Los signos de los superhéroes (1ª parte)

En 2007 colaboré con la fugaz (pero interesante) revista digital «Tebeos en palabras», donde aporté un par de textos. Uno fue un ensayo sobre la naturaleza de lo superheróico como género, revisando su historia hasta el presente a vuelapluma, eso sí.
Como de casualidad lo he encontrado (archivado en un viejo ordenata), lo rescato, ya que la mentada revista ya no está disponible en la red (creo).
Por su longitud, será editado en tres partes. Pese a la relectura (algo siempre doloroso), por supuesto no le quito ni añado ni una coma (si acaso, incluyo algún párrafo que, escrito en su día, para el texto definitivo había decidido eliminarlo… y si es necesario actualizar , algo tipo «han pasado DOS años», pues actualizo; nada más).



Antes de hablar de los poderosos semidioses en pijama, les hago una pregunta: ¿qué es lo que define a un género? Permítanme utilizar para ilustrar la cuestión uno de los más nítidamente codificados: el terror cinematográfico.
Una película clásica como el ‘Drácula’ de Terence Fisher puede ser el paradigma de un horror-film. Pero ¿por qué lo es? ¿Qué define al terror como género, y por extensión a la cinta británica como claro ejemplo del mismo? Evidentemente lo puramente argumental es parte importante; una película de miedo busca reflejar incertidumbre y provocar congoja, mediante una trama que persiga en primera instancia atemorizarnos con lo desconocido, con la amenaza. Sin embargo pienso que lo terrorífico no lo define el asunto, lo temático. O solo lo hace en parte. El resto lo delimita la elección de un determinado estilo fílmico. Sombras ominosas, música y ambientación, decorados, sonido diegético, el empleo concienzudo del fuera de campo, el uso expresivo del color… son algunos de los recursos (de estilo) que en el cine acotan al género del horror, antes que la presencia de un fantasma o de la sangre a borbotones. En este sentido, existen no pocas cintas que pervierten personajes y tramas. Así lo hizo Roman Polanski, por ejemplo, y partiendo de Fisher concibió una sátira bufa donde el horror apenas asoma, y en su lugar persiste durante el metraje la carcajada (El Baile de los Vampiros, 1966). El director polaco pervierte argumentos y los pone en imágenes utilizando los mecanismos de la comedia, con una puesta en escena deliberadamente distanciada, lo que erradica la sensación de miedo pese a moverse por castillos y criptas, convenciones vampíricas y pueblos temerosos de la noche. Los códigos narrativos del terror no están en El Baile de los Vampiros, si bien aparecen, cual catálogo metódico, todos los clichés argumentales del género (el vampiro, el castillo, la luna, la posada, los ajos, el lacayo jorobado, los lobos…).

 

La Hammer, más que un argumento

De modo semejante, cuando en confusos productos de serie B se salta del terror clásico al erotismo sof, se advierten cambios en el estilo. Al buscar la imagen una fascinación nueva (de índole sexual), los recursos empleados difieren de los que definen al horror. Por ejemplo, ya no interesa el fuera de campo, sino poner en primer plano la mirada sobre lo voluptuoso. La música, la gama cromática, incluso la expresividad corporal de los actores, cambian para ofrecer una puesta en escena acorde a lo erótico, no a lo terrorífico.

Aplicando este razonamiento a los cómics de Superman y sus numerosos hermanos pequeños, se podrá concluir que los superhéroes no solo consisten en historias de personajes con grandes poderes, sino en el tono, la forma, el sentido narrativo con que se construyen esas historias.

La Patrulla X de Kirby y Lee: estilo y forma

 

Cuando en 1936 Siegel y Shuster dieron la campanada con el Hombre de Acero, floreció a su vera durante los años treinta y cuarenta un nutrido grupo de héroes justicieros que escondiendo su identidad tras pintorescos disfraces defendían a la sociedad de malvados delincuentes. Estas nuevas historias ya se definen desde sus orígenes por diversas constantes de estilo. Una de ellas es el papel del cromatismo empleado en estos tebeos. Recordemos que los superhéroes se editaban (se editan) en comic-books, pequeñas revistas grapadas que contenían una aventura en veite páginas largas, y a todo color. Pues bien: los superhéroes se definían en su gran mayoría mediante colores puros (rojos, azules y amarillos, blancos y negros) que se revisten de significado simbólico. No quiero decir que un tebeo de The Spectre, por ejemplo, rechace los colores mixtos en una especie de acto creativo experimental, pero ante la funcionalidad de un pardo o un verde (como el de su capa y calzas), el blanco predomina y define al icono, en su pureza.

Espectro y Súperhombre: definión cromática

[continúa AQUÍ]

NOTA: los comentarios están cerrados; en tanto que 1ª parte de 3, este post y el siguiente se cierran a comentarios, que podrán hacer, claro, en la 3ª y última parte.

 

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