Archivo septiembre 2011

Lee on line (y descárgalo en PDF) «Yes we camp!»

Con el título lo digo todo: Editorial Dibbuks, en un gesto sin precedentes y que demuestra una implicación con el movimiento 15-M y alrededores, pone a disposición del internauta el cómic colectivo «Yes We camp!», sobre las acampadas ya históricas.

Uno de los tebeos más interesantes del año, escapando de lo sestrechos márgenes del capitalismo por un voluntarioso acto de compromiso ético. Brabo, Dibbuks…

Para leerlo en línea (y bajártelo a tu disco duro legalmente) pincha AQUÍ

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Viñeta aislada de «Los Muertos Vivientes»

«Los Muertos Vivientes » es un cómic que no necesita apenas presentacón. Exitoso traslado televisivo de por medio, la serie regular sobre  un mundo plagado de zombis se ha convertido en un superventas a nivel internacional, merced a un guión efectivamente «televisivo» de tramas donde imperan las relaciones intermpersonales, los dramas internos y cierto efecto culebronesco en una continuidad sin fin. Con, claro, momentos de desatada violencia, acción y terror grueso, como procede en toda historia de zombis caníbales.
A mí, en lo que leí de la serie, es una lectura que me agrada, sobre todo por la astuta capacidad de Kirkman para plantear problemas morales en unas condiciones extremas. La ficción apocalíptica como plataforma para tensar al ser humano hasta límites éticos inalcanzables en una historia realista (o al menos, servidos desde una presentación más sugerente como es la ficción, un imposible estado general de apocalipsis que, curiosamente, podemos empezar a obserbar como reflejo, ya, de esta crisis económica global sin final en el horizonte)
Sin embargo, he de reconocer que sus encantos argumentales, sus ideas, se sostienen en un dominio de recursos en la narración de lo más obvios, simples o incluso tramposos.
Aldard, ojo, es un muy eficaz ilustrador: consigue el todo duro y opresivo que precisa la serie, y planifica las páginas sin demasiados disparates, sobre todo en los momentos de acción. Pero guionista y dibujante caen en amaneramientos tan irritantes como forzados.

Me sirve de ejemplo la viñeta «larga» que he seleccionado:

 

"Los Muertos Vivientes, de Kirkman y Aldard, edición recopilatoria de luxe, tomo 1 pag 190

«Larga», je, porque para comentarla he tenido que pillar parte de otras viñetas, claro.

El gran problema de ‘Los Muertos Vivientes’ no está en las ideas (generosas) sino en un ritmo que se desarrolla en picos, forzado, y sobre todo en su excesivo celo al caracterizar a los protagonistas. En vez de sus actos, sus gestos o sus omisiones, parece que toda su entidad como «ser humano» se justifica a través de diálogos redundantes, explicativos e incluso, horror, cargados de moralina explícita. Sabios Consejos de Pequeños Saltamontes.
Y pasaría todo ello por alto, así de bueno soy yo, si no fuera porque ese gusto por diálogos rimbombantes y «encantadoramente naturalistas», tan de diseño, tan pensados, diría, para deslumbrar (como ha sucedido, claro) a popes televisivos, repercute en agarrotamientos formales y en ritmos tediosos.
Porque ¿de verdad no os aburrís mortalmente sólo mirando la viñeta elegida? una conversación en la cama donde una cabeza-maniquí queda sepultada por un sermón que ni el cura viejo de mi pueblo. Unos bocadillos y textos plúmbeos ¡que vienen de la viñeta contigua, sí, ya lleva rato rajando! y que absorben toda la atención en la narración, pero que carecen de soltura, flexibilidad, resultando no tanto una línea de una conversación a dos, sino una arenga al lector: que se entere de los anhelos y esperanzas de la mujer que los regurgita, que todo quede negro sobre blanco y clarito.

Así discurre digamos técnicamente esta serie, en sobre-exposiciones contínuas, arengas, innecesarios subrayados. No deja la más mínima libertad interpretativa al lector, lo que francamente termina agontándome como lector. Será que soy mayorcito, qeu me gusta que me dejen libre, que las cosas no se me entreguen tan mascadas (por no hablar del sabor dulzón, y acartonado, de esas infinitas líneas de diálogo, perdón, de monólogo). Y lo siento porque como he dicho, con todo creo que la serie engancha por los fuertes dilemas éticos a que Kirkman enfrenta a sus protagonistas. Y porque las explosiones de violencia y acción (y gore) son potentes, y descargan con eficacia.

Pero al pan, amigos, pan.

 

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Sobre los cómics en EEUU

En mi blog personal, «El Octavio Pasajero», hablo de mi experiencia (escasa y circunstancial) con el estado actual de la industria del cómic estadounidense.

(Foto vista en ES MUY DE CÓMIC)

AQUI

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NOCILLA EXPERIENCE, LA NOVELA GRÁFICA, de Pere Joan

Vale, me resulta difícil llegrar más allá de una aproximación, digamos ligera, al Nocilla Experience de Pere Joan cuando no he leido la novela original de Mallo. Pero, por otro lado, tanto aparentemente como según leo en diversos blogs, la literalidad y escasísima tijera por parte de la novela gráfica respecto al referente literario arroja una sombra bastante exacta sobre el telón blanco.

Por ello puedo entender varias cosas: la primera, Joan ha optado por arriesgar antes que buscar legitimaciones «cultistas». No se trata aquí simplemente de adaptar un libro bien conocido, y de claro prestigio literario y «artie», para más inri (lo que da un empaque que, lamentablemente, el cómic por sí mismo apenas está, hoy por hoy, comenzando a disfrutar), ni de hacerlo para empaparse de esa aureola, vacuo rompimiento de gloria que, de tanto fulgor, a veces no deja ver el objeto en sí mismo. En este sentido, ¿cuánta adaptación al cómic de historias de otros medios (novela, cine, teatro…) no son, como obra de historieta, un pequeño fiasco?¿cuántos autores auspiciados por el sentimiento de inferioridad no han acudido a pretextos de qualité sin cuidar los andamios realmente importantes, esto es, hacer un buen cómic en sí mismo?. Bueno, como no es este el caso, pasemos la engorrosa página: «Nocilla experience, la novela gráfica«, no cae en esas trampas. Es excelente.

Y la segunda cosa que advierto de la lectura de Joan, muy ligada a lo anterior, es que estamos ante un reto, una soberana dificultad, como solo puede ser el llevar (no adaptar exactamente, sino traducir) de un medio a otro algo de escasa intención narradora. Aquí pocos hechos se nos narran, poco sucede, y sí se describe. Lugares, tipos, estados de ánimo, ideas físicas, proyectos empresariales… ¿cómo acometer esto desde la historieta? Pues por supuesto usando los medios propios de la historieta. Demostrando que desde el cómic todo se puede intentar, que no conoce de restricciones a priori.

«Nocilla experience» da la espalda a las tradiciones, porque la tradición marca, con el 99% de obras publicadas en la historia del medio, que los cómics son artefactos para contar sucesos, acciones, cosas que ocurren. Si hay mucha acción, además, pues mejor. Para abarcar sensaciones, abstracciones o conceptos puros, ay, va a ser que no. Pero cuando uno defiende que un medio tiene mucho de arte, defiende también que, dentro de un orden, su ambición no debe conocer fronteras y autores vendrán que, ahí donde hasta hoy se dijo «por aquí ya no se puede pasar», mostrarán el talento y la imaginación para, con los aperos que le son propios (y hablamos de los recursos artísticos del cómic como disciplina, insisto: esto no es literatura, ni ilustración, pintura o diseño), abrir nuevos caminos y demostrar que no hay nada que, al menos, no puede intentarse.

Al leer «Nocilla Experience, la novela gráfica», me ha venido a la cabeza no pocas veces ese monumento que es «Ciudad de cristal», adaptación de un Paul Auster por Karasik y Mazzucchelli; la obra cuyo título es infinitamente más sencillo de escribir incluso en su idioma original (City of glass, chupao) que los apellidos de sus autores… y un trabajo donde la imbricación texto/imagen supone un trampolín para Pere Joan. Partiendo de esa ya lejana experiencia de los noventa (uno de los pilares de la moderna novela gráfica), Pere completa su obra, en la que hace convivir texto e imagen de un modo fabuloso, convirtiendo la segunda en algo así como ideogramas que completan y crean tono emocional para el discurso escrito por Mallo. Es un atrevimiento que pone «Nocilla Experience» en la senda de los revolucionarios, pues sin duda lleva la idea de «adaptación» a un nuevo terreno. Como Mazzucchelli y Karasik en su día, sí…

 

(Nocilla, la dieta perfecta para aprender cómo ir más allá...)

Y ojo, no es el mallorquín ningún novatillo, claro, un autor a la sombra de padres creativos, o «under the influence», pues lleva editando desde los primeros ochenta (ergo, de la quinta de Mazzucchelli y algo anterior, y por supuesto muchísimo más veterano que Agustín Fernández Mallo), de modo que podemos suponer que hay aquí constantes (toca ahora confesar mi aproximación tangencial a la obra, licuefacta, hipnótica, como de duermevela, del dibujante… aunque algo sí le he catado, conste). En «Nocilla experience» hay ese tono de extrañeza, hay un lirismo distópico, enrarecido, y hay el gusto por volar libre, lanzarse, y desde un estilo ya reconocible tirarse a la turbia piscina y ver qué pasa.

Lectura compleja, mucho. También absorbente, que además (nota al margen que merecería primeros párrafos) consolida dos ideas: la autoría, desde la mismísima portada, recae completamente en Joan, no en el autor de la obra literaria (porque aquí estamos ante otra cosa, igual que un espejo ofrece un igual en su reflejo, pero son cosas diferentes el cristal y el objeto original). Y otro, también desde el título, «la novela gráfica», para que, quien quiera, siga empecinado en volver sobre el tema. En todo caso, es excelente, una lectura que atrapa y reta al tiempo. ¿Qué más podemos pedir? llámenlo como les plazca. Pero cómprenlo.

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QUAI D’ORSAY, de Blain y Lanzac

[Texto publicado ayer en Faro de Vigo, también on line, sin acreditar autoría en este último caso. El autor, claro, soy yo, y para esta versión amplío el original]

Radiografiando al poder político.

Christophe Blain y Abel Lanzac se adentran en el universo complejo, megalómano, burocrático y laberíntico del ministerio de asuntos exteriores francés en un cómic que ya es éxito de ventas en su país.

Poca presentación necesita Christophe Blain para cualquier conocedor del mundo del cómic. El autor de “Isaac el Pirata”, “Gus” o (con los guiones de Joann Sfar) “Sócrates el semi-perro” es uno de los grandes nombres de la renovada historieta europea de la última década, aportando una vehemencia gráfica y una frescura que no se riñe con la hondura de sus planteamientos argumentales. Quien merece más introducciones es Abel Lanzac.

Lanzac no es un autor de cómics. Lanzac, de hecho, y literalmente, no existe. Es un seudónimo tras el que se esconde un diplomático en activo (a día de hoy, trabaja en el consulado de Nueva York) y que en su día fue contratado por Dominique de Villepin durante su etapa como ministro de asuntos exteriores francés. ‘Lanzac’ fue encargado de redactarle los discursos, tarea en la que conoció (o sufrió, habría que decir) los entresijos de la vida política sin maquillajes. “Real politic”, que dicen los norteamericanos.

Y precisamente de esa experiencia nos habla “Quai D’Orsay, crónicas diplomáticas” (Norma Editorial), un cómic donde los nombres propios se maquillan (Villepin pasa aquí a llamarse Alexandre Taillard de Vorms, acentuando lo pomposo-aristocrático del ministro). Cuando el joven Arthur Vlamink es llamado a los despachos del ministro (conocido como Quai D’Orsay, su dirección física en París, de ahí el título del álbum) parece que la diosa fortuna le ha sonreído. Es el inicio de una carrera de altura, de grandes cosas. Es el herrero, en la sombra, del principal acero del Ministro de Asuntos Exteriores: su verbo. Pero la realidad es que escribir discursos para un alto político será más farragoso de lo que nunca hubiese imaginado Arthur, y hacerlo para una singularidad como monsieur Taillard, más aún. Hombre megalómano, vehemente, directo, carismático, de trato imposible pero fascinante, el político se convierte en el inevitable ojo de un huracán de proporciones gigantescas, uno de los Ministerios más importantes de uno de los países más influyentes en Europa y el mundo.

“Quai D’Orsay” se beneficia, en el retrato, de un testigo directo, y sin duda esto es lo que fascina en primer término de la obra. El día a día en los despachos, las reuniones, las zancadillas, las llamadas a casa a las horas menos imaginables, el deterioro de la relación de pareja (apenas insinuado, pero evidente), el “No” en la cara ante un trabajo que se creía bien hecho, el capricho voluble del político… el político mismo. He aquí la otra gran baza de la obra. Taillard es un ser poderoso y consciente de ello. Pero también irritante, vive en sus propios delirios de grandeza, en sus caprichos de niño grande y con poder (genial su pasión por los rotuladores fluorescentes). Y al tiempo, porque “Quai D’Orsay” no se quiere tan solo una descarnada crítica, resulta un político comprometido con su causa, consciente de su papel internacional, íntegro y convencido de que desde su puesto se puede hacer mucho bien por el mundo. Entre el payaso y el César, a medio camino del héroe y del histrión, el retrato de su figura es complejo, crítico, sin duda (demoledor incluso) pero lo suficientemente exacto para haber recibido las loas del mismísimo Dominique de Villepin.

la dura, dura vida de un ministro

 

Es verdad no obstante que no estamos ante un trabajo reondo: la extensión del álbum juega a la contra, ocasionando reiteraciones y resintiéndose la fuerza del mensaje. Y hay una falta de sintonía entre la templada observación, que sabe moverse entre la crítica aguda y el reconocimiento de lo que de brillante posee el personaje, y un capítulo final fuera de lugar, que pese a un chiste final realmente bueno, resulta desmedidamente elogioso. ¿Se cubrieron Lanzac y Blain las espaldas con un fin de fiesta brillante, todo confetis,que haga olvidar el aguijón del resto del relato?¿Miedo ante la realidad más allá del papel? ¿Han sido los autores pusilamnimes?

En todo caso, no ensombrece el montante de este cómic, trabajo brillante de lo que mucho mérito recae no solo en el argumento planteado (¿desvelado?) por Abel Lanzac, sino en el magisterio de Blain, un dibujante portentoso que dota de una expresividad corporal a su personaje al alcance de muy pocos compañeros de oficio. Sus trazos sintéticos capturan el ardor ególatra del ministro y lo describen con exactitud. El coloreado exquisito, un diseño de página sublime, y en fin, todas las pericias que Blain maneja con envidiable solvencia, se alían para lograr uno de los retratos más certeros de la vida política en el siglo XXI.

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