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Jul 11

Delitos famélicos

La Memoria de la Fiscalía de Madrid nos pone los pelos de punta, y al propio fiscal jefe, Manuel Moix, le pone la carne de gallina cuando tiene que destacar un dato reflejado en ese documento: durante el pasado año los delitos de faltas cometidos por menores, aumentaron un 178 por ciento. Porcentualmente es una barbaridad, aunque numéricamente el número de delitos haya sido de 3.400 sobre una población de un millón de menores en nuestra Comunidad.

El Defensor del Menor, Arturo Canalda, tiene una explicación a ese incremento de la delincuencia menor de edad: la crisis económica, porque con la crisis, los menores se ven abocados, inducidos, a perpetrar actos delictivos y vuelven al primer plano un tipo de delitos propios de situaciones de postguerra o de crisis severas en países en vías de desarrollo: los conocidos como famélicos, aquellos que tienen como sistema la sustracción y como móvil el hambre, la necesidad de robar para comer, de utilizar el menor para llevarse el paquete de jamón loncheado, aunque veces la iniciativa sea del pequeño ladrón, para consumo propio cuando el hambre pone ferocidades en el estómago. La crisis resucita la figura literaria del pícaro; la imagen tercermundista de la explotación infantil en el mundo de la mendicidad y la delincuencia; el socorrido personaje del niño de la calle que hace del solar su escuela y se doctora en delincuencia de forma prematura y para toda la vida.

Frente a este panorama, cobra importancia la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor, cuyas riendas acaba de coger Regina Ortaola, la herencia de una gran labor hecha por Carmen Balfagón. Esta Agencia puede ser un buen remedio para atender a los nombres propios de esas cifras preocupantes de menores delincuentes.