EL HÉROE, LIBRO DOS, de David Rubín

El fin de una gesta heroica.

Casi seiscientas páginas en dos libros publicados en menos de dos años conforman “El Héroe” de David Rubín, obra que ya se intuye capital, todo un acto heróico en dos partes.

Conocer a Rubín es conocer un alma en ebullición. Lo es ante sus fans en la maratoniana sesión de firmas por España y parte del extranjero. Lo fue cuando le invité a unas charlas. Lo fue en su conferencia durante dichos Encontros. Lo fue en la cena posterior y más aún a los pocos días en una presentación de originales en Madrid. Rubín es un alma artística de temperamento y pasión, y hoy está plena y desatada. El arte necesita de artistas. Y los artistas necesitan de estos momentos, sentirse en racha, en la ola, en su momento. Plenos.
David Rubín tenía una espina dentro. Su crecimiento como autor evidenciaba que había madera de primera línea, una obra sólida, personal aunque bajo el peso de influencias claras. Y un trabajador incansable y siempre creciendo en calidad. Pero Rubín, se diría, llevaba dentro esa obra total que le absorbería, como un agujero negro, hacia un universo expansivo de límites nunca sospechados. Era, imaginamos, un latido interno que sólo el autor vislumbraba, pese a que a su alrededor todos reconocíamos su figura. “Tengo más para ofreceros”, parece una buena frase para prologar “El Héroe”, y esta novela gráfica en díptico vino a demostrarlo con creces.

En 2011 ya asombró a todos con la primera entrega de esta recreación posmoderna de las doce pruebas de Heracles, y aunque era un trabajo redondo y bien rematado, evidentemente se esperaba con ansia su segunda parte. Ansia y quizá algo de malicia, ya que hace un año se podía decir que “El héroe tomo 1” era una cúspide y uno de los cómics de su añada. Se supondría un necesario continuismo, cerrar admirablemente un libro ya redondo con otro de sabor familiar, cercano a su predecesor.

«EL héroe libro dos», alcanzando la cumbre.

Pero “El Héroe 2” toma el momento más poderoso de su antecesor (esto es, su cierre, un órdago al lector, una alucinación-sueño que desdibuja la literalidad del relato previo para plantear reflexiones hondas en torno a la figura de lo heroico, los mitos, la industria del consumo de masas y varias cosas más. Y tomando este culmen de su «Libro uno», lo hace un punto de partida para su desarrollo. Esto es, la carga reflexiva crece exponencialmente, y capítulo a capítulo de este tomo segundo se nos abofetea olímpicamente con conceptos poderosos como toros de Mihura. Tantos que no es fácil enumerarlos. Las doce pruebas del hijo de Zeus le sirven a Rubín para perfilar conceptos como, nuevamente, el sentido profundo del heroísmo, la búsqueda de la felicidad, el capitalismo salvaje, la política despótica, el amor como fuerza motriz del hombre, el odio como abismo, la libertad, el dolor de las pérdidas irreparables, y en fin, el sentido de la vida.

Ahí es nada, y todo imbricado en una narración donde brilla la acción sin tregua, los modos del mejor tebeo de superhéroes (Kirby, Steranko, Miller, Quitely… Rubín solo se mira en los más grandes), la vehemencia del manga sonen y el mimo documental del mejor cómic europeo, ya que “El Héroe” es una inmejorable guía de los mitos griegos. Deconstruida, renovada y puesta patas arriba (incluso desde la mofa), pero nunca viciada o falseada. Y si el fondo, lo que se cuenta, es magnético (y sobrecogedor: esta segunda parte a veces duele), la forma de hacerlo resulta absolutamente demoledora. Un tour de force creativo que pone a Rubín a la altura de sus ídolos, o casi. Porque, por supuesto, lo que se cuenta y cómo es contado se amalgama y se convierte en una misma cosa. Así es la historieta, no una suma de partes sino un todo narrativo. Y así lo entiende el autor de “El Héroe 2”, y crea un trabajo de impacto plástico, vértigo secuencial, ritmo potentísimo y una batería de ideas visuales y de planificación que asombran, donde a menudo se rompe con los modos tradicionales de contar con imágenes sucesivas para hacerlo con imágenes superpuestas (la influencia de Cris Ware está ahí, intuimos). todo asombra en «El éroe libro dos», y nada, absolutamente nada sobra o se advierte el más mínimo signo de gratuidad, de esteticismo huero: acciones paralelas, narración externa yuxtapuesta a la interna en un mismo plano (qué se siente y qué se hace, vistos en un mismo ardid de planificación), empleo de la voz narrativa con intenciones tan rupturistas como lógicas dentro de la acción, cambios formales constantes tanto en la diagramacón como en el estilo gráfico, un color siempre efectivo, adecuado y pensado para la narración pero deslumbrante como el más efectista de los fuegos de artificio… y por supuesto, el dibujo. Rubín es un dibujante superdotado pero aquí se lanza por el desvío que trazó hace décadas Frank Miller para todo autor, y se despoja del cuidado formal, del acabado exquisito que demostró dominar en obras previas, para centrarse en la potencia y la expresividad gráfica y dramática de sus pinceles. David siempre gozó de un estilo visualmente poderoso, impactante, pero aquí la cosa se desborda, dicho en el mejor de los sentidos. Se ha soltado, tremendamente, lo que beneficia el tono dramático, a esa dureza casi cruel que agrede sin misericordia durante la lectura de la madurez, crepuscular, de este Heracles renovado.

La fascinante complejidad

Se podrían escribir muchas más líneas sobre los numerosos hallazgos de esta obra: cómo emplea la elipsis, cómo cambia el tono casi en cada capítulo sin perder jamás unidad, cómo da la vuelta a los iconos mitológicos convirtiendo la cosmogonía helena en una suerte de ciberpunk cruzado con la nueva carne de un Cronenberg, o cómo introduce sutiles notas de humor refinadísimo reformulando iconos del acervo europeo. Y se podría decir que todo esto se aprecia ya en el libro 1 pero explota a lo grande en el 2. Y que sin desdecirnos de esto, la obra es unitaria, no dos partes sino un todo de crecimiento casi intimidatorio, como un supernova a cámara lenta. Hasta que llega el final, y se cierra el círculo y Rubín nos deja con dos certezas mientras sujetamos la contraportada: hemos leído una de las obras más importantes del cómic español de la década, y lo que venga luego va a ser fascinante y siempre arrebatador.

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