Realidad a la carta
[Vía Mangas Verdes]
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CATÁSTROFE ENTRE LA MISERIA
Que sepan que existe
EDUARD PUNSETAcababa de morir el dictador Papa-Doc, que había devuelto cierto nivel de dignidad a los negros frente a los mulatos, dueños del país hasta entonces. La mansión o residencia en Petionville, barrio privilegiado en la montaña que desciende hasta Puerto Príncipe, la capital de Haití, se la alquilé lógicamente a un hacendado mulato, pero mis supuestas competencias en política monetaria -como recién nombrado Representante Permanente del Fondo Monetario Internacional en el Caribe- iba a compartirlas con un negro, Antonio André, gobernador del Banco Central, emisor de la gourda, la moneda nacional. Eran los comienzos de la década de los 70.
Haití era el país más atrasado del mundo -seguramente lo sigue siendo, a pesar de aquellos esfuerzos iniciales y algunos de los que le han seguido-, pero en muy pocos he aprendido tanto. Antes de inaugurar allí mi residencia de tres años, yo estaba convencido de la importancia de la ciencia y la tecnología; en otras palabras, que el ritmo de los cambios técnicos era más rápido y duradero que los cambios mentales. En Haití descubrí que aquellos podían palidecer y hasta desvanecerse bajo el influjo de la cultura vudú.
Hoy soy mucho más precavido cuando los expertos me hablan de cambios culturales trascendentales y soy consciente de que el móvil y las resonancias magnéticas funcionales del siglo XX conviven no sólo en Haití, sino también en España, con mentalidades como el machismo, más típicas de la Edad Media. Fue la mía una generación marcada por los avatares y la disciplina de la post-guerra. Había que reinventar la Historia y volver a aprender a sobrevivir; esto pasaba por esforzarse y trabajar mucho, relegando la diversión y el conocimiento de cosas que después descubrimos que eran esenciales: la buena cocina, el conocimiento del otro género, el arte y la música. Por favor, ya sé que los jóvenes saben poco de gestión emocional, pero quien quiera saber algo de esto que se olvide de la gente de mi generación: han descubierto justo ahora el cine, el teatro, la música, la belleza, la importancia de las relaciones humanas.
Bastaba con contemplar a Origènes, el tonton-macoûte que me hacía de chófer, relacionarse con la gente, para descubrir que sabía menos política monetaria que yo, pero mil veces más de la química del amor y de las emociones humanas, del impacto del ritmo de la música y de la pintura naif en el alma naif. Desde entonces tengo una visión más equilibrada de la vida y del universo.
El ministro de Finanzas al que yo tenía que asesorar era licenciado por la Universidad de la Sorbona de París, pero también estaba casado con la diosa del amor Ezsrelé. El progreso, como la vida, descubrí en Haití, es un proceso complejo, cuyo impulso requiere algo más complicado que varios decretos o un simple cambio de Gobierno; se parece mucho más a un concierto con la sala atiborrada de gente, músicos avezados, un director de orquesta y ganas de pasarlo bien en lugar de sacrificar a gente.
Comparto el dolor de las víctimas del terremoto, algunas de las cuales habré conocido. Pero sé que ni a ellas ni a sus familiares les va a amedrentar o cambiar el destino un movimiento sísmico superior al 7 de la escala de Richter. Que el resto del mundo se dé por enterado de su existencia sí podría, en cambio, reorientar su vida: poner atención a lo que ocurre en aquel escenario, aprovechar los impulsos innatos para reformar los sistemas educativos, apoyar a los directivos de los procesos innovadores, disfrutar de los escenarios futuros en los que ellos también habrán participado.
Eduardo Punset es divulgador científico y fue Representante Permanente del FMI en el Caribe.
«Un modelo clásico de editorial sería aquel en que se dieran argumentos a favor y en contra de algo para, tras ser sopesados, conducir a una conclusión, que es la que hace suya el periódico. Es un modelo que recuerda el de las sentencias judiciales. Su eficacia depende de la limpieza y objetividad con que se presentan los argumentos contrarios a la tesis que se defiende. El puro sarcasmo, la caricatura de lo que se pretende refutar, suele ser señal de debilidad argumentativa».
«[…] el sometimiento al poder, la obsesión por agradar a cualquier precio, la mutilación de la verdad con un pretexto comercial o ideológico, el halago a los peores instintos, el gancho sensacionalista, la vulgaridad tipográfica. Que resumía como «desprecio a los interlocutores».
«En una fría mañana de enero, un hombre se apostó en la entrada de una estación del metro de Washington y se puso a tocar el violín. Durante 45 minutos, los que pasaban escucharon pasajes de las seis piezas de J. S. Bach que fueron ejecutadas […] Durante los 45 minutos que estuvo tocando, el violinista consiguió 32 dólares y tuvo seis espectadores. Al final no hubo aplausos ni nadie que pidiese un bis […] El violinista se llama Joshua Bell y el experimento fue completamente filmado por el periódico The Washington Post. Dos días antes del experimento del metro, Bell había llenado un teatro de Boston con espectadores que, como mínimo, pagaron 100 dólares por verlo. Tanto en el teatro de Boston como en la estación de metro, el músico empleó un Stradivarius, un violín valorado en 3,5 millones de dólares. Las piezas interpretadas se consideran las más difíciles de Bach para tal instrumento. Cuando el periodista le preguntó lo que había sentido, Bell no escondió su decepción: las personas eran incapaces de reconocer la belleza si no se encontraban dentro de los parámetros considerados normales para poder apreciar una obra de arte»…
Abuelo Manolo:
Mami me habla mucho de ti. Un día que estábamos a solas, yo en su barriga y ella en el sofá, se emocionó. Recordó sus primeras palabras cuando te marchaste: «no podrá conocer a su nieto, con lo que le gustan los niños». Y yo, abuelo Manolo, le di una patadota para recordarle que se equivocaba. Si supiera que tú y yo llevamos hablando más de once meses… Si de algo puedes estar seguro es que no me olvidaré de ti. Resulta materialmente imposible porque mamá constantemente me cuenta cosas tuyas. Sin ir más lejos, el otro día en la cotidiana espera de mi eructo post-biberón, me enseñó la foto en la que estás tocando la batería. Me dijo que no sólo se te daba bien ese instrumento sino que a la hora de ponerse a cantar tenías madera de artista, y me habló de un tal Nino Bravo y de lo mucho que te gustaba su voz. A veces pienso en qué deparará para mí la genética, y si la herencia Masip me da para artista y consigo forrarme sin dar un palo al agua, que según mi padre es lo que hoy está de moda para unos pocos. Para el resto , dice que lo que se lleva es que te echen a la -los nenes no dicen tacos- calle y que te vayan dando. Creo que en este caso se refería al subsidio de desempleo. Por cierto, no sé que habréis hecho los abuelos pero mis papás no dejan de hablar de vosotros. Que si no fuera por vosotros esto, que sin vosotros lo otro, que si hay un problema ahí están los abuelos para solucioinarlo… Total, que ya he decidido que quiero ser de mayor: abuelo. Me parece que sois una especie de superhéroes con poderes especiales para conseguir las cosas, y hay que reconocer que mola.
Si hablamos de parecidos, me parto porque los tengo despistados. Verás. Cuando nací llevaba una oscura pelambrera con lo que todo el mundo, incluida la familia materna, aseguraba que era un clon de mi padre. A mí me daba igual hasta el día en que a mi padre le dio por llamarme «garbansito» y entonces dije finito. Y ahí me puse a trabajar. Me fui aclarando la piel, se agrandaron mis ojos y me empezaron a salir mechones de pelo rubios tirando a rojizos, y ahora se vuelven locos para encontrarme un parecido. Y todavía no saben qué color de ojos voy a escoger. Cuando lo decida, te lo digo.
Pues eso es todo por ahora, abuelo Manolo. En cuanto tenga un ratito te cuento mis nuevas peripecias y las locuras de mis padres. Un anticipo: estoy pensando en cuáles van a ser las primeras palabras que les diga. Te imaginas que me lanzo con un «otra cerveza, por favor». Se desmayan, ¿eh?. Te mantendré informado.
Un beso infinito.
Bruno
Yo he contado hasta 22.
Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de Internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…
1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial –un organismo dependiente del Ministerio de Cultura–, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.
3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.
5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.
6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.
8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.
9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.
10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.
Os dejo un vídeo ilustrativo sobre la pro activa vida que llevaba recientemente el exterminador en EEUU, y los repentinos impedimentos físicos de los que se ha servido para posponer una y otra vez sus causas pendientes con la justicia.
Vía Factual
Días atrás, dispuesto a ocupar mi plaza en el aparcamiento me topé con el hermano violento de Charles Bronson. Había colocado su coche en un plaza contigua a la suya mientras calculaba la maniobra a ejecutar. La jubilación le permite tomárselo con calma. Mientras pasaba por su lado noté que me miraba desde detrás del volante. Recordé al momento que Gran Torino me parecía una obra maestra del cine, precisamente por eso, porque no era real. Pero en ese instante se me partieron las pestañas del susto. Su mirada era tan penetrante que noté como llegaba hasta el rincón de mi memoria a corto plazo, donde guardaba un «mira que suerte toparme con el amargado tocagaitas en el garaje». Fui consciente de que si fuera de digestión rápida en mi hemisferio sur se hubiese producido un inevitable descarrilamiento de la carga. Mientras comprobaba por el rabillo del ojo como el padre de todos los cabreados sin ánimo de lucro estacionaba su vehículo en la plaza de su propiedad, abrí la guantera de forma sigilosa en busca de mi arma reglamentaria. Acto seguido caí en la cuenta de que los triángulos de señalización estaban donde siempre: en el maletero. Asumido el error de cálculo, pensé que si tres patas bastaban para hacer aminorar la velocidad de objetos de una tonelada desplazándose a 100 km por hora, como no iban ser útiles para reducir las aspiraciones «hitchconianas» del pájaro de la sonrisa extraviada.
Mientras hacía tiempo para provocar que no coincidiéramos en nuestros trayectos, el vecino felizmente cabreado abrió el maletero de su coche y se dispuso a reordernarlo. Cuando me decidí a bajar de mi utilitario obtuve la clave a tanto derroche de amargura. Se podía escuchar la radio desde la distancia. Tristón disfrutaba de su dogmático programa radiofónico. Ahí me derrumbé. Estudié incluso la posibilidad de aproximarme para obsequiarle con un abrazo redentor. Compasivo y empático, tal y como prescribiría mi terapia harukiniana. Todo tenía una explicación. Estar expuesto día y noche a tal adoctrinamiento, sin control decibélico y a pulmón abierto, fundamentado en la sucesión repetitiva de noes, nuncas, anormalidades, desviaciones, indecencias y sus penas capitales, habrían conseguido reconducir hasta al descarriado Wyoming.
Satisfecho por el diagnóstico, me puse a caminar en dirección a la escalera. A medio camino alcé la vista buscando con mis ojos a mi penitente vecino. Quería expresarle mi solidaridad por la carga que debía arrastrar a diario, minuto a minuto en el que sus oídos capturaban las ondas de aquel dial. Levanté mi mano derecha y activé mi sonrisa-saludo estándar. El vecino, sentado de nuevo al volante, levantó la cabeza y haciendo un gesto de incredulidad me miró dos veces con la furia de un soldado de las SS en un concierto de Noa y hasta pude escuchar lo que decían sus ojos: «Quién se ha creído que es el hijoputa este para saludarme a mí. ¡Será cabrón el tío! Venir a joderme mi encabronamiento existencial con el que purgo sus pecados a cambio de un saludo. ¡Lárgate de mi vista antes de que tenga que rezar otro credo por insultar a un prójimo, que después de los tres que llevo en la tarde de hoy por mirarle el escote a la panadera, mientras imaginaba como deben haber amasado esas manos mi barra, no tendré ni tiempo para escuchar mi pieza de Wagner antes de marcharme a la cama». Consciente de que si estuviéramos en Misuri ya haría algunos minutos que mis sesos formarían un gotelé hiperrealista en alguna de aquellas sucias paredes, me dispuse a contraer mis gemelos para impulsarme como el correcaminos y desaparecer de su ángulo de tiro. Y desde entonces ya no le guardo rencor, menos aún cuando recuerdo que hoy todavía no he ido a comprar el pan.