Llegan los nuevos alcaldes del PP a los ayuntamientos donde durante muchos años estuvieron gobernando los localistas, y se llevan el chasco. Se quedan como el que está esperando la herencia del tío rico de América y se encuentra con que lo que le ha dejado en el testamento son deudas. Las arcas municipales estaban llenas… pero de telarañas. Como en las economías domésticas más precarias en los largos años de la postguerra, en el monedero sólo había para hacer la compra del día, ni siquiera para pagarle al tendero lo que les tiene apuntado a lápiz y en papel de estraza.
Bastante tienen los nuevos alcaldes con poder pagar los gastos corrientes, y entre ellos, las nóminas de los trabajadores, la luz, el agua y el finiquito de los cargos de confianza a los que hay que cesar. ¿Qué ha sido del patrimonio de esos ayuntamientos que durante tantos años nadaron en la fiebre del oro inmobiliario? Gastaron sin tino y luego llegaron las vacas flacas con sus ubres famélicas, de las que siguieron amamantándose algunos, y ahora, en vez de poner en marcha una nueva administración, sólo pueden poner en marcha una nueva forma de administrar la miseria. La mayoría de los nuevos alcaldes temían encontrarse con deudas importantes, pero las previsiones han sido superadas por la realidad y en esas circunstancias gobernar supone un reto para gestionar mejor lo recaudado, sin por ello subir la presión impositiva; eliminar gastos superfluos y otros de relativa necesidad, ahorrar hasta el último euro para pagar las nóminas de los trabajadores, los recibos, las facturas e ir liquidando las deudas contraídas. Confiaban con que hubiera habido una gestión con luz y taquígrafos y lo que se han encontrado son las arcas a dos velas, caninas.
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