Alegrías del Premio Nacional a «Las meninas»
Ayer se ha hecho público el Premio Nacional del Cómic de este año, que ha recaído en Las meninas. Es un galardón que me alegra muchísimo porque las cosas nunca vienen solas, hilvanan hechos, implican consecuencias. Y elegir este y no otro título tiene, aquí y ahora, mucho valor, en mi opinión. Es un buen empujón, otro más, a una microindustria siempre necesitada de achuchones.
El premio siempre es un asunto mediático, claro. Cada año una obra lo recibe y su editor puede celebrarlo, con sus más cercanos y con los autores, con champán porque seguramente de esa obra venda un buen montón de ejemplares a partir de ese momento. Y los venderá en ocasiones (quién sabe si muchas o pocas) a lectores no habituados al mundo de la historieta -aunque no conozco a nadie que sí lea cómics que no se haya rendido a esta obra, conste también. Y ahí está una de las causas de mi profunda alegría esta vez. Creo sinceramente que Las meninas es una obra pensada para un lector maduro que no lee habitualmente historieta. Y si hay que posicionarse, me posiciono en la defensa de ese espectro de lector, que además conlleva nuevos modos y lugares de venta. Creo que tras cuatro décadas de un impositivo sistema de distribución se está probando, ya desde hace lustros pero aún en modo «poco a poco», un nuevo canal, generalista (el mercado de librerías especializadas, un logro en su día ¿un lastre hoy? tema para otro post). Y una obra sobre Velázquez me parece un reclamo fabuloso para ese lector ocasional, curioso, culto, que no pisa Norma Cómics pero se pasea los sábados por La Casa del Libro. Trata sobre uno de los más importantes protagonistas de la historia del arte nacional y mundial, que retrata llamativamente en su portada. Y cuando abrimos y leemos su contenido, apreciamos que la mirada excede el biopic más obvio para configurar un discurso personal sobre el arte, el papel de las obras maestras en la historia del arte, la necesidad de crear, el papel del artista… Nadie puede no advertir que ante la obra de Santiago García y Javier Olivares estamos enfrentando un profundo trabajo de autor, personal, intenso. Y así se rompen muros y barreras, demostrando que los cómics no eran solo aquello, eran también otras cosas.
Me alegra que la obra nazca para el mercado español, y que desde el mercado español haya conseguido vender derechos de edición a Francia e incluso, en breve, Estados Unidos. Es el camino deseable (aunque, lo sabemos, de momento el menos práctico)
También me alegro mucho por los autores. García es una de las figuras poliédricas más constantes en la historia del medio. Como traductor ha crecido con la Marvel en vena. Como teórico ha participado en las propuestas más importantes de los últimos treinta años (Ú a la cabeza pero sin olvidar ese magnífico proyecto de revista de divulgación que fue Volumen, a mi juicio aún no superada en su rango) y ha coordinado o escrito algunos de los libros más interesantes de la historia reciente de la teoría del cómic en España. Y como autor tiene ya en su haber una serie de virguerías recomendables, que hacen con la práctica buena toda su teórica. Así ve el cómic García, como cuenta en sus textos, como leemos en sus cómics. Y menuda visión: Fútbol; El Vecino; Beowulf; Tengo Hambre... Pero por virguero que sea el resto de su obra, lo de Las meninas es un hito, una burrada de tal calibre que solo puede enfrentar, como creador, obviando la altura y trabajando mucho, mirar para adelante, no para abajo. García tiene ya nueva obra publicada, un ¡García! con Luis Bustos que demuestra eso, que las obras ya creadas están para seguir creando, no para atorarse.
Pero si me alegro mucho por García, no se puede medir lo que me alegro por Javier Olivares. Principalmente, porque creo que Olivares era una de las más importantes figuras del cómic de vanguardia, un autor que lleva en activo desde lo sochenta, de producción breve, esquivo pero que cada cosa que entregaba demostraba que la cantidad no es la calidad, que esta se encuentra en la producción dispersa también, cuando produce alguien de mucho talento. Desde los lejanos Cuentos de la estrella legumbre a ese relato costumbrista de los noventa llamado «Dios bendiga cada rincón de esta casa» (dentro de Estados carenciales), la carrera del ilustrador era un ramo de obras intensas y necesarias. Javier Olivares merecía, de una bendita vez, una obra que le pusiese brutalmente en primera línea. No necesitaba de premios pues la fuerza de su trabajo está en la obra misma, pero seamos sinceros: que cuatro críticos de cómic la alaben en blogs o una recóndita sección de diarios no era suficiente. Las ventas pausadas pero parece que constantes de Las meninas (va por segunda edición) sí que puede serlo. El galardón del salón barcelonés fue el primer paso de gigante mediático. Y el Nacional es el estrepitoso amplificador que sigue mereciendo Javier Olivares. Como My Bloody Valentine, lo que hace merece el máximo volumen y el Premio Nacional es exactamente eso. Y no puedo esperar a lo próximo que saque Olivares, añado.
Y más aún me alegro porque, bueno, Las meninas, al final, es lo que es, una de las ficciones más excitantes, sugerentes, delicadas, apasionantes, profundas y hermosas que leo últimamente. Y así al final todos ganamos, sin necesidad de premios, pero si vienen, pues como la tapa de cayos cuando pides una caña… dan lustre.