presentado currículos a todo lo que pudiera parecerse a un trabajo y ni por esas. Unas veces porque “no reunes exactamente el perfil solicitado” (es decir, que a menos que te traigas la cartera de clientes que tenías, lo tienes claro) y otras “porque tu CV supera con creces lo necesario para cubrir el puesto ofertado” (o sea, buscamos a alguien que apenas sepa leer y escribir y al que le podamos pagar el sueldo mínimo y haga horas extras sin cobrar y a final de mes ponga el culo si nos apetece).

Me he encontrado incluso con gente que en cuanto llega a la línea del CV donde aparece tu fecha de nacimiento, lo aparta y te suelta lo de “ya le llamaremos”, lo cual no deja de ser un elegante eufemismo para decirte “si esperas que te llamemos, lo llevas claro”…»

Cita postuaria: «La recompensa del trabajo bien hecho es la oportunidad de hacer más trabajo bien hecho». (Jonas Edward Salk, 1914-1995)

Se busca marciano para intercambio de residencia

Arranca el mes de junio y con él una nueva edición mensual de la revista PocoMás Magazine. Como siempre, y sin explicación convincente, han decidido no erradicar de cuajo mi testimonial sección que en este número he titulado «Se busca marciano para intercambio de residencia», y que podéis leer a continuación.

Se busca marciano para intercambio de residencia

Cada día estoy más convencido de que una epidemia de hijoputismo severo nos acecha. Ahí va el último ejemplo. Estaba yo apurando a bocados los últimos suspiros de mi cena, cuando una noticia me secó la saliva y alguna que otra cosa más. Un tipo, chino de China y residente por aquellos lares, rondaba la tragedia. Había decidido acabar con su vida. Al menos eso creía él. Se encaramó a la estructura de un puente desde el que lanzar al precipicio su cuerpo cargado de recuerdos y deudas. Se trataba de un constructor masacrado por los latigazos de la crisis.

Después de casi cinco horas al borde de la desgracia apareció en escena el héroe de turno, o eso creyeron todos los presentes, incluido el atormentado escalador. El Chuck Norris oriental se ofreció como negociador y se dispuso a trepar hasta el lugar en el que la futura víctima de si mismo tenía pensado despedirse del planeta. El salvador, muy seguro de sus habilidades, llegó a la altura donde se encontraba el sufridor compatriota y empezó a charlar con él. Los testigos del acontecimiento -a excepción de algunos medios que ya habían enviado la crónica del futuro cráneo esparcido por el piso inferior- se frotaban las manos presagiando un final feliz (no tan feliz como el dispensado en las modernas peluquerías orientales que se están instalando en España). Cuando los testigos de la odisea se abrazaban y bailaban la conga celebrando la habilidad del negociador, el figura agarró de un brazo al atormentado empresario y lo lanzó a los leones. S’ha acabat, dijo en su fuero interno el pacifista de plastilina sin más remordimientos que el de no haber acertado en la dirección del empujón, que condujo a la víctima a la lona de protección que le había preparado el dispositivo de emergencias.


Me quedé alucinando (de ese mismo alucinar que conjugaba Jim Morrison). A ver si lo entiendo: Un pobre desgraciado superado por los acontecimientos y preso de un ataque de enajenación mental de caballo, decide acabar con todo y no tiene derecho ni a tomarse su tiempo para meditarlo. Es más, no sólo no intentan convencerle de que aquel no es el camino, sino que encima le revientan esos instantes tan íntimos y personales empujándole al vacío para agilizarle los trámites. “¡Tienen que sodomizarme hasta el último día!”, debió pensar el pobre hombre. Está visto que ya no hay paciencia ni para que uno pueda arrepentirse de sus errores, por muy irreversibles que estos pudieran llegar a ser. Cuando ese buen hombre empezó a creer que quizá las cosas podrían encararse de otro modo, aparece un cazurro de cromañón y le jode su momento “alguien podría decirme que coño hacer con mi vida”. Ya me dirás, trabajar toda tu vida como un chino para esto. Lo macanudo del asunto es que no tardaremos mucho en pensar que es algo normal, como ya lo es no ceder el asiento a los mayores en el autobús, querer acariciar el éxito sin romper el huevo, perseguir la fama aunque sea a costa de rebañar la lengua con todo un regimiento de faranduleros de garrafón o no tener ni un reparo en hincar el codo en cantidades industriales sin asumir las consecuencias posteriores que tiene para nuestra azotea. Dejémoslo por hoy. El próximo mes, más y probablemente mucho peor.