UN VERANO EN LAS DUNAS, de Seth

unveranoenlasdunas-731x1024Seth ha sido una de las firmas más importantes del cómic en los últimos 25 años. Lo es no tanto por un talento singular e inabarcable, a lo Chris Ware, como por la pertinencia de su sensibilidad en determinado momento histórico, que ha permitido avanzar al cómic por cauces narrativos intimistas y por tonos nebulosos como son el recuerdo añorado y el papel de la memoria en nuestras vidas.

La vida está bien si no te rindes es sin duda su trabajo más importante, posterior al que nos ocupa, y refinado de las constantes que encontraremos en Un verano en las dunas. La vida está bien marcó profundamente a una generación que reinventaba al lector de cómics, un lector adulto o en tránsito a la maduración personal que encontraba en este cómic una respuesta a su necesidad de seguir leyendo historietas sin apelar al fan fatal interior. Seth creó en su cabecera, Palookaville, historietas intimistas, de calado profundo incluso cuando los asuntos, como los narrados en Un verano en las dunas, son de lo más cotidianos y comunes: una anécdota desgraciada, y una historia de primer amor.

La primera, un recuerdo sobre una paliza propiciada en el metro en su juventud, cierra el libro. La historia de amor adolescente lo abre y da el título general al tomo. «Un verano en las dunas» es simplemente el reflejo de muchísimos relatos. Me viene a la cabeza el librito Verano del 42, de Herman Raucher, guionista también de la película homónima donde brilló la belleza de  Jennifer O’Neill (como para no enamorarse de ella, con 15, 25 o 75 años). La vida cotidiana, el entorno, el amor y el desamor. Cuestiones nada baladí pero trilladas que Seth aborda con buen gusto y no demasiada profundidad. Lo mejor, sobre todo, es ver su capacidad narrativa, el empleo ya sagaz del texto de apoyo, el dominio de los tiempos muertos y de las conversaciones aparentemente banales. Y la belleza de cada página.

«Dichosa la hora» es la segunda historia. Aquí vuelve a interesar el empleo de recursos (para el caso, desmitificadores de todo lo narrado), y la capacidad para crear una tensión progresiva. El golpe de genio es su prólogo y epílogo, casi irónicos.

El libro es un amor de edición (Fulencio Pimentel) que se completa con un cuadernillo con más Seth, a todo color. El libro en sí mismo, como es habitual en el autor canadiense, es un alarde del bitono, demuestra pasión y estudio de los clásicos de prensa humorística norteamericana y revela el estilazo y la potencia estética de Seth, incluso en una obra menor, y me provoca ciertas reflexiones. ¿Cómo abrazaría yo este tipo de cómic en 1991? Para empezar, se editarían (como fue el caso, de hecho) en revistas de comic-book seriales (no diré mensualmente porque hablamos de una artesanía unipersonal, no de trabajo en cadena a la Marvel), no gozaría de las cualidades táctiles del libro de Fulgencio, que hacen su magia habitual otra vez. Y su calado sería mucho más profundo. Porque entre 1991 y 1993 este tipo e lecturas  se percibía como un burladero siempre cerrado que por fin se abría al cómic (otro ejemplo más o menos de esos tiempos, Optic nerve de Adrian Tomine): el del relato confesional, costumbrista, hondo (o pretendidamente hondo al menos: la intención era lo que contaba), alejado de los clichés genéricos que en los ochenta habían sido el caudal por el que la historieta TENÍA que transcurrir. La sensación de libertad creativa plena en Seth, de retorno a raíces (el dibujo, la manera de entenderlo) y de ambición adulta real imprimía a tebeos como este un aura especial.

Hoy el cómic ha aprovechado ese camino que firmas como la de Seth abrían hace 25 años, y ha consumado la idea de que la novela gráfica es un terreno en el que todo tiene cabida. Nos hemos acostumbrado, para bien, a dicha idea, y cuando ya has leído de todo, y llevas leyéndolo 15 años o más, volver a estas historias tiene más de recuperar un momento clave a través de los huecos inéditos en nuestro mercado que de otra cosa.
Dicho de otro modo: la obra clave será La vida está bien, o alguna posterior del propio Seth, que ha navegado mucho desde aquellos tebeos formalmente ortodoxos. Pero la huella de estas historietas sigue marcando el devenir del cómic contemporáneo en su reflexión final: en el cómic, de todo.

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