EL PEQUEÑO CHRISTIAN, de Blutch
La nueva obra publicada en España de Blutch dirige su mirada hacia los años de infancia y preadolescencia, una mirada desde la añoranza, pero también ácida, .
Hay que comenzar aclarando el proceso editorial de este “El pequeño Christian” de Blutch, editado por Norma. Sea por la causa que sea (comercial, económica), cabe advertir que este libro de poco más de cien páginas se compone de dos álbumes bien diferentes, aunque centrados en el mismo personaje y asunto. Se trata de una memoria de la infancia del propio autor que ha realizado en dos partes separadas por diez años de distancia, lo que inevitablemente genera un cambio o evolución. Dicho claramente, el estilo de su primera parte (fechada en 1998) es diferente, en cierto grado, al de la segunda (de 2008). Las formas se liberan, el marco de la viñeta tradicional desaparece, entra el color en modo de elegante bitono (la primera mitad de “El pequeño Christian” es en delicioso blanco y negro, y la segunda añade estratégicos toques rojizos).
Además, lo contado en cada una de dichas mitades es diferente, pero complementario. Primero el autor explora su remota infancia, esa edad inocente de imaginación, de héroes tomados del cine y los tebeos, de juegos y pandillas, bicicletas, hermanos pequeños, vacaciones… un retrato desde el cariño (pero también mordaz) de sus cinco o seis años. La segunda mitad supone un salto en el tiempo a esa preadolescencia que, de algún modo, nace con el primer enamoramiento. Desgrana así todas las pasiones desaforadas, nuevas, todo el sufrimiento y la obcecación de un chaval cuando ve/descubre a “La Chica”, en mayúsculas. En el caso de Blutch, se trata de una amistad de verano que el invierno separa forzosamente con la distancia física, lo que genera angustias y deseos blancos (francamente divertidos), y una guía imaginaria a través de los mitos de la cultura popular (en lo que abunda también su primera fase, la parte más infante). Christian siente los aguijones del amor platónico, sí, pero sigue siendo el niño que sueña con Astérix, y con Marlon Brando o Steve McQueen, que se convierten en guía y espejo, además de fuente de gags realmente divertidos.
El gran mérito de Blutch, autor excelso y dibujante portentoso, es su capacidad de hacer evolucionar su historia, no convertir su segunda parte en mera prolongación imitativa sino un desarrollo de lo planteado años ha. Y brindarnos una obra que nos hace identificarnos en todos sus puntos, pues la mirada de la infancia queda plasmada con exactitud, con cariño pero también con ironía (como si muy al fondo Christian, el autor, se preguntase: “muy bonito, pero ¿no es al tiempo todo un poco ridículo?”).
Y hay que remarcar lo gran dibujante que es el francés. Fogueado en la revista humorística “Fluide Glacial”, ha evolucionado con un grafismo espontáneo pero virtuoso, cargado de vida, intenso, absorbente (que te mete dentro, por así decirlo), en unas páginas de composición tan sencilla como exquisita. Parece mentira, además, la versatilidad temática que ha exhibido. En los últimos años hemos visto trabajos suyos que basculan entre lo histórico y lo onírico, lo encantador y lo turbador. “El pequeño Christian”, desde luego, es un cómic del primer grupo, un encanto de librito que nos retrotrae a nuestra propia niñez. No lo deje escapar, es un verdadero “dos por uno” donde, por una vez, se nos vende calidad en un cómic de vocación popular, que podemos alinear con “Carlitos y Snoopy”, “Calvin y Hobbes” o los libros de “El Pequeño Nicolás” de Goscinny y Sempé o, porqué no, nuestro “Manolito Gafotas” de Elvira Lindo.
Artículo publicado en Faro de Vigo el 4 de Marzo
Miguel #
No se puede expresar mejor la sensación que deja la lectura de este pequeño gran libro. Cualquiera que haya sido niño y adolescente se siente identificado y ridiculizado.
Enhorabuena por el blog
octavio #
gracias 🙂