Los grandes espacios, de Catherine Meurisse (Impedimenta)

En ocasiones tiendo a pensar que la perfección, ese exótico plus que poseen muy contados creadores, es cosa de tonalidades o de cadencias más o menos inaprensibles, antes que cuestiones de medidas consensuadas. En el arte al menos cabe pensar así: la sensación de trascendente obra maestra que destila, por ejemplo, Los grandes espacios procede de algo que va más allá de claves mesurables para un correcto (o sublime) diseño de la secuencia, la página, el encuadre de la viñeta, la expresividad del trazo o del diálogo.

No deriva tampoco de su tema profundo (obras de una liviandad argumental casi obscena pueden ser perfectas obras maestras, estaremos todos de acuerdo). Más bien se entiende su magia en la capacidad que tiene Meurisse de trasladarnos al interior de su alma desde la primera escena de la obra. “Hace mucho, soñé que tenía en mi piso parisino una puerta especial que daría directamente  a los prados” son las primeras palabras, parcas en una escena muy dinámica, para un libro de verbo torrencial (y muy botánico). Y esa exactitud embriaga: una sola frase nos lleva a la distancia, al ensueño, la añoranza. La memoria, el campo y la naturaleza serán los terrenos que pise esta novela gráfica.

La autora ya nos introduce con un empujón enérgico en el mundo que desarrollará durante novena y dos páginas. Un mundo sencillo pero al tiempo complejo, repleto de matices. El universo de la alegre infancia y la vida familiar, alejada de lo urbano en una casa de campo.

Los grandes espacios, de Catherine Meurisse | Zona Negativa

Allí la familia vivirá la vida de un modo nuevo y al tiempo ancestral. Meurisse lanza tantos temas que no es sencillo enumerarlos: por supuesto, el mundo de la infancia y la vida vista desde los ojos de la niñez; la importancia del amor familiar; el contacto con la naturaleza, cada vez más perdido en el presente; la protección necesaria a esa naturaleza, para preservarla; las bondades del trabajo constante y apasionado, que siempre da bellos resultados; la necesidad de poner fantasía en nuestras vidas, de usar más la imaginación; la belleza del arte (pintura, literatura…).

Los grandes espacios nos habla de todo ello y parece no hacerlo, por culpa (gracias a) una estructura tan equilibrada como de apariencia circunstancial. En cierto modo, podría decir que este libro practica el impresionismo pictórico a través de la narrativa. Nos hacemos con el todo viendo el conjunto entero, más que deteniéndonos con lupa en cada escena. Y hablar de pintura nos lleva directamente al apartado gráfico, a ese dibujo ya clave en Meurisse, con amarre siempre en lo cómico, en la caricatura rápida. Es algo que embelesa. Lo hace en titanes como Riad Sattouf, o en autores como Christophe Blain. Y quizá en ese terreno, el de llevar el trazo en clave de gozoso humoresque a otros géneros, se me antoja que Catherine Meurisse es la más grande. ¡Y qué bien sienta ese tono a todas sus obras!

Si además, y hay que destacarlo, la colorista está a la altura como es el caso, el negocio final es redondo. Isabelle Merlet, su paleta y su estilo dúctil son indisociables al resultado altamente evocador de las páginas del libro. Un libro que tiene, en fin, ese algo inasible del que hablábamos al principio, y que sin embargo fija como cincel en granito la más exacta descripción de este cómic: una perfecta obra de arte. Y uno de los cómics (quizá El cómc) de 2021.

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