Mejor donde no te conocen

Psicoexpo

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Ayer he inaugurado una exposición (información aquí). Bueno, he… hemos, todos los implicados. Yo como comisario hice una «visita guiada» y tengo sensaciones demasiado buenas como para no comentarlas. Creo que es un buen punto de reflexión.
La expo, que hace una panorámica sucinta de la historia del cómic gallego desde Castelao hasta hoy (con paradas significativas, también con ausencias lamentadas) está en un pueblo, Porriño, de algo menos de 20.000 habitantes. Un sitio pequeño, seguramente con una actividad cultural más o menos voluntariosa, pero con todo, nunca un 
epicentro cultural.
Y lo que me ha llamado la atención para bien es comprobar que ante mi charla tenía a unos cuarenta o cincuenta visitantes. No solo las autoridades de rigor y familiares varios, si no gente que efectivamente se había acercado a ver «eso». Gente muy diversa, además. Había padres con sus hijas adolescentes, había gente mayor y gente joven, hombres y mujeres, un poco de todo.
Hablé (porque se acercaron a hacer comentarios al final de la charla) con algunos de ellos, y creo que en términos generales no se trataba de espectadores «del mundillo» (y cada vez que usamos esa expresión una viñeta de Rob Liefeld sustituye a una de Will Eisner en el cielo de los tebeos, lo sé).
Lo que me interesó de todo este panorama es comprobar, en fin, que quizá es muy buena idea salir de los lugares comunes, los grandes eventos, las potentes capitales: es BUENO llevar el cómic a otros espacios, otros lugares ¿más modestos? Bueno, la actitud de interés genuino de la gente que he visto ayer es enteramente elogiable y digna de alabanza y nada menor. Me gusta pensar que el cómic, como arte, puede llegar a todo el mundo, y que descubrirlo, su historia, sus cualidades, su presente (con tanto, tanto futuro pese a los agoreros) puede ser un objetivo a cumplir en cualquier parte. Se puede descubrir el cómic también en villas más pequeñas que las grandes ciudades, es de perogrullo, pero no sé si se dice suficientemente. Se puede, sí.

Tal vez la irrupción de algo tan «exótico» como una exposición de cómic en un Porriño no genere una peregrinación de lectores «de casta», típicos habitantes de «sus» librerías especializadas. Quizá el caballero que ayer se presentó como desconocedor del cómic pero vinculado a los archivos de prensa histórica, e interesado por ese aspecto, los cómics antiguos, pueda ser un tan buen objetivo para el noveno arte este como el fiel lector de DC. O mejor, porque un lector, fiel o no, si lo es ya está ganado. Además hay una diferencia. Uno acudirá a una exposición a ver algo que le ya le gusta (lo cual es genial, aquí me tienes haciendo lo propio siempre) y el otro lo hará por curiosidad ante algo cultural novedoso, que quizá, quién sabe, empiece a atraerle como nunca.
Sea así o no, creo que micromuestras de cambio como esta, una exposición en pequeños pueblos de provincias (será itinerante, sí), tienen mucho que ver con el presente. Estamos ya en 2016, hace por tanto unos ocho años que algo ha cambiado y los que no quieren comprender como fenómeno la novela gráfica no se van a desenrocar, pero lo que ese término ha traído es una nueva percepción, al menos en casos. Se tiene que salir del camino trillado, porque igual ya no es válido hoy (es otro tema, la «industria», término caducado para el cómic hoy, o las expectativas para el medio en la sociedad actual y las que tiene la tradición menos dúctil del sector de la historieta), y sobre todo porque es bueno hacerlo, como modo de revolucionar las expectativas personales, singulares, que cualquiera puede llegar a tener respecto al cómic. Creo que es más importante convencer a un archivero que no ha leído un cómic en su vida de las posibilidades del medio, desde un interés genuino por el mismo, que no a diez lectores fandom de que todas las iniciativas para sacar al cómic de sus muchos tópicos (bienes coleccionables, librerías especializadas, endogamia…) es a la larga buena.

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