Para menores de 18 años.
Estos días he tenido algunos encuentros propiciatorios para unir cómics e infancia. De estas «tranches de vie» hay que sacar ideas ¿no? Así que las comparto sin ánimo de presentar ningún estudio sociológico ni similar, por supuesto. Pero es interesante plantearnos qué piden los críos de los cómics (si alguna vez llega alguno a sus manos) y cuál es la actitud adulta al respecto. Me temo que todo esto trasciende el tema Historieta, pero para averiguarlo hay que andar el camino. Y escribirlo.
Lo primero, la historia de un regalo. Hace poco he regalado «Beowulf» a un niño de unos doce años. Todos convenimos en la naturaleza adulta del artefacto firmado por Santiago García y David Rubín. Es la transcripción nada posmoderna, relativamente fiel, de un texto sajón sobre gestas heroicas y monstruos temibles. Es también un trabajo de metacómic donde se habla de la historia tras la obra, merced a un final fabuloso y un necesario epílogo de un artista invitado. ¿No es entonces un buen regalo para un chaval de doce años? Pues claro que lo es. Acción, violencia, lecciones éticas de fondo (el comportamiento heroico frente al derrotismo, por ejemplo)… y sale una polla eyaculando.
¡Ave María Purísima, se ilustra una «pijote action»!. Pues sí. Esa escena, por cierto, es de las cosas que más ha «molado» al crío, que parece ser que la leyó entre atónito y divertido, plan «¡mira mamá, mira!» ¿Y qué pasa? ¿es algo malo, obsceno, pornográfico, o es una descripción descarnada de una bestia amoral?
Es obvio que ni yo ni tú iremos por ahí enseñando a los niños escenas de sexo gratuito, eyaculaciones porno o violaciones, por ejemplo, pero en el contexto «Beowulf» la naturalidad lógica de ese momento «fuerte» lo convierte en algo, me atrevo a decir, enriquecedor hasta para un chaval que aún no es ni adolescente (o casi). El problema no es la mirada del crío. La mirada del niño es limpia, se empapa con una pureza fortísima. Esa escena se le grabará como tengo yo grabadas las hostias de Spiderman a El Tigre Blanco en un «Peter Parker».
Y luego tenemos la objetividad irracional de un niño. Es interesantísimo conocer qué le parece a un alumno de la ESO algo como «Beowulf»: sin dejar de disfrutar la historia narrada, alucinando con la potencia gráfica, es lo visual antes que nada lo que parece atrapar a nuestro «objeto de estudio». También de un modo casi diría abstracto, los elementos que le disgustan son inexplicables. A mí de crío se me atragantaban los labios que ilustraba Gil Kane. Hoy resulta que un niño no disfruta de los ojos tal como los dibuja Rubín habiéndole gustado mucho el trabajo del dibujante en general. Me fascina este poder en la imagen narrativa. Aprenderá, claro, que la mirada del ilustrador a veces aleja a su dibujo del naturalismo para lograr ciertos efectos de narración y/o estéticos (por cierto, NADIE dibuja labios tan bien como Kane, por supuesto). Pero la forma de leer de un niño, creo, es libre y liberadora. Nos enseña a veces, o nos recuerda, a los adultos, un poder maravilloso de la historieta. Que es narración, pero que también es dibujo, y ese dibujo se aprehende de un modo irracional en primera instancia. Sí, luego viene el adherirnos a escuelas estéticas (somos más de línea clara, de manga, de…), entender la importancia de la planificación de las páginas y por supuesto que el cómic es relato ante todo. Pero esa fuerza irracional del primer golpe de vista mueve montañas. No en tanto que crítico de cómics, pero sí, desde luego, como lector. Ojalá nunca me olvide de disfrutar de ese modo casi abstracto de los cómics. He dicho muchas veces que el cómic se aleja hoy de lo artesanal y del acabado «verité» para entenderse a sí mismo como concepto. El dibujo debe desentrañarse en función de la historia porque el dibujo ES la historia también. Pero lo bueno de la historieta es que aún sabe del valor de lo artesanal. Es lógico que un chaval lo flipe con la escenas de Beowulf enfrentado al enorme dragón a doble paginaza (así ocurrió en nuestro caso), y con las canas debemos saber mantener esa capacidad. Hay un equilibrio que pocos medios/artes mantienen hoy, el que se da entre concepto y realización, entre arte y artesanía, y el cómic aún lo tiene. Al menos, en numerosas ocasiones aún lo mantiene. Y además salen pijotes.
Cambiamos de tercio. ¿Habéis visto esa… cosa… «Hora de Aventuras»? Es una serie de televisión con su correspondiente tebeo. Nota al margen, buen tebeo, además. Pero no me gusta que mi hijo lo vea, porque mira, es como surrealista de más y bueno, hacen cosas que en fin…
Por supuesto estas palabras en cursivas NO son mías. «HdA» es la mejor serie para chavales que recuerdo desde… es la mejor serie para chavales, punto. Además de un portento visual de imaginación que no parece tocar techo, es divertida, loca, algo irreverente que no soez o inadecuada para horario infantil, y tiene aguijón. Es punzante. Y esta semana he topado con quien me soltó exactamente lo que os intenté colar al principio. ¿Qué es bueno para niños pues? Quizá una serie de suaves dibujos en un marco natural, didáctica, que nuestros hijos aprendan valores para la ciudadanía. Igual si la protagoniza un bonito delfín y lo bautizamos, a ver , algo cursi y gilipollas… «Delfy». Y que viva aventuras rescatando cangrejos que se pierden en el coral y… Hacemos de nuestros hijos monstruos de baba. O seres babosos, vamos. «Hora de Aventuras» es perfecta porque sí, mantiene y potencia valores importantes (el más obvio, la amistad) pero su alergia a la cursilería la hace ser una serie divertidísima, irreverente e imaginativa. Deberíamos tomarnos una relaxing cup of LSD in la Plaza Mayor, destensar, ver el mundo de otro modo, vamos (lo de la droga era broma, no os metáis nada, anda). Hay que ser pOp y hasta un poco trash, olvidar los patrones burguesitos del buen gusto (Puaj!) que nos guiarán en la tutoría eficaz de nuestros pequeñuelos. Y darles candela. Vigilando, claro, que los cómics que les pasamos son acordes a nuestros principios éticos, porque no lo olvidemos, un niño está creciendo y por tanto aprendiendo.
Incluso con 16 años. Este fue el otro tema, me pidieron consejo comiquero para un regalo a una chica de 16 que ya es lectora de manga. Sobre la mesa sobrevuela «Bone», que no está mal pero francamente lo veo, sobre todo su primera parte, la carrera de vacas y tal, para otra edad. Más joven. Sugiero «The Sandman». La de Gaiman lastra un dibujo sobre el que el tiempo ha caído como una losa, poco/nada atractivo a un joven/jóvena de hoy. Al menos durante sus primeros arcos argumentales, me temo. Pero su argumento fantástico aunque distópico (nada de reinos tolkianos y tal), su terror contemporáneo y el tono ese lánguido de la serie me parecen perfectos para una lady sixteen.
Sin embargo mi contertulio difiere. Por el tema del dibujo, de acuerdo, pero también por demasiado sórdida. ¿Mande? ¿A qué edad hemos visto «Alien» o mejor, «Pesadilla el Elm Street»? ¿Un dibujo de un tipo con fauces en los ojos es inadecuado para un lector de 16, en serio?
Creo que el prejuicio distorsionador que hay sobre los cómics, incluso entre alguna gente que es lectora de cómics, sigue muy presente en nosotros. Es el mismo prejuicio que arrastramos desde siempre, esa consideración del cómic como algo para niños que siempre hemos intentado rebatir pero que era imperante. La otra cara de la moneda pasa por asegurar que no es solo para niños, y por tanto otorgar a las narrativas que se nos ofrecen, cuando se alejan de lo 100% infante, una categoría «madura» que tampoco es exacta. El espejo deformante actúa también en el caso. Y nos decimos que «Mundo Mutante» e Corben es material adulto, y que»The Sandman», una serie ideal para la adolescencia, resulta compleja de más, o sórdida de más, o que una violación de un escritor a un… hada, es material no recomendado para menores de 18.
Bueno, si algo define a la novela gráfica supongo que es romper esa mecánica drasticamente, ofrecer material realmente maduro, a partir del cual podemos redimensionar la naturaleza y el lector real para cada cómic. Aunque si «el mundo real» sigue habitando los clichés de hace 25 años, el crecimiento será diminuto y solo dentrr del pequeño círculo de los lectores de cómic. De algunos lectores de cómic, mejor.
Y en fin, hasta aquí. Hemos (he) recorrido un camino con tres tramos con base en una simple experiencia personal y singular (ergo, espero que parcialmente equivocada): experimentar cómo un chaval realmente es mucho más esponjoso a la experiencia lectora de lo que nos pensamos («Beowulf»), comprobar que los padres seguimos siendo unos carcas finos («Adventure Time») y nos preguntamos si no sobredimensionamos lo que es un cómic (y muchas veces «para mal») en comparación con el cine o la literatura («The Sandman»). Y como única conclusión, recomiendo que nos acerquemos todo lo que podamos a menores de edad, les hagamos colisionar brutalmente con la historieta con la menor cantidad de filtros posibles (claro, no le pases a tu sobrina de 5 «Alec», no es para ella) y veamos los resultados. Pueden resultar sorprendentes.