LITTLE TULIP, de Jerome Charyn y François Boucq
Permitidme que vaya directo al grano: esto es un blog especializado en cómics, no tiene objeto aburrir a sus lectores con las andanzas previas y más que conocidas de Jerome Charyn y François Boucq. Digamos que en los ochenta colaboraron con gran éxito, en los noventa se tiraron los trastos a la cabeza y Little Tulip, hoy, levantó una enorme expectación por el reencuentro.
Lo que me interesa es hablar de el gran fallo de Little Tulip.
Primero, hay que decirlo, recomiendo la lectura de este álbum de Bd «a la clásica». Sus 88 páginas a formato álbum y a todo color son en primera instancia un despliegue del poderío de Boucq, un titán del dibujo barroco al que pocos igualan en ese terreno. Preciosista exagerado, recargado sin perder legibilidad y, en plata, portentoso, lo de Boucq supera etiquetas y modas. No es un mero pope del cómic naturalista, tampoco del underground, pero abreba de ambas tendencias para crear un estilo único, efectista y alucinante.
Por leer a Boucq, y por perderse en sus dibujos y en su fabulosa planificación, ya merece la pena este libro.
Pero como relato, como estructura narrativa y dramática, pincha sin paliativos. ¿Porqué? Por su final. En unas seis páginas Charyn decide finiquitarlo todo, ofrecer un pasaje onírico/mágico que no viene a cuento ni se integra bien en el relato, y explicar con diálogos sobreabundantes todo. Velocidad, que esto acaba. Cuesta creer que esta pareja creativa haya tenido impedimentos editoriales para extender su relato más allá de estas 88 páginas, y cuesta creer más aún que un autor del recorrido de Boucq no caiga en lo endeble del final de la obra, su estructura frágil, su incapacidad para convencer al lector.
Es tan exagerado que me atrevo a decir que este tomo debía haber rematado antes, y que su recta final merecía otro volumen entero para articular un final convincente y que logre la empatía. Porque Little Tulip es una historia que busca nuestra empatía como lectores: un niño que sobrevive a la dura vida de un gulag siberiano, una historia de pérdidas en la infancia y de luchas en la edad adulta para reencontrarse en paz y superar el pasado. Pero si como historia todo su equilibrio se rompe en la recta final, ¿qué nos queda? Pues nos queda un quiero y no puedo que en vez de emocionar nos hace olidar ptontito el desaguisado.
Todo esto me lleva a pensar en cómo muchas veces la insistencia comercial (que no artística) en respetar formatos, número de páginas etc, ha originado toneladas de obras parcialmente fallidas por sometidas a corsés editoriales insalvables. Sin duda Little Tulip es ejemplo de ello.