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Feb 11

Esperanza

Max Jiménez, escritor, novelista y poeta costarricense, dijo que: «La esperanza es un espejo colgado en el futuro». En ese espejo, surgiendo del azogue, se refleja el rostro sereno, valiente y optimista de la esperanza, pero con mayúscula y de apellido Aguirre.

Hablo con ella a los pocos minutos de anunciar públicamente que le han detectado un bulto en el pecho. Está tranquila: «Aquí me tienes -me dice-, con un cáncer de mama, pero los médicos me han dado un buen pronóstico; me han dicho que es curable. Creo que he hecho bien en decirlo públicamente, antes de que alguien lo contara por mí». Me cuenta que se retira temporalmente de la política, y cuando le pregunto por cuánto tiempo, me responde sin vacilar: «Cuando hablo de retirarme es como mucho una semana». Que así sea.

No recuerdo una reacción tan amplia y unánime al conocer una noticia de esta naturaleza, como la que se ha producido con Esperanza Aguirre. Muestras de apoyo y cariño desde todos los sectores sociales y políticos, lo que indica un estado de opinión que reconoce el valor de una política como ella, de mono y casco, de pico y pala, de mano que no tiembla a la hora de defender y administrar los intereses de los ciudadanos. A veces ocurre que una desgracia, un traspiés, un capricho negro del destino, aumenta la leyenda en torno a un personaje público. En el caso de Aguirre, ha sido claro. Se trata de una superviviente que salió sin despeinarse de un accidente de helicóptero; que escapó sin zapatos, pero con los calcetines puestos, de un atentado terrorista en Bombay, y que ahora va a salir indemne de una prueba, seguro que mucho menos arriesgada que las anteriores.