Archivo octubre 2014

DLTLPS, de Gabriel Corbera

dltlps_coverUn título acrónimo que además es impronunciable. Una portada minimalista, algo desvencijada, en la que apreciamos ciertos iconos del terror mas de serie B, motivos de horror sanguinolento esparcidos alrededor de una imágen enigmática de dos perfiles humanos. Y 120 páginas que huyen de lo convencional.
Gabriel Corbera no es, efectivamente, un autor afín a las convenciones. Parece huír de lo lógico con una carrera en zig zag, on line, con autopublicaciones fanzineras y en inglés, mientras media profesión (o el mundillo, que se dice) lo señala como uno de los mas interesantes autores actuales.
Parte de la gracia está en este modus opeandi, claro, pero para qué negarlo: queríamos un Corbera largo como «días más largos que largas salchichas de cerdo» (ese sería el título extended version de su último cómic: «Days longer than long pork sausages»).
Días más largos que… ¿PERDÓN? Vale, no entiendes nada. Pues pasemos a la obra. Ahora, una vez leída, se entiende todo. Bueno, hay poco que entender. Se nos zambuye en una historia a medio camino de Richard Corben y Johnny Ryan donde dos tipos de curioso look (como siempre en el universo Corbera) caminan por una fortaleza abandonada, topándose cosas, cadáveres, estancias, puertas y pozos. Hablan entre ellos. No se diría que son especialmente amigos, tampoco enemigos. Aliados por la circunstancia, como mucho. Y al final… pues nada.
DLTLPS es otro tour de force contra los convencionalismos, las estructuras, un alegato apático (o al menos ausente de empatía) en favor de la libertad creativa y cierto grado de escritura automática. En la anarquía que ofrece su viaje nada iniciático (todo es «en medio de») el lector podrá encontrar sus propias interpretaciones, aunque sospecho que no es esa la voluntad del autor. Corbera, muy al contrario, ofrece un periplo físico y mental, desasosegante, sin brújula, que pese a cierta iconografía muy Heavy Metal está más cerca de «Cabeza Borradora», aunque filtrando lo subconciente a través de ese bagaje genérico tan querido por los cómics que, quizá, leía el autor de chaval.
Y bueno, todo esto tiene una forma, claro: este último Gabiel Corbera prosigue una búsqueda que lo aleja de la perfección frígida de antiguos trabajos y lo conduce hasta un trazo nervioso, suelto y espontáneo, para describir con economía y misterio un mundo mucho más inaprensible que otros de su imaginario. Lejos quedan los futuros esterilizados de antiguos cómics. Estos días como salchichas son una realidad quién sabe si futura o paralela, de toques medievales kitch y gore cruzados con un futurismo que es casi un leve herbor en el guisote, poco más.
Trascendencia, posthumor, aventura parada y diálogos como eructos (esa manera que tiene Corbera tan suya de hacer las cosas en la lengua de la pérfida Albion me puede). Son más elementos en la tartera. El pote contiene la obra más extensa del autor, y es una lectura quizá no para todos los públicos pero que está ubicada, como todo Corbera, en esa vanguardia necesaria para todo arte.

Se puede pillar aquí

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LAS MENINAS de García y Olivares, en Faro de Vigo

Si no sienes bastante con este texto sobre Las meninas (o si te parece demasiado largo), aquí tienes el que publiqué ayer en Faro de Vigo, una crítica para un lector generalista de diarios. Un clik encima para leerla:

: Visado : Página 6 Cómic Velázquez

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LAS MENINAS, de Santiago García y Javier Olivares.

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Esquema de reflejos

Todos conocemos el cuadro Las meninas de Velázquez. Yo así a vuelapluma puedo recordar haberlo estudiado en COU, antes sin duda también, y después en tercero de Geografía e Historia y nuevamente en quinto, en la especialidad Historia del arte. Lo he visto en la tele, en libros, en diapositiva en el aula. Pero no lo vi realmente, nunca antes vi un Velázquez, hasta mi visita al Prado en el tardío 2000. Lo mismo podríamos decir de toda pintura, que es ella y nunca jamás su reproducción, pero la observación directa (entre mareas niponas) de Las meninas radicaliza como pocos otros casos la diferencia entre obra original y cualquier intento de reproducirla. Quizá solo Miguel Ángel pueda superar esa sensación. O no. El italiano provoca una total admiración ya en el libro de Anaya de Bachillerato mientras que para caer anonadado ante el mayor pintor de todos los tiempos hay que estar delante de él. En plata: Velázquez apenas me gustaba hasta que lo vi “realmente”. Y entonces me transportó.

El hecho es significativo, porque Santiago García y Javier Olivares se han acercado a la obra desde un cómic, arte que no concluye hasta ser reproducido por medios mecánicos. De hecho la exposición sobre la confección de la obra sita en el Museo ABC en Madrid entre el 26 de septiembre y el 16 de noviembre de 2014 deberá reflejar esta idea de “lo previo”. Todo lo que antecede a la labor de imprenta es trabajo previo, no final. Lo importante es que aquí, en este concepto, tenemos ya un primer discurso de un cómic que engloba una cantidad de contenido, idea y tesis sencillamente mareante. Las meninas nos obliga a plantearnos qué es el arte y cuál la naturaleza del arte pictórico. Y la del noveno. Como hecho en sí, entonces, esta novela gráfica ya hace pensar, porque una de las respuestas queda reflejada en la diferente naturaleza del concepto de obra acabada que tienen un lienzo y un cómic. Y al comparar estamos comparando también aquello que mueve a los autores, todos. Diego Rodríguez  de Silva y Velázquez quiere hacer Las meninas como García y Olivares quieren hacer Las meninas. Es un juego de reflejos, entre autores, artes, obras, que rebotan en el espejo que eres tú. Porque Velázquez pinta pata ti, y García y Olivares crean para ti. Porque pese a sus diferencias, todo arte tiene un denominador común: lo concluye la mirada. Del rey, del mecenas, del turista, del lector, del espectador. Nosotros hacemos y concluimos la obra, la obra y nosotros somos espejos de un concepto. El arte es concepto, pero es un concepto mutante, inaprensible. Como lo es la imagen del espejo, según quien se enfrente al cristal y según las deformaciones del propio cristal. La restauración, en este sentido, es la técnica que devuelve a la obra su original concepto, reviviendo policromías ocultas por suciedad secular, revelando información escondida por los efectos del tiempo. No hay para el arte y la obra de arte un concepto total e inmutable. Un daño temprano que no se restaura hasta muchos siglos después puede modelar durante generaciones el concepto que de la obra se tiene. Y aún así, el concepto original obedece a un tiempo. La obra restaurada, devueltas sus particularidades organolépticas, ya no recuperará el concepto original, porque su reflejo lo recibe otra gente y otro tiempo. Otra idea poderosa que descansa en las páginas de la novela gráfica y que insisto, tiene mucho que ver con proyecciones y reflejos: el significado de la obra lo modula cada nueva mirada sobre ella, y así Las meninas, la novela gráfica, es una nota más en la sinfonia inacabada (inacabable) de interpretaciones. En este caso, el arte interpreta al arte. El cómic se refleja en la pintura para devolvernos otro reflejo, la mirada de dos artistas, García y Olivares..

Pero en el argumento de Las meninas, la historieta, sí que hay un punto final que concluye el cuadro. El rey Felipe IV, como algunas fuentes especulan, acaba la obra con su propia mano. ¿Quién hace a quién entonces? Santiago García propone una segunda mano para terminar, completar la obra y poner en justa medida histórica a la figura del pintor sevillano. Y desde ese momento la historia sabrá que el arte, efectivamente, hizo noble a Velázquez. Otra idea importante que extraigo de la lectura: el poder transformador del arte. ¿Va Las meninas, el cómic, a transformar a Olivares y a García? En la pequeña posteridad de este pequeño noveno arte, y aunque os parezca exagerado, opino que sí (y lo razono, ¡emocionante, sigan leyendo!). Javier Olivares necesitaba algo de la enjundia de este cómic para que de una santa vez todos lo ubiquen en el lugar que se merece. Muy alto, muchísimo. Una de las figuras más importantes, desde su actividad a cuentagotas en un mercado atomizado (los ochenta a punto de derrumbarse por la caída del mercado de revistas, los noventa convertidos en un páramo). Y García se concreta conduciendo todo su bagaje como teórico y creador en una obra, cocida a fuego lento durante años, que pone en práctica del modo más preciso, definitivo y perfecto su idea de ese espacio ya concreto, claro e ineludible que es la novela gráfica. Porque Las meninas no puede ser nada más que una novela gráfica. Y es la mejor hecha nunca en castellano (acaso codeándose con El arte de volar, de Altarriba y Kim).

Para que lo haya sido, un cenit, es importante analizarla de cabo a rabo y extraer todos sus valores, hayazgos e ideas, cosa que no va a suceder en este texto, porque carezco del ánimo y porque sin duda se me escapa mucho de lo que se me ha contado (pero lo presiento… mi sentido arácnido zumba).

Apuntemos a la importancia de su estructura, en capítulos o partes significativas en cuyo desarrollo se juega con las elipsis temporales y los saltos no lineales en la narración, gracias al recurso de la pesquisa (un caballero va buscando datos sobre el pintor, para vetar si puede ser, la admisión del sevillano en la orden nobiliar de Santiago). Este entramado de líneas temporales, espacios en blanco y momentos delicadamente detallados e imaginados, se salpica además con la aparición de  Foucault, Picasso, Dalí, Goya o Buero Vallejo (además de muchos artistas coetáneos del autor de Las lanzas, o maestros rememorados en la narración por los personajes, como Rafael o El Greco). García y Olivares buscan la verdad de Las meninas en los artistas que en este cuadro-espejo han buscado la inspiración. El arte es nuevamente un reflejo que otros recogen. Los otros como motor del concepto de cambio. En fin, que sí: al arte lo hacemos, como el rey ante el cuadro lo hace y conforma la obra en todas sus dimensiones. Pero antes nace del autor. Y precisamente eso, antes que la hagiografía del sevillano o las bondades de la obra, es lo que se cuenta en el cómic. Velázquez ante la necesidad de una obra maestra que lo encumbre en su sociedad y que lo eleve más allá de su época. Parece que la forma de alcanzar tamaña meta es el viaje, la experiencia, el conocimiento, Italia, la Corte madrileña, el reconocimiento… ¿habría sido posible Las meninas sin todo ello?. El vecino, Beowulf, todas las historias de García,  mandolrablog, La novela gráfica (el ensayo) y todo su trabajo como traductor de cómics… ¿Habría sido posible Las meninas sin todo ello? Y ¿qué meninas serían sin el concurso de Javier Olivares? Obligado en su carrera a depurarse en la ilustración, por la falta de espacios para su idea de lo que el cómic es, en su grafismo conviven contrapuestos tan fuertes que hacen de su trabajo algo único. Experimental pero accesible, comercial pero personalísimo, su trazo puede convivir con el de cualquier ilustrador de literatura infantil (disciplina que tamién practica con preciosos resultados) y alojarse en la propuesta más radicalmente artie del mundo del cómic (recordemos que transitó las páginas de Madriz y Medios Revueltos), es acogedor y rupturista, se mira tanto en Muñoz o en Jack Kirby como en Die Brücke o el cubismo sintético, y partiendo de los modos clásicos construye páginas de lectura sencilla que, sin embargo, no se cansan de jugar traviesamente con los códigos del medio, con guiños al mentado Kirby o incluso a Chris Ware (me parece advertirlo en esos edificios habitados… que también remiten a Ibáñez, claro). Variaciones de estilo gráfico sutiles o más evidentes, viñetas de encuadres oníricos, caricatura casi bufa, empleo narrativo del color marcando distintos tiempos y lugares, cambios de tono radical (recargado a veces, minimalista otras, siempre atendiendo a lo que pide cada momento). Todo esto y más nos da Olivares.

Así que juntos escritor y dibujante, porque es obra indivisible, han creado una obra que habla de demasiadas cosas para abordarlas ahora. El papel del mezenazgo en el arte (ahora decimos “la Industria”); la ruptura entre arte y artesanía; la leyenda del artista como alma “dotada”; la nobleza del artista, que no es un artesano que ensucia sus manos en labores manuales; la casta (entonces, nobleza); la importancia de la cultura como valor, motor y patrimonio de los pueblos a los que define (ahora y entonces, siempre, o somos cultura no no somos nada); el cómic y sus aspiraciones reflejadas en las de un pintor del siglo XVII; y los reflejos, todo el rato los reflejos, como esa doble página en que el rey mira el cuadro que le mira, y al hacerlo, nos mira, y nosotros vemos otro reflejo, pues tras su majestad miran también los grandes artistas que han sentido el peso velazqueño. Me hace gracia que en esa maravillosa composición, reflejo, como no, de la del cuadro, los retratos de García y Olivares ocupen el lugar que en Las maninas corresponde a José Nieto Velázquez, el aposentador de la reina, personaje del que no se puede saber por su gesto si entra o sale de la estancia. Santiago García y Javier Olivares, entre el cuadro y el cómic, habitan también dos espacios, ambos obras maestras. Lo repito: esta novela gráfica es una obra maestra. Punto pelota.
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TORPEDO 1936 de Abulí y Bernet

Aunque es una lectura de hace muchos años, la edición integral me pareció suficientemente enjundiosa para darle un espacio en Faro, en tanto que me parece uno de los más potentes iconos del cómic adulto de la era de las revistas mensuales.
Lo de siempre, un clik encima para leer bien:
: Visado : Página 6 Stigmata

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ERRATA STIGMATA, de Beto Hernández

Tirando de títulos chorras pero epatantes. Intentando abrir al lector generalista de Faro de Vigo a los cómics del gran Beto con el motivo de la edición de Errata Stigmata. Un clik y se abre la imagen con el artículo:

: Visado : Página 6 Stigmata

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Uniendo cabos sueltos o no tan sueltos

Acabo de leer Las Meninas de Santiago García y Javier Olivares. Obra de la que hablaré largo y tendido, pero no aquí. Ahora querría detenerme en algo que me ha llamado la atención en las tres últimas novelas gráfica de García (y que sin embargo no usa en sus dos tebeos para ¡Caramba!, acaso porque hablamos de un formato, el cómic-book, que exige determinado ritmo, acaso porque alguno de estos tebeos, El Fin del mundo, se somete a un esquema de página cerrado e inmutable, por cuestiones narrativas).
Si nos fijamos, tanto Beowulf (2013, con David Rubín) como Fútbol (2014, con Pablo Ríos) se abren con una intro de pocas páginas o de tan solo una, que deriva en una ilustración a doble página. La obra maestra sobre Velázquez (queda dicho, lo es: compradla ya) se inicia con una doble página ya a bocajarro, pero pronto tras varias páginas añade otra. Valdrían ambas, la verdad, para seguir exponiendo mi tesis, pero la inaugural en esta ocasión hace antes las veces de telón cerrado, un marco previo de ubicación física y temporal y la segunda opera mucho más en el sentido que estoy intentando explicar (tercera imagen a continuación)

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Beowulf, el paisaje desolador

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Fútbol, el deporte más grande del mundo

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Las Meninas y la angustia del artista.

Santiago García emplea estas dobles páginas con el acierto de quien entiende el medio que usa. El cómic es un espacio libre que el autor acota, un inmenso blanco sobre el que desplegar la narración visual. No dudo que en cada caso los dibujantes han aportado su punto de vista y puede que incluso la presencia de estas dobles páginas sea una casualidad, pero qué casualidad más grande… porque en todos los casos este recurso tiene algo unificador, un modo de entender su función que va más allá de lo estético, conformando siempre una suerte de apertura del telón, por seguir con la imagen de arriba. Como si de una ópera se tratase, el inicio de estos cómics es una obertura, la melodía introductoria y preparatoria antes de que se abra el telón y muestre un primer cuadro. Por primera vez, en estas páginas dobles, contemplamos la realidad tanto física como, sobre todo, emocional de lo que se nos viene encima (de lo que vamos a leer, en fin) y lo hace, a la manera operística, del modo más grandioso. De un golpe de «grandeur» se nos ubica, sobre expuesta nuestra vista ante una imagen poderosamente significativa de muy escaso texto. La imagen a doble página ubica sobre todo emocionalmente, retrata el pathos de lo que vamos a leer: el marco de desolación que enfrentará Beowulf, el héroe; el fútbol como mucho más que un deporte rey; la angustia de la creación, el reto del artista, íntimo e interiorizado.

No conozco ningún medio narrativo que pueda hacer algo así, modular los contenidos y la información que se ofrece al lector/espectador haciéndonos ralentizar el ritmo con el que estamos asimilando la narración, porque aunque esa doble página (ver arriba de nuevo) carece de densidad literaria y podría sobrevolarse de un vistazo y tirar millas, que aún tenemos unos cientos de páginas por leer, la densidad real en la narración que suponen, esa focalización de información importante en una ilustración que abarca todo lo que en ese momento podemos ver del cómic, nos obliga a respetar el parón que nos reclama. No se puede pasar de puntillas por estas dobles páginas. No se puede porque los autores asumen que su contenido es importante y dominará el resto de la obra, que obedecerá a reflejar o solucionar o resolver esa doble página.

Curiosamente García y Manel Fontdevila emplearán una doble muy significativa en Tengo Hambre, su tebeo de 24 páginas, ya bien entrada su segunda mitad. Pero como he dicho la obra obedece a una forma, extensión e intención, y el efecto buscado es muy distinto. Nuevamente, sin embargo, estamos ante la magia del cómic: lo mismo (emplear una doble página con efectos narrativos e informativos) se utiliza de modos muy distintos según la obra, las pretensiones y si me apuras, el formato.

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