VAPOR, de Max
Artículo publicado en Faro de Vigo el 7 de Diciembre, ampliado para esta ocasión.
El retorno de Max, maestro siempre joven.
Francesc Capdevila “Max” es ya un referente del cómic nacional, pero su último trabajo, lejos de ubicarlo en ningún panteón de “Ilustres”, lo devuelve fresco y atrevido.
Vuelve el autor de “Peter Punk” y lo hace con el sabor dulce de todo reencuentro ansiosamente esperado. “Vapor” (Ediciones La Cúpula) no va a descubrirnos a un nuevo Max, sino que revalida su categoría, incansable enamorado de un medio que podría abandonar (como ilustrador es bien conocida su producción, a nivel internacional, sospecho incluso). Pero Max parece respirar, sentir cómic antes que ninguna otra arte. Y no solo no abandona a la historieta sino que crece e insiste en pulir el camino que lleva trazando décadas.
“Vapor” cuenta la historia de Nicodemo, un hombre confundido, cansado y hasta cabreado que decide un retiro al desierto. Anacoretismo puro y duro con un estilo gráfico imaginativo y despojadísimo, como punto de partida para visiones del subconsciente, que parece ser al final quien domine todo el relato. En cierto grado, y como si de un “Cabeza Borradora” Lynchiano se tratase, se puede entender “Vapor” como el monólogo alucinado, interior, de un hombre en una encrucijada. De valores, o no, pues la enorme virtud de la obra (y del autor) es que nada se nos es dictado. Vale, podemos pensar que sí los hay, que Max ha sido ya entrevistado y tiene claro el manifiesto que contiene este cómic. Pero si atendemos tan solo a la lectura del cómic, esta se desarrolla despojada de lecciones o mensajes obvios. No hay conclusiones palmarias, su discurso es esquivo y cuando aparece no da demasiadas pistas. Ejemplo: no sabemos qué opina el autor sobre su personaje. ¿Es “Nick” reflejo de un hastío real, o trasluce la burla de Max hacia ciertas actitudes muy contemporáneas? Piense cada cual lo que piense (yo veo un reflejo de hastío, sí), es meritorio el grado de libertad que nos ofrece la obra en su lectura, que está en su discurso pero también en su estilo, depurado, juguetón, inventivo y sorprendente.
Las páginas de apariencia sencilla crecen con el argumento, la manera de narrar se imbrica con la narrativa creando un todo (o dicho de otro modo: la forma de narrar deviene en sí misma parte de lo narrado), las viñetas se convierten personaje activo y los personajes se diluyen, vaporizándose. La forma es lectura, es contenido y mensaje en «Vapor». Como en los buenos cómics, me dirán. Más y mejor que en la mayoría, les contestaré.
Y finalmente, claro, sorprende cómo Max mira hacia delante sin abandonar sus signos, ese aire gamberro del underground, esa pasión por la escuela Bruguera y por el paisaje alternativo del presente. “Vapor”, en definitiva, es el retorno de un maestro en estado de gracia. Que nunca abandone su desierto.
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