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Quién no ha tenido alguna vez la espalda mojada…


«Espaldas mojadas» es el título de una canción que el grupo Tam Tam Go lanzó a principios de los 90. Como bien sabéis, este término se utiliza en concreto para describir a los inmigrantes centro y sudamericanos que deciden emprender el viaje con lo puesto hacia el dorado de los EE UU, tirando a mate cada vez más. El uso de esta definición se ha ido generalizando, a la par que lo ha hecho la inmigración, y actualmente nos podría servir incluso para referirnos a todos esos movimientos en cualquiera de los continentes. Os cuento todo esto -aquí concluye el permiso para bostezar- porque me he sentido en la obligación de bucear en mi pasado familiar para rendir un humilde tributo a toda esa legión camareros argentinos, albañiles senegaleses, teleoperadores peruanos, repartidores ecuatorianos, jardineros rumanos… con los que nos cruzamos a diario en nuestras vidas. Si su papel en nuestra economía moderna ha sido clave según los expertos, parte de nuestro bienestar -aunque ahora ande maltrecho- debe entenderse gracias a su colaboración.

Por ello, apuesto por un ejercicio que creo que deberíamos de hacer todos como es profundizar en nuestras raices, a saber: mis bisabuelos eran mallorquines (5), gallegos (2) y andaluces (1). Sus hijos nacieron en Mallorca (2) y en Cuba (2). Precisamente de este último caso quiero hablaros. Los padres de mi abuelo José Adán, desde Carballino (Galicia), y los de mi abuela Margot Ignacio (desde Mallorca) emigraron a La Habana para sobrevivir a la miseria que recorría España de cabo a rabo, en el primer cuarto del siglo XX. Lo curioso del asunto es que ambas familias nunca coincidieron en Cuba mientras se dedicaban a actividades económicas diferentes, que en los dos casos les permitió gozar de una situación económica privilegiada, ni de lejos parecida a lo que habían dejado atrás. Es curioso el caso de la familia Ignacio, decicada al mundo de la escultura y la restauración arquitectónica, aunque de eso ya hablaremos otro día.

En resumidas cuentas, mis antepasados cercanos fueron inmigrantes en tierra próspera, extranjeros sin papeles, con la humildad, el esfuerzo y su educación como único patrimonio con el que desembarcar en Las Américas. Estoy convencido de que si ellos estuvieran aún entre nosotros y convivieran a nuestro lado con el fenómeno actual de la inmigración, no dudarían ni un instante en sacarnos los colores cuando alegremente, y perdiendo la perspectiva de cómo hemos llegado a ser lo que somos, tuvieramos la tentación de dirigirmos con cierto desprecio a alguno de esos inmigrantes que salieron de un continente, que un siglo atrás recibió la huida a la desesperada de muchos de nuestros antepasados que trataban de olvidar qué se siente cuando se padece hambre. Tal vez sea el momento de devolver algún favor pediente…

Os adjunto una serie de fotografías de aquella época (algunas no están en muy buen estado) que acreditan lo que os he contado en estas líneas.

Cita postuaria: «La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar.» (Balzac)

Mi abuelo, la sala de fiestas "El Caimán" y Errol Flynn

Muchos de los que me conocéis, habréis tenido que soportar a menudo alguna de mis sesiones «remember» al más puro estilo cuentacuentos. Se me ocurren muchas anécdotas de mi familia con las que os he podido mortificar (mi pasado cubano-español, mi familia emigrante, el paso de la opulencia a la modestia, etc…) pero existen algunas de ellas especialmente curiosas. Como por ejemplo, la relación entre mi abuelo paterno, José Romero Rodríguez, y los inicios de las primeras salas de fiestas que hubo en Palma. Precisamente, una de las imágenes que os adjunto corresponde a un artículo del periódico Ultima Hora que trata sobre la inauguración de «El Caimán», la sala de fiestas del antiguo Hotel Bristol, y cuyo director-gerente fue mi abuelo (pinchad sobre la imagen para ampliar y leer la noticia).

Para los incrédulos -aunque os tengo calados, prefiero no citar vuestros nombres porque no riman con lo que viene seguido- he adjuntado dos imágenes especiales que pertenecen a mi abuela Antonia Sastre, y que de buen agrado nos cedió días atrás para que las «escaneáramos» -palabra que interpretó como un exabrupto hasta que se la maticé-. En una de ellas se aprecia al actor Errol Flynn (famoso por sus interpretaciones como espadachín en la década de los 50 y 60) acompañado de una joven, durante una de sus conocidas estancias en la Isla. El actor era un asiduo de los locales de moda que existían por aquella época en la Plaza Gomila, y entre sus más íntimas amistades se encontraba mi abuelo José, conocido como Pep Romero. En la imagen central, encontraréis el dibujo a lápiz que realizó el mismo Errol Flynn en la cara posterior de su propia fotografía. Posteriormente, se la regalaría a su amigo Pep.

Cita postuaria: «Nunca olvido una cara, pero haré una excepción en su caso» (Groucho Marx).